El secretario de Estado, Jim Heffer, contempló el tubo que tenía sobre la mesa.
—¿Así que éste es el artilugio? —le preguntó a su ayudante, Ben Javna.
—Éste es —respondió Javna—. Recién salido del intestino grueso de ese cabrito.
Heffer sacudió la cabeza.
—Qué tonto del culo —dijo.
—Una descripción adecuada, dada la situación —replicó Javna.
Heffer suspiró y fue a echar mano al tubo, se detuvo antes de tocarlo.
—¿Lo de «recién salido» va en serio?
Javna hizo una mueca.
—Ha sido desinfectado para su protección, señor secretario. Lo habían metido en el colon de Moeller. Todos los componentes orgánicos han sido retirados. Por dentro y por fuera.
—¿Quién sabe que esto existe?
—¿Aparte de la persona que ayudó a Moeller a ponérselo? Usted, yo, y el forense. El forense se contenta con guardar silencio por ahora, pero quiere que le traigamos a un primo de Paquistán. Alan sospecha algo, naturalmente. Por eso nos llamó justo después del incidente.
—Un antiguo interino resulta ser útil para variar —dijo Heffer. Cogió el tubo y le dio la vuelta—. ¿Hemos descubierto ya de dónde ha salido esto?
—No, señor —respondió Javna—. Todavía no hemos comenzado una investigación porque, oficialmente, no existe. El informe oficial dice que Moeller y el representante comercial nidu tuvieron un colapso al mismo tiempo, por motivos de salud no relacionados. Cosa que es cierta, más o menos.
Ahora le tocó a Heffer el turno de hacer una mueca.
—¿Y cuánto tiempo crees que esa historia se sostendrá, Ben?
—Ya hace aguas, naturalmente —dijo Javna—. Pero en este momento, todo lo que tiene la gente son rumores y especulaciones. Ya estamos buscando explicaciones para eso —Javna señaló el tubo—, sabes que alguien acabará por darse cuenta.
—Creo que podríamos mantener la investigación alejada de los periódicos —repuso Heffer.
—No son los periódicos lo que debe preocuparnos. Ya sabe que Pope y sus gusanos de Defensa se nos van a echar encima, y encontrarán algún modo de hacer que parezca que es culpa de los nidu.
—En cierto modo, eso estaría bien.
—Claro, hasta la parte en que empecemos a atacar a los nidu y ellos nos den para el pelo —dijo Javna.
—Eso sería un problema —admitió Heffer.
—Sí que lo sería.
El intercomunicador de Heffer sonó.
—Señor secretario, el secretario Soram está aquí —dijo la asistente de Heffer, Jane.
—Hazlo pasar, Jane —respondió Heffer. Se levantó, y se volvió hacia Javna—. Bueno, ahí viene ese idiota.
Javna sonrió.
Ted Soram, el secretario de Comercio, entró por la puerta, atildado y sonriente, y extendió la mano.
—Hola, Jim —dijo—. Te echamos de menos este fin de semana.
Heffer extendió la mano por encima de la mesa y estrechó la de Soram.
—Hola, Ted —saludó—. Tuve que ir a Suiza. Por las negociaciones de paz de Oriente Medio. Tal vez hayas leído algo al respecto.
—Vaya, vaya —dijo Soram, de buen humor, y Heffer pudo ver que Javna ponía los ojos en blanco—. De acuerdo, lo admito, una buena excusa para tu ausencia. Esta vez. ¿Cómo fue la negociación?
—Como suelen ir —respondió Heffer, indicándole a Soram que se sentara—. Incluso tuvimos al típico suicida dentro a mitad de la sesión.
—Es que no aprenden nunca —dijo Soram, arrellanándose en su sillón.
—Supongo que no —contestó Heffer, mientras también él tomaba asiento.
Pero ahora mismo me preocupan menos las negociaciones de paz en Oriente Medio que las negociaciones comerciales con los nidu aquí, en casa.
—¿Qué pasa con ellas? —preguntó Soram.
Heffer miró a Javna, quien se encogió sutilmente de hombros.
—Ted —dijo Heffer—, ¿has estado en contacto con tu personal últimamente?
—Llevo en Lansdowe desde el amanecer —contestó Soram—. Con el embajador kanh. Le encanta jugar al golf aquí, y yo soy miembro del club. Estoy intentando cerrar un acuerdo para que importe más almendras. Tenemos un exceso de oferta. Así que pensé en hacerles una buena publicidad. Mi personal sabe que no deben molestarme cuando estoy trabajando en algo así. Casi me meriendo a tu chica antes de darme cuenta de que llamaba desde tu departamento, no del mío.
Heffer permaneció sentado un momento y se preguntó de nuevo qué estrategia política estaba llevando a cabo el presidente Webster para nombrar a Soram secretario de Comercio. Los kahn eran violentamente alérgicos a los frutos secos. La primera cena de Estado celebrada en honor de los khan terminó en desastre porque la cocina empleó sin darse cuenta aceite de cacahuete en uno de los entrantes: a dos tercios de los invitados kahn se les rompieron sus sacos digestivos. El hecho de que Soram animara a los kahn a importar almendras era una prueba de su inconsciencia, y de la disposición del embajador kahn (que desde luego no era para nada inconsciente) de capitalizar su estupidez durante un par de partidos de golf.
«Bueno, necesitábamos Filadelfia y la consiguió —pensó Heffer—. Demasiado tarde para preocuparse ahora de eso.»
—Ted —dijo Heffer—. Ha habido un incidente. Bastante serio. Uno de tus representantes comerciales ha muerto durante las negociaciones. Al igual que uno de los representantes de los nidu. Y creemos que nuestro hombre mató al representante nidu antes de morir.
Soram sonrió, inseguro.
—Creo que no te comprendo, Jim.
Heffer le pasó el tubo por encima de la mesa.
—Usó esto —explicó—. Estamos seguros de que es un artilugio utilizado para enviar señales químicas que el nidu pudo oler e interpretar. Creemos que tu hombre escondió esto hasta que entró en la sala y luego lo usó para enfurecer al negociador nidu hasta que tuvo una crisis. Él mismo sufrió un ataque al corazón poco después. Murió riéndose, Ted. No tuvo ninguna gracia.
Soram cogió el tubo.
—¿Dónde lo tenía oculto? —preguntó.
—Dentro del culo —respondió Ben Javna.
Soram dio un respingo y dejó caer el aparato al suelo. Luego sonrió tímidamente y lo volvió a colocar sobre la mesa.
—Lo siento —dijo—. ¿Cómo sabes todo eso, Jim? Esto es un problema de Comercio.
Heffer cogió el tubo y lo metió en un cajón.
—Ted, cuando uno de los nuestros mata a un diplomático nidu, de Comercio o de donde sea, se vuelve un problema mío, ¿comprendes? En el Departamento de Estado tenemos cierto interés en asegurarnos de que las negociaciones comerciales con los nidu salgan bien. Y sé que tú no eres el más disciplinado de los secretarios de Comercio. Así que os hemos estado siguiendo la pista.
—Ya veo —dijo Soram.
—Dicho esto, tengo que admitir que esto nos ha pillado por sorpresa. Comercio está repleto de negociadores antinidu y lo está desde hace años, incluso después de que esta administración se hiciera cargo. Pero esto es nuevo. Esperábamos que alguno de vuestros funcionarios menores pusiera alguna que otra zancadilla. Estábamos preparados para eso. Pero no para que uno de los vuestros llevara a cabo un asesinato para cargarse las negociaciones.
—Nos deshicimos de los más problemáticos —dijo Soram—. Repasamos toda la lista y los excluimos.
—Se os escapó uno, Ted —apuntó Heffer.
—¿Quién era ese tipo?
—Dirk Moeller —dijo Javna—. Entró durante la administración Griffin. Antes estuvo en el Instituto Norteamericano para la Colonización.
—Nunca he oído hablar de él.
—¿De veras? —preguntó Javna, secamente.
Ni siquiera Soram pudo pasar eso por alto.
—Mira, no intentes cargarme este muerto —repuso—. Pillamos a la mayoría. Pero unos pocos se escabulleron.
—Una purga en el instituto debió ser como dar la señal de alarma —dijo Heffer—. Ese lugar está lleno de chalados antinidu.
El intercomunicador volvió a sonar.
—Señor, el secretario Pope está aquí —dijo Jane.
—Hablando de chalados antinidu —comentó Javna entre dientes.
—Dice que es urgente —continuó Jane.
—Hazlo pasar, Jane —contestó Heffer, y se volvió hacia Javna—. Compórtate, Ben.
—Sí, señor.
Todos los partidos en el gobierno cruzan el pasillo para nombrar a un secretario del otro lado. Robert Pope, héroe de guerra y popular ex senador por Idaho, era el señuelo lanzado a los votantes indecisos que necesitaban ser convencidos de que la administración Webster era fuerte en temas de Defensa, y que soportaría las presiones de la Confederación Común cuando fuera necesario, sobre todo cuando esa presión la aplicaran los nidu. Pope representaba el papel con un pelín de demasiado entusiasmo para el gusto de Heffer.
—Bob —saludó Heffer mientras Pope entraba en la habitación, seguido de su secretario, Dave Phipps—. ¿Te dejas caer por aquí de regreso al Pentágono?
—Podríamos decir que sí —respondió Pope, y entonces miró a Soram—. Veo que ya tienes aquí al cerebrito.
—Te echamos de menos el fin de semana, Bob —dijo Soram.
—Ted, sabes que no me pillarías ni muerto en una de tus fiestas —contestó Pope—, así que no finjamos que estaría dispuesto a asistir a una de ellas. Tengo entendido que habéis tenido un pequeño tropezón en las negociaciones de hoy.
—Jim me estaba informando de eso —dijo Soram.
—Bueno —comentó Pope—. Está bien ver que alguien se lo toma en serio en Comercio. Aunque esto sea el Departamento de Estado. Es raro que dos negociadores mueran uno detrás de otro en cuestión de segundos, ¿no os parece?
—El Universo está lleno de coincidencias preocupantes, Bob —dijo Heffer.
—Y tú crees que esto ha sido una coincidencia.
—En este momento es la versión oficial —replicó Heffer—. Aunque naturalmente te lo haremos saber si descubrimos algo. Esperamos resolver este asunto mientras todavía es un incidente diplomático menor, Bob. Nada de lo que tengáis que preocuparos en Defensa.
—Me tranquiliza oír eso, Jim. Aunque tal vez ya sea un poco tarde.
Pope le hizo un gesto con la cabeza a Phipps, y éste sacó unos papeles de una carpeta que llevaba y se los entregó a Heffer.
—¿Qué es esto? —preguntó Heffer, cogiendo los papeles y echando mano a sus gafas.
—Datos interceptados a la oficina del agregado naval nidu, fechados treinta y seis minutos después de que nuestros respectivos representantes comerciales besaran el suelo —explicó Pope—. Unas dos horas más tarde nos enteramos de que dos destructores nidu clase-Glar recibieron nuevas órdenes.
—¿Sabéis cuáles son esas órdenes?
—Estaban codificadas.
—Entonces podrían ser cualquier cosa, incluyendo algo que no tenga ninguna relación con nuestro pequeño problema —dijo Heffer.
—Podría ser —repuso Pope—. Pero está el detalle de que estas órdenes vinieron directamente del comandante supremo nidu en vez de a través del Almirantazgo.
—¿Qué significa eso? —preguntó Soram.
—Significa que las órdenes no siguieron la cadena lógica de mando, Ted —dijo Heffer—. Significa que sea lo que sea que vayan a hacer los nidu, quieren ponerse a ello cuanto antes. —Heffer se volvió hacia Javna—. ¿Tienen los nidu alguna otra rencilla que precise de nuevas órdenes a esos destructores?
—Ahora mismo no se me ocurre ninguna —contestó Javna—. Tienen esa pequeña guerra fronteriza con los andde, pero están en una détente desde hace varios meses. No es probable que vuelvan a la carga sin que los andde hagan algo estúpido primero. Pero déjeme comprobarlo.
—Mientras tanto —intervino Pope—, tengo que trabajar sobre la base de que lo que ha sucedido hoy en Comercio es la causa de esas órdenes. Y que los nidu pueden estar en las fases iniciales de algo más que una respuesta diplomática.
—¿Has informado al presidente? —preguntó Heffer.
—Está en San Louis, leyendo cuentos a los parvulitos —dijo Pope—. Hablé con Roger. Sugirió que camino del Pentágono me pasara por aquí y os informara. Dice que esto es algo que precisaba una visita de cortesía.
Heffer asintió. Roger, probablemente, también le había sugerido a Pope que le siguiera la pista a Heffer después, y sin duda ése era el motivo por el que estaba en su oficina. Es una de las cosas agradables de tener a tu cuñado como jefe de personal del presidente: si Roger dejaba que Heffer se metiera en líos, su esposa le daría para el pelo. Los Heffer eran un clan leal.
—¿Puedo ver esos papeles interceptados? —preguntó Soram.
—Más tarde, Ted —replicó Heffer—. Bob, ¿qué piensas hacer con esa información?
—Bueno, eso depende —dijo Pope—. No puedo quedarme cruzado de brazos, naturalmente. Si tenemos dos destructores nidu de camino, debemos estar preparados para responder.
—Los nidu son nuestros aliados, ¿sabes? —contestó Heffer—. Lo son desde hace décadas, a pesar de los intentos en años recientes de que sean lo contrario.
—Jim, me importa una mierda la política en esta situación —dijo Pope, y Heffer pilló a Javna poniendo los ojos en blanco de nuevo—. Me preocupa adónde puedan dirigirse esos destructores y por qué. Si sabes algo que yo no sé, ilumíname. Pero desde mi posición, dos representantes comerciales muertos más dos destructores nidu son igual a que los nidu están haciendo algo de lo que tengo que preocuparme.
El intercomunicador de Heffer volvió a sonar.
—Señor, el embajador nidu está aquí. Dice que es…
—Urgente, sí, lo sé —dijo Heffer—. Dile que ahora mismo estoy con él.
Apagó el intercomunicador y se levantó.
—Caballeros, necesito el despacho. Considerando la situación, creo que deberíais salir por la sala de reuniones. El embajador podría ponerse nervioso si ve a los secretarios de Comercio y de Defensa salir por la puerta.
—Jim —advirtió Pope—, si sabes algo, tengo que saberlo. Cuanto antes.
—Lo entiendo, Bob. Dame un poco de tiempo para trabajar en esto. Si los nidu ven que nos estamos preparando para algo, la situación se complicará aún más. Un poco de tiempo, Bob.
Pope miró a Soram, y luego a Javna antes de volver a mirar a Heffer.
—Un poco de tiempo, Jim. Pero no me hagas tener que explicarle al presidente por qué tenemos a dos destructores nidu aparcados en órbita y nada para contrarrestarlos. No te gustará la explicación que tendré que darle. Caballeros…
Pope y Phipps salieron por la sala de reuniones.
Soram se levantó.
—¿Y ahora qué hago? —preguntó. Soram era la imagen de la confianza inconsciente, pero incluso él se había dado cuenta de que estaba en un brete.
—Ted, necesito que guardes silencio sobre lo que te he dicho hoy —dijo Heffer. Soram asintió—. Cuanto más mantengamos este asunto oficialmente como una coincidencia, más tiempo tendremos para que todo se resuelva bien. Voy a hacer que le echen un vistazo al despacho de Moeller. Asegúrate de que nadie toque nada hasta que lleguen allí. Y quiero decir nadie, Ted. Ben se encargará de arreglarlo todo y te dará los nombres para que puedas estar seguro. Hasta entonces, conserva la calma, haz como que no te preocupa, y no pienses demasiado en esto.
—Sea usted mismo, señor secretario —dijo Javna. Soram sonrió débilmente y se marchó.
—Sea usted mismo… —le dijo Heffer a Javna—. Muy bien.
—Con el debido respeto, señor secretario, lo último que queremos en este momento es que Soram intente desarrollar un cerebro. Para eso ya está Pope.
∗ ∗ ∗
—Ese hijo de puta de Heffer —dijo Pope, mientras subía a su limusina—. Tiene algo y no nos lo dice.
Phipps leía el correo en su comunicador.
—No hay nada nuevo en los micros instalados en el Departamento de Estado —comentó—. Hay una llamada a Javna justo después del incidente, pero fue desde un comunicador inalámbrico con codificación estándar. Todavía estamos trabajando en ello. Luego está la de la oficina de Heffer a Soram, diciéndole que se pasara por Estado. Después de eso, nada.
—¿Hemos descubierto ya adónde fue Javna? —preguntó Pope.
—No —contestó Phipps—. Su coche tiene un localizador, pero cogió el metro. Usó crédito anónimo, así que no podemos seguirlo por su tarjeta.
—¿No tienes nada de las cámaras de seguridad?
—Nuestro hombre en la policía del metro fue despedido hace una semana. —Pope alzó la cabeza al oírlo, Phipps levantó una mano—. No por algo nuestro. Estaba haciendo una pequeña colecta particular para el Fondo de Jubilación de la Policía y enviaba las contribuciones a su propia cuenta. Hasta que preparemos a otro, tendremos que conseguir una orden judicial.
—¿Dónde están esos destructores?
—Todavía atracados, uno en Dreaden, el otro en Inspir —contestó Phipps—. Ambos se están aprovisionando. Pasarán al menos dos o tres días antes de que se pongan en marcha.
Pope dio un golpecito al reposabrazos y volvió la vista hacia el Departamento de Estado.
—Heffer está reunido con el embajador nidu ahora mismo.
—Sí, señor —dijo Phipps.
—¿Dónde pusiste el micro?
—Esto le va a encantar —respondió Phipps. Abrió la carpeta y le tendió a su jefe una copia de uno de los mensajes interceptados que le había dado a Heffer.
Pope miró el papel, lo leyó.
—Ya conozco todo esto, Phipps.
—El documento es el micro, señor —dijo Phipps—. Se activa cuando sale de la carpeta. El papel capta las vibraciones del sonido a través del aire y su transmisión por la mesa. Convierte dichas vibraciones en una señal eléctrica que se graba en moléculas magnéticas. Los datos se almacenan múltiples veces, así que sobreviven si el papel se rompe. Sólo hay que pasar un lector de datos sobre el papel y la información se carga. Todo lo que necesitamos es leer los datos antes de que lleguen al incinerador.
—Y eso lo tienes resuelto.
—La planta incineradora la controla la Marina, señor. No es ningún problema. La pega es que la información no es en directo. Pero el Departamento de Estado envía un camión al incinerador cada noche. Sabremos de qué están hablando muy pronto.
Pope miró el papel que tenía en las manos.
—Un artilugio muy sibilino, Dave.
—El resultado del dinero de los impuestos, señor —respondió Phipps.
∗ ∗ ∗
—Tenemos un problema —dijo Narf-win-Getag, embajador nidu en la Tierra, sentándose en la silla que poco antes había ocupado Ted Soram. Como era costumbre, no estrechó ninguna mano tras entrar en la habitación—. Creemos que uno de sus representantes comerciales mató intencionadamente a uno de nuestros representantes.
Heffer miró a Javna, que tendía al embajador nidu una taza de té. Ambos pusieron su mejor expresión de «es una noticia preocupante».
—Es una noticia preocupante —dijo Heffer—. Sabemos lo de las muertes, naturalmente. Pero teníamos la impresión de que habían tenido lugar por coincidencia, por accidente.
—Los otros miembros de la delegación comercial han informado de que, antes de su muerte, Lars-win-Getag se había quejado de que lo estaban insultando a través del devha, un antiguo código nidu que se transmite por el olor. Como saben, los nidu somos extraordinariamente sensibles a ciertos olores. Tenemos motivos para creer que su representante, ese Dirk Moeller, estaba enviando esas señales —repuso Narf-win-Getag.
—Con el debido respeto, señor embajador —dijo Heffer—, nuestros archivos muestran que su representante tenía un historial de oler insultos donde no los había.
—Está sugiriendo que todo estaba en su mente, entonces —replicó Narf-win-Getag.
—En absoluto. Sólo que tal vez malinterpretó algo que olió.
—Posiblemente —dijo Narf-win-Getag—. Sin embargo, mi gobierno me ha ordenado que pida que un miembro de nuestra delegación médica examine el cuerpo del señor Moeller. Eso aclararía el tema de la malinterpretación, como mínimo.
Detrás del embajador, Heffer vio a Javna negar imperceptibilísimamente con la cabeza.
—Ojalá pudiera permitirlo, señor embajador —contestó Heffer—. Por desgracia, las creencias religiosas del señor Moeller requieren una rápida ceremonia funeraria. Me temo que el cuerpo ya ha sido enviado para su incineración.
—Una desgracia, en efecto —dijo Narf-win-Getag—. En ese caso, me veo obligado a detener las negociaciones comerciales hasta que todos los acuerdos actuales puedan ser revisados, a fin de asegurarnos de que no ha habido ningún otro intento de influir en el resultado.
—No pensarán ustedes que las acciones de un negociador, si es que en efecto actuó en algo, son un reflejo de la actitud del gobierno, y en concreto de esta administración —contestó Heffer.
—Nos gustaría decir que no, pero no podemos descartar esa posibilidad —dijo Narf-win-Getag—. Naturalmente, somos conscientes del ascenso de las actividades antinidu a lo largo de los años: las pequeñas obstrucciones y objeciones que se han ido acumulando con el tiempo. Esperábamos que la administración Webster eliminara gran parte de esta antipatía y volviera a poner a nuestros dos pueblos en el camino de la amistad. Pero algo como esto pone en entredicho la sinceridad de los esfuerzos de su gobierno. Las dos últimas administraciones no fueron particularmente amistosas con mi nación, señor secretario, por motivos que no comprendemos. Pero al menos, ellos no mataron a uno de mis diplomáticos a base de pedos.
—Estoy seguro de que podremos trabajar juntos para resolver este tema, señor embajador.
—Eso espero. De hecho, tengo una sugerencia que podrá ayudar a sanar esta brecha potencial. —Narf-win-Getag tomó un sorbo de té.
—Por supuesto, lo que usted diga.
—Como saben, los nidu se hallan en un período de transformación —explicó Narf-win-Getag—. Wej-auf-Getag, nuestro fehen, nuestro líder, murió hace unas seis de sus semanas. Su hijo, Hubu-auf-Getag, ha sido elegido como nuestro próximo fehen, y asumirá el poder de manera oficial en una ceremonia de coronación que tendrá lugar dentro de dos semanas.
—Sí, por supuesto. Yo viajaré a Nidu para la celebración de la coronación, como representante de nuestro gobierno —dijo Heffer.
—Maravilloso —respondió Narf-win-Getag—. Lo que puede que usted no sepa es que cuando el clan auf-Getag llegó al poder, incluyó en la ceremonia de la coronación un elemento para simbolizar a la Tierra, nuestro gran amigo y aliado.
—Eso no lo sabía —admitió Heffer—. ¿Cuál era el símbolo?
—Una oveja, señor embajador.
Heffer controló una mueca.
—¿Una oveja, dice usted?
—Así es —respondió Narf-win-Getag—. En un momento crítico de la ceremonia, se sacrifica una oveja. Normalmente, la oveja pertenece al rebaño del clan auf-Getag. Sin embargo, una semana después de la muerte de Wej-auf-Getag, el rebaño del clan fue exterminado por una bacteria del ántrax modificada genéticamente. Es obvio que se trató de un sabotaje, probablemente por parte de algún clan rival.
—Bueno, nosotros tenemos ovejas —dijo Heffer—. Demonios, en Nueva Zelanda las ovejas superan a las personas en una proporción de cinco a uno. ¿Por qué no nos informaron antes?
—No habría sido inteligente hacer saber a los enemigos del clan auf-Getag que estábamos preocupados —contestó Narf-win-Getag—. Asumimos que podríamos reponer fácilmente nuestro ganado cuando se completaran las negociaciones. Según el calendario original, las negociaciones habrían terminado dentro de dos o tres días, y nosotros podríamos habernos encargado de la entrega de las ovejas con tiempo de sobra para la ceremonia. No era una situación de crisis, o eso pensábamos. Pero, naturalmente, los acontecimientos de esta mañana han complicado el asunto, entre otras cosas porque en las negociaciones entre Lars-win-Getag y Dirk Moeller se habrían establecido las cuotas de ovejas.
—No es ningún problema —dijo Heffer—. Pueden llevarse tantas ovejas como quieran. Con los mejores deseos del Departamento de Estado.
—Me temo que no es tan sencillo, señor secretario de Estado —repuso Narf-win-Getag. Se inclinó hacia delante y sacó una tableta de su maletín, y la colocó sobre la mesa de Heffer—. No puede ser una oveja cualquiera. Tiene que ser una oveja de una raza concreta, y especialmente rara. De hecho, es una raza que fue diseñada especialmente para el clan auf-Getag cuando llegó al poder: su característica física distintiva es el color de su lana.
Heffer extendió la mano y cogió la tableta. Era una imagen de una oveja, su lana era de color azul eléctrico.
—La raza se llama Sueño del Androide —dijo Narf-win-Getag.
—Un nombre extraño —comentó Heffer, devolviendo la tableta.
—Tiene algún tipo de significado literario —dijo Narf-win-Getag—, aunque no estoy seguro de cuál. Sea como sea, la patente de diseño de la raza fue cedida a perpetuidad a los auf-Getag por los diseñadores y el gobierno terrestre del momento. Naturalmente, el clan auf-Getag ha sido muy selectivo respecto a quienes pueden trabajar con la raza. Se permitieron muy pocos acuerdos de reproducción, y eran tan restrictivos que criar ovejas se convirtió en una especie de negocio ruinoso. Así que no hubo mucho interés para iniciarlo.
—Está diciendo que nadie más cría la oveja Sueño del Androide —repuso Heffer.
—Conocemos a un criador, el criador original —dijo Narf-win-Getag—. En la colonia de Brisbane. Aunque poseemos la patente del diseño, no pudieron vendernos sus ovejas directamente debido a las leyes coloniales de exportación. Planeábamos solicitar una exención durante las negociaciones.
—Podemos conceder esa exención ahora mismo.
—Me alegra oír eso. Pero hay otra complicación que debemos tener en cuenta. Antes de mi llegada aquí nos hemos enterado de que el virus que nos golpeó a nosotros también ha afectado al criador de Brisbane. Todas las ovejas Sueño del Androide están muertas o moribundas.
—Y sospechan que no se trata de una coincidencia —dijo Heffer.
—Desde luego que no lo es —respondió Narf-win-Getag—. Quien extendió el virus hasta Brisbane sabe lo que nosotros sabemos. Lo que esperamos es que no sepan lo que ustedes saben. A pesar de nuestro control de la raza, no dudamos de que, en algún momento, alguien superó nuestros límites a la reproducción de esas ovejas. De hecho, ahora mismo, eso es lo que esperamos.
—Entonces, ¿qué quiere que hagamos?
—Les proporcionaremos la información genética de la oveja Sueño del Androide. Nos gustaría que encontraran a un criador aquí, en la Tierra, que tenga una de las ovejas. Una de pura raza sería lo óptimo, por supuesto. Pero mientras haya cierta similitud genética, será aceptable. Y necesitamos que la encuentren esta misma semana. Y preferiríamos que lo hicieran en secreto.
Heffer se agitó incómodo en su asiento.
—Estoy a favor de lo del secreto, es el resto de esa petición lo que me preocupa. Da usted por hecho que tenemos el ADN de todas las ovejas del mundo en algún archivo del gobierno —dijo—. El gobierno tiene un montón de información, pero no creo que ni siquiera nosotros dispongamos de eso.
—Nosotros no lo tenemos, pero hay alguien que sí —intervino Javna.
Heffer y Narf-win-Getag se volvieron a mirarlo.
—Continúe, por favor —dijo Narf-win-Getag.
—Las compañías de seguros, señor embajador —explicó Javna—. Los granjeros y rancheros aseguran su ganado constantemente, por si a los animales los atropella un coche o les cae un rayo o pillan el ántrax o lo que sea. La mayoría de las aseguradoras exigen que los granjeros archiven el ADN de sus animales, para así poder confirmar que el animal pertenecía realmente al granjero.
—Vaya voto de confianza —comentó Heffer.
—Los seguros no tienen nada que ver con la confianza, señor —dijo Javna—. De todas formas, no todas las ovejas del mundo tendrán archivado su ADN, pero sí las suficientes para que tengamos algo con lo que trabajar.
—Si es que podemos conseguir que las aseguradoras nos entreguen sus archivos —dijo Heffer—. E incluso así, una semana no es mucho tiempo.
Narf-win-Getag se levantó y cogió su maletín. Heffer se puso en pie como respuesta.
—El tiempo es crítico, señor secretario. La coronación debe salir según lo previsto. Quería usted algo para mejorar nuestras relaciones y hacernos olvidar que su negociador se cargó las conversaciones. Aquí lo tiene. Enviaré a uno de mis ayudantes más tarde con información del ADN. Señor secretario, confío en que pueda ayudarnos a resolver esta crisis. Sería una desgracia, para nuestros dos pueblos, si no pudiera hacerlo.
Narf-win-Getag saludó a Heffer y Javna con un gesto de cabeza y se marchó.
—¿Cuántas ovejas crees que hay en este planeta?
—No tengo actualizados mis cálculos de la NUEDA, pero supongo que unos dos mil millones —dijo Javna—. Pero sólo hay que buscar las que estén aseguradas. Eso reducirá la investigación a varios cientos de millones. Pan comido.
—Me alegra que el espíritu del optimismo esté vivo.
—¿Cómo quiere usted hacer esto, señor secretario? —preguntó Javna.
—Querrás decir cómo quieres hacer esto tú, Ben —contestó Heffer—. Tengo que estar de vuelta en Suiza dentro de doce horas. Luego me marcho a Japón y a Tailandia. Ando un poco atareado para ponerme a contar ovejas. Tú, por otro lado, puedes quedarte en casa y nadie te echará de menos.
—Narf-win-Getag dijo que quería que esto se hiciera en secreto —recordó Javna—. Va a ser difícil.
—¿Cómo de difícil?
—Muy difícil. No imposible, sólo difícil. Tenemos que ser muy creativos al respecto. —Javna guardó silencio un momento—. ¿Cuánta manga ancha tengo para esto, señor?
—¿Estás de broma? Menos estrangular bebés, lo que tengas que hacer. ¿Por qué? ¿Qué estás pensando?
—Estoy pensando que la mejor forma de manejar este asunto para que no explote en forma de crisis es entregárselo a alguien que no sepa que es una crisis. Alguien lo bastante listo para trabajar en el problema pero que tenga un perfil tan bajo que pueda pasar por debajo del radar de todo el mundo. Y me refiero a todo el mundo. —Javna señaló los papeles interceptados que todavía estaban sobre la mesa de Heffer.
—¿Conoces a alguien así?
—Lo conozco. El tipo que tengo en mente podría hacer esto. Y me debe un favor. Le conseguí trabajo.
—¿Alguien que yo conozca?
—No, señor. Tiene un perfil muy bajo. «Ningún perfil» sería más adecuado, en realidad.
Heffer bufó.
—Creí que conocía a todas las jóvenes promesas de este departamento.
—No todo el mundo pretende ser secretario de Estado antes de cumplir los treinta, señor.
—Bien. Porque tengo sesenta y siete y me gusta mi trabajo, y quiero conservarlo un poco más. Así que ponte manos a la obra.
Heffer buscó en el cajón, sacó el tubo y se lo tendió a Javna por encima de la mesa.
—Mientras tu amigo y tú estáis contando ovejas, mira a ver si puedes descubrir de dónde demonios salió esto y quién lo fabricó. En secreto. Quien preparó esto nos puede decir unas cuantas cosas. Cosas que creo que necesitamos saber.
—Sí, señor. —Javna tomó el objeto y se lo guardó en el bolsillo.
Heffer extendió la mano, cogió los documentos de la mesa, y se acercó a la trituradora.
—Y hagas lo que hagas, que sea rápido. Entre los nidu y Pope, tengo la sensación de que oigo un tic tac en mi cabeza. No quiero que ninguno de ellos sepa más que nosotros. ¿Crees que tu amigo podrá adelantarse a ellos?
—Creo que sí, señor —contestó Javna.
—Bien —dijo Heffer, y empezó a alimentar la trituradora con los papeles.
∗ ∗ ∗
Era cerca de medianoche cuando Dave Phipps subió al tren de la línea azul en el Pentágono, con un ejemplar del Washington Times para hacerle compañía. Hizo trasbordo a la línea naranja, y siguió hasta su término en la parada de Vienna-Fairfax. Se bajó y se encontró solo en el andén, a excepción de un tipo de mediana edad que llevaba una ajada gorra de los Washington Senators y que estaba sentado en uno de los bancos.
—Eh, ¿puede prestarme el periódico? —preguntó el tipo—. Me espera un viaje largo hasta la ciudad.
—Lo haré si me dice por qué lleva esa gorra repugnante —contestó Phipps.
—Llámelo «afectación» —respondió el tipo.
—Sabe que los Senators no son buenos desde hace años —dijo Phipps.
—Los Senators no han sido buenos nunca —contestó el hombre—. Es parte de su atractivo. Son el segundo equipo más patético de la historia del béisbol y serían el primero de no ser por el hecho de que se apartan del negocio cada par de décadas y dan a los Cubs tiempo de reforzar su liderazgo. ¿Ahora me va a dar el maldito periódico o tendré que empujarle delante de un tren para quitárselo?
Phipps sonrió y le tendió el periódico.
—Estuve en las Fuerzas Especiales, Schroeder. Tú no has sido más que un blando burócrata universitario. No sería yo quien acabara debajo de las ruedas, amigo.
—Palabras, palabras y palabras —dijo Jean Schroeder—. Tal vez sea así, Phipps. Tal vez. Y sin embargo, mira cuál de nosotros dos ha tenido que arrastrar su triste culo hasta Virginia para darme un periódico. —Schroeder rebuscó entre las páginas—. ¿Dónde demonios has escondido la transcripción, por cierto?
—En la página de las tiras cómicas —contestó Phipps.
—Oh, muy bonito —dijo Schroeder, cambiando de sección.
—Es un asunto de ovejas —informó Phipps—. Al parecer, están buscando una raza concreta.
—Sueño del Androide —dijo Schroeder—. Lo sé. No es probable que la encuentren. Tengo entendido que la raza se ha extinguido.
—¿Tienes algo que ver con eso?
—Sólo sé muchas cosas —contestó Schroeder.
—La están buscando de todas formas —dijo Phipps.
—Eso he leído. O para ser exacto, leería si alguien cerrara la bocaza el tiempo suficiente para permitir que me concentre.
Phipps volvió a sonreír y guardó silencio. Schroeder leyó.
—Interesante —dijo al terminar—. Inútil, pero interesante. Con todo, no sería aconsejable subestimar a Heffer y Javna. Heffer consiguió que Webster fuera elegido, después de todo, y eso puso un obstáculo en nuestros planes. Y a Javna se le considera la mitad de su cerebro. ¿No sabéis quién es el tipo del que habla Javna?
—No —contestó Phipps—. Dijo que es alguien a quien dio trabajo, pero a estas alturas eso incluye a la mitad del Departamento de Estado.
—Tendrías que hacerlo vigilar. Discretamente —dijo Schroeder—. Y probablemente deberíais iniciar vuestra propia búsqueda de cualquier oveja que tenga el ADN de la Sueño del Androide. Por si acaso. Puedo conseguirte una muestra.
—Me sorprende lo poco que crees que sé de mi trabajo.
—Es sólo un consejo.
—Igual que le aconsejaste a Moeller que matara a ese representante comercial —acusó Phipps.
—Se suponía que no tenía que matarlo —dijo Schroeder—. Sólo cabrearlo lo suficiente para que las negociaciones se detuvieran.
—Bueno, se detuvieron. Y él también.
—Es una lástima —dijo Schroeder—. Tenía otros planes para él.
—Estás realmente apenado por Moeller, ¿no?
Schroeder se encogió de hombros.
—Era el proyecto de mi padre, no el mío. Fui amable con él porque era útil. Y hacía buenas barbacoas. Pope sigue sin conocer mi relación con Moeller y mi participación en este asunto, supongo.
Phipps señaló la transcripción.
—Eso deja bastante claro que no fue un accidente, ¿no? Conoce la historia de Moeller y que trabajaba para tu padre. Pero por ahora cree que Moeller iba por libre, y por motivos propios.
—Lo iba —dijo Schroeder—. Yo sólo le ayudé a llevarlo a cabo.
—Lo que tú digas. Resumiendo, no eres sospechoso. Y yo tampoco. De hecho, Pope sugirió que contactara contigo, ya que has sido útil con otras investigaciones extraoficiales antes. Resulta que esta vez tengo que estar aquí y todo. Podríamos necesitar tu ayuda.
—Me encanta cuando un plan encaja.
—Hablas como si hubieras planeado que saliera así —dijo Phipps.
—Oh, no —admitió Schroeder—. Estamos muy lejos de donde creía que estaríamos. Pero tal vez sea mejor así. Sólo esperábamos hacer fracasar las conversaciones y la coronación. Ahora podríamos conseguir una revolución.
—A menos que encuentren la oveja.
—No van a encontrarla —dijo Schroeder—. Tienen mil millones de ovejas que analizar en una semana. Y encontrarla antes que nosotros. Puede que consigan una cosa, pero no la otra. No importa lo bueno que sea el amigo de Javna, nadie es tan bueno.