Capítulo 15

Por una de esas coincidencias que serían ridículas si no fueran completamente ciertas, la cápsula de Creek y Robin fue lanzada de la Nuncajamás casi en el momento exacto de que expiraba el límite de tiempo para que el clan auf-Getag comenzara la ceremonia de coronación. Lo que siguió a continuación fue una pugna por el poder tan rápida, tan coreografiada en su equilibrio, gracia, y velocidad que los Medici, los Borgia, y todos sus equivalentes a través del tiempo y el espacio, de haberlo sabido, se habrían levantado de sus tumbas para reconocer con una ovación su genialidad.

En el momento de la expiración, más una infinitésima fracción de segundo, el sistema informático nidu desplegó la instrucción establecida cuando ningún heredero del clan en el trono asciende al poder a tiempo. El poder de acceso supremo, previamente en custodia para el presumible heredero auf-Getaf, quedó disuelto y las principales funciones de las administraciones políticas nidu fueron entregadas a los ministros y generales que componían el más alto nivel del gobierno nidu. Desde ese segundo hasta que un aspirante ocupara con éxito el trono, ningún nidu estaba a cargo él solo de todo el gobierno.

En ese momento, más dos minutos (por usar medidas de tiempo humanas), Ghad-auf-Getag, comandante supremo del ejército nidu y primo del antes presumible pero ahora tan sólo potencial heredero al trono, Hubu-auf-Getag, sintió cómo le abrían la garganta. Durante los dos minutos anteriores, Ghad-auf-Getag había tenido el único control administrativo del ejército nidu, sin supervisión del fehen nidu… puesto que no había ninguno. Ghad-auf-Getag no había empleado demasiado bien esos dos minutos: durante todo ese tiempo estuvo sentado en un cuarto de baño nidu, expulsando los restos del almuerzo del día anterior.

Esto lo hizo ser especialmente vulnerable a un ataque cuando sus dos guardaespaldas entraron en el cuarto de baño y desenvainaron sus cuchillos, cuchillos ceremoniales que Ghad-auf-Getag les había regalado a ambos un año antes como recuerdo de diez años nidu (más o menos quince años terrestres) de servicio leal y devoto. A ambos guardaespaldas les había prometido gobiernos regionales coloniales Narf-win-Getag, y los dos habían decidido que la oferta de Narf-win-Getag era mejor que un bonito cuchillo. Uno de esos cuchillos se clavó en la garganta de Ghad-auf-Getag. Un instante después, el segundo lo abrió desde la cintura hasta el pecho.

Los guardaespaldas de Ghad-auf-Getag fueron brutalmente eficaces para eliminar a su señor: a la hora-h más tres minutos y treinta segundos toda la actividad cerebral de Ghad-auf-Getag había cesado, disparando el implante que, como todos los altos cargos del gobierno, llevaba en su cuerpo para transmitir el hecho de su muerte a la red informática nidu.

Con la muerte de Ghad-auf-Getag, los poderes administrativos que controlaba fueron instantánea y automáticamente repartidos entre sus subordinados inmediatos, los jefes de Estado Mayor de las respectivas ramas de las fuerzas armadas nidu, a excepción de los destructores clase Glar, que Ghad-auf-Getag y el anterior fehen Wej-auf-Getag creían demasiado importantes para dejarlos al mando de un simple jefe de Estado Mayor. Ghad-auf-Getag se quedó para sí el control de los destructores clase Glar y los apartó de la cadena de mando. Y así, cuando se desplomó sobre las baldosas del cuarto de baño, desangrado, el control de los destructores Glar regresó directamente a sus comandantes individuales.

A seis de los cuales había podido comprar Narf-win-Getag.

A la hora-h más cinco minutos (y en un verdadero alarde de sincronización) el Lud-Cho-Getag y el Jubb-Gah-Getag, los dos destructores Glar que el Departamento de Defensa de las NUT había estado rastreando desde el principio, emergieron en el espacio terrestre con una aparición no autorizada ni prevista e inmediatamente prepararon sus armas. Los comandantes de Defensa de las NUT habían sido informados de la posibilidad de que los dos cruceros aparecieran y de la probabilidad de que no fueran para tomarse una amistosa tacita de té. Lo que no les dijeron que esperaran era que las dos naves aparecieran en el espacio terrestre con treinta segundos de diferencia una de otra, una muestra de coordinación que era una hazaña inaudita de planificación y distribución de energía de los motores de espacion, considerando que las dos naves habían venido de dos extremos completamente distintos del espacio conocido, y se sabía que habían entrado en el espacion casi exactamente al mismo tiempo. La aparición simultánea de ambas no les dio a los planificadores de la defensa de la Tierra tiempo para reaccionar.

A Bob Pope lo despertó de un sueño profundo su nuevo ayudante temporal, Thomas Gervis. Pope despertó a su vez al presidente Webster. Webster decidió no atacar a los destructores, en parte para no perder innecesariamente naves de las NUT, pero también porque hasta que oyera lo contrario, los nidu seguían siendo sus aliados. La llegada imprevista y no autorizada de los destructores no era suficiente para romper los tratados. Si las NUT reaccionaban atacando, serían la agresora y la ruptura de los tratados sería responsabilidad suya. No había otra cosa que hacer sino esperar.

Los comandantes de la Lud y la Jubb habían sido comprados años antes dándoles a elegir de qué colonia planetaria querían ser gobernadores. El capitán de la Lud eligió Hynn, una de las colonias más nuevas, rica en recursos naturales y según se decía el hogar de algunas de las hembras nidu más atractivas de toda la nación; una cancioncilla popular que expresaba esa creencia tenía un cierto parecido con el éxito terrestre California Girls. El capitán de la Jubb había perdido a dos queridos hermanos en los tumultos de Chagfun; eligió gobernar esa colonia y ya estaba planeando intrincadas fantasías de venganza contra toda su población.

Narf-win-Getag no había tenido ningún problema para convencer a Ghad-auf-Getag y Hubu-auf-Getag para que enviaran a la Lud y la Jubb al espacio terrestre; los dos ya habían sido convencidos por el aparente asesinato de Lars-win-Getag de que el gobierno de la Tierra estaba actuando contra sus propios intereses (y por tanto contra los de los nidu) y el posterior desarrollo de los acontecimientos sugería que habría que tratar ese tema lo antes posible después de la ceremonia de coronación. Lo más difícil fue convencer a los dos de lo que vendría a continuación.

A la hora-h más doce minutos, cuatro destructores Glar (con dos futuros gobernadores coloniales, un futuro comandante supremo de las fuerzas armadas nidu y un futuro capitán retirado muy, muy, rico entre ellos) aparecieron sobre el propio planeta Nidu, uniéndose a los dos destructores Glar que ya estaban estacionados en su órbita. Los cuatro llegaron con veinte segundos de diferencia unos de otros, una hazaña aún más impresionante que la llegada sincronizada a la Tierra, flanqueando cada dos de ellos a los dos cruceros Glar que ya estaban en órbita.

Esto fue un golpe maestro improvisado por Narf-win-Getag, y como muchos golpes maestros improvisados, estaba basado en años de historia. Narf-win-Getag sabía que dos de los capitanes de los Glar no podían ser comprados: eran sobrinos de Ghad-auf-Getag y primos de Hubu-auf-Getag. En vez de comprarlos a ellos, compró a quienes los rodeaban, no para que asesinaran a los primos sino para implicarlos en una profunda y sutil conspiración contra Hubu-auf-Getag que saldría a la luz en el momento que Narf-win-Getag eligiera.

En el momento adecuado (que casualmente resultó ser después de que las NUT iniciaran la búsqueda que daría con Robin Baker), una tercera parte, de confianza y aparentemente intachable (quien, en un agradable cambio para Narf-win-Getag no fue comprada sino chantajeada), intervendría y presentaría pruebas de que los primos pretendían impedir la coronación y usar sus destructores para forzar un golpe de Estado. Esta tercera parte sugeriría entonces llamar a los cuatro cruceros Glar restantes como medida preventiva.

La tercera parte: Chaa-auf-Getag, hermano de Ghad-auf-Getag, tío de Hubu-auf-Getag, y padre de los capitanes de los destructores Glar en cuestión. Quien realmente tendría que haber sabido que su tendencia a la xenosexualidad (el deseo de mantener relaciones sexuales con razas sentientes distintas a la tuya) algún día le pasaría factura en una cultura tan clasista e implícitamente tan racista como la nidu.

No importaba lo avergonzado que estuviera Chaa-auf-Getag de que se descubrieran sus costumbres de tirarse alienígenas, siempre trataría de impedir el asesinato de sus propios hijos. Y por eso, Narf-win-Getag nunca se molestó en explicarle lo que sucedería a la hora-h más quince minutos, cuando los cuatro destructores abrieran fuego contra los destructores capitaneados por sus hijos.

Los dos destructores, naturalmente, no estaban preparados para el ataque. Y sin embargo, sobrevivieron a la primera andanada, con serios daños pero por lo demás intactos, una demostración de la habilidad superior de sus constructores hamgp. Pero ni siquiera la tecnología avanzada hamgp podía resistir el impacto de un cascaplanetas nidu, y cada uno de los destructores fue alcanzado por una de esas bombas en la segunda oleada de ataque. Los destructores se desintegraron en la estela de una explosión diseñada para clavarse en la piel de un mundo vivo, dejando nada más que vapor metálico y un par de chorros explosivos que se expandían cónicamente, alejándose del planeta Nidu.

A Chaa-auf-Getag lo habría matado saber que había sido utilizado para condenar a sus hijos a la muerte. Y por eso fue buena cosa que a la hora-h más seis minutos, su criado personal durante casi dos décadas le pusiera delante del rostro excepcionalmente sorprendido una escopeta de gran calibre y apretara tan tranquilo el gatillo. Fue otro caso en que Narf-win-Getag no tuvo que hacer pagos ni promesas: el criado personal, un nidu de inclinaciones extremadamente conservadoras, lo vio como una oportunidad para expresar sus opiniones sobre la tendencia de Chaa-auf-Getag a meter su pene en lugares, personas y especies que no debía. Tras esto, el criado personal volvió luego el arma contra sí mismo: siendo tan conservadoras sus inclinaciones personales, era la única opción que tenía un criado desleal.

A la hora-h más veinte minutos, Hubu-auf-Getag recibió un mensaje grabado de Narf-win-Getag, esbozando brevemente los acontecimientos de los últimos minutos e informando al antiguo futuro líder de los nidu que ya tenía a Robin Baker, o la tendría pronto, y cuando llegara con ella a Nidu dentro de dos días, sería Narf-win-Getag no Hubu-auf-Getag quien la utilizaría para ascender al trono. Y si a Hubu-auf-Getag no le gustaba, era libre para comerse una bomba cascaplanetas de uno de los cuatro cruceros Glar que flotaban sobre Nidu, todos los cuales (además de los dos que orbitaban la Tierra) estaban a las órdenes de Narf-win-Getag.

En otra de esas coincidencias, en el mismo momento en que el mensaje de Narf-win-Getag a Hubu-auf-Getag terminaba de reproducirse, dejando a Hubu-auf-Getag cavilando sobre cómo podía haber sucedido todo aquello, la cápsula de salvamento que transportaba a Creek y Robin rozaba la superficie de Chagfun, deteniéndose a menos de un kilómetro del centro de comunicación de la llanura Pajmhi.

Y fue así como, en veinte minutos, Narf-win-Getag se encontró al mando efectivo de dos planetas. Fue casi con toda certeza el golpe de Estado doble más rápido de toda la historia de la Confederación Común, cosa que, incluso en esa oscura categoría histórica denominada «golpe de Estado doble», fue una hazaña. Todo lo que quedaba ahora era hacerlo oficial. Todo lo que quedaba era coger a Robin Baker y llevarla a Nidu.

∗ ∗ ∗

Robin Baker contempló la dura, negra y rocosa extensión en la que Creek y ella se encontraban.

—Así que es aquí donde combatiste —dijo.

—Aquí es —respondió Creek. Dio un respingo al sacarse otro pequeño fragmento de comunicador de la pierna, y luego frotó la herida con el desinfectante del botiquín de la cápsula de salvamento, que había encontrado, junto con una cantimplora de agua y raciones de emergencia, bajo el suelo de la cápsula.

—Pero no tenía este aspecto —dijo Robin.

Creek miró en derredor.

—No —respondió—. Era mucho más bonito. Bueno, todo lo «bonito» que puede ser un campo de batalla. Cuando estuve aquí, no tuve mucho tiempo para contemplar el paisaje.

—Supongo que no.

—Pero aún así —continuó Creek, mientras se vendaba la pierna—, una vez durante los dos días que estuve aquí todo se paró: los rifles dejaron de disparar, la gente dejó de moverse, y todo lo demás se quedó en silencio, como si todo el mundo hubiera dejado de respirar o algo así. Y en ese momento pudimos mirar alrededor y ver qué lugar tan hermoso era la llanura, cuando no estaba llena de gente muriendo y matando. Deseé haber podido verla cuando estaba en paz.

—Está en paz ahora.

—Si llamas «paz» a estar enterrado bajo un río de lava —dijo Creek. Se levantó y dio unos cuantos pasos.

—¿Cómo te sientes?

—Como si todavía tuviera dentro un par de esquirlas.

—Ayyy.

—Mejor fragmentos de plástico en la pierna que una bala —dijo Creek—. Acabarán por salir. De cualquier forma, ahora que mi comunicador está roto, vamos a tener que ir andando hasta ese centro de comunicaciones del que hablaba Leff.

Robin señaló una alta torre de comunicación situada más o menos a un kilómetro de distancia.

—Supongo que será aquello.

—Eso espero. ¿Preparada para andar?

—Me gusta cómo me haces estas preguntas, como si me dieras la opción —dijo Robin—. Llevas haciéndolo desde que nos conocimos. Sólo quiero que sepas que no me hace sentir que decido yo.

Creek sonrió.

—No quiero parecer un mandón —dijo.

—Es demasiado tarde para eso. Vamos. Estoy segura de que este lugar era un sitio muy bonito para visitar, pero ahora mismo todo lo que quiero es salir de estas rocas y subir a esa enorme y bonita nave de ahí arriba.

Señaló en dirección al centro de comunicaciones. Creek recogió el rifle nidu, se guardó el dedo en el bolsillo, cogió la cantimplora de agua, y siguió a Robin.

El centro de comunicaciones terminaba en una pequeña sala de control situada en un anfiteatro natural, aunque irregular, creado por el río de lava. Era el lugar donde estaba previsto celebrar el homenaje. Como todas las zonas de la antigua llanura, el anfiteatro era de sombría roca negra sin ningún signo de vida animal ni vegetación. Era como si la vida, humillada por el cascaplanetas y el subsiguiente río de lava, hubiera rechazado la llanura de Pajmhi desde entonces. Creek no le reprochaba la decisión.

—Harry —dijo Robin, y señaló algo a un lado de la sala de control. Creek miró y vio lo que le pareció durante un momento un montón de basura, hasta que se convirtió en un nidu muerto: probablemente el ingeniero de comunicaciones, que había venido a este sitio a preparar la llegada de los pasajeros de la Nuncajamás.

Creek se volvió hacia Robin.

—Regresa a la cápsula. Espera hasta que vaya a por ti.

—Harry… —dijo Robin, mirando más allá de su hombro. Creek giró sobre sus talones y vio algo del tamaño de un oso que avanzaba hacia él. Había salido por la puerta del centro de comunicaciones. Creek alzó su rifle nidu, apuntó y le disparó a la criatura.

Y olvidó que todavía tenía el dedo nidu en el bolsillo del pantalón.

—Oh, mierda —dijo, y se dio media vuelta. La criatura lo agarró, impulsó su enorme brazo hacia atrás y lo golpeó en la sien. Creek pudo oír a Robin gritar durante un breve segundo antes de que las luces se apagaran por completo.

∗ ∗ ∗

Creek sintió el golpe del agua en la cara, y por dentro de la nariz. Recuperó la consciencia tosiendo y se levantó del suelo donde estaba tendido.

—Hola, Creek —le dijo una voz de hombre—. ¿Te ha sentado bien la siesta?

Creek alzó la mirada y vio a Rod Acuña ante él, apoyado en el mostrador del terminal transmisor, dentro del centro de comunicaciones. Empuñaba una pistola como si tal cosa, y apuntaba con ella a Creek. Tras él y a un lado, Creek vio a Robin, firmemente sujeta por lo que reconoció ahora como un nagch.

—Hola, Acuña —respondió Creek—. De todas las personas que esperaba, tú no eres una de ellas.

—Sabes quién soy —dijo Acuña—. Vaya, qué bien. Me alegra haber podido sorprenderte. Las sorpresas son divertidas. Y sabes, creo que deberías tomar mi presencia como un cumplido.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso?

—Demuestra mi fe en ti, Creek. Después de que recibiera esa foto tuya en el boletín de mi regimiento y la transmitiera, todos estuvieron convencidos de que podrían atraparte a ti y a la pequeña corderilla en ese crucero. Pero yo sabía que no. Sabía que escaparías de ellos. Y sabes por qué, ¿verdad?

—Porque escapé de ti.

—Bien pensado. Exactamente. Te me escapaste. Así que me dije, si yo fuera Harry Creek y quisiera impedir ser capturado en un crucero en el espacio, ¿adónde iría? Y aquí estamos. Casi tuve que cargarme a alguien para obligarles a traerme hasta aquí, pero ahora creo que se alegrarán de que haya hecho el esfuerzo.

—Viniste con los nidu —dijo Creek.

—Así es. Y voy a marcharme con ellos. Y lo mismo hará Takk —señaló con la mano libre al nagch—, y también tu amiga. Tú te quedarás.

—¿No hay sitio para mí en la lanzadera?

—Hay sitio. No vas a venir porque tú y yo vamos a zanjar nuestras cuentas pendientes ahora. Me rompiste el brazo y la nariz en nuestro último encuentro, si lo recuerdas. Mi sesión de Curarrápida le costó a alguien un montón de dinero.

—Vaya, lo siento.

—No te preocupes —contestó Acuña, y le disparó a Creek en el brazo izquierdo, entre la muñeca y el codo, lo que le fracturó el cúbito y el radio. Creek se desplomó, retorciéndose de dolor y manchando de sangre el suelo de hormigón. Robin volvió a gritar y empezó a suplicar ayuda.

Acuña vio a Creek sufrir durante un rato y luego se apartó del mostrador y se acercó a él.

—Eso resuelve lo del brazo —dijo, y le dio una patada en la cara, haciendo que un borbotón de sangre fluyera por su nariz—. Y eso debería zanjar la nariz rota. —Se apartó y alzó la pistola—. Y esto son los intereses. Adiós, Creek.

∗ ∗ ∗

Takk estaba sólo medianamente interesado en la conversación entre Acuña y Creek. Lo que más le interesaba (de hecho, lo absorbía casi por completo) era Robin.

Acuña se había encargado de ella mientras Takk llevaba a Creek al centro de comunicaciones. Una vez dentro, sin embargo, se los intercambiaron.

—Intenta no perderla —le había dicho Acuña, empujando hacia él a la muchacha, que lo miraba con ojos espantados.

Takk le colocó amablemente su enorme zarpa sobre el hombro.

—No te preocupes —le dijo—. No voy a hacerte daño.

—Acabas de dejar inconsciente a mi amigo de un puñetazo —respondió Robin—. Perdóname si no me relajo.

Allí estaba. Tal como lo había profetizado Dwellin:

El Cordero vendrá a la casa de los extraños

con un viaje de muchos kilómetros a la espalda.

Será bienvenido por los que habitan dentro, pero seguirá lleno de temores.

Takk había estado leyendo las profecías sin parar desde que Archie McClellan se las regaló antes de que se lo comiera: sería justo decir que había memorizado la mayoría a esas alturas (los nagch tenían una excelente memoria para la palabra escrita). Takk se sentía fascinado por ellas. No tenía tendencia al misticismo, pues prefería el sentido del orden y el consuelo que podía proporcionar la religión ritual (después de leer el prefacio de las profecías, se habría considerado más irónico que empático, si fuera miembro de esa Iglesia). Sin embargo, había algo atractivo en la idea de que esas profecías no sólo pudieran cumplirse, sino que fueran a hacerlo a través de las decisiones conscientes de los miembros de esa Iglesia para que así fuera. Era una interesante yuxtaposición de destino y libre albedrío que permitía que ambas cosas existieran… o más bien que fueran de la mano saltando alegremente por el campo.

Naturalmente, Takk veía que la profecía en la que estaba pensando no era del todo exacta. Aquella estación de comunicaciones podía ser considerada una «casa» en el sentido más amplio y liberal del término, el que reconocía que cualquier estructura podía ser teóricamente una casa para alguien. Y sin embargo, otros elementos encajaban muy bien. ¿No había viajado el Cordero muchos kilómetros? Ciertamente: años luz, de hecho, una distancia que dejaba en pañales al término «kilómetro». ¿No le acababa de decir Takk a ella que no se preocupase? (Y lo había hecho sin el acicate de la profecía, pues sólo había pensado conscientemente en la profecía después.) ¿Y no estaba ella, razonablemente, según pensaba Takk, llena de temores?

Takk se devanó los sesos buscando otras profecías que encajaran con la situación, pero no encontró nada. No había nada en las profecías que mencionara que alguien como Acuña fuera a enfrentarse a alguien como Creek. Eso tampoco sorprendió por completo a Takk. No hay una profecía para todo en el Universo, aunque uno esté dispuesto a deconstruir las escrituras hasta su nivel más general y simbólico. Dwellin, comprensiblemente, se concentró en los elementos que rodeaban al Cordero Evolucionado y sus vicisitudes: naturalmente, se saltó partes aquí y allá. Por lo que Takk comprendía del trasfondo de las profecías y de Dwellin, al final casi sólo escribía incoherencias por todo el alcohol y los medicamentos consumidos. Le habría resultado difícil desarrollar y sostener más de una narrativa profética.

Acuña le disparó a Creek en el brazo. Éste que se había estado apoyando en él, cayó al suelo, sangrando y gimiendo. Robin chilló.

—Oh, Dios, oh, Dios —dijo—. Oh, Dios, Harry. Ayúdanos, por favor, ayúdanos.

Empezó a repetir la frase, con variantes, durante los siguientes segundos.

Y fue entonces cuando Takk reconoció una situación similar en otra profecía; o, si no una situación exacta, una donde al menos podía aplicarse una de las estrofas de Dwellin: ¡Escuchad! El Cordero no está solo con aquellos que se ven a sí mismos en su interior.

El que ayuda al Cordero se ayuda a sí mismo.

El que salva al Cordero se salva a sí mismo.

Dwellin escribió esta estrofa en la época en que Andrea Hayter-Ross sopesaba retirarle la penosa pensión que le proporcionaba, sólo para ver qué hacía. Dwellin escribió estos versos, entre otros, que apuntaban vagamente que era bueno servir al Cordero (en el último minuto antes de enviarlos a Hayter-Ross, borró uno de los más desesperados, donde pedía claramente dinero), y poco después fue arrestado en un supermercado por robar una chocolatina Clark. Hayter-Ross pagó la fianza, y en uno de esos raros momentos en que se sentía mal por hacer que Dwellin tuviera que saltar obstáculos absurdos, le aumentó la paga y lo llevó a cenar a un smorgasbord.

Takk no sabía nada de esa historia, ni le habría importado de haberlo sabido. Lo que le importaba era que el Cordero pedía ayuda, y que al pedirla, había invitado a Takk a ayudarse a sí mismo también.

La verdad fuera dicha, Takk se estaba cansando del ftruu. Al principio fue abrumador y emocionante e incluso un poco gratificante, una bonita aventura y una forma interesante de ver el Universo. Pero a lo largo de los últimos meses y sobre todo de los últimos días, lo que Takk sentía sobre todo era cansancio. Estaba cansado de vivir con criminales, que no eran especialmente reconfortantes en ningún sentido, cansado de sentir la obligación de probar cosas prohibidas, cansado de conocer a gente nueva sólo en circunstancias donde las golpeaba o se las comía.

En otras palabras, Takk estaba preparado para una epifanía religiosa, y mientras veía cómo Acuña estampaba su bota en la cara de Creek, una le golpeó con la intensidad de un rayo. Su período de ftruu había terminado, súbita e irrevocablemente, gracias a Dios. Era hora de tomar la decisión de volver a las filas de la moral, y de aquéllos que estaban enzarzados en el proceso de mejorar el Universo, no de destruirlo como forma de conseguir lo que querían: gente como el embajador nidu o el humano Jean Schroeder o incluso Rod Acuña, que no querían gran cosa, excepto enfadarse y que les pagaran por ello.

Acuña alzó de nuevo el arma para apuntar a Creek a la cabeza. Robin se volvió hacia el pecho de Takk para no ver la escena, todavía susurrando en busca de ayuda. Con una zarpa enorme, Takk la apartó rápida pero amablemente, dio un paso al frente, abrió su interior, y lanzó sus tentáculos intestinales contra Acuña. Uno se engarfió en el brazo de Acuña justo cuando disparaba su arma, torciendo el cañón a la derecha y haciendo que la bala rebotara en el suelo de hormigón y diera en una pared. La pistola voló de la mano del sorprendido Acuña. Otros tentáculos se engancharon y envolvieron las piernas, la cintura y el cuello del hombre. En menos de un segundo, quedó sujeto en la tenaza constrictiva de Takk.

Acuña, sin embargo, consiguió doblar el cuello para mirar al nagch. Los garfios de los tentáculos de Takk le desgarraron la carne cuando lo hizo.

—¿Qué carajo estás haciendo? —consiguió croar.

—Estoy sirviendo al Cordero —respondió Takk, y con un poderoso tirón engulló a Acuña.

∗ ∗ ∗

—Santo Dios —le dijo Brian a Creek, que estaba sentado ante el terminal del centro de comunicaciones—. ¿Qué demonios te ha pasado? Tienes peor pinta que de costumbre.

—Saltémonos los piropos —contestó Creek—. Dime qué está pasando.

Brian así lo hizo, y puso al día a Creek con historias de pleitos, usurpaciones, planes eclesiásticos y ordenadores inteligentes librando la batalla de Pajmhi una y otra y otra vez. Y luego le contó a Creek lo que había aprendido de Andrea Hayter-Ross. Creek suspiró y se llevó la mano (derecha) a la cabeza.

—Pareces cansado —dijo Brian.

—Me siento como si me hubieran disparado en el brazo y me hubieran dado una patada en la cara.

—Eso también. Quiero decir, además.

—Estoy cansado. Quiero que todo esto se termine de una vez.

—No va a acabar todavía —dijo Brian, lo más amablemente que pudo—. Lo sabes.

—Lo sé. Pero ¿sabes lo que te digo, Brian? La próxima vez que tu hermano venga a pedirme que le haga una búsqueda por ordenador, voy a dejarlo sin sentido de un puñetazo. ¿Dónde está, por cierto?

—Va camino de Nidu con el secretario de Estado para la coronación, sea quien sea que vaya a ser coronado, cuando sea que vaya a suceder. ¿Dónde está Robin?

—Está fuera, hablando con un nuevo amigo suyo. ¿O debería decir un nuevo seguidor? —Creek esbozó los acontecimientos de los últimos minutos.

—Contigo nunca hay un momento aburrido —dijo Brian.

—A pesar de mis preferencias por lo contrario.

—¿Estás seguro de que está a salvo con esa criatura?

—Podría haber dejado que Acuña me matara y se la llevase. Si quisiera hacerle algo malo, ése habría sido el momento. También le he dado a Robin la pistola de Acuña. ¿Cómo está la Nuncajamás?

—A salvo —respondió Brian—. Todo lo a salvo que se puede esperar, al menos. El Columbia Británica impide que los nidu ataquen. Y los nidu impiden que el Columbia Británica envíe una lanzadera a recogeros. Allá arriba todo el mundo ha quitado el seguro del gatillo, pero mantienen las pistolas en las cananas. Creo que están esperando a saber de vosotros.

Creek suspiró.

—Sí. Voy a hablar con Robin ahora. Le va a gustar todo esto aún menos que a mí.

—Es lo único que funcionará —dijo Brian—. Y funcionará. Haremos que funcione.

Creek sonrió.

—Más nos vale. No te vayas a ninguna parte, Brian. Vuelvo ahora mismo.

—Estaré aquí.

Creek se levantó con cuidado, para no darse ningún golpe en el brazo lastimado, que llevaba ahora en cabestrillo. A petición de Robin, Takk había ido hasta la cápsula de salvamento para traer el botiquín de primeros auxilios. Creek salió y vio a Robin y Takk charlando. Al ver que se acercaba, Robin se volvió hacia Creek y sonrió.

—Dime que todo va bien —dijo.

—Todo va bien —respondió Creek, y se volvió hacia Takk—. ¿Quieres disculparnos un momento, Takk? Tengo que hablar con Robin un segundo.

Takk extendió la mano y tocó a Robin en el hombro.

—Seguiremos hablando más tarde.

Robin le apretó la zarpa.

—Me gustaría mucho —dijo. Takk se marchó.

—Está bien eso de tener un club de fans —comentó Creek.

—Desde luego. Aunque todo este asunto del «Cordero Evolucionado» me pone nerviosa. Takk parece muy amable… todo lo amable que puedes ser comiéndote a la gente, quiero decir. Pero espero que no vaya a inquietarse demasiado cuando descubra que no soy ningún tipo de criatura mística.

—No olvides esas palabras. Porque han pasado un par de cosas interesantes.

—¿Sí? No pueden ser más raras que oír que se supone que eres objeto de adoración.

—Robin —dijo Creek—. ¿Confías en mí? Quiero decir confiar de verdad. Confiar en mí en el sentido de que si te pido algo, estarías dispuesta a hacerlo, aunque te parezca una absoluta locura.

Robin se quedó mirándolo un momento, y luego se echó a reír.

—Oh, Dios, Harry —dijo por fin—. Desde que te conozco, ¿qué has hecho que no sea una locura? ¿Te das cuenta de lo ridícula que es tu pregunta a estas alturas?

—Entonces es un «sí».

—Es un «sí». Te confío mi vida, Harry. De momento ha funcionado. Así que golpéame con lo que tengas.

—Bueno, empecemos por lo más grande —dijo Creek—. Eres una nación en ti misma.

Robin reflexionó un momento.

—Espero por tu bien que eso no sea un comentario sobre el tamaño de mi culo —dijo.

∗ ∗ ∗

La lanzadera aterrizó dentro del anfiteatro natural y de ella bajaron Narf-win-Getag y Jean Schroeder, cuya relación con los nidu conocían Robin y Creek gracias a Takk. Los dos se les acercaban cuando Takk dio un paso adelante.

—Ya es suficiente —dijo.

—Atrás —ordenó Schroeder—. Recuerda que trabajas para mí.

Takk avanzó hacia Schroeder.

—Ya no trabajo para ti, hombrecito.

—Takk —dijo Robin. Takk se apartó—. Gracias.

—¿Vamos a jugar a intimidarnos todo el día? —preguntó Narf-win-Getag—. ¿O vamos a ir al grano? Hay muy poco tiempo, y estoy muy ocupado.

—Sí, somos bien conscientes de lo ocupado que ha estado —dijo Creek—. Teniendo en cuenta que nos hemos pasado buena parte del día evitando algunos de sus asuntos.

—Y bien que lo han hecho, debo decir —respondió Narf-win-Getag—. Hace usted honor a su reputación, señor Creek.

—Es primer ministro Creek para usted, embajador.

—¿Ah, sí? —dijo Narf-win-Getag, divertido—. Vaya, qué interesante. Una nación entera aquí delante. Los dos.

—Los tres —dijo Takk.

—Pero claro. Es verdad. Y supongo que tú eres el ministro de Defensa.

—Es gracioso que se burle de nosotros —repuso Robin—. Considerando que, por lo que he oído, es usted el motivo de que exista nuestra pequeña nación.

—Tiene usted razón, señorita Baker. ¿O es reina Robin? En modo alguno quisiera violar el protocolo dirigiéndome a usted incorrectamente.

—Señorita Baker está bien —dijo Robin.

—Bien, señorita Baker, si sabe que es usted su propia nación, entonces tal vez sepa también que mi nación está en guerra con la suya —replicó Narf-win-Getag—. Considerando que superamos a su nación por tres mil millones a uno, no es una buena noticia para usted.

—Creí que no íbamos a jugar a intimidarnos, embajador —intervino Creek.

—Mis disculpas. Por favor, continúe.

—Voy a ponérselo fácil —dijo Creek—. Usted quiere la corona de Nidu. Aquí su sicario —Creek señaló a Jean Schroeder— quiere la Tierra. Necesita a Robin para que eso suceda.

—Eso no es cierto del todo. Puedo conseguirlo sin su ayuda. Sólo será… más sangriento.

—Y no tendrá ninguna garantía. Mientras que con ella su ascensión no tendrá rival ni oposición.

—Sí —dijo Narf-win-Getag.

—Se dará cuenta de que es imposible que pueda llevársela por la fuerza.

—Preferiría decir que a estas alturas es poco práctico hacerlo.

—Diga lo que diga, los hechos están claros —dijo Creek—. Así que hagamos un trato. Nosotros, los tres, estamos dispuestos a acompañarlo a Nidu en su nave. Cuando lleguemos a Nidu, Robin participará en la ceremonia de coronación. Pero hay cuatro condiciones.

—Veamos cuáles.

—Primera condición: ponga fin a la guerra con Robin.

—Todavía no soy fehen.

—Pero controla los destructores Glar —recordó Creek—. Lo que quiere decir que controla a las fuerzas armadas nidu. Tiene el poder de llamar a los perros.

—Así es. Ha hecho usted sus deberes, ministro Creek —dijo Narf-win-Getag.

—Soy diplomático de profesión, embajador. Sé hacer mi trabajo. ¿Está de acuerdo con la primera condición?

—Lo estoy. Lo formalizaré cuando sea fehen.

—Segunda condición: su cañonera se retira y la Nuncajamás puede partir de Chagfun sin más incidentes.

—No antes de que ustedes dos estén a bordo de mi nave, y hayamos saltado al espacion —dijo Narf-win-Getag—. No quiero correr el riesgo de que ustedes dos… ustedes tres, discúlpenme —se excusó—, se sacrifiquen noblemente por las NUT.

—Dispondremos que su nave y la Nuncajamás hagan el salto al espacion simultáneamente. ¿Aceptará eso?

—Sí —acordó Narf-win-Getag—. Su tercera condición, ministro Creek.

—Que Robin sobreviva a la ceremonia de coronación. La oveja empleada en la ceremonia se ha sacrificado siempre. Esta vez no será así.

—Tal como entiendo la ceremonia, requiere la sangre de la oveja y un escáner cerebral. Ambas cosas pueden hacerse sin matar a la señorita Baker. De acuerdo.

—Gracias —dijo Creek. Robin se relajó visiblemente.

—Dijo usted que tenía cuatro condiciones —recordó Narf-win-Getag.

—Cuarta condición. —Creek señaló a Jean Schroeder—. Ese hombre no se lleva la Tierra.

—¿Qué? —exclamó Jean Schroeder.

—Es un traidor a su propia nación —continuó Creek—. También conspiró para asesinar al jefe de una nación cuya soberanía es reconocida por la Confederación Común. Además, intentó matarme a mí. Así que es personal. Se trata de él o de nosotros. No es negociable.

Jean Schroeder se echó a reír.

—Váyase al diablo, Creek.

—De acuerdo —dijo Narf-win-Getag.

—¿Qué? ¡¿Qué?! —exclamó Jean Schroeder, y se volvió hacia Narf-win-Getag—. No, no, no. No puedes dejarme tirado, Narf. Hice posible que esto sucediera. Mi padre lo hizo posible. Tú y tu maldito clan no lo habríais logrado sin nosotros. Ni se te ocurra pensar que puedes hacerme a un lado. Tú te quedas con Nidu. Yo me quedo con la Tierra. Ése ha sido siempre el trato. Eso sí que es innegociable. No los necesitas a ellos para conseguir el trono. Pero a mí sí que me necesitas.

—Te necesitaba —le dijo Narf-win-Getag a Schroeder—. Me temo que el tiempo verbal tiene aquí una importancia crítica, Jean.

—Narf —dijo Jean Schroeder, y lo que fuera a decir a continuación se perdió cuando Narf-win-Getag le dio un fuerte revés en la mandíbula. Schroeder retrocedió tambaleándose, anonadado. Narf-win-Getag volvió a golpearlo y lo hizo caer contra la negra roca del anfiteatro. Schroeder intentó ponerse en pie, pero el nidu, más grande y musculoso, se le echó encima, lo sujetó contra el suelo y apretó sus manos contra su cuello. Schroeder se atragantó y borboteó, siseó y murió.

Narf-win-Getag se alzó, se sacudió el polvo, y se alisó la ropa.

—Confío en que esto le dará suficiente seguridad —le dijo a Creek.

—Ha sido un poco más de lo que esperaba.

—¿Sí? —dijo Narf-win-Getag, y entonces le tocó a él el turno de reír, al estilo nidu—. De verdad, ministro Creek. Después de todo lo que ha pasado, y después de todo lo que le ha sucedido a usted, ¿de verdad esperaba algo menos de mí?