Capítulo 13

—Hora de levantarse —le dijo alguien a Brian, y despertó sin más.

Se levantó de la hamaca en la que estaba durmiendo al sol y miró a su alrededor. Por lo que vio a su alrededor, se encontraba en un jardín estilo inglés cuajado de flores. En el centro estaba sentada una joven rubia ante una mesa, con un servicio de té delante. Estaba sirviendo una taza. Parecían las últimas horas de la tarde.

—Esto no es real —dijo Brian.

—Es tan real como puede serlo —respondió la joven dama—. Al menos, es todo lo que real que puede serlo para gente como tú y como yo. Ven a tomar un poco de té, Brian.

—Sabes quién soy —dijo Brian, acercándose a la mesa.

—Lo sé todo sobre ti —contestó la mujer, y deslizó la taza de té que acababa de llenar hacia Brian. Le indicó que se sentara a la mesa—. Sé quién eres, pero igual de importante, sé lo que eres. Ambas cosas son interesantes a su modo.

—¿Dónde estoy? —preguntó Brian, sentándose.

—Estás en mi jardín. Si estuvieras realmente interesado te diría a cuál de los acólitos de la iglesia pertenecía, pero esto es intrascendente. Basta decir que estás en mi jardín, y que eres mi invitado. Bébete tu té.

Brian cogió su taza.

—¿Y tú eres…?

—¿No es obvio? —dijo ella—. Soy Andrea Hayter-Ross, la matriarca, como si dijéramos, de la Iglesia del Cordero Evolucionado.

—Eso no es posible —contestó Brian—. Estás muerta.

—Bueno, también lo estás tú, Brian —dijo Hayter-Ross—. No estoy más muerta que tú. Ni más viva, tampoco.

—Quiero decir que llevas muerta mucho tiempo. La tecnología para hacer lo que se me hizo a mí no existía cuando falleciste.

—Desde luego que no —respondió Hayter-Ross—. Tú conseguiste colarte en un laboratorio y registrar tu cerebro en cuestión de minutos. El proceso que me convirtió en el proverbial fantasma de la máquina requirió diecisiete meses y tres mil millones de dólares. Diecisiete meses bastante dolorosos, he de decir. Al final, mató mi cuerpo.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —preguntó Brian.

—Me estaba muriendo de todas formas, querido muchacho —dijo Hayter-Ross—. Tenía ciento dos años cuando empezamos. No me quedaba mucho tiempo. Tenía el dinero y los expertos, y nada que perder en el intento, excepto una pequeña porción de la fortuna Hayter-Ross, que en todo caso era mía para poder gastarla a mi antojo. Y aquí estamos. Aquí estás tú. Aquí estamos los dos, disfrutando de un magnífico té.

Bebió de su taza. Brian la imitó, y entonces fue consciente de que Hayter-Ross lo miraba.

—¿Qué ocurre?

—¿Sabes que en todo este tiempo eres la primera inteligencia artificial que conozco? Nadie más parece haber descubierto cómo crearlas.

—Los miembros de tu iglesia podrían haber hecho más —dijo Brian—. Te crearon a ti, después de todo.

—Oh, no saben que existo. En cuanto encendieron el interruptor y me di cuenta de que habían tenido éxito, también me di cuenta de que sería más interesante que creyeran que había fracasado. Si sabes algo sobre mí, sabrás que me gusta observar la condición humana. Si alguien sabe que está siendo observado, cambia su modo de actuar. Cuando estaba viva, me fascinaba la iglesia que surgió en torno a los ridículos poemas del pobre Robbie. Pero, naturalmente, no podía seguir sus idas y venidas sin influirlos directamente. De este modo es mucho más útil.

—Entonces llevas sola todo este tiempo.

—Sí —dijo Hayter-Ross—. Aunque no es tan malo como pareces creer. No somos humanos, ¿sabes? Esto —indicó su cuerpo— es sólo una metáfora cómoda. No estamos atados a nuestros cuerpos, ni estamos obligados a percibir el tiempo como lo hacen los humanos. Si sabes lo que haces, los años pasan volando.

Se desperezó, y Brian se dio cuenta de que bajo su vestido veraniego Hayter-Ross estaba completamente desnuda.

—Naturalmente, hay algunos aspectos atractivos de esta metáfora concreta —dijo—. Dicho lo cual, ¿te apetece echar un polvo?

—¿Cómo?

—Un polvo. Hace tiempo que no lo hago. Me vendría bien. Creo juguetes, claro, pero eso es sólo masturbación, ¿no? Como antiguo ser humano tú mismo, sin duda, puedes apreciar el valor de que te eche un polvo alguien que tiene un cerebro que funciona.

—¿Puedo posponer mi decisión? —dijo Brian—. Ahora mismo ando un poco mal de tiempo.

—Otra vez con el tiempo. Se nota que eres nuevo en esto de ser una inteligencia artificial. Bien. Lo dejaremos para luego. Dime por qué tienes prisa.

—Unos amigos corren peligro.

—Harry Creek y Robin Baker —dijo Hayter-Ross, mientras echaba mano a una pastita—. Y por supuesto tienes razón. Corren peligro. Mi iglesia está conectada con el sistema informático nidu, como estoy segura que has adivinado. El embajador nidu en la Tierra ha informado a su gobierno de que van a bordo del crucero Nuncajamás. En cuanto el crucero entre en el espacio nidu en Chagfun, será abordado por tropas nidu y Robin Baker será apresada y llevada al planeta Nidu. Después de que la utilicen para la ceremonia de coronación, es probable que haya guerra entre Nidu y la Tierra, o eso parecen creer todos los implicados.

Hayter-Ross mordió su pasta con precisión.

—¿Sabes algo que pueda evitar eso? —preguntó Brian.

—Podría.

—Cuéntamelo. Tengo que avisar a Harry.

—No puedes avisar a Harry —dijo Hayter-Ross—. Te he estado examinando durante un par de días, Brian, y acabo de reensamblarte. Ahora mismo, la Nuncajamás está a punto de saltar del planeta Brjnn a Chagfun. No se puede contactar con una nave en espacion. Y cuando la Nuncajamás llegue, lo más probable es que sus comunicaciones sean interceptadas por los nidu. Los analistas de mi iglesia creen que cuando se lleven a Robin Baker, los nidu destruirán casi con toda certeza la Nuncajamás y dirán que no llegó nunca a su destino. ¿Y quién podría discutir lo contrario? Robin y Harry viajan con nombre falso, después de todo. La presencia de Robin en la coronación no demostrará nada. No es probable que sobreviva mucho después de la ceremonia, de todas formas.

Hayter-Ross dio otro bocadito a su pasta.

—¿Y qué pasará con Harry? —preguntó Brian.

—Si los nidu no lo matan por haber intentado defender a la señorita Baker, imagino que morirá con a bordo de la Nuncajamás.

Brian se apartó de la mesa.

—Déjame salir de aquí.

Hayter-Ross lo miró con una sonrisa divertida.

—¿Y por qué habría de hacer eso?

—Tengo que hacer algo —repuso Brian—. Lo que sea.

—¿Sabes cómo moriste, Brian? —preguntó Hayter-Ross.

—¿Qué?

—Tu muerte. Sabes que moriste, estoy segura. Te estoy preguntando si sabes cómo sucedió.

—Harry me dijo que fue en la batalla de Pajmhi. ¿Y qué más da? ¿Qué tiene que ver con nada?

—Podría tener mucho que ver con todo —dijo Hayter-Ross—. Ya te he dicho que todo el mundo parece creer que la Tierra y Nidu se encaminan a la guerra. Una guerra que no será buena para la Tierra, obviamente. Pero como he dicho, soy una observadora de la condición humana… y durante las últimas décadas también de la condición nidu. Sé cosas que nadie más sabe, y puedo compartirlas contigo, pero vas a tener que hacer algo por mí.

—Estoy todavía de menos humor para el sexo que antes.

Hayter-Ross se echó a reír.

—He aparcado el sexo, Brian, de verdad. Sinceramente, quiero ayudarte. Y quiero que ayudes a tus amigos. Pero para hacer eso tengo que asegurarme de que comprendes plenamente lo que voy a decirte y por qué. Y para eso tú y yo vamos a tener que hacer un par de cosas. Lo primero es mostrarte cómo moriste.

—¿Por qué quieres ayudarme? —preguntó Brian.

—Porque me gustas, tonto —dijo Hayter-Ross—. Y porque no quiero ver más que tú a la humanidad aplastada bajo el yugo nidu. Soy humana. O lo era. Y hay una parte de mí que quiere sacarle a nuestra especie las castañas del fuego.

—No me fío de ti.

—Ni deberías. Tengo toda una historia de haberle hecho cosas malas a la gente que me gusta. Me gustaba Robbie Dwellin, ¿sabes? Era agradable, con ese estilo suyo de timador sin muchas luces. Y mira lo que le hice. Pero me temo que si quieres ayudar a tus amigos, no tienes otra elección. Este jardín es precioso, pero no tiene entradas ni salidas que puedas utilizar. Y creo que sabes que no eres rival para mí, Brian. Tengo muchos, muchos años de experiencia siendo una inteligencia artificial. Podría volver a desmontarte a placer, y no tienes ninguna seguridad de que fuera a volver a ensamblarte. Así que o haces las cosas a mi modo o puedes tomar el té en este maravilloso jardín hasta el fin del Universo. Tú decides.

—Para ser alguien que quiere ayudarme, eres bastante amenazante.

—Ser amable está bien —repuso Hayter-Ross—. Pero ser una cabrona consigue resultados.

—Dijiste que no tenía manera de contactar con Harry de todas formas. Si no puedo hacer eso, no veo qué ventaja tengo en seguirte el juego.

Andrea Hayter-Ross suspiró.

—Si te prometo que los nidu no se apoderarán de la Nuncajamás sin luchar, ¿será suficiente por ahora?

—Podría.

—Muy bien —dijo Hayter-Ross—. Entonces, te agradará saber que mi iglesia ha enviado a un mensajero para contarle a las NUT los planes de los nidu para la Nuncajamás. Alguien que conoce a tus amigos. ¿Quieres, por favor, sentarte ahora?

Brian volvió a la mesa.

—¿Quién es el mensajero que va a hablar con las NUT?

—Alguien que puede conseguir resultados.

—¿Quién? —preguntó Brian, sentándose.

—Tu hermano, por supuesto —dijo Hayter-Ross—. ¿Más té?

∗ ∗ ∗

Ben Javna estaba en su despacho cuando llamó el servicio de seguridad de la entrada.

—Sí —dijo.

—Señor Javna, tenemos aquí a un caballero que dice que tiene que hablar con usted sobre una oveja.

—¿Una oveja? ¿Quién es?

—Su carnet de identidad dice que se llama Samuel Young —informó el guardia.

—Que alguien me lo traiga —dijo Javna.

Dos minutos más tarde Samuel Fixer Young se presentaba ante Javna.

—Dejémonos de chorradas y vayamos directo al grano —dijo Javna, después de que el guardia de seguridad se hubiera marchado—. Dígame ahora mismo dónde están Harry Creek y Robin Baker.

—Bien —respondió Fixer—. Creek y Baker están en un crucero llamado Nuncajamás. Ahora mismo están en el espacion entre Brjnn y Chagfun. Están a salvo por el momento.

—Y lo sabe usted porque…

—Porque los metí en la nave.

Javna se sintió relajarse.

—Es una buena noticia.

—No lo es —dijo Fixer—. Los nidu saben que están en la nave. Cuando el crucero Nuncajamás llegue a Chagfun, los nidu probablemente abordarán la nave, se llevarán a Robin, y destruirán la Nuncajamás y matarán a todo el mundo a bordo.

—¿Cómo sabe eso?

—No puedo decírselo —respondió Javna, lo cual no era exactamente cierto. Sí podía hacerlo, pero los tipos de aquella iglesia le habían ofrecido una suma sustanciosa de dinero para mantener su nombre fuera de todo aquello. Fixer había pasados unos cuantos días malos, pero si sobrevivía a los siguientes, iba a ser más rico que Creso.

—¿Puede demostrar lo que me está diciendo? —preguntó Javna.

—No. Pero es cierto.

—¿Espera en serio que lo crea?

—Puede comprobar mi historia con los nidu —dijo Fixer—. Estoy seguro de que les encantará admitir que están planeando torpedear un crucero lleno de civiles de las NUT.

Tres minutos más tarde, Javna y Fixer estaban en el despacho de Jim Heffer. Fixer repitió su mensaje.

—Qué conveniente —murmuró Heffer, mirando a Javna—. Y justo unas cuantas horas antes de que tengamos que ponernos en camino hacia Nidu para la ceremonia de coronación.

—No es ninguna coincidencia —contestó Javna—. Cogerán a la chica y se la llevarán a Nidu antes de que haya tiempo de evitarlo. La ceremonia de coronación empezará tarde, pero terminará de todas formas. Y hay otro inconveniente.

—Me muero de ganas de conocerlo —dijo Heffer.

—Robin Baker ya no es ciudadana de las NUT. La hemos repudiado para convertirla en su propia especie soberana y así impedir que los nidu tengan una excusa para romper nuestros tratados. Pero eso también significa que si la capturan y la utilizan para la ceremonia, no tendremos ningún medio legal para protegerla. No tenemos ningún tratado con la mujer.

—Los nidu seguirán violando el tratado de la CC —dijo Heffer.

—No si le declaran la guerra primero.

Heffer se rió tristemente.

—Los nidu declarándole la guerra a una sola persona. Santo Dios.

—Es estúpido, pero legal.

—No podemos avisar a la Nuncajamás —recordó Heffer.

—Está en el espacion.

—Como mínimo podríamos advertir a los nidu de que no la aborden.

—Podríamos. Pero ¿cómo podemos ejercer alguna presión? Chagfun es una colonia nidu de segunda fila. No tenemos ninguna presencia allí. Podrían torpedear la Nuncajamás y nunca conseguiríamos confirmarlo. Si la atacan con suficiente fuerza, todo arderá en la atmósfera.

—¿Cuánto falta para que la Nuncajamás llegue a Chagfun?

—No tengo ni idea —dijo Javna.

—Tome —intervino Fixer, sacando un papel—. Es el itinerario de la Nuncajamás.

Heffer lo cogió y le echó un vistazo.

—La Nuncajamás saltó al espacion hace menos de media hora —dijo—. ¿No podría haber venido media hora antes?

—Yo soy sólo el mensajero —replicó Fixer—. Por favor, no me disparen.

—No llegará a Chagfun hasta pasado mañana —dijo Heffer, y dio un golpecito en la mesa—. En marcha. Nos vamos al Pentágono.

En el Pentágono, Bob Pope ignoró a Heffer para centrarse en Javna.

—¿Sabe que Dave Phipps ha desaparecido?

—No lo sabía —contestó Javna—. ¿Cuándo ha sido?

—El día que almorzó con usted —dijo Pope, y entonces señaló a Heffer—. Después de nuestra pequeña reunión con el presidente respecto a los destructores nidu traté de entrar en contacto con Dave y no conseguí nada. Desapareció.

—Me dijo que tenía que cerrar un par de proyectos relacionados con nuestra pequeña lucha interdepartamental por el poder —informó Javna.

Pope abrió la boca para contradecir a Javna, pero luego la cerró y miró a Heffer.

—Hoy somos todos amigos —dijo, y era una declaración, no una pregunta.

—Lo que tú digas, Bob —repuso Heffer.

—Contratamos un equipo que nos fue sugerido por Jean Schroeder. —Ahora le tocó el turno a Heffer de abrir la boca; Pope alzó una mano—. Lo sé. Amigos, Jim. Schroeder ha desaparecido. El equipo que estábamos empleando (lo que queda de él desde el incidente en el centro comercial de Arlington) ha desaparecido también. Estoy seguro de que Dave fue a ver a Schroeder la noche en que desapareció.

—Así que Phipps está con Schroeder y su equipo —dijo Heffer.

—No puedo creer que Dave hiciera eso —contestó Pope.

—Tengo que estar de acuerdo con el secretario Pope —dijo Javna—. Cuando hablé con Phipps, dijo que las cosas habían ido demasiado lejos. Parecía estar finiquitando asuntos, no preparándose para huir.

—Si no está con Schroeder, entonces ¿dónde está?

Pope miró a Javna.

—Ya sabe lo que pienso —dijo.

—Piensa que está muerto —repuso Javna—. Prepararon ustedes un equipo para matar a Harry y Robin Baker, y cuando Phipps decidió que se comieran el marrón, lo mataron.

—Bob, sea lo que sea lo que le haya pasado a Phipps, lamento oírlo —dijo Heffer—. Pero en este momento tenemos otro problema.

Heffer le hizo repetir a Fixer su advertencia sobre la Nuncajamás.

—¿Quién le ha dado esa información? —preguntó Pope.

—La misma gente que me salvó cuando uno de los miembros de su equipo intentó comerme —dijo Fixer—. Soy consciente de que aquí no pinto nada, pero personalmente me inclino por creerlos.

—¿Qué te parece? —le preguntó Pope a Heffer.

—No podemos ignorarlo —contestó Heffer—. Los nidu han intentado ya todas las tretas legales para hacerse con Robin Baker. Es una parte crítica de la ceremonia de coronación. Esta información tiene sentido. Creo que van a intentar apoderarse de ella y al demonio con todos los que se interpongan en su camino.

—Dejar caer una nave de las NUT en el espacio nidu se acerca mucho a una declaración de guerra, Jim —dijo Pope.

—Que los nidu disparen a una nave civil es ya un acto de guerra —contestó Heffer—. Al menos, los nidu no podrán ocultarnos ni a nosotros ni a la CC lo que han estado haciendo.

—Si te equivocas en esto, haré que caigas conmigo —dijo Pope.

—Si me equivoco en esto, no necesitarás que caiga contigo —contestó Heffer—. Iré voluntariamente.

Pope pulsó un botón en su escritorio: la ventana del despacho se volvió opaca y la habitación se oscureció ostensiblemente. Pope señaló a Fixer.

—Espere fuera.

Fixer asintió y se dirigió a la puerta. Cuando salió, Pope pulsó un segundo botón. Un proyector sobre la mesa cobró vida y mostró un mapa dimensional del espacio que contenía la Tierra, sus colonias y otros sistemas estelares.

—Muestra Chagfun —dijo Pope. Una estrella cerca de la parte superior de la imagen brilló con fuerza—. Muy bien. La colonia más cercana que tenemos de Chagfun es la Colonia Breton, aquí.

Pope extendió la mano para tocar una estrella. La imagen parpadeó y se reseteó para mostrar un globo parecido a la Tierra.

—Indica las naves de las NUT en Breton —dijo.

Había tres.

—La James Madison, la Winston Churchill, y la Columbia Británica —dijo Pope—. La Madison y la Churchill no pueden ayudarnos. Sus motores de salto son demasiado débiles para llegar a Chagfun a tiempo. Pero la Columbia Británica

Pope tocó el nombre en la lista flotante. La pantalla parpadeó de nuevo y generó una imagen de la Columbia Británica y un catálogo de sus estrellas.

—Sí, la Columbia podría lograrlo. Si se pone en camino en la próxima hora, puede estar allí más o menos para cuando llegue la Nuncajamás. Pero va a ser muy justo.

—¿Qué vas a hacer, Bob? —preguntó Heffer.

—Primero, voy a llamar al almirante Nakamura por el comunicador y voy a decirle que si no pone la Columbia en marcha dentro de cincuenta minutos, puede entregarme su dimisión diez minutos después —dijo Pope—. Luego voy a coger a su amiguito de ahí fuera y lo voy a arrastrar hasta el Despacho Oval para poder explicar por qué he enviado un destructor de las NUT a una misión de combate sin la aprobación del presidente. Luego, si todavía conservo mi empleo, creo que voy a tomarme un pelotazo. ¿No vas a ir a la coronación nidu, Jim?

—Iré —dijo Heffer, y señaló a Javna—. Iremos ambos. Salimos dentro de un par de horas.

—Bueno, eso es excelente —repuso Pope—. Estarás allí para explicarle a los nidu por qué hemos empezado una guerra contra ellos. Y me alegro. Después de hoy, puede que yo me quede sin trabajo, pero lo más probable es que vosotros dos acabéis en la cárcel. Prefiero que sea así y no al revés. Ahora, si me disculpan, caballeros, tengo que jugarme a la ruleta rusa el destino de nuestro planeta con la bala que tan amablemente me han proporcionado ustedes. Espero que no les importe si no les acompaño a la puerta.

∗ ∗ ∗

Una bala silbó junto a la oreja de Brian, que dio un respingo.

—Realista, ¿verdad? —dijo Andrea Hayter-Ross.

La mesa ante la que estaban sentados flotaba serenamente sobre la enorme llanura de Pajmhi. Alrededor de Brian estallaban las imágenes y sonidos de la guerra: las explosiones de las armas de fuego, los sonidos húmedos de las balas alcanzando carne humana o nidu, los gritos de ambas especies mientras sus miembros caían rebulléndose, la sangre (roja en ambos casos) manando, borboteando y fluyendo por el suelo. Brian se agarró a la mesa. Intelectualmente sabía que la mesa no flotaba en realidad sobre la llanura, y que lo que estaba viendo era una simulación por ordenador, pero eso no impedía que se sintiera mareado o inseguro por la estabilidad de su asiento.

—Así es como sucedió, ¿sabes? —dijo Hayter-Ross.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Brian.

—La batalla de Pajmhi —respondió Hayter-Ross, y se sirvió más té—. Cada soldado de las NUT entró en combate con una pequeña cámara en el casco, y cada cámara grabó lo que veía y transmitió los datos. Más cámaras monitoras captaban la acción desde arriba, mientras no fueran abatidas por los rebeldes, y muchas de ellas lo fueron. En conjunto, son más de cien mil puntos de vista de la batalla, todos registrados para la posteridad. No es que la posteridad se haya interesado mucho por ello. Todos los bancos de datos están almacenados en los servidores de defensa de las NUT y están disponibles para que los vea el público… la Libertad de Información y todo eso. Pero nadie lo hace nunca. Desde luego, nadie ha hecho esto —abarcó toda la matanza con un gesto de la mano—, unir todos los datos y representar la batalla entera.

—Así que es esto. Es esto de verdad —dijo Brian.

—Todo lo bien que puede ser reconstruida —respondió Hayter-Ross. A su izquierda un soldado de infantería fue alcanzado por una bala bajo el ojo izquierdo; su rostro se hundió mientras se desplomaba hacia atrás y caía al suelo—. Hay agujeros aquí y allá. Incluso con cien mil cascos, sigue habiendo sitios donde no mira nadie en ningún momento. Pero está casi todo. No me he molestado en simular el movimiento de cada hoja de cada árbol. Pero la batalla… sí. Es exactamente como sucedió. Ahora ven conmigo.

La mesa pareció deslizarse por el paisaje. Desde todos los ángulos, Brian no veía más que muerte. Ansiaba advertir a los humanos que veía caer a su alrededor pero sabía que no serviría de nada. Como Scrooge escoltado por el Fantasma de las Navidades Pasadas, sólo veía sombras del pasado, no el acontecimiento mismo.

Un marine gritó al oído de Brian cuando una ráfaga rebelde le cercenó el brazo del cuerpo, justo por debajo del hombro. Sombra o no, Brian dio un respingo ante el dolor.

—No tienes ningún recuerdo de nada de esto, naturalmente —dijo Hayter-Ross—. El escáner cerebral que creó esta versión de ti se hizo antes de que vinieras aquí. Todo esto te resulta extraño.

—Sí.

—Probablemente es lo mejor. Cuando veas morir a tus amigos, no tendrá ningún significado para ti.

—¿Murieron muchos? —preguntó Brian.

—Oh, sí. Bastantes. Ya hemos llegado.

La mesa de té se detuvo apenas a un palmo de un pelotón de soldados agazapados detrás de un risco, intercambiando disparos con un grupo de rebeldes escondidos en los matorrales que tenían delante. Con un sobresalto, Brian se reconoció a sí mismo, apenas un poco mayor que en la época de su escáner cerebral, arrojando una granada contra los rebeldes. Tres hombres más atrás, Harry se agazapó, apuntando con cuidado a la infantería rebelde para disparar cortas y controladas andanadas, antes de cambiar de posición para evitar ser alcanzado. Brian se sintió horrorizado y fascinado al ver una porción de su vida que no conocía, y que dentro de poco terminaría con su propia muerte.

Hayter-Ross se dio cuenta.

—Inquietante —comentó. Brian sólo pudo asentir—. Lo sé. Esta versión de mí fue tomada de recuerdos almacenados hasta el día antes de mi muerte. Morí durante otra sesión de transferencia de memoria y consciencia, así que no tengo recuerdos de ello. He visto la grabación una y otra vez. Me he visto morir mientras los médicos y técnicos se esfuerzan a mi alrededor, he visto la expresión de mis ojos cuando me doy cuenta de que me estoy muriendo y, sin embargo, no he podido sentir la emoción real. No sé si era miedo o alivio o confusión. Yo no estaba allí. Puede ser enloquecedor.

—¿Por qué me muestras esto? —preguntó Brian, incapaz de apartar la mirada de sí mismo.

—Ya lo verás —dijo Hayter-Ross—. De hecho, vas a verlo ahora mismo.

Brian vio cómo su yo soldado lanzaba otra granada y se agachaba mientras explotaba. Su yo soldado se asomó por encima del montículo y vio las tropas rebeldes retirándose, dejó escapar un alarido y saltó por encima del montículo para eliminarlos mientras huían. Tras él, otros dos soldados lo siguieron, dejándose llevar por el entusiasmo de Brian. Al verse a sí mismo, Brian pudo oír a Harry y a su sargento gritándole a él y a los otros dos hombres que volvieran, pero esa versión de sí mismo no podía oír o no estaba prestando atención. En cuestión de segundos, los tres soldados se alejaron de sus camaradas, persiguiendo a los rebeldes a través de las altas hierbas, hacia un bosquecillo. Brian sintió que se tensaba esperando lo inevitable.

No tardó en venir. Justo delante del bosquecillo, uno de los soldados se volvió bruscamente por un balazo en el hombro. Otra bala lo alcanzó acto seguido, perforándole la espalda. El segundo soldado cayó a continuación, la rodilla volatilizada; gritó antes de golpear el suelo. Desde la mesa de té, Brian advirtió que los rebeldes habían abatido primero al más lejano de los soldados: los que iban delante no verían caer a sus camaradas y seguirían avanzando intrépidamente.

Brian vio, sin poder hacer nada, cómo su otro yo se convertía en el último blanco. Lo alcanzaron casi simultáneamente dos balas, una en el tobillo izquierdo y la otra en la parte inferior de la cadera derecha. La fuerza del impacto en el tobillo lo hizo girar, pero el tiro en la cadera lo contrarrestó: al final, Brian simplemente cayó de espaldas, como si hubiera sido golpeado por un camión invisible. El cuerpo del Brian soldado se derrumbó hacia atrás, aterrizando en la hierba con un golpetazo; dos segundos más tarde empezó a gritar.

—¿Qué notas? —le preguntó Hayter-Ross.

Brian se calmó y trató de pensar.

—Todos seguimos vivos —dijo por fin.

—Sí —respondió Hayter-Ross—. Vivos, gritando y al descubierto, donde todo el que llegue a rescataros es un blanco fácil para los rebeldes. Ya has visto cómo os dispararon a los tres en orden inverso. Y os dispararon para que siguierais con vida: a corto plazo, al menos. Ya sabes lo que eso significa.

—Nos pusieron una trampa —dijo Brian—. Creí que los liquidaría al descubierto, pero fueron ellos quienes me liquidaron a mí.

—Porque si hay una cosa que las otras especies saben de los humanos es que no dejáis a nadie atrás. Y mira, aquí vienen tus compañeros de pelotón.

Brian se volvió hacia el montículo y vio que dos soldados se abrían paso serpenteando entre la hierba para llegar junto al último de los hombres caídos. Uno empezó a dar fuego de cobertura mientras el otro intentaba cargarse al hombro al soldado herido. Al hacerlo, se incorporó y asomó entre la hierba. Del bosquecillo llegó una salva de disparos: uno alcanzó al soldado en el cuello, justo por debajo de la mandíbula, causando que el soldado que llevaba a hombros cayera pesadamente al suelo, de cabeza. Una segunda bala alcanzó al soldado que todavía estaba en pie, empujándolo contra el suelo. El soldado que estaba dando fuego de cobertura se arrastró hacia su compañero y colocó la mano contra la herida de su cuello.

—No servirá de nada —dijo Hayter-Ross—. Mira cómo borbotea. La bala ha alcanzado la arteria carótida.

—Detén esto —dijo Brian, volviéndose—. Detén esto ahora.

—Muy bien —repuso Hayter-Ross, y todo se detuvo. Brian contempló el momento detenido.

—¿Sabes por qué te estoy enseñando esto? —preguntó Hayter-Ross.

—No.

—Te estoy enseñando esto porque tienes una inquietante tendencia a no pensar antes de actuar. Atacaste la red de mi iglesia porque pensaste estúpidamente que no habría nada que pudiera impedirte colarte en sus defensas. Y ya sabemos cómo terminó eso. —Hayter-Ross indicó el campo de batalla detenido—. Corriste al descubierto, persiguiendo al enemigo que creías que habías hecho huir, y por eso moriste… pero no antes de condenar a tres de tus camaradas al mismo destino. Fuiste el último en morir, ¿sabes? Tu amigo Harry Creek consiguió llegar junto a ti y detener tu hemorragia, y luego protegerte a ti y a los otros dos miembros caídos de tu pelotón durante dos días de Chagfun antes de que pudieran rescataros. Moriste justo antes de que lo hicieran. Peritonitis complicada con una infección de microbios de Chagfun. Los microbios mataron a un montón de soldados. Algo en la química humana supercalentaba su metabolismo y los hacía reproducirse como locos. Tu cadera casi se había podrido por completo antes de que murieras.

—Cállate —dijo Brian—. Entiendo tu argumento, vale. Por favor, ahora cállate.

—No te enfades conmigo por tus propios defectos. Hago esto por tu propio bien.

—No veo qué bien me hace. Tengo un problema, pensar antes de actuar. Bien. Ahora déjame ir a ayudar a mis amigos.

—Todavía no. Reconoces que tienes un problema. Ése es el primer paso. Ahora estás preparado para aprender lo que tienes que decirles a tus amigos. No va a ser fácil, y tu primer impulso será ignorar el consejo… o lo habría sido, antes de que yo te enseñara esto. Ahora tal vez estés dispuesto a entrar en razón.

—¿Y qué tengo que hacer?

—No voy a decírtelo.

—Por los clavos de Cristo, mujer —dijo Brian—. Eres la persona más irritante que he conocido en cualquiera de mis vidas.

—Gracias, Brian. Viniendo de un chico de dieciocho años, significa mucho.

—¿Por qué me has enseñado esto si no vas a decirme cómo ayudar a mis amigos?

—No voy a decírtelo, porque voy a mostrártelo —dijo Hayter-Ross—. O más bien, yo voy a mostrártelo, y será cosa tuya ver si puedes comprenderlo.

—He mencionado que eras irritante, ¿no?

—Así es. Démoslo por sabido a partir de ahora. Y déjame que dirija tu atención de vuelta a esta batalla. Como estoy segura de que ya sabes, la batalla de Pajmhi fue un desastre sin paliativos para las NUT: la mitad de las fuerzas humanas murieron o resultaron heridas en dos días de Chagfun, incluyéndote a ti. Un horrible desperdicio de vidas humanas, ¿no te parece?

—Sí.

—Excelente —continuó Hayter-Ross—. Entonces esto es lo que vamos a hacer. Tú y yo vamos a recrear la batalla de Pajmhi… completa, hasta el último soldado. Tú serás las NUT, y yo seré los rebeldes chagfun. Tienes que encontrar un modo de terminar la batalla sin perder tantas vidas humanas. La respuesta para ayudar a tus amigos está dentro de estas simulaciones.

—Si prometo que te creo, ¿podemos saltarnos todo esto? —preguntó Brian.

—Ése es exactamente tu problema, Brian. Siempre intentando escaquearte del trabajo duro. Esto no es un nudo gordiano que puedas cortar. Vas a tener que ir soltándolo hilo a hilo. Además, vas a tener que encontrar potencia de procesamiento para tu parte de la simulación.

—¿Cómo?

—Que ambos controlemos a unos cien mil combatientes es distinto a unir todos esos datos de vídeo —dijo Hayter-Ross—. Y es diferente a crear un jardín. Vamos a necesitar un poco más de espacio.

—Bien —replicó Brian—. Conozco el sitio.

Bill Davison simulaba que el huracán Britt golpeaba la Barrera de Islas de Carolina del Norte (y no sin cierta satisfacción, ya que sus antiguos parientes políticos tenían una casita en la playa en Okracoke), cuando advirtió que la simulación volvía a procesar los niveles no útiles. Bill cogió el comunicador de su mesa y contactó con Sid Gravis, que sabía que estaba modelando una serie de tormentas que estallaban en el valle de Ohio.

—Maldición, Sid —dijo Bill—. Sabes que los huracanes están por delante de las tormentas tierra adentro en la jerarquía del procesado. Es como la primera ley del tiempo concedido para los ordenadores de la agencia.

—No soy yo —respondió Sid—. Yo también me encuentro con ciclos repetidos. Creí que eras tú.

Bill abrió la boca para responder pero la cerró cuando su jefe asomó la cabeza por la puerta de su despacho y le dijo que todo el sistema se había detenido de repente.

Tres minutos más tarde, Chaz McKean, el cerebrito del departamento, descubrió qué pasaba.

—Alguien está haciendo una simulación descomunal con el IBM —dijo—. Y quien sea que lo está haciendo ha esclavizado a la mayoría de los otros procesadores.

—Creí que habíamos quitado el IBM de la circulación —replicó Jay Tang, el jefe de Bill.

—Lo hicimos —dijo McKean—. Pero no lo desconectamos de la red. Así que quien lo está utilizando todavía puede apoderarse de los otros ordenadores de la red.

—Bien, ¿quién es el gilipollas? —preguntó Sid.

—Ésa es la cosa —respondió McKean—. No es nadie. Nadie de aquí ha conectado con el IBM desde que lo apartamos del servicio. Es como si hubiera desarrollado un cerebro propio.

—Ahora mismo no me importa quién es el gilipollas —dijo Tang—. Necesitamos recuperar nuestros ordenadores. Entra en el IBM y desconecta la simulación.

—Ya lo he intentado. Pero no me deja entrar. No puedo enviar ninguna orden.

—Entonces desenchufa la maldita máquina.

—Si lo hacemos, podríamos cargarnos toda la red. Quien ha iniciado esta simulación la ha protegido y cerrado bien. Siendo realista, lo único que podemos hacer es esperar a que se termine.

Tang maldijo y se marchó. Bill volvió a su despacho, sacó su petaca de whisky, tomó un trago y esperó a que, fuera lo que demonios fuese que estaba haciendo Creek, terminara antes de que nadie pudiera relacionarlo con él.

«Vamos, Harry —pensó—. Pon tu culo en marcha.»

∗ ∗ ∗

Simulación tras simulación, Brian fue recibiendo para el pelo.

Ciertos hechos quedaron claros después de las primeras docenas de simulaciones. El primero era que la ventaja informativa de los rebeldes era demasiado grande para poder superarla. Aunque los rebeldes hubieran mostrado que podían manipular la red informática nidu, éstos enviaron arrogantemente destacamentos de combate a través de la red como si ésta fuera fiable. Los rebeldes sabían dónde iban a desembarcar las fuerzas de las NUT, y cuáles eran las debilidades de las diversas fuerzas, que estaban constreñidas por trabajar a las órdenes de los nidu, donde la lealtad al clan y la cadena de mando eran más importantes que la habilidad militar. Las fuerzas de las NUT también estaban confundidas por los nidu tanto en lo respectivo a la fuerza del enemigo como a la cantidad de información útil que los nidu poseían sobre los rebeldes y sus planes.

Los rebeldes de Chagfun no tenían esas limitaciones. Sus líderes demostraban una capacidad de adaptación sorprendente (considerando que eran antiguos oficiales nidu) y los rebeldes estaban profundamente motivados, tanto por la perspectiva de vivir en un planeta con gobierno autónomo como por el conocimiento de lo que les sucedería si no repelían el ataque. Una y otra vez, los rebeldes eran más listos, más veloces y más capaces que las fuerzas de las NUT. Todas las simulaciones terminaban con decenas de miles de soldados terrestres muertos y heridos… incluyendo, una y otra vez, a los miembros de la propia unidad de Brian.

Brian improvisó y en la medida de lo posible intentó sortear la cadena de mando, pero sólo con éxito limitado. Las tropas salvadas en una zona eran contrarrestadas con enormes pérdidas en otra. Las tácticas agresivas acababan en pérdidas terribles pronto y a menudo. Las tácticas defensivas hacían que las fuerzas de las NUT fueran rebasadas, presionadas y diezmadas. La muerte acechaba a las fuerzas de las NUT en cada simulación, era una compañera constante de Brian. La satisfacción que Brian sentía cuando los terrestres infligían un número similar de bajas a los rebeldes era un pobre consuelo cuando consideraba a cuántos soldados había condenado a volver a morir una y otra vez en la batalla. Después de más de doscientas simulaciones e inenarrables millones de muertes simuladas, Brian quería rendirse.

Así que lo hizo.

O, más precisamente, lo hicieron sus soldados. «Que te den, Andrea Hayter-Ross», pensó Brian, mientras las primeras tropas llegaban a la llanura Pajmhi e inmediatamente soltaban las armas, levantaban las manos, y esperaban a que los rebeldes los hicieran prisioneros. Una oleada tras otra, las tropas de las NUT se rindieron, permitiendo mansamente que se los llevaran los rebeldes, quienes se vieron obligados por las reglas del combate a aceptar a los rendidos. Al final de la simulación había cien mil soldados de las NUT en el centro de la llanura de Pajmhi, los dedos entrelazados detrás de la cabeza, mientras los rebeldes los controlaban desde la periferia.

No era exactamente la táctica de batalla habitual, admitió Brian para sí. Por otro lado, la simulación terminaba sin ninguna muerte en ninguno de los dos bandos.

Ninguna muerte.

—Joder —dijo Brian.

La llanura de Pajmhi desapareció y Brian se encontró de vuelta en el jardín de Hayter-Ross.

—Ahora lo comprendes —dijo ella desde la mesa.

—La única forma de sobrevivir era rendirse.

—No sólo de sobrevivir, sino de frustrar a los nidu —contestó Hayter-Ross—. En la batalla de Pajmhi real, los nidu bombardearon la llanura de Pajmhi casi en cuanto partieron los humanos: lanzaron sus cascaplanetas y convirtieron una de las zonas más fértiles y pobladas de Chagfun en una ruina consumida por la lava, por no mencionar que arrasó todo el sistema climatológico del planeta, de forma que el hambre y la muerte se extendieron por todo el globo. Nada de eso podría haber sucedido si los prisioneros humanos se hubieran quedado en Chagfun.

—Ahora comprendo por qué me has hecho pasar por esto —dijo Brian—. No lo habría creído de no haberlo visto.

—No lo habrías creído tampoco si no hubieras visto a las tropas de las NUT caer muertas docenas de veces —señaló Hayter-Ross—. Es la experiencia total lo que importa. Y ahora sabes lo que deben hacer tus amigos.

—Rendirse a los nidu.

—Exactamente.

—Va a ser difícil convencer a Harry de eso —dijo Brian.

—No conoce todos los hechos —respondió Hayter-Ross—. Y ahora que lo pienso, tú tampoco.

—¿Qué nuevos aros voy a tener que saltar para conocerlos?

—Ya hemos acabado con los aros por hoy —dijo Hayter-Ross—. Has sido un buen chico con una agradable curva de aprendizaje. Creo que te lo diré directamente.

Y lo hizo.