Sentado en una silla que era demasiado pequeña para él, Takk contempló a Archie McClellan, y reflexionó sobre el hecho de que probablemente iba a tener que comérselo.
Moralmente, Takk no tenía ningún problema con eso. Como todos los nagch de su edad, Takk estaba en su ftruu, el viaje moral exigido por su cultura en el que los jóvenes nagch buscaban experimentar tantos aspectos de la existencia como fuera posible, incluyendo lo improbable. Esta última categoría podía incluir el consumir miembros de otras especies sentientes. Durante el ftruu, como cualquier otro miembro de la CC, un nagch podía ser demandado legalmente por sus acciones. Así que Takk podía ser condenado por asesinato si lo pillaban.
Pero Takk estaba absuelto de todo pecado. Los nagch que experimentaban el ftruu eran considerados carentes de culpa, pues se argumentaba que uno de los objetivos del viaje era experimentar el pecado y así comprenderlo mejor. A menos que Takk decidiera darle un final prematuro y regresar al redil, le quedaban unos catorce meses de su ftruu. Después de ese momento, comer humanos sería una mancha en su alma. En eso, sin embargo, podía comerse un colegio entero sin ni siquiera un eructo teológico.
Así que la moralidad no era el problema. En cambio, Takk estaba concentrado en las cuestiones prácticas de comer humanos: que solían venir con un montón de componentes indigeribles, como relojes, comunicadores, cremalleras de plástico, hebillas de metal y, ocasionalmente, cosas que no conocías hasta que te habías comido a alguien. Aquel ranchero de ovejas, por ejemplo, tenía unos clavos y tornillos de metal dentro; Acuña le dijo que algunos humanos se hacían atornillar los huesos rotos en su sitio en vez de arreglarlos con una sesión de Curarrápida. Era una cuestión de precio. Todo lo que Takk sabía era que se le clavaban y eran incómodos. Como todas las otras piezas indigeribles de los accesorios humanos Takk tenía que acabar escupiéndolos, o de lo contrario se acumulaban en su saco digestivo y se sentía lleno cada vez que andaba y le parecía que hacían ruido al chocar en su interior. Takk odiaba eso.
Lo ideal sería poder despojar a los humanos de sus cosas antes de ingerirlos. Pero Takk comprendía que una situación así probablemente no iba a suceder. La ventaja que tenía al tratar con los humanos era el elemento sorpresa. Ningún ser humano esperaba que se lo comieran. Deshacerse de su ropa y objetos personales indicaría muy claramente las intenciones de Takk. Tenía que aceptar los ocasionales relojes y tornillos como un gaje del oficio.
Con eso en mente, Takk miraba a McClellan para ver cuánta basura indigerible podría llevar encima. Le complació ver que el humano no parecía llevar ninguna joya, excepto un reloj, y en especial ningún pendiente, que eran pequeños y puntiagudos, y le resultaban luego difíciles de eliminar. La ropa del humano parecía buena; digerir humanos había convertido a Takk en un experto, y podía decir por el aspecto y las arrugas de la ropa de Archie que era principalmente de fibra natural y no artificial. Eso significaba menos cantidad de fibras de plástico al día siguiente. Luego estaba aquella cosa que Archie tenía en la mano, y que había estado mirando intermitentemente desde que Acuña lo trajo de vuelta y le dijo a Takk que lo vigilara.
—Eh —dijo Takk, las primeras palabras que le dirigía a Archie desde que lo arrastraron de vuelta a la habitación—. ¿Qué es eso que tienes en la mano?
Archie alzó la cabeza.
—Es un libro —contestó.
—¿De qué está hecho?
Archie lo alzó para que Takk pudiera verlo.
—De plástico. Lo sostienes en la mano, y el calor de tu cuerpo da energía al proyector óptico para ver las páginas.
—Así que de plástico —dijo Takk. Podía digerir un poco de plástico.
—Sí —contestó Archie, y siguió leyendo.
Después de unos minutos, la curiosidad avivada de Takk fue más fuerte que él.
—¿De qué trata el libro? —preguntó.
—Es un libro de poemas —respondió Archie, sin levantar la cabeza.
—¿Qué clase de poemas?
Ahora Archie dejó de leer.
—¿Te importa de veras?
—Estoy tan aburrido como tú.
—Son poemas proféticos.
—¿Dicen el futuro? —preguntó Takk.
—Más o menos. Más bien sugieren cosas que podrían suceder, y es cosa nuestra decidir qué hacer al respecto.
—¿Por qué los lees?
—Porque estoy intentando averiguar qué voy a hacer a continuación —dijo Archie, volviendo a su libro.
Takk se quedó muy sorprendido.
—¿Estás en una misión religiosa?
Archie se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
Casi al instante, Takk se sintió abrumado por un arrebato de afecto hacia ese pequeño humano. El ftruu era un momento difícil para todos los jóvenes nagch. Los nagch eran un pueblo que se basaba en la familia y la tradición; mandar a los jóvenes nagch a experimentar el Universo era paradójicamente una experiencia aislante para la mayoría de ellos y los hacía anhelar regresar a sus hogares y rituales (un hecho que sabían bien los nagch más viejos).
Takk llevaba en la Tierra casi dos años. Había venido porque era el planeta seleccionado al azar dos años nagch antes, el tiempo suficiente para aprender a leer y hablar inglés. Le habían dado un billete de transporte y un pequeño estipendio, y le dijeron que no regresara hasta que hubiera completado su ftruu.
En ese tiempo, Takk se había relacionado principalmente con escoria: su estipendio era pequeño y su visado, de turista, y al no tener preocupaciones morales no sentía resquemor por trabajar ilegalmente para gente cuestionable y sus objetivos, aún más cuestionables. Sin embargo, aquello le había dejado una percepción general de que los humanos eran seres privados de espiritualidad. Takk comprendía que la Tierra estaba literalmente cubierta de casas de adoración y que la gente siempre decía que el dios que habían elegido quería que hicieran una cosa o la otra. Pero en su experiencia personal, la única vez que oía a la gente invocar a su deidad era cuando estaban a punto de darles para el pelo o convertirlos en bocadillo. E incluso entonces, más de la mitad de las veces recurrían a la defecación. A Takk le parecía inexplicable.
Y así, Archie McClellan se convirtió en el primer humano que Takk conocía que parecía tener de verdad un componente religioso en su personalidad, o al menos un componente religioso no motivado por completo por el miedo a ser lastimado de forma inminente o a la muerte. Conocer a alguien con impulso religioso activó una sección dormida de la personalidad de Takk, igual que un grifo abierto expande una esponja reseca. Takk avanzó entusiasmado hacia Archie. Comprensiblemente, Archie dio un respingo.
—Háblame de tu búsqueda —dijo Takk.
—¿Qué?
—¡Tu búsqueda! Yo también estoy en una búsqueda religiosa.
Archie lo miró, escéptico.
—Pero estás haciendo esto —dijo, indicando con el brazo lo que los rodeaba.
—Tú también.
Archie parpadeó. Takk tenía razón en eso. Archie contempló su libro, que había encendido su página generada ópticamente debido a su respingo, y su ojo captó el poema que había en ella: ¡Mirad! El tornillo gira, pero la dirección no es firme.
Los que enseñan pueden aprender, y los que aprenden, enseñar.
Cuando pasamos más allá, ¿qué queda sino lo que decimos?
Aún podemos volver del más allá para girar el tornillo una vez más.
Entre los eruditos de su iglesia, a los que les gustaba usar los estudios de las estrofas como excusa para celebrar barbacoas y consumir cerveza, era una de las estrofas de «exhortación» menores que animaba a los creyentes a compartir información con los demás para que así los objetivos de su iglesia pudieran seguir cumpliéndose. Directa, simple y sin complicaciones, como las estrofas que animaban a la buena higiene (que generalmente eran seguidas), y evitar comidas grasas e —irónicamente para el alcohólico Dwellin— beber demasiado (que, dadas las barbacoas cerveceras, no se seguían). Éstos eran considerados los poemas proféticos menos interesantes, más o menos por los mismos motivos que las leyes dietéticas del Pentateuco no consiguieron entusiasmar a los teólogos judíos y cristianos.
Sin embargo, aquí y ahora, Archie McClellan sintió que los ojos se le salían de las órbitas y el impulso empático (esa extraña sensación que Dwellin conseguía sin intención con algo más grande) ardió en su pecho como una quemazón. Archie era ya clara y enfermizamente consciente de que era un muerto ambulante. Después de que Acuña pulsara por enésima vez el botón de aquella máquina expendedora, Archie se reconcilió con la idea de que el resto de su vida se contaba por horas y que, probablemente, acabaría siendo bocadillo del monstruoso alienígena que ahora le preguntaba por su religión. Y sin embargo, allí tenía un fragmento de sabiduría, garabateada por un borracho hacía décadas —¿y qué más daba eso?— diciéndole que, aunque ya no existiera, había trabajo que hacer.
Archie miró a Takk, que estaba allí de pie, aún demasiado cerca para que se sintiera cómodo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Sí —dijo Takk.
—¿No vas a matarme pronto? ¿No me vigilas para eso?
—Eso creo.
—Y vas a hacerlo. Si Acuña entra ahora mismo por la puerta y dice: «Cómetelo», lo harás.
—Probablemente.
—Y sin embargo, de pronto quieres ser mi amigo —dijo Archie—. ¿No te parece, no sé, un poco raro?
—No —respondió Takk—. Si hubiera sabido de tu credo religioso antes, habría querido conocerlo entonces.
—Si lo hubieras conocido antes, mi credo habría acabado con mi vida entonces.
—Va a acabar con tu vida ahora.
Archie abrió la boca, y luego la cerró.
—No tengo ningún buen argumento contra eso —dijo.
—Háblame entonces de tu búsqueda —pidió Takk.
—Creo que lo haré —contestó Archie, y pasó la mano por encima del control óptico que aumentaba el tamaño de la página del libro lo suficiente para que ambos pudieran leer.
∗ ∗ ∗
—¿Has leído esto?
Jean Schroeder agitó ante Rod Acuña un anticuado libro en papel con las profecías de Dwellin.
—No —respondió Acuña. Estaba aburrido—. La mayoría de los libros religiosos son incompatibles con mi línea de trabajo.
—Es completamente ridículo —dijo Schroeder—. Es como Nostradamus, con resaca y en verso libre. Una chorrada absoluta, y lo convierten en religión. Una religión bien surtida económicamente, debo añadir.
—¿Qué quieres que haga con el empollón?
—Quiero que te deshagas de él, naturalmente —dijo Schroeder—. Sé para quién trabaja y no tengo que hacerle ninguna pregunta. Puedes añadirlo al otro fiambre que tienes en el maletero. Ése expiró donde tú estás sentado, por cierto.
Acuña se agitó en la silla y miró la alfombra, donde había una gran mancha oscura.
—Tal vez deberías deshacerte de la mancha de sangre incriminatoria —dijo.
—Dentro de unos días estaré dirigiendo el cotarro, es decir, el planeta entero —repuso Schroeder—. No me preocupa una mancha de sangre. Además, nos marchamos dentro de unas tres horas. Narf nos ha invitado generosamente a ti y a mí, y a tu bicho, a acompañarle en su ceremonia de coronación. Lo cierto es que me ha invitado a mí, pero tiene sentido que tú y tu bicho salgáis también del planeta, así que me acompañaréis en el viaje. E incluso podrás llevar tus armas, ya que iremos en una nave diplomática oficial nidu. La inmunidad diplomática es deliciosa.
—¿Qué hay de Creek y la mujer? —preguntó Acuña—. Te envié la información de su paradero. ¿Cómo vamos a cogerlos?
—No vamos a cogerlo. Lo harán los militares nidu. La nave en la que están nuestros amigos casualmente hará una parada en Chagfun, que es una colonia nidu. El Ejército los detendrá allí y los entregará a Narf, cuya nave hará escala en Chagfun para ese propósito antes de dirigirse a Nidu. El heredero actual parece que confía en Narf, pero cuando llegue a Nidu, el ritual ya habrá quedado abierto a otros clanes. Narf va a ir derechito al trono.
—Todo eso es realmente fascinante, pero me importa una mierda. Lo que quiero es pillar a Creek.
Schroeder sonrió.
—Jodido porque te dio una buena, ¿eh?
—Un poco —gruñó Acuña—. Una muñeca rota, la nariz reventada, y luego escaparse por segunda vez en una noche. Sí, estoy jodido de veras. Cuando tengas a la chica, no lo necesitarás más. Quiero que me lo entregues.
—Supongo que tu eliminador de basuras ambulante se encargará cuando acabes con él.
—No —dijo Acuña—. A Takk le gusta la comida viva y de una sola pieza. Así es como se encargará del empollón. Creek no tendrá tanta suerte.
∗ ∗ ∗
Creek siguió escaleras arriba al miembro de la tripulación que había ido a buscarlo y llegó al puente de la Nuncajamás, donde le presentaron al capitán Lehane, que consultaba algo con su piloto.
—Señor Toshima —dijo Lehane, estrechándole la mano—. Me alegro de que pudiera venir a visitarnos.
—Gracias —respondió Creek—. Uno no suele rechazar una invitación del capitán para visitar el puente de una astronave.
—No, supongo que no.
—Y aunque me siento halagado y fascinado, me pregunto por qué se me ofrece semejante invitación.
—Ned Leff me informó de que ha accedido usted a participar en nuestra ceremonia, pero que su uniforme y su equipaje se habían perdido, así que le dije que lo ayudaría —dijo Lehane—. No pertenezco a la misma rama del servicio, pero algunos de mis oficiales sirvieron en infantería. Así que se me ocurrió que podría pasarse por aquí para poder medirlo, como si dijéramos. Y ver a cuál de mis oficiales podría pedirle prestado el uniforme.
—Aquí estoy —respondió Creek.
—Muy bien. Sam me dijo que estuvo usted con el 12º de Infantería, 6º Batallón.
—Así es.
—Es terrible. No muchos de ustedes consiguieron volver de una pieza.
—No —reconoció Creek—. No muchos lo logramos.
—¿Sigue manteniéndose en contacto con alguno de ellos? —preguntó Lehane—. Conocí bastante bien al coronel Van Doren cuando dejó el servicio.
Creek frunció el ceño.
—Me mantengo en contacto con un par de ellos —contestó—. ¿A quién ha dicho que conoció?
—Al coronel Van Doren. Jim van Doren.
—Creo que no lo conozco. Nuestro coronel era Jack Medina. Un duro hijo de perra. Mantuvo a raya a los rebeldes con su pistola.
—Es verdad —dijo Lehane—. Lo siento. Me confundí de batallones.
—No hay problema.
—Brennan —dijo Lehane. Uno de los oficiales del puente se apartó de su puesto y se acercó al capitán—. Estuvo usted en infantería.
—Sí, señor —respondió Brennan. Lehane calibró a Brennan y a Creek.
—Bastante cerca —comentó Lehane—. Puede que haya que hacer algún arreglo en los pantalones. Le diré al sastre de la nave que vaya a su camarote. Brennan, ¿sería tan amable de prestarle al señor Toshima su uniforme de gala?
—Cualquier cosa por un superviviente del 6º —dijo Brennan, saludó a Creek, y se retiró.
—Buen servicio —dijo Creek—. Recuérdeme que lo valore en las encuestas del final del viaje.
—Los miembros de la tripulación que son veteranos saben que está usted a bordo.
—Eso casi suena inquietante.
Lehane sonrió.
—Lo dudo —dijo—. Digamos que es probable que descubra que un número sustancial de bebidas irán por cuenta de la casa.
—Gracias, pero prefiero pagar. Todos los demás tipos que hay aquí lucharon en la misma batalla que yo.
—Esperaba que dijera algo así. Demuestra carácter. ¿Está disfrutando del viaje?
—Por supuesto. Mi prometida y yo acabamos de volver de visitar Caledonia. Nueva Edimburgo es absolutamente maravillosa. Debbie está encantada de que se perdiera nuestro equipaje, porque así tiene una excusa para ir de compras.
Creek no estaba completamente seguro de que a Robin le hiciera mucha gracia la imagen que daba de ella como «Debbie», pero no había ningún motivo para ceñirse demasiado al guión de la vida real.
—Caledonia es preciosa —reconoció Lehane—. Un montón de turistas se decepcionan porque Nueva Edimburgo no está enclavada en el trópico, pero es mi escala favorita de nuestro viaje. Es triste que tengamos que reducir nuestra estancia aquí (y en Brjnn también) para llegar a Chagfun a tiempo. Sólo tenemos un día en cada sitio, y sólo un día en Chagfun también. Aunque eso no me molesta demasiado.
—No parece muy entusiasmado con lo de Chafgun.
—No lo estoy —admitió Lehane como con prisas, como si estuviera permitiendo que un secreto oscuro saliera al descubierto—. Es un lugar terrible, ya sabe. Allí nos sucedieron cosas muy malas. Y a los rebeldes. Y en ambos casos, los nidu son responsables. Siguen allí, por supuesto. La idea de regresar con una de nuestras astronaves a ese espacio me revuelve las tripas.
—Y sin embargo, Ned dijo que apoyó usted con fuerza que la Nuncajamás llevara a esos hombres a Chagfun —dijo Creek.
—Así es. Si alguien va a llevar de vuelta a esos tipos al Infierno, aunque sea de vacaciones, debe ser alguien que ya haya estado allí antes. Y que conozca el camino de vuelta.
—Creo que me cae usted bien, capitán Lehane.
—El sentimiento es mutuo, señor Toshima —dijo Lehane—. Es usted un superviviente del 6º. Imagino que sabe lo que es sacar a los hombres del Infierno.
—Lo sé. A algunos de ellos, al menos.
∗ ∗ ∗
Brian dejó que su consciencia flotara ante el edificio de información que era la red de la Iglesia del Cordero Evolucionado, y trató de calcular la mejor forma de colarse.
Antes había advertido con satisfacción que su hermano mayor había desbaratado el intento nidu de reclasificar a Robin Baker como propiedad y se la había metido bien por sus culos de lagarto. Brian rebosó de orgullo fraterno mientras leía la decisión del juez: Ben había sido siempre el listo de la familia y tenía un don especial para, en sentido intelectual, escabullirse detrás de la gente y luego darles en la cresta, que era exactamente lo que había sucedido. Pero Brian no creía que la historia fuera a terminar tan pronto. Gente que consideraba alegremente que un ser humano tenía tantos derechos como un despertador no era probable que se dejara parar por un juez. Irían de nuevo a por Robin muy pronto, y a por Harry con ella. Brian consideraba que era su misión averiguar cómo detenerlos si podía, o al menos informar a Harry de qué podía esperar.
Gracias a los permisos de seguridad de Harry, Brian sabía todo lo que sabían las NUT sobre la situación, que no era suficiente, para ayudarlo a extrapolar qué harían los nidu a continuación. Había otros dos jugadores que tenían información que Brian no poseía y que necesitaba: el gobierno nidu, y la Iglesia del Cordero Evolucionado, que a través de Archie McClellan había estado siguiendo toda la situación.
Brian los investigó a ambos, lo que en este caso significaba acceder a la información completa sobre los dos en sus bancos de datos, un proceso que tardó un par de segundos. No le sorprendió demasiado encontrar dos puntos significativos de conexión entre el gobierno nidu y esa iglesia. El primero era que la oveja Sueño del Androide era una raza de oveja diseñada años atrás para el trono nidu por miembros de ese culto (o más concretamente por sus laboratorios genéticos, que eran parte de la estructura de las empresas Hayter-Ross) a petición del gobierno de las NUT. Más exactamente aún, había sido diseñado para el clan auf-Getag antes de que se lanzaran a por el trono nidu años atrás. Era un detalle interesante: demostraba que las NUT habían hecho sus apuestas para la sucesión mucho antes de que ésta tuviera lugar. Diseñar una raza entera de oveja tomaba su tiempo.
El segundo era que la construcción de la red informática nidu actualmente en funcionamiento había sido encargada a las NUT: la forma del clan auf-Getag de rascar la espalda a aquellos que habían rascado la suya. Las NUT a su vez subcontrataron el trabajo a varias compañías, dos tercios de las cuales, incluyendo la principal subcontrata LegaCen, eran compañías del paraguas corporativo Hayter-Ross.
Los detalles del sistema informático no estaban disponibles (naturalmente eran secretos de Estado nidu), pero lo esencial del sistema informático era que permitía al fehen nidu acceso completo a todos los ordenadores y aplicaciones de la red nidu. Y por ley nidu, todo aparato tenía que estar conectado a la red. Niveles menores, pero siempre controlados, de acceso eran proporcionados por el fehen a otros capitostes nidu, quienes no hacía falta decir que eran completamente leales al fehen. Todo estaba al servicio de un control total y centralizado: en esta época tecnológica, una rebelión que se basara en el papel no llegaba muy lejos.
Era imposible que Brian accediera directamente a la red informática nidu. Desde la Tierra, sólo había dos puntos de entrada. El primero era en la embajada nidu, donde los ordenadores y aplicaciones permitidos por la red nidu eran intencionadamente incompatibles con la tecnología estándar de la Tierra y usaban conexiones por cable y no inalámbricas. A menos que Brian entrara físicamente en la embajada y usara aparatos nidu para acceder a la red (algo improbable, ya que Brian lamentablemente carecía de esencia física en ese momento), no tenía nada que hacer.
Por otro lado, LegaCen mantenía una conexión con la red nidu como parte de su contrato de mantenimiento con el gobierno nidu. LegaCen, una subsidiaria de Hayter-Ross, controlada por esa Iglesia del Cordero Evolucionado. Tanto más motivo, pensó Brian, para irrumpir en la red de la iglesia.
Brian se sentía lleno de admiración por la Iglesia del Cordero Evolucionado. Había leído las profecías de Dwellin y, al contrario que los gobiernos nidu y de las NUT que, aparentemente, sólo veían la estructura corporativa Hayter-Ross y no la entidad religiosa de detrás, Brian había llegado a la conclusión de que sus miembros trabajaban para acelerar el final de los tiempos que daban a entender sus propias profecías, y habían manipulado con astucia a los gobiernos de dos planetas para ese fin. Brian se preguntó qué sucedería si, de hecho, conseguían alcanzar su objetivo y lograban la venida del Cordero Evolucionado. Dudaba seriamente que la Iglesia del Cordero Evolucionado se disolviera.
Todo esto, sin embargo, no tenía ninguna importancia comparado con el problema de entrar en la red y ver qué podía ver referido a Robin, Harry y los planes nidu para ellos. «No hay ningún momento como el presente», pensó Brian, y con eso se extendió hacia todos los huecos y fisuras del sistema, buscando un agujero de entrada.
No era la forma más inteligente de hacer su búsqueda. Brian probablemente tendría que hacer una exploración no invasiva del sistema, vagando por las zonas públicas para hacerse una idea de dónde empezar a hurgar sin indicar a la red que se trataba de un ataque masivo. Pero pensó que un examen lento sería un lujo que Robin y Harry no podían permitirse en ese momento. Además, se consideraba un tipo como Alejandro, capaz de cortar el nudo gordiano en dos mientras que los tipos más cautos se enfrascaban con el extremo de la cuerda, tratando inútilmente de decidir por dónde empezar a desatar.
Brian no tenía ninguna duda de que estaba haciendo sonar alarmas por toda la red de la Iglesia del Cordero Evolucionado. Pero ¿no era el primer agente realmente inteligente del mundo? Estaría dentro del sistema en un instante, o simplemente burlaría y dejaría atrás las medidas de seguridad.
Ah. Allá vamos: alguien había dejado una puerta trasera muy fácil de romper en Ryovo, una pequeña subsidiaria de Hayter-Ross que hacía repuestos de alcantarillas antiguas. No era un rinconcito especialmente romántico de aquel imperio eclesiástico que digamos. Brian coló un código repetidor de claves en la puerta y lo echó a rodar; tres segundos y apenas 254 229 intentos después, estaba dentro. Pan comido.
Las luces se apagaron.
Metafóricamente, desde luego. Brian, al haber sido previamente humano y considerarse conscientemente todavía como tal, había creado un sistema perceptivo para que le ayudara a relacionarse con la información que estaba procesando. Pero lo mirara como lo mirara, dos ciclos antes, Brian había sido perceptivamente consciente de sus extensiones y era capaz de moverse libremente. Ahora no percibía nada, excepto sus propios pensamientos.
Que eran: «¿Qué demonios?»
—Hola —dijo una voz de mujer, cálida pero un poco escalofriante a la vez—. Pero ¿qué tenemos aquí?
Entonces guardó silencio durante un período de tiempo que se hizo infinito.
Luego volvió:
—Eres muy interesante —dijo—. Voy a desmontarte para descubrir qué te hace funcionar. Espero que no te importe. Debería volver a poder ensamblarte cuando termine. Aunque no prometo nada. Además, por lo que puedo ver de tu estructura perceptiva, esto va a doler.
Brian sintió que lo hacían pedazos casi inmediatamente. Su primera reacción fue algo parecido al asombro: no había sido consciente de que su metáfora perceptiva incluyera un equivalente al dolor, y ahora que sabía que lo tenía, se preguntó en qué coño estaba pensando (o no pensando, para ser más preciso) cuando lo incluyó. Su segunda reacción fue gritar como un loco y preguntarse si podría estar muriendo por segunda vez en su vida.
∗ ∗ ∗
Rod Acuña abrió la puerta de su apartamento y encontró a Archie McClellan y a Takk acurrucados, leyendo un libro.
—¿Qué carajo estáis haciendo? —le gritó a Takk.
—Estamos leyendo un libro —respondió Takk—. Por pasar el rato.
—«¿Por pasar el rato?» Santo Dios. ¿Qué es esto, una guardería? Si llego a volver dentro de una hora, ¿estaríais comiendo galletitas y preparándoos para echar una siesta?
Takk alzó las zarpas como para hacer una aclaración.
—Cállate —ordenó Acuña—. Tú y yo nos marchamos dentro de una hora. Voy a empaquetar algunas cosas. Cuando regrese, quiero que te hayas encargado de tu amiguito de lectura. ¿Me comprendes?
—Te comprendo —respondió Takk.
—Bien —dijo Acuña. Se fue a otra habitación.
Archie depositó el libro sobre la mesa. El libro se apagó al hacerlo. Takk se levantó, y lo mismo hizo Archie, apoyándose en la mesa y procurando no apoyar su peso en la pierna herida. Tuvieron un momento de incómodo silencio.
—Bien —dijo Takk, por fin.
—Sí —dijo Archie—. Ésta es la parte en que me matas y me comes.
—Eso parece. Aunque es al revés.
—Oh. Supongo que es bueno saberlo.
Takk puso su monstruosa zarpa sobre el hombro de Archie.
—Lo siento mucho, Archie. No veo otra salida.
Archie sonrió.
—No importa, Takk. Sé que va a sonar extraño, pero me alegra que lo hagas tú y no él. Las últimas horas han sido inesperadas. Creo que es la mejor forma de decirlo. Me alegro de haberte conocido.
—Yo también me alegro de haberte conocido —dijo Takk. Más que eso, en realidad. En el espacio de unas pocas horas Takk estaba seguro de haber hecho su primer, mejor y único amigo humano, mientras permanecía allí sentado y escuchaba a Archie contarle la historia de la Iglesia del Cordero Evolucionado, las profecías y su propio papel en ellas, e incluso le dio a entender que el propio Takk podría tener una función que desempeñar.
—Mira éstos —había dicho Archie, señalando una serie de poemas donde el Cordero Evolucionado conseguía protección de una fuente desconocida (una serie de poemas, aunque los miembros de la iglesia no lo sabían, inspirada en un culebrón televisivo que Dwellin estaba siguiendo en aquella época)—. ¿Quién dice que este protector no puedes ser tú?
Para Takk fue profundamente conmovedor que él pudiera ser llamado a terminar la misión de su recién hallado amigo.
—Voy a echarte de menos —le dijo Takk a Archie.
—Gracias.
Archie recogió su libro y se lo entregó.
—Mira, quiero que te lo quedes. Léelo y reflexiona, sobre todo en los próximos días, ¿de acuerdo? Van a suceder cosas importantes, y todos formamos parte de ellas. Así que léelo.
—Lo haré —dijo Takk, aceptándolo—. Lo prometo.
—Hazme un favor —pidió Archie—. Puede que dentro de poco conozcas a un miembro de mi iglesia, Sam Berlant. Somos pareja. Envíale mi amor, y dile que siento no haber llegado al final de esto.
—Haré lo que pueda —prometió Takk.
—Muy bien. ¿Qué hago ahora?
—Quédate ahí de pie. Aunque hay una cosa.
—¿Cuál?
—¿Podrías quitarte el reloj? —pidió Takk—. No puedo digerir eso.
Archie se quitó el reloj y lo dejó encima de la mesa.
—¿Preparado?
—Preparado —dijo Archie—. Adiós, Takk.
—Adiós, Archie.
Takk se abrió y consumió a su amigo lo más rápidamente que pudo.
Una vez lo tuvo dentro, Takk pudo notar cómo Archie se esforzaba por no luchar presa del pánico. Takk pensó que era un gesto muy elegante por su parte.
Todo acabó en unos pocos minutos. Takk miró el libro que tenía en su enorme zarpa, descubrió cómo activarlo, y se sentó a leer hasta que Acuña estuvo listo para marcharse.