Capítulo 11

Lo primero que hicieron Creek y Robin fue dormir. Se dirigieron a su camarote, uno económico en una de las cubiertas inferiores, junto a la sala de máquinas y los habitáculos de la tripulación. Tuvieron que apretujarse para pasar por la puerta. Se desplomaron en sus respectivos camastros y quedaron fuera de combate, sin soñar siquiera, durante doce horas.

Lo segundo que hicieron fue ir de compras. Fixer había tenido la amabilidad de proporcionarle a Creek una sudadera para cubrir su camiseta rota y ensangrentada (aunque no había sido tan amable como para no cobrarle una cantidad exagerada), y le había dado a Robin el sombrero prometido, pero aparte de eso los dos tenían como únicas posesiones los pasaportes falsos y lo que llevaban puesto. La Nuncajamás no era un crucero de primera (pertenecía a la compañía Haysbert-American, especializada en paquetes de viaje económicos para grandes grupos), pero tenía una tienda de ropa razonablemente agradable en la Cubierta Galaxia. Robin escogió ropas y zapatos para ambos mientras Creek le contaba al encargado que su equipaje, inexplicablemente, había sido enviado a las Bermudas.

Lo tercero que hizo Robin fue arreglarse el pelo. Lo tercero que hizo Creek fue darse un masaje. Ambos gimieron durante sus respectivos tratamientos pero se sintieron satisfechos con los resultados. Lo cuarto que hicieron fue dormir un poco más. Se despertaron hambrientos y justo a tiempo para la cena, donde tenían los asientos asignados. Encontraron su invitación por debajo de la puerta: «Mesa 17».

—Dice que hay que vestir semiformal… pero se prefiere el uniforme militar de gala —dijo Robin, leyendo la invitación.

—Me temo que vamos a decepcionarlos.

—Al menos te he conseguido un bonito traje y una corbata. Por cierto, no te acostumbres a que te compre las cosas. Esto no volverá a ocurrir. Espero que no te importe que te diga que no pienso ir a un centro comercial contigo nunca más.

—Comprendido —dijo Creek—. Espero que no te importe que te diga que comparto el sentimiento.

—Es bueno haberlo aclarado —respondió Robin, y entonces miró de nuevo la invitación—. Pero tú tienes un uniforme de gala, ¿no? En casa. Eres veterano.

—Lo soy. Lo tengo. Pero creo que no me lo he puesto desde que me licencié.

Robin sonrió e hizo un gesto en el aire, indicando el crucero.

—¿Quieres decir que nunca has estado antes en uno de éstos? ¿Ni siquiera en un desfile del Día de los Veteranos?

—No me van mucho los desfiles.

—Esa impresión me das. El típico solitario.

—No es eso —dijo Creek—. Bueno, sí. Pero también es porque lo mejor de mi servicio militar es que se terminó. Guardé el uniforme porque había acabado con él.

—¿Te encontrarás a gusto en este crucero? —preguntó Robin—. Porque me da la impresión de que el resto de los viajeros no han acabado con el servicio militar todavía. Por eso están aquí.

—No habrá problema. Soy solitario por naturaleza, pero eso no significa que no pueda fingir que soy sociable.

—Así se habla, soldado —dijo Robin—. Pero apuesto a que serás el único que no va de uniforme. Espera y verás.

∗ ∗ ∗

—¿Cómo, sin uniforme? —preguntó el hombre calvo de la mesa 17 cuando Creek y Robin ocuparon sus asientos.

—Enviaron nuestro equipaje a las Bermudas —dijo Creek, sentándose.

—Chico, si tuviera un dólar por cada vez que he oído esa excusa —repuso el calvo, y le tendió la mano—. Chuck Gracie, y ésta es mi esposa, Evelyn.

—Hiroki Toshima —dijo Creek, estrechándola.

—¿Cómo dice?

—Adoptado.

—Ah.

—Y ésta es mi prometida, Debbie. —Creek señaló a Robin.

—¡Bien! Enhorabuena a los dos —dijo Evelyn Gracie.

—Gracias —respondió Robin—. Ha sido muy repentino.

—Bien, tendréis que contárnoslo todo —dijo Evelyn—. Me encantan las buenas historias de compromisos.

—Nos conocimos en un centro comercial —dijo Robin sin pestañear—. Tropezamos. Había paquetes por todas partes.

Antes de que pudiera continuar, otras dos parejas llegaron y se presentaron: James Crower y su esposa Jackie, y Ned y Denise Leff. Mientras todos se estrechaban las manos, llegó una última pareja: Chris López y su compañero Eric Woods. Esto causó otra ronda de apretones de mano y explicaciones por parte de Creek de que era adoptado. Llegó un camarero y llenó las copas de vino.

—Ahora que ya estamos todos —dijo Gracie—, ¿hay algún oficial en la mesa?

Todos negaron con la cabeza.

—¡Bien! Entonces ésta es una zona libre de saludos. Propongo que nos emborrachemos y comamos como cerdos durante todo el crucero.

Junto a Gracie, Evelyn miró al cielo y le dio un golpecito a su marido en el brazo.

—Con calma, Chuck. Habla tu oficial al mando.

—Sí, señora —dijo el hombre, y le sonrió a sus compañeros de mesa—. Ya podéis ver quién está aquí al cargo.

—He oído decir que el capitán de la Nuncajamás es veterano de Pajmhi —dijo la soldado López—. ¿Sabe alguien si es cierto?

—Puedo responder a eso —contestó Ned Leff—. Es cierto. Fue piloto de desembarco de los marines allí. Es uno de los motivos por lo que escogimos la Nuncajamás para este crucero.

—Eso y que es barato —rió Chuck.

—Nunca viene mal —admitió Leff—. Pero los había más baratos. Estuve en el comité de dirección de este crucero. El capitán Lehane vino a vernos y ofreció su nave. Eso selló el trato. Fue un piloto cojonudo en Pajmhi, ¿sabéis? Su lanzadera de desembarco recibió un impacto directo y aun así consiguió llevarla con su escuadrón de vuelta a su nave.

—Y ahora transporta turistas —dijo James Crowder.

—No hay nada de malo en eso —repuso López—. Cumplió su misión, como todos nosotros.

—No lo estoy criticando. Demonios, lo envidio. Yo también fui piloto de lanzaderas. Ahora vendo alfombras. Me cambiaría por él.

—Estoy buscando una alfombra —dijo Chuck.

—Entonces es un día de suerte para uno de nosotros —comentó Crowder.

—Hablando del diablo —dijo Leff, y señaló hacia la parte delantera de la sala—. Parece que el capitán Lehane va a decir algo.

Creek giró la cabeza y vio a un hombre de aspecto juvenil y uniforme de gala blanco (el uniforme de la línea Haysbert-American) que se había puesto en pie y daba golpecitos con un tenedor a su copa de vino. La sala se calló rápidamente.

—Amigos veteranos —dijo Lehane—. Soldados, marineros, suboficiales y, sí, incluso oficiales —esto provocó una carcajada—, os doy la bienvenida a la Nuncajamás.

Hubo una salva de aplausos. Lehane sonrió y dejó que continuara durante unos segundos y luego alzó una mano para aplacarlos.

—Todos nosotros estamos aquí por un motivo —dijo.

—¡Para beber! —gritó alguien desde el fondo.

Se produjo una carcajada.

Lehane volvió a sonreír.

—Muy bien, por dos motivos. El otro motivo es honrar a nuestros amigos y camaradas que cayeron en Pajmhi. Ha pasado más de una década desde que nosotros, algunos recién salidos del instituto, combatimos y morimos en el mayor despliegue de fuerzas armadas humanas desde que nuestro planeta se unió a la Confederación Común. En este tiempo, se han dicho muchas cosas sobre la batalla de Pajmhi. Se han dicho muchas cosas en contra. Pero nadie ha dudado nunca del valor de los hombres y mujeres que lucharon y murieron allí. Nosotros, más que nadie, conocemos esa verdad, y el lazo de hermandad formado entre nosotros en esa lucha, que existe aún entre los que sobrevivimos, y que nos llama a recordar a aquellos que hicieron el sacrificio definitivo por su planeta y sus camaradas soldados.

Alzó la copa.

—Por nuestros hermanos y hermanas.

—Por nuestros hermanos y hermanas —le respondieron desde todas las mesas. Todos bebieron.

—Como sabéis —continuó Lehane—, Chagfun es una escala especial en este viaje de la Nuncajamás, y hemos preparado una ceremonia conmemorativa en la llanura de Pajmhi. Espero veros a todos allí. Antes y después de eso, naturalmente, podréis divertiros en nuestras escalas habituales, y con las actividades a bordo de la Nuncajamás. Porque como ha advertido mi amigo del fondo, mientras recordemos a nuestros compatriotas, no hay nada malo en divertirse también. Así que, en nombre de la tripulación de la Nuncajamás, una vez más, bienvenidos, y que disfrutéis. Gracias.

Se sentó entre aplausos. Los camareros salieron de los laterales del salón y empezaron a servir ensaladas.

—Bien dicho —comentó Chuck.

—Ya te dije que era bueno —contestó Leff.

—¿Cómo vamos a celebrar una ceremonia en la llanura de Pajmhi? —dijo López—. Creía que esos cascaplanetas nidu la habían borrado de la faz del planeta.

—Sí y no —respondió Leff, y se inclinó hacia atrás para permitir que el camarero le sirviera su ensalada—. La llanura sigue allí. La única diferencia es que ahora está bajo unos cien metros de roca nueva procedente del río de lava que se formó después de que estallara la bomba. Nuestra ceremonia tendrá lugar en una de las partes más frías del lecho de rocas.

—¿Quieres decir que todavía hay partes calientes? —preguntó Crower.

—Oh, sí —dijo Leff—. Ahora mismo hay un volcán donde antes estaba la zona sur de la llanura. Sigue escupiendo lava. Nosotros estaremos en la zona norte.

—Malditos nidu —rezongó Chuck, y atacó su ensalada.

—Chuck —le advirtió Evelyn.

—Lo siento, querida —dijo el hombre, y entonces miró al resto de los miembros de la mesa—. Pero todos sabéis de qué estoy hablando.

Robin levantó una mano.

—Hola. La verdad es que yo no. ¿Qué tienen que ver los nidu con esa batalla?

Chuck miró a Robin, masticó pensativo su ensalada, y luego miró a Creek.

—¿No le has contado nada?

—Nuestra relación es bastante reciente.

—Seguimos recogiendo los paquetes —dijo Robin.

Chuck miró alrededor.

—¿A alguien le importa si hago un breve resumen?

Como nadie se quejó, continuó:

—El resumen es que el planeta Chagfun es una colonia nidu, y hace unos veinte años, los nativos de Chagfun empezaron a ponerse revoltosos. Durante seis o siete años se dedicaron al terrorismo a pequeña escala: bombas caseras, mercados por los aires, intentos de asesinato. Nada que los nidu no pudieran manejar. Pero entonces sucedió algo que hizo que los nidu se pusieran serios: los comandantes militares locales nidu se pusieron de parte de los nativos de Chagfun y tomaron las armas con ellos. Cosa que es algo que se suponía que bajo ningún motivo podría suceder.

—¿Por qué no? —preguntó Robin.

—Por la jerarquía nidu —intervino Leff—. Los nidu son una cultura de castas, agrupadas en clanes que son increíblemente recelosos unos de otros. El clan que ahora mismo está en el gobierno mantiene el control de todo, y quiero decir todo, a través de una red informática. Todo el equipo del Ejército y el gobierno está conectado a esa red, hasta los rifles que los nidu proporcionan a su infantería. La estructura de poder es de arriba a abajo, así que los oficiales al mando tienen control sobre todas las decisiones que se toman. Van en cadena. Si el líder de los nidu quisiera, podría hacer que un rifle concreto en un campo de batalla dejara de funcionar, sólo con ordenarlo.

—¿Qué pasa si el soldado queda aislado de la red? —preguntó Robin.

—Su rifle deja de funcionar —dijo Leff—. O su transporte, o su nave, lo que sea. Así es como la jerarquía nidu mantiene el control.

—Excepto que en este caso —intervino Chuck, tomando de nuevo la palabra—, de algún modo los comandantes locales parecieron zafarse de la red nidu y mantener sus rifles en funcionamiento. Y sus naves. Así que, se desconectaron y Chagfun se declaró independiente. Nidu declaró la guerra…

—… y como la Tierra firmó un tratado mutuo de defensa, nos vimos arrastrados a ella —dijo López—. Y acabamos librando una guerra civil nidu por ellos.

—Y no es que nuestro Departamento de Defensa se quejara —comentó Crower.

—No, en absoluto —dijo Chuck—. Defensa estaba deseando alardear de la disponibilidad militar de la Tierra. Así que hicimos una operación militar conjunta con los nidu, y como era una fiesta nidu, ellos estaban a cargo del programa. Pero eso no era el verdadero problema.

Robin esperó un momento a que Chuck continuara, pero él estaba disfrutando de su pausa dramática. Finalmente, Robin dijo:

—¿Sí? ¿Y el problema era…?

Gracie abrió la boca para hablar pero Leff se le adelantó.

—El problema era que los rebeldes chagfun no estaban desconectados de la red nidu. Habían impedido que el liderazgo nidu controlara sus equipos, pero seguían pudiendo oír lo que pasaba en la red.

—Así que sabían todos los movimientos que los nidu nos iban a mandar hacer —dijo Chuck. Se metió más ensalada en la boca.

—Eso es malo —comentó Robin.

—Fue muy malo —corroboró López—. Desembarcamos cien mil soldados en la llanura de Pajmhi porque la inteligencia nidu nos dijo que era una zona ideal para la operación. Se suponía que estaba lejos de la principal concentración de fuerzas rebeldes, con civiles simpatizantes en las ciudades locales que no nos causarían ningún problema. Pero los rebeldes sabían que íbamos y nos estaban esperando. Nos atacaron mientras aún nos estábamos organizando. Fue imposible montar una defensa efectiva.

—Fue una auténtica cagada —dijo Chuck.

—Cariño… —le advirtió Evelyn Gracie.

—Su esposo tiene razón, señora Gracie —dijo López—. Hubo veintitrés mil muertos y un número similar de heridos. Cuando la mitad de tus tropas son bajas, «cagada» es el término adecuado.

—Gracias, López —respondió Chuck, y señaló uno de los galones de su uniforme con el tenedor de la ensalada—. Me hirieron en Pajmhi: un tiro en la pierna. Estuvo a punto de arrancármela de cuajo. Supongo que puedo usar el término «cagada» si quiero.

—¿Y qué pasó entonces? —preguntó Robin.

—Bueno, después de un par de días de Chagfun, que tienen, ¿cuánto? ¿Treinta horas? —Chuck miró a Leff.

—Treinta horas y siete minutos.

—Exacto —asintió Chuck—. Conseguimos sacar de allí a nuestras tropas, y les dijimos a los nidu que se encargaran de sus malditos líos. Y lo hicieron.

—Tiraron una bomba en Pajmhi —intervino Crower—. Una de sus cascaplanetas. Es una bomba que se mete en la piel de un planeta. Debilita la corteza y deja que la roca fundida salga a flote.

—Es como crear una maldita erupción volcánica, eso es lo que es —dijo Chuck—. Los nidu dejaron caer la bomba en la llanura de Pajmhi. Aniquiló a todo ser viviente en un par de cientos de kilómetros a la redonda, incluyendo los habitantes de pueblos y ciudades.

—Eso fue antes de que las erupciones enviaran suficiente polvo al aire para enfriar el planeta —intervino Neff—. Chagfun tuvo su propia mini edad glacial ese invierno. Los cultivos se congelaron y los colonos se morían de hambre. Los nidu impusieron un bloqueo al planeta. Nadie pudo entrar.

—¿Por qué no hizo nada la CC? —preguntó Robin.

—Asunto interno —dijo López—. La CC sólo se implica si una de sus naciones ataca a otra. No interviene en guerras civiles.

—Así que la CC dejó morir a toda esa gente.

—Básicamente —contestó López. Terminó su ensalada.

—Pero funcionó —dijo Chuck, copando de nuevo la conversación—. Los rebeldes chagfun se rindieron para que sus familias dejaran de morir de hambre. Los nidu intervinieron y tomaron el control, y por lo que puedo recordar ejecutaron hasta al último de los rebeldes. Así que por incompetencia y crueldad, los nidu acabaron matando a docenas de miles de combatientes que se habían rendido, y dejaron morir de hambre y congelamiento a miles de los suyos. Y ahora sabéis por qué digo «malditos nidu».

Esta vez, Evelyn Gracie no le dijo nada a su marido. Los camareros se acercaron a retirar los platos de ensalada.

—Pero ya basta de este tema deprimente —dijo Chuck. Buscó en su uniforme y sacó una cámara pequeña—. Tengo que pediros un favor. Como representante delegado de mi regimiento en este viaje, tengo que ser molesto y sacar fotos de todos los detalles para enviarlas al boletín del regimiento. Así que espero que no os importe agruparos para sacar una foto rápida. Evelyn, querida, si no te importa.

Le tendió la cámara a su esposa, que se levantó de la mesa para sacar la foto. Los demás se congregaron en torno a Chuck. Creek y Robin se apartaron del grupo, pues no les interesaba ser fotografiados.

—Hiroki, Debbie —dijo Gracie—. Venga, apretujaos.

—No llevo uniforme.

—Demonios, tío, me estaba quedando contigo con lo del uniforme.

—Vale, me pondré en la siguiente.

Chuck se encogió de hombros y miró a Evelyn, que se disponía a hacer la foto.

—Adelante, querida.

Evelyn Gracie pensó que Hiroki y su joven y bonita prometida eran simplemente tímidos, y también un poco tontos. Pulsó un botón en la parte trasera de la cámara para pasar de encuadre normal a panorámico, haciendo que los perfiles de la tozuda pareja aparecieran en el recuadro. Sacó la foto y le devolvió la cámara a su marido.

—Gracias, querida.

—Has hablado de «regimiento» —le dijo Crower a Chuck mientras los camareros servían el plato principal, entrecot procesado—. ¿Estuviste en caballería?

—Mejor. Rangers. 75º Regimiento, 2º Batallón. Fort Benning, Georgia. El 75º existe desde principios del siglo XX, lo cual es una continuidad notable. No soy el único miembro del 75º aquí. Conozco a un par de tipos del 1º y 2º Batallones. Pero dejan que yo haga todas las fotos. Tú estuviste en caballería, ¿no?

—3ª Blindada, Escuadrón Tigre, Batallón Caballo Loco —dijo Crower—. De Tennessee.

—Bonito estado —reconoció Chuck—. ¿Y tú, López?

—46º de Infantería, 146º Batallón de Apoyo en Ataque. La Camada de Lobos. Michigan.

—3º Batallón, 7º de Marines —dijo Leff—. California. La Vanguardia.

—¿Y tú, Hiroki?

Creek levantó la cabeza del plato.

—12º de Infantería. 6º Batallón.

Se produjo un silencio mortal en la mesa durante varios segundos.

—Santo Dios, tío —dijo Chuck por fin.

—Sí —contestó Creek. Cortó un trozo de entrecot y se lo llevó a la boca.

—¿Cuántos salisteis de allí? —preguntó López.

Creek tragó.

—¿Del 6º Batallón?

López asintió.

—Veintiséis.

—Del batallón completo —dijo Leff—. De los mil soldados.

—Así es —asintió Creek.

—Joder.

—Sí.

—He oído decir que uno de vosotros recibió la Medalla de Honor —dijo Chuck—. Contuvo a los rebeldes durante dos días y salvó a su pelotón.

—Contuvo a los rebeldes —respondió Creek—. No recibió la Medalla de Honor.

—¿Por qué demonios no?

—No salvó a todo su pelotón.

—Debió joderle bastante no recibirla —dijo Crower.

—Estaba más jodido por no salvar al hombre que perdió —dijo Creek.

—¿Conociste al tipo? —preguntó López—. ¿Quién era?

—Harry Creek —respondió Creek—. Lo conocí.

—¿Dónde está ahora?

—Se hizo pastor.

Gracie se echó a reír.

—No hablas en serio.

—La verdad es que sí.

—¿Y es bueno? —preguntó Chuck.

—No lo sé —contestó Creek, y miró a Robin—. Habría que preguntarle a su rebaño.

∗ ∗ ∗

Creek desapareció después de la cena. Robin fue a buscarlo un par de horas más tarde y lo encontró en la cubierta de paseo, contemplando el espacio.

—Hola —dijo.

Creek se dió la vuelta para mirarla y luego se volvió para seguir contemplando las estrellas.

—Lamento haberme escapado. La cena despertó algunos recuerdos.

—¿Eran verdad? —preguntó Robin—. Las cosas que dijiste sobre tu batallón. Sobre la Medalla de Honor.

Creek asintió.

—Eran verdad. Mi batallón estaba justo donde los rebeldes chagfun habían reunido a sus tropas. Nos atacaron antes de que nos diéramos cuenta de lo que estaba pasando. Mi pelotón consiguió abrirse paso y ponerse a cubierto, pero nos emboscaron.

—Pero los rechazaste —dijo Robin—. Salvaste a tu pelotón.

—Salvé a la mayor parte de mi pelotón. Mi mejor amigo murió. Se entusiasmó y echó a correr detrás de un pelotón de rebeldes, y el resto lo seguimos a una emboscada. Conseguimos replegarnos pero sufrimos muchas bajas. El resto del 6º ya había sido aniquilado o luchaba por sus vidas, así que nos encontramos solos durante dos días. Al final de todo, Brian estaba muerto. Saqué su cuerpo de la llanura, pero es todo lo que pude hacer por él.

—Lo siento, Harry.

—No pasa nada. Sólo desearía haber podido salvarlo.

—Una de las cosas que estoy descubriendo de ti es que tienes un sentido muy desarrollado de la obligación personal. Quiero decir, me gusta. Me ha mantenido con vida durante el último par de días. Pero hace que me tengas preocupada.

—Tú te preocupas por mí —dijo Creek.

—No te burles —advirtió Robin—. Puede que sea medio-oveja, pero sabes que doy buenos puñetazos.

—No me estoy burlando. Lo agradezco. Y sólo eres un veinte por ciento oveja.

—Detalles.

Tras ellos, alguien se aclaró la garganta. Creek se volvió y vio a Ned Leff allí de pie.

—Espero no interrumpir nada —dijo—. Os vi aquí y se me ocurrió acercarme.

—Estábamos contemplando las estrellas —contestó Creek.

—¿Esperando el salto? —preguntó Leff—. Saltaremos al espacion dentro de unos pocos minutos. Suele ser todo un espectáculo.

—Ahora que lo mencionas, sí. Eso es exactamente lo que estábamos haciendo. ¿En qué puedo ayudarte, Ned?

—Esperaba poder recurrir a tu buena voluntad —dijo Leff—. Sabes que va a haber una ceremonia conmemorativa en la llanura de Pajmhi, y una de las cosas que hemos planeado es que un miembro de cada cuerpo de las Fuerzas Armadas coloque una corona en un monumento conmemorativo que hemos traído. La cosa es que el veterano que iba a representar al Ejército perdió el crucero. Tuvo un accidente camino del aeropuerto. El coche destrozado y una pierna rota. Está bien, pero tiene que hacerse arreglar la pierna. Así que nos falta un hombre. Esperaba que pudieras sustituirlo.

—Gracias. Pero no creo…

Leff alzó una mano.

—Tengo la impresión de que eres un hombre modesto, y puedo comprenderlo —dijo—. Pero creo que sería realmente inspirador para los otros veteranos ver allí a un miembro del 6º, colocando una corona.

—Ni siquiera tengo mi uniforme de gala —replicó Creek—. Enviaron mi equipaje a las Bermudas.

—Tú deja que yo me ocupe de eso. Dime que lo harás.

—¿Cuándo es la ceremonia?

—Recalamos en la Colonia Caledonia mañana, y después en Brjnn, y luego hacemos nuestra escala en Chagfun —dijo Leff—. Así que dentro de una semana. Más que tiempo suficiente para prepararte, si estás pensando en eso.

—Una semana sería perfecto —dijo Creek. Una semana sería después de que hubiera tenido lugar la ceremonia de coronación nidu. Creek no tenía ninguna duda de que para entonces Ben Javna habría vuelto a establecer contacto o lo habría localizado. O Robin y él habrían salido ya del crucero Nuncajamás, o podría arriesgarse a plantarse en un atril con una corona.

—Magnífico —dijo Leff, y le estrechó la mano—. Cuando te vea mañana en la cena, tendré más detalles. Hasta entonces, que pases buena noche. —Miró su reloj—. Y mira… hemos terminado justo a tiempo para que veáis el salto. No os molestaré más. Disfrutadlo.

Se marchó.

—Parece muy entusiasmado con el salto —dijo Robin, después de que se fuera.

—¿Nunca has visto uno? —preguntó Creek.

—Nunca había salido de la Tierra antes. Todo esto es nuevo para mí. ¿Por qué?

—Bueno, espera y verás.

Robin se volvió hacia las estrellas.

—¿A qué estoy esperando?

Todas las estrellas del cielo de repente se retorcieron y emborronaron, como si cada una fuera una esfera de pintura iridiscente e incandescente que de pronto fuese prensada en dos dimensiones por un panel de cristal grande como el Universo. La luz de cada esfera aplanada giró con la luz de las demás, bailando como en un prisma y produciendo inesperadas vetas de color, hasta que todo el cielo se convirtió en un gris plano que, sin embargo, parecía rebullir y amenazar con estallar con otro despliegue de pigmentos y destellos.

—Oh. Guau —dijo Robin.

—Es lo que dice todo el mundo.

—Hay motivos.

—Bueno, no todo el mundo —explicó Creek—. Algunas especies no perciben el color como lo hacemos nosotros. Algunas razas de la CC ni siquiera ven.

—Es una lástima. Ellos se lo pierden. Algunas veces es bueno ser humano.

∗ ∗ ∗

El juez Bufan Nigun Sn tiró de una de sus antenas, como irritado, envolvió sus piernas de araña alrededor de su asiento, depositó la taza de café sobre la mesa y sacó de un cajón su módulo comunicador.

—Puesto que estamos aquí, en la Tierra, mantendremos esta conversación en inglés —dijo el módulo, reduciendo los agudos roces que procedían de las partes bucales de Sn a la gama sónica nidu y humana—. ¿Tiene el representante nidu algún problema con esto?

—En absoluto —dijo Quuawin-Getag, consejero general de la embajada de Nidu ante las Naciones Unidas de la Tierra.

—Y supongo que no habrá problema por su parte, señor Javna —preguntó el juez Sn.

—Ninguno, señoría —dijo Ben Javna.

—Bien. Dados los extraordinarios límites de tiempo implicados en este caso, he accedido a esta sesión in camera, al final de la cual tomaré una decisión. Aunque, naturalmente, esa decisión podrá apelarse ante un tribunal superior, el veredicto no será suspendido hasta esa apelación. Así que esto significa que si no están ustedes contentos con el veredicto, mala suerte y a chincharse. ¿Queda claro?

Quuawin-Getag y Javna asintieron.

—Bien —dijo Sn—. Y ahora, señor win-Getag puede explicar ese estúpido argumento de su gobierno que dice que una ciudadana humana de las NUT es de algún modo equivalente a ganado.

Quuawin-Getag se lanzó a resumir el argumento legal de su gobierno mientras el juez Sn le quitaba la tapa al café, metía la boca succionadora dentro del vaso y sorbía torpemente. Javna no era ningún experto en los wryg, la especie a la que pertenecía el juez Sn. Sin embargo, sospechaba que Sn estaba, probablemente, más que un poco resacoso, lo que explicaba por qué estaba más cabreado que el wryg medio.

—Bien, bien, bien —dijo por fin el juez Sn, mientras Quuawin-Getag empezaba a citar por segunda vez los detalles específicos de Agnachu contra Ar-Thaneg—. Ya veo adónde quiere ir a parar con esto. Muy innovador, abogado. Amoral y repugnante, pero innovador.

—Gracias, señoría —respondió Quuawin-Getag.

El juez Sn se volvió hacia Javna.

—Dígame que tiene algo para rebatir esa mierda —dijo.

—La verdad —contestó Javna— es que a las NUT les gustaría aceptar la afirmación nidu de que la señorita Baker no es humana, ni ciudadana de las NUT.

—¿Qué? —exclamó el juez Sn.

—¿Qué? —exclamó Quuawin-Getag.

—Las NUT aceptan que la señorita Baker no es humana, ni ciudadana de las NUT —repitió Javna.

—Tiene que estar bromeando —dijo el juez Sn—. Y no soy un gran fan de la raza humana, si quiere que le diga la verdad. Tienen ustedes la cabeza en el culo la mayor parte de las veces. Incluso así, lo único que los redime es que luchan como locos por los derechos de los suyos. Si esto representa el verdadero pensamiento de su gobierno, este gobierno es más mierda de lo que pensaba que era. Están ustedes locos si entregan a una ciudadana a estos lagartos.

—En nombre de mi gobierno, protesto ante esos comentarios —dijo Quuawin-Getag.

—Cállese —le dijo el juez Sn, y volvió su atención hacia Javna—. ¿Bien?

—Agradezco su sinceridad sobre la raza humana —dijo Javna—. Sin embargo, las NUT lo admiten.

—Vaya, magnífico —repuso el juez Sn—. Recuérdeme que me ponga a trabajar en una petición para un nuevo puesto en cuanto salgan ustedes dos de mi despacho.

—Si las NUT admiten nuestros argumentos, entonces la entidad es, en efecto, propiedad nuestra, y las NUT deben entregárnosla lo antes posible —le dijo Quuawin-Getag al juez Sn—. Nidu le pide que ésa sea su sentencia.

—Y supongo que estarán ustedes perfectamente de acuerdo con eso —le dijo el juez a Javna.

—No lo estamos. Y de hecho solicitamos que desestime el caso porque los nidu no tienen ninguna base para plantear ningún pleito de entrada.

—Eso es ridículo —dijo Quuawin-Getag—. Las NUT ya han admitido que la entidad es propiedad nidu.

—Admitimos que ella no es humana ni ciudadana de las NUT —replicó Javna—. Que no es lo mismo que decir que es de su propiedad.

—Me está empezando a doler la cabeza —dijo el juez Sn—. Explíquese, abogado. Sea rápido y claro.

—No tiene sentido argumentar que la señorita Baker es humana. No lo es. Es una entidad híbrida y una especie completamente nueva —dijo Javna—. Pero es más que una nueva especie, es una nueva especie sentiente. La Confederación Común concede automáticamente derechos especiales a los individuos de las especies sentientes recién descubiertas para protegerlos de ser explotados por otras razas. Es uno de los principios fundamentales de la Confederación Común, y de los estatutos de la Confederación, que cada nación debe acatar antes de entrar en la CC. Es más, la Confederación Común considera a cada especie sentiente en masse como soberana, una vez más para impedir que sean explotadas por otras razas. Es privilegio de los gobiernos escogidos de esas especies establecer tratados y acuerdos en nombre de su pueblo. Todo eso está bien establecido.

—Continúe —dijo el juez Sn.

—Considerando estos hechos, los derechos de la señorita Baker como nueva especie sentiente están por encima de la reclamación de propiedad de los nidu —prosiguió Javna—. Del mismo modo, cualquier tratado que la Tierra pueda haber firmado con los nidu es irrelevante respecto a la señorita Baker. Ella es de facto el cuerpo gobernante de su especie, soberana de sí misma y, por tanto, sólo ella es capaz de establecer tratados y acuerdos referentes a su persona. Las NUT reconocen esto y renuncian a cualquier reclamación respecto a su ciudadanía, a la espera de la decisión de la propia señorita Baker de aliar su nación a la nuestra. Como la señorita Baker es soberana, Nidu no tiene base para exigir a las NUT que la entreguen. Como la señorita Baker es una nueva especie sentiente, Nidu no tiene ninguna base para reclamarla como propiedad. Básicamente, Nidu no tiene base alguna para hacer estas demandas.

El juez Sn se volvió hacia Quuawin-Getag.

—¿Y qué dice usted a eso, abogado?

Quuawin-Getag parpadeó con fuerza. Había esperado y se había preparado para que Javna luchara por la ciudadanía de Baker. Esa táctica legal lo había pillado por sorpresa.

—Es una teoría interesante —dijo Quuawin-Getag, estirando las palabras para conseguir cierto efecto y darse más tiempo para pensar—. Pero no está demostrado que la entidad sea de hecho una especie sentiente completamente nueva.

—No me diga —replicó el juez Sn—. ¿A qué parte se opone? ¿A lo de «sentiente» o lo de «especie»?

—A ambas —dijo Quuawin-Getag—. Ninguna ha sido demostrada.

—Oh, venga ya —dijo Javna—. La señorita Baker asistió a la universidad y tiene su propio negocio. Estoy seguro de que eso la califica como «sentiente».

—De acuerdo —declaró el juez Sn—. En cuanto a la parte de la especie, señor win-Getag, su colega aquí presente ya ha admitido su declaración de que la señorita Baker no es humana. Para que no sea una nueva especie, creo que tendría que admitir que es completamente ganado. No creo que ni siquiera los nidu estén preparados para llegar tan lejos.

—Puede que no tenga todas las características de las especies evolucionadas —dijo Quuawin-Getag, forzando sus argumentos al máximo—. Las especies tienen que poder transmitir sus características a sus descendientes, y no se ha demostrado que la entidad pueda hacerlo.

—¿Está sugiriendo que preñemos a la joven para demostrar su estatus? —preguntó el juez Sn—. No creo que tengamos tiempo para eso.

—¡Para otra cosa! —dijo Quuawin-Getag, un poco sin aliento—. La entidad fue creada genéticamente a partir de especies previamente conocidas. Todas las especies sentientes previamente conocidas fueron producidas a través del proceso natural de la evolución y no a partir de especies previamente conocidas.

—¿Y eso quiere decir…? —instó el juez.

—Eso quiere decir que las entidades creadas genéticamente no son seleccionadas a través de procesos evolutivos —dijo Quuawin-Getag—. Por tanto, no pueden ser consideradas especies verdaderas. La entidad es única, y de reproducción improbable. Si no es verdaderamente una nueva especie, y las NUT admiten que no es humana, entonces, legalmente hablando, es ganado. Y como su especie de oveja es ya bien conocida y sus características patentes, la cuestión de si es sentiente o no se convierte en una tontería. Es, legalmente, propiedad nidu.

—Fascinante —dijo el juez Sn—. Está dispuesto a ignorar el hecho de que es obviamente sentiente.

—No es culpa mía que las NUT hayan admitido que no es humana —respondió Quuawin-Getag—. Todo se desprende de su renuncia a ese hecho.

—Señor Javna, su turno —dijo el juez.

Javna sonrió. Quuawin-Getag no lo sabía, pero acababa de dirigir el caso justo hacia donde él quería.

—Señoría, reconocemos que todos los ejemplos previos de especies sentientes tuvieron lugar a través de procesos naturales de evolución. Pero en vez de sugerir que esto limita a su señoría a hacer su veredicto basándose en casos previos, permítame sugerir que esto ofrece otra opción.

—¿Cuál? —preguntó el juez.

—Crear una nueva ley —respondió Javna.

Las antenas del juez Sn se irguieron.

—¿Qué ha dicho, abogado?

—Cree una nueva ley, señoría —dijo Javna—. La cuestión de la disposición de las especies sentientes creadas artificialmente nunca se ha planteado en la historia de la Confederación Común. Agnachu contra Ar-Thaneg estuvo cerca, pero el veredicto no tocó temas relacionados con la capacidad de ser sentiente, sólo de propiedad. Esto es territorio virgen, señoría, y un tema que va directo al corazón de la misión de la Confederación Común. De hecho, señoría, puede que no haya ningún tema más importante.

El juez Sn permaneció allí sentado, inmóvil, durante casi un minuto entero, las piezas de su boca moviéndose en círculos diminutos. Javna miró a Quuawin-Getag, que observaba fijamente al juez. Pudo oírlo rechinar los dientes. Sabía que había sido superado por su homólogo humano, que había plantado delante del juez lo único que sería completamente irresistible: la oportunidad de crear una nueva ley. En un sistema legal de miles de años de antigüedad, casi no había nada nuevo en la ley, apenas apostillas cada vez más refinadas de la misma. Ofrecer a un juez ambicioso la posibilidad de crear una nueva ley (de hecho, de crear una rama entera del árbol de la ley) y ganar así fama y gloria instantánea en los círculos judiciales de la CC era como ofrecer una cría coja de cabra a un leopardo hambriento.

—Muy bien, estoy listo para dar mi veredicto —dijo el juez Sn.

—Espero que su señoría no aproveche esta oportunidad para ir más allá de los parámetros de sus responsabilidades —declaró Quuawin-Getag.

—¿Disculpe? —dijo el juez—. ¿Aparece usted en mi tribunal con una petición para convertir a una ciudadana de una nación miembro de la Confederación Común en animal, y me advierte a mí de que no me pase? Hay que joderse. Le acuso de desacato, abogado. Puede pagar sus mil créditos de la CC a la salida. Ahora cierre la maldita boca. Es usted el capullo que ha planteado la demanda y exigió que se resolviera hoy, así que va a tener su veredicto.

—Sí, señoría —dijo Quuawin-Getag—. Mis disculpas.

Javna trató con todas sus fuerzas de no sonreír.

—Muy bien —dijo el juez Sn—. En primer lugar, en lo referente a la naturaleza de la señorita Robin Baker, este tribunal considera que, en efecto, representa a una especie completamente nueva de ser sentiente. Cómo llegó a existir esta especie es irrelevante a la luz del hecho de que es sentiente, y como tal tiene protecciones soberanas bajo los estatutos de la Confederación Común. Del mismo modo, como individuo, la señorita Baker tiene ciertas protecciones bajo los estatutos de la CC. Como las NUT han renunciado a considerar ciudadana a la señorita Baker, la demanda nidu para que se revoque esa ciudadanía es estéril y por tanto queda descartada. Como la señorita Baker es soberana, la demanda nidu para obligar a las NUT a entregarla es igualmente descartada. También quiero dejar claro, señor Quuawin-Getag, que si Nidu continúa intentando romper sus tratados con las NUT por este tema, será considerado la parte remisa y como tal quedará sujeta a penalizaciones, tanto financieras como diplomáticas. Si los nidu quieren una guerra contra la Tierra, no recibirán cobertura de la CC. ¿Está claro, abogado?

—Sí, señoría —respondió Quuawin-Getag.

—Bien —dijo el juez Sn—. Entonces hemos terminado. El veredicto se publicará en la web del tribunal dentro de una hora.

—Tendrá nuestra apelación al final del día —repuso Quuawin-Getag.

—Por supuesto —dijo el juez—. Me sentiría profundamente decepcionado si no fuera así. Ahora lárguense. Crear una nueva ley me ha dado hambre. Voy a pillar un bocadillo.

Salió a buscar las máquinas expendedoras del tribunal.

—Muy astuto, abogado —dijo Quuawin-Getag después de que el juez Sn se marchara—. Aunque no creo que el veredicto se mantenga después de la apelación.

Javna se encogió de hombros.

—Tal vez sí, tal vez no. Pero para entonces, esta pequeña crisis nuestra estará resuelta de un modo u otro.

—Ciertamente. Con todo, me gustaría saber cómo se le ocurrió esa línea de argumentación.

—Puede darle las gracias a un rabino —dijo Javna—. Y a un perrito caliente.

∗ ∗ ∗

En el crucero Nuncajamás, Chuck Gracie estaba sentado en su cama, repasando las fotos de su cámara mientras Evelyn dormía a su lado. La mayor parte de las fotos eran de Evelyn o de Evelyn y él juntos mientras Gracie sujetaba la cámara a la altura del brazo. Chuck Gracie era una de esas personas que creía que no había nada malo en ningún escenario que no pudiera arreglar su presencia, la de su esposa, o la de ambos. Por desgracia, esta costumbre hacía difícil encontrar fotos adecuadas para el boletín del regimiento. Después de experiencias previas con Gracie como fotoperiodista, Dale Turley, el director del boletín, le había sugerido amablemente que enviara más fotos en que no salieran tanto él y su esposa.

«Allá vamos», pensó Chuck Gracie. Acababa de recuperar la foto de la mesa de la cena. Cierto, él aparecía en ella, pero flanqueado por otras seis personas, más Hiroki y su prometida, allí, en la esquina. Como porcentaje general, la foto era sólo Chuck Gracie al once por ciento, cosa que imaginaba sería una cantidad aceptable para Turley (o Tapón Turley, como lo llamaba Chuck Gracie mentalmente desde la sugerencia de «menos Gracies» en las fotos). Gracie transfirió la foto a su comunicador, tecleó una nota identificando a la gente que aparecía en ella, y envió ambas cosas. El comunicador de Gracie sincronizó con la red interna de la Nuncajamás; la red introdujo la nota y la foto en el último paquete de datos antes de saltar al espacion y dirigirse a la colonia Caledonia.

Una hora más tarde, la foto y el texto llegaron al correo de Dale Turley, que daba los últimos toques al boletín semanal del regimiento. Dale abrió el correo y, satisfecho al ver que la proporción general de los Gracies en la imagen era realmente baja, la metió en el boletín, tecleó los nombres y la localización de la foto, y luego lanzó el boletín a la cadena de distribución. Allí sería impresa para los miembros actuales del regimiento en sus diversas bases por todo Estados Unidos, y distribuida en forma electrónica a los miembros antiguos y/o veteranos del 75º regimiento de rangers, y un puñado de varios miles de ex rangers, entre ellos un tal Rod Acuña.

—Que me den por el culo —se dijo Acuña cuando el boletín y la foto aparecieron en su comunicador. Borró la foto de la pantalla de su comunicador y pulsó el código de acceso de Schroeder. Había encontrado a su oveja perdida.