Capítulo 10

En la Confederación Común los nidu no son tomados muy en serio como potencia militar. Hay 617 naciones reconocidas de manera oficial dentro de la CC, entendiendo como «nación» el mundo natal de una especie sentiente y sus diversas colonias reconocidas. (No hay ninguna nación de la CC con más de una especie sentiente. En un mundo donde había más de una especie sentiente, una especie aniquiló a la otra u otras mucho antes de desarrollar la tecnología para viajar a las estrellas; nunca se ha registrado ninguna excepción.) De esas 617 naciones oficialmente reconocidas, los nidu ocupaban el puesto 488 en términos de poderío militar.

Este ranking aún es menos impresionante cuando se recuerda que sesenta naciones de la Confederación Común no tienen ningún ejército, por diversos motivos que incluyen los económicos y los morales, y en el caso de Chawuna Arkan, una religión que requiere ser entusiásticamente pasivos ante una invasión extraplanetaria. La capacidad relativamente lamentable de los nidu para librar una guerra derivaba de una economía nacional de productividad muy limitada debida a un sistema de castas muy arraigado pero tremendamente ineficaz, colonias subdesarrolladas, una historia mediocre en innovación tecnológica y un ejército de competencia cuestionable que había sido derrotado en siete de sus ocho últimos conflictos importantes. Ganó el octavo gracias a lo que la mayoría de los historiadores militares consideraron un tecnicismo vergonzoso.

Fuera como fuese, si los nidu quisieran amenazar a la Tierra y sus colonias, tendrían una oportunidad excelente de causar auténticos daños. Por muy bajos que estuvieran los nidu en los rankings, la Tierra lo estaba aún más: el puesto 530, y sólo porque los fru habían perdido recientemente su nave insignia Yannwenn cuando su tripulación, acostumbrada a trabajar con las coordenadas fru, introdujo coordenadas incorrectas en los nuevos ordenadores de navegación de la Yannwenn, que usaban las coordenadas estándar de la CC. Saltó al espacion y desapareció para siempre, o, mejor dicho, durante los tres mil cuatrocientos años que tardaría en alcanzar la posición dentro del Supercúmulo Horologium, donde acabaría por salir. Lo que estaba bastante cerca de ser la eternidad para todos los que iban a bordo de la Yannwenn.

No es que los humanos fueran guerreros terriblemente incompetentes o que carecieran de ímpetu técnico o económico. Sin embargo, como medida para unirse a la CC, el gobierno de la Tierra (que debido a las realidades del poder global en esa época era el de Estados Unidos, con el resto del planeta desgañitándose en justo y merecido clamor) accedió a contar, durante el período de prueba como miembros, con sólo una fuerza militar extraterrestre simbólica, a cambio de la protección de la coalición de naciones de la CC, sobre todo de los nidu. Ese período terminó hacía cuarenta años. Desde entonces, la Tierra se había escudado en los tratados de mutua protección con sus aliados (una vez más, sobre todo con los nidu) para cubrirse las espaldas mientras aumentaba sus fuerzas.

Dentro de otros veinte años, la Tierra igualaría fácilmente a los nidu en poderío militar, y veinte años después estaría en la gama media de los ejércitos de la CC. Sin embargo, aquí y ahora, jugaba a esconder y pillar.

Una cosa de la que la Tierra carecía, por ejemplo, era de una nave militar que se acercara al poder del destructor nidu clase Gar, que era responsable casi por completo del ranking que ocupaba el poderío militar nidu. El destructor clase Gar era una nave de combate superior por su tamaño y coste relativamente modesto, posiblemente porque fue diseñado y construido no por los nidu, sino por los hamgp, que ocupaban el puesto veintiuno en efectividad militar y eran reconocidos por toda la CC por el diseño de sus naves. Los nidu habían gastado una cantidad significativa de su producto nacional bruto en adquirir ocho.

Si un destructor clase Glar apareciera a las puertas de la Tierra y decidiera causar problemas, habría muy poco que la Tierra pudiera hacer para impedirlo. Todo lo que no fueran misiles de velocidad relativa o proyectiles de control remoto sería arrasado por la red de defensa del destructor; las armas de rayos sólo serían efectivas durante el breve período de tiempo en que las armas ofensivas del crucero tardaran en localizar su fuente y la destruyeran.

En cuanto a la flota de naves terrestres, los analistas militares hicieron en una ocasión una serie de simulaciones para ver cuánto duraría la nave insignia, la John Paul Jones, en un enfrentamiento contra un destructor clase Glar. La buena noticia fue que en una simulación, la Jones duró dieciséis minutos. La mala noticia fue que la simulación asumía una falta de potencia casi completa en el destructor. Dado el amor de los hamgp por los múltiples sistemas supletorios en las naves que diseñaban, no era un escenario probable.

Un destructor Glar sería mala cosa; dos una pesadilla. Un par de esos destructores trabajando conjuntamente podrían arrasar la mayor parte de las zonas pobladas entre Nueva York y Boston en unas horas, o incluso en menos tiempo si una de las naves llevaba un «cascaplanetas», el arma de destrucción masiva característica de los nidu: una carga energética diseñada para romper la corteza de un planeta y liberar la roca fundida y presurizada de debajo. Después de todo, no hay ninguna necesidad de recurrir a enormes cantidades de caro poder armamentístico cuando un poco de física y un mapa razonablemente preciso de la corteza de un planeta tectónicamente activo hacen el trabajo por ti.

Menos de una hora después de que la nave crucero Nuncajamás saliera de la órbita de la Tierra llevando a Creek y Robin hacia la colonia Caledonia, los dos destructores clase Glar que el Departamento de Defensa había estado vigilando salieron también de sus órbitas de forma casi simultánea: El Lud-Cho-Getag de Dreaden, el planeta colonial más antiguo de los nidu, y el Jubb-Gah-Getag, el último y más avanzado de los destructores, desde la helada Inspir, la colonia nidu más cercana a la Tierra. Estas dos naves aceleraron en los pozos de gravedad de sus planetas hasta un lugar donde el espacio-tiempo era lo bastante plano para que el impulsor-n pudiera entrar en acción. Entonces, con un salto cuántico, ambos destructores salieron del espacio real y pasaron a la gran sopa teórica del espacion, ilocalizables, rumbo a destinos desconocidos.

No fueron los únicos destructores clase Glar en ponerse en marcha.

∗ ∗ ∗

Bob Pope levantó la vista del informe.

—Según leo aquí, seis destructores clase Glar han saltado al espacion con una hora de diferencia unos de otros.

—Sí, señor —dijo Phipps.

—Incluyendo los dos que tenemos en nuestra lista de vigilancia.

—Correcto.

—Y leo también que no tenemos ni idea de adónde se dirigen esos seis destructores. —Pope dejó caer el informe sobre su escritorio—. Así que ahora mismo tres cuartas partes de la fuerza militar nidu se dirigen simultáneamente a un destino desconocido la semana después de que nuestros agentes no consiguieran hacerse con la señorita Baker, y Creek y ella desaparecieran. ¿Qué posibilidades hay de que se trate de una coincidencia?

—¿Qué quiere usted hacer? —preguntó Phipps.

Pope miró a su secretario y entonces dejó escapar una risotada.

—Mierda, Dave, quiero esconderme debajo de la mesa. Tengo que ir a ver al presidente Webster y decirle cómo vamos a poder defendernos de seis destructores clase-Glar. Y tengo que comunicarle que sabíamos que al menos dos de ellos estaban preparándose para empezar a moverse hace varios días. Si todavía conservo mi trabajo esta noche, seré un hombre feliz.

—Queríamos agitar un poco las cosas —dijo Phipps.

—Pero no hasta el punto de movilizar a seis destructores. Joder. Piénselo, Dave. Poner a dos destructores en acción es un mensaje. Podemos darle la vuelta a un mensaje. Podemos hacer que trabaje a nuestro favor. Seis destructores saltando simultáneamente al espacion hacia puntos desconocidos es algo más que un mensaje.

Pope golpeó la mesa irritado, y luego señaló el informe.

—¿Lo ha enviado Hunter? —preguntó. Hunter era el jefe de la CIA de las NUT.

—Así es.

—¿Qué dicen sus muchachos? ¿Los nidu de pronto se han metido en una guerra con alguien?

—No, señor —contestó Phipps—. Uno de sus analistas nidu dijo que podría tener algo que ver con la coronación… tal vez los destructores vayan a tomar parte en la ceremonia. Pero ninguno de los otros analistas está de acuerdo. No saben qué demonios está pasando.

—¿Qué dicen nuestros muchachos? —preguntó Pope.

—Tampoco saben qué demonios está pasando.

Pope volvió a golpear la mesa.

—¿Dónde está Webster?

—En Dakota del Sur, haciendo una visita por los daños de esa inundación —dijo Phipps—. Volverá esta tarde. Tiene prevista una reunión a las seis y media: él, el vicepresidente Hayden, Hunter, usted y Heffer.

—Heffer —dijo Pope con una mueca—. Estamos de mierda hasta el cuello, Dave. Pero eso no es nada comparado cómo va a estar Heffer.

∗ ∗ ∗

—¿Qué es esto? —le preguntó Jim Heffer a Narf-win-Getag, que acababa de presentarle una carpeta en su despacho.

—Esto, señor secretario, es una copia de la demanda que el gobierno de las Naciones y Colonias Nidu ha cursado contra el gobierno de las Naciones Unidas de la Tierra —dijo Narf-win-Getag—. Ya ha sido presentada en el Tribunal del Distrito de la Confederación Común aquí, en Washington, junto con una petición del gobierno nidu para que se celebre un rápido juicio sumarísimo.

Heffer cogió la carpeta pero no la abrió. Se la pasó a Javna, que empezó a leer su contenido.

—Supongo que esto está relacionado con el caso de la señorita Baker —dijo.

—Está relacionado con la entidad que posee el ADN de la Sueño del Androide, sí —dijo Narf-win-Getag, sentándose delante del escritorio de Heffer—. Lamento decirle que su ayudante ha sido completamente ineficaz para localizar a la entidad y entregárnosla para que tome parte en la ceremonia de coronación, para la que falta ya menos de una semana. Así que, por desgracia, consideramos necesario que el asunto pase a los tribunales.

—Con el debido respeto, señor embajador, no sé qué esperan conseguir —dijo Heffer—. La señorita Baker es un ser humano y como tal tiene derechos. Aunque puedo asegurarle que estamos haciendo todo lo que podemos para traerla y conseguir su ayuda, no podemos secuestrarla y obligarla a tomar parte en la coronación. Y a menos que haya cometido algún delito en suelo nidu, lo cual no ha sucedido, no veo qué argumento pueden presentar para extraditarla. La ley de la Confederación Común es clarísima al respecto.

—Y si fuera humana, tendría usted razón, secretario Heffer —dijo Narf-win-Getag—. Sin embargo, no lo es, y por tanto no la tiene.

—No le entiendo —contestó Heffer.

—La entidad es, de hecho, un híbrido —explicó Narf-win-Getag—. Posee ADN humano, sí, pero también posee una cantidad sustancial de ADN de la oveja Sueño del Androide… casi el veinte por ciento de su ADN, si recuerdo correctamente.

—¿Y qué pasa con eso?

—El ADN Sueño del Androide es propiedad exclusiva del clan auf-Getag, que es por extensión el gobierno de Nidu. Fue entregado a los nidu por el gobierno de la Tierra como parte de un tratado general entre nuestras dos naciones. El tratado concede específicamente todos los derechos de uso y propiedad al gobierno nidu, y todo uso no autorizado del ADN, comercial o no, está sujeto a multas y confiscación. Esto se aplica al cruce involuntario de la raza y exime a animales cuya composición genética sea de un octavo o menos de la raza Sueño del Androide. El tratado fue ratificado por el Congreso de la Confederación Común y por tanto el acuerdo está por encima de las leyes nacionales de Nidu y la Tierra. Por ley (una ley bien establecida, debo añadir, por la entidad legal más alta que reconocen nuestros gobiernos) la entidad es de nuestra propiedad. Es nuestra.

—Es una persona, no una entidad, y es ciudadana de las Naciones Unidas de la Tierra —dijo Heffer.

—Pero antes de que le fueran concedidos los derechos y privilegios de su ciudadanía, su material genético fue robado a su legítimo propietario, es decir, al gobierno nidu —replicó Narf-win-Getag—. El tratado es muy claro en el tema de la propiedad, señor secretario, y desgraciadamente no exime específicamente de la posibilidad de que el material genético sea mezclado con el de una especie potencialmente sentiente. La postura de mi gobierno es que nuestros derechos de propiedad sobre la entidad superan legalmente a la reclamación potencial de su gobierno en lo referente a la ciudadanía de la entidad. En cualquier caso, hemos presentado simultáneamente una demanda pidiendo al tribunal que rescinda de manera provisional la ciudadanía de la entidad hasta que se determine su estatus como propiedad nidu, y por supuesto que la rescinda permanentemente si el tribunal decreta que es propiedad nuestra.

—Esto es ridículo —dijo Heffer—. Ningún tribunal va a declarar que un ser sentiente sea propiedad de nadie. Y la llame usted «entidad» o no, señor embajador, no hay ninguna duda de que es un ser sentiente.

—Ninguna duda, señor secretario —respondió Narf-win-Getag—. Sin embargo, una vez más, y le pido que me disculpe, se equivoca usted en sus suposiciones. Los humanos son relativamente nuevos en la Confederación Común, que existía antes de que su especie empezara a pintar figuras de bisontes en las paredes de las cavernas. Se han celebrado juicios en la Confederación Común durante todo ese tiempo. Y aunque pueda no serles familiar, hay un caso que apoya nuestra demanda. Le remito a Agnach Agnachu v. Corporación Ar-Thaneg, hacia el año CC 4-3325. Creo que eso debió de ser por la época en que su Hammurabi estaba redactando su código.

—¿Ben? —Heffer miró a Javna.

—Lo recuerdo de la facultad de Derecho —respondió Javna—. Es un caso canónico de propiedad intelectual. Si recuerdo correctamente, Agnachu era una especie de programador que desarrolló un programa que según él era sentiente. Ar-Thaneg era su empresa y decía que el programa era suyo porque había sido desarrollado en las horas de trabajo de Agnachu; pero Agnachu sostenía que, puesto que era sentiente, Ar-Thaneg no podía ser su propietario. Los tribunales decidieron en contra de Agnachu. Pero no sé cuál es el argumento. La propiedad en cuestión era software, no material genético, y nunca llegó a discutirse si el material era sentiente o no. Pasó algunas pruebas pero suspendió otras. Como precedente es débil. Muy débil.

—No tan débil como le hace creer su ayudante, señor secretario —dijo Narf-win-Getag—. El veredicto fue neutral en el tema de la propiedad. No importaba de quién fuera la propiedad, sólo que era propiedad. Y en última instancia se falló a favor de Ar-Thaneg, basándose en que la instalación en la que fue creado el programa pertenecía a Ar-Thaneg. Y se consideró que Agnachu no tenía ningún derecho a plantear la demanda.

—En otras palabras, se falló a favor de Ar-Thaneg por un tecnicismo —dijo Javna.

—En efecto —reconoció Narf-win-Getag—. Pero para los nidu, un tecnicismo muy útil, y está claro que el ADN de la Sueño del Androide nos pertenece.

—Está la cuestión del ADN humano, que no les pertenece —dijo Heffer.

—Como he mencionado antes, el tratado entre Nidu y la Tierra no menciona cómo se usa el ADN, sólo el detalle de que el ADN pertenece, sin ambigüedades, a mi gobierno. Le aseguro, señor secretario, que si puede usted encontrar un modo de extraer las partes humanas de la entidad y nos deja la parte de la Sueño del Androide, entonces puede quedarse con las porciones humanas.

—«Tomad mi libra de carne, pero al cortarla, si vertéis una gota de sangre cristiana, vuestras tierras y bienes serán confiscados» —dijo Heffer.

—¿Perdone, señor secretario? —preguntó Narf-win-Getag.

El mercader de Venecia —respondió Heffer—. Una obra de Shakespeare. El personaje de Shylock hace un trato para cobrar una libra de carne a otro hombre, pero si derrama la sangre del hombre al hacerlo, lo pierde todo. Es la historia de una disputa contractual, señor embajador.

—Qué curioso —dijo Narf-win-Getag—. Tendré que verla en alguna ocasión. Pero he de recordarle, señor secretario, que esto es una crisis. El acuerdo referido a la oveja Sueño del Androide está imbricado en un tratado más grande y comprehensivo entre nuestros dos pueblos, un tratado que es el principal documento en lo referido a las relaciones entre nuestras naciones, un documento clave para mantener la amistad de nuestros pueblos. Si el tribunal falla a favor de Nidu, y ustedes no pueden o no quieren entregar a la entidad, entonces las NUT habrán violado el tratado. El gobierno de Nidu tendrá entonces derecho a declarar nulos todos los acuerdos asociados al tratado y renegociarlos. Nidu es con diferencia el principal socio comercial y aliado militar de la Tierra, señor secretario. No tengo que decirle qué tipo de impacto tendrá esa renegociación sobre la economía de la Tierra y su situación y seguridad dentro de la Confederación Común. Y odio pensar cómo afectará a su gobierno.

—Señor embajador, ¿es usted consciente de que esta mañana seis destructores nidu entraron casi simultáneamente en el espacion?

—¿Ah, sí? —dijo Narf-win-Getag, con languidez.

—Es una situación inusitada. Y calculada de manera provocativa, si consideramos este pleito —continuó Heffer—. Si no le importa que lo diga, señor embajador, destruir una amistad de décadas entre nuestras naciones por una sola persona parece una reacción excesiva.

—No puedo decirle cuánto me alegra oírle decir eso, señor secretario —respondió Narf-win-Getag, y se levantó de su asiento—. Es de esperar que ese sentimiento lo motive para encontrar nuestra oveja perdida, y que podamos avanzar en nuestra larga e íntima amistad sin más inquietudes. Dada la extrema sensibilidad del pleito, imagino que el caso será aceptado. De hecho, no me extrañaría que hubiera una audiencia preliminar mañana por la mañana, a esta hora. Así que, me marcho para que puedan ustedes prepararse, señor secretario, señor Javna. Buenos días.

—¿El mercader de Venecia? —preguntó Javna después de que Narf-win-Getag se marchara.

—Hice teatro en la facultad. Pecadillos de juventud. Pero dime que sabes dónde está esa mujer.

—Sé que estuvo con Harry en el centro comercial de Arlington anoche.

—Ah, sí, el centro comercial de Arlington —dijo Heffer—. Lo cual me recuerda que le haga saber lo agradable que es tener a la policía del condado de Arlington y al FBI de las NUT y Estados Unidos, y a la Agencia de Seguridad de la Autoridad Portuaria de DC llamando a la puerta para preguntar por qué un empleado del Departamento de Estado estuvo implicado en un tiroteo público. Por no mencionar todos los medios de comunicación de Boston a Miami.

—Estoy seguro de que lo empezaron los otros tipos —replicó Javna.

—Esto no tiene gracia, Ben. Y se vuelve menos gracioso por minuto. Dijiste que ese Creek se encargaría de todo sin llamar la atención. Un tiroteo en el centro comercial de Arlington y matar a gente no es pasar desapercibido precisamente.

—Todos los testigos oculares declaran que no fue Harry quien empezó a disparar —dijo Javna—. Pasara lo que pasase, estaba defendiendo a Robin Baker. Estaba cumpliendo su cometido. Quien actúa contra nosotros en esto fue quien causó ese altercado.

—No tienes ni idea de dónde está ahora. De donde están los dos.

—No. Le dejé un mensaje anoche para que se ocultara y le dije que esperara hasta que lo enviara a buscar.

—Bueno, pues intenta localizarlo, si no te importa.

Javna sacó su comunicador y trató de conectar.

—No se puede. Su comunicador está fuera del sistema, y no obtengo ninguna conexión en su casa. Imagino que todo su equipo habrá sido requisado por la policía.

—¿Ningún mensaje? —preguntó Heffer.

—Lo comprobaré.

El secretario ejecutivo de Heffer entró en la habitación con una tira azul de papel y se la entregó.

—Tenemos una citación judicial —dijo Heffer—. Mañana por la mañana, a las nueve menos cuarto. Quiero que te encargues de esto, Ben. Es hora de sacar a relucir esa licenciatura en leyes tuya. Investiga lo que puedas sobre ese precedente y luego machaca a esos cabrones y que Hammurabi se vaya a la mierda.

—Qué raro —dijo Javna, todavía mirando su comunicador.

—¿Qué?

—Acabo de recibir un mensaje de texto de Dave Phipps, de Defensa. Quiere almorzar conmigo y hablar sobre «nuestro mutuo amigo».

—¿Tenéis amigos en común?

—Intento no tener ningún amigo en común.

—Deberías ir a ese almuerzo.

—Sí, debería —dijo Javna—. Y tomarme una ración doble de antiácido.

∗ ∗ ∗

—Aquí tienes —dijo Dave Phipps, entregándole a Javna su perrito caliente.

—Gracias —respondió Javna, aceptándolo—. ¿Sabes, Dave? El Departamento de Defensa paga cientos de dólares por cochazos y tazas de váter. Creo que debería estirarse un poco y ofrecer algo más que un perrito caliente en un kiosco del paseo.

—¿Y cómo vamos a hacerlo? Todo nuestro dinero se va en cochazos y tazas de váter. Además, el Pentágono no paga tu almuerzo hoy. Lo pago yo.

—Bueno, en ese caso, es un almuerzo digno de un rey.

—Y que lo digas —replicó Phipps, aceptando su perrito de manos del vendedor y pagándole en metálico—. Eso que estás comiendo es Verraco Bisonte Kingston, Javna. Nada de esfínteres de cerdo criados para ti. Y todos los condimentos que puedas soportar. Incluso te invitaré a un refresco.

—Bueno, Dave —dijo Javna—, sigue así y la gente pensará que estamos enamorados.

—Ni hablar —contestó Phipps, aceptando el cambio y cogiendo dos coca colas—. Venga, vamos a sentarnos.

Los dos hombres se dirigieron a un banco y comieron en silencio durante un minuto, contemplando a la gente que hacía footing por el centro comercial.

—Buen perrito —dijo Phipps al cabo de un rato.

—Nada de esfínteres —reconoció Javna.

—Conozco una historia graciosa de Verraco Bisonte —dijo Phipps—. Me la contó el que lo suministra al Pentágono. Me explicó que cuando Verraco Bisonte salió al mercado, hubo un debate entre los rabinos sobre si los judíos podían comerlo.

—Bueno, es cerdo —repuso Javna—. O al menos es cerdo en parte, ¿no?

—Ésa fue la cuestión. La Torá prohíbe comer carne de animales con pezuña, pero alguien señaló que, técnicamente hablando, el Verraco Bisonte no procede de ningún animal con pezuña, y de hecho no procede de ningún animal en realidad. Procede de ADN genéticamente separado y secuenciado para formar músculo en una tina. Uno de los animales de los que procedía el ADN tenía pezuña, pero el otro no, y como nunca ha existido un verraco bisonte, nadie sabía si teóricamente el animal habría tenido pezuña o no.

—Podrían fijarse en la mascota de la corporación —dijo Javna.

—Lo hicieron, según parece. Pero no sirvió de nada. Lleva botas.

—Fascinante. ¿Qué decidieron?

—Nada. Uno de los rabinos acabó por señalar que la Torá no dice nada sobre la división del ADN, así que lo que estaban haciendo eran sólo especulaciones. Más o menos el equivalente judío a discutir cuántos ángeles pueden bailar en la cabeza de un alfiler. Así que la cuestión no era si la carne era de un animal con pezuña o no, sino por qué estaban discutiendo.

—Un tipo listo —dijo Javna.

—Bueno, era rabino.

—¿Tiene aplicación esta historia a nuestra situación, o estamos sólo charlando mientras almorzamos?

—Tengo una idea, y quiero que me digas lo que piensas —propuso Phipps—. Finjamos que estamos en el mismo bando y hablemos como si quisiéramos conservar nuestros empleos más allá del fin de semana. ¿Qué dices?

—Creo que es una idea magnífica. Tú primero.

—A lo largo del último par de días te habrás dado cuenta de que tenías ciertas dificultades para cumplir una tarea concreta en la que has estado trabajando.

—Ahora que lo mencionas, sí —dijo Javna.

—Imagino que lo que descubrirás a partir de aquí aliviará tus dificultades —continuó Phipps—. Y antes de que preguntes, digamos que, aunque en Defensa creímos que era un interés estratégico que vuestro departamento fracasara en dicha tarea, los hechos sobre el terreno han cambiado sustancialmente en las últimas horas.

—Quieres decir que seis destructores nidu han desaparecido en el espacion al mismo tiempo y que te tienen cogido por las pelotas.

—Yo no lo habría expresado así, pero sí —dijo Phipps—. Defensa y Estado tienen ideas distintas sobre lo deseable que pueda resultar seguir siendo íntimos de nuestros buenos amigos los nidu, pero en este momento preferimos ser íntimos que enfrentarnos a ellos.

—Está el pequeño problema de que no sabemos dónde se encuentra ahora el objeto de nuestra tarea, como tan delicadamente lo has llamado.

—Te conseguiré esa información. Pero va a tener que esperar a la reunión de Webster de esta noche. Hay gente con la que tengo que hablar primero. Proyectos que tengo que cerrar.

—Cuanto antes la tenga, más feliz seré —dijo Javna—. Pero no imagino que esta repentina cooperación interdepartamental no tenga ningún coste.

—Ningún coste —dijo Phipps—. Sólo un favor. Si alguien pregunta, este pequeño rifirrafe entre nuestros departamentos no ha sucedido nunca.

—¿Quién crees que podría preguntar?

—Nunca se sabe —repuso Phipps, dando un mordisco al perrito caliente—. La prensa. Un comité del Senado. Un investigador independiente. Quien sea.

—Para dejarlo claro, y para evitar cualquier eufemismo en nuestro cómodo banco del parque, Defensa se ha pasado la última semana intentando joder nuestra relación con nuestro aliado más cercano (cosa que ha funcionado, por cierto, y tengo mañana una cita en los tribunales para demostrarlo), y para poner la guinda en el pastel, intentasteis matar a un miembro del Departamento de Estado que es, casualmente, un buen amigo mío. Y sospecho que habríais matado también a una mujer inocente de haber podido. Y quieres que lo olvide.

Phipps asintió y bebió un poco de coca cola.

—Sí, ésa es más o menos nuestra postura, Ben. Olvidarlo.

—Es un poco difícil de olvidar, Dave —dijo Javna—. Sobre todo con la mayor parte de la flota de guerra nidu probablemente de camino. Y aunque decidamos olvidar y perdonar, alguien tendrá que cargar con la culpa.

—Tengo alguien a quien echársela —respondió Phipps—. Y además es culpable.

—Me alegra ver que el Departamento de Defensa también subcontrata los intentos de asesinato.

—Mira, cuanto todo esto se acabe, tú y yo podemos irnos a un callejón con un par de cervezas y un par de tuberías de plomo y zurrarnos, ¿de acuerdo? Pero ahora mismo tenemos un momento de «o nos salvamos todos o nos hundimos todos». Así que si no te importa, me gustaría permanecer concentrado en la tarea que tenemos entre manos. Te ayudaré a encontrar a tu amigo y a su chica. A cambio, todos quedaremos como amigos. Bajo juramento, si es necesario. Así es como va a funcionar, si es que funciona.

—Muy bien —dijo Javna—. Pero necesito esa información esta noche. Esta noche, Dave. Tengo que ir mañana a juicio e intentar evitar que el tratado entre Nidu y la Tierra quede anulado. Saber dónde está nuestra oveja perdida ayudará bastante a impedir que eso ocurra.

—Trato hecho —respondió Phipps, y dio un último bocado a su perrito caliente—. ¿De qué va el pleito, si no te importa que lo pregunte?

—Los nidu sostienen que Robin Baker es propiedad suya porque tiene ADN de oveja en su constitución genética. Tengo que demostrar que es más humana que propiedad —dijo Javna—. Si gano, ella seguirá siendo ciudadana de la Tierra. Si pierdo, todos nos hundiremos en la mierda.

—Ser humano u oveja nidu —dijo Javna, y tiró la servilleta a una papelera—. Eso sí que es un caso para los rabinos.

Javna, que había estado a punto de meterse en la boca el último trozo de perrito caliente, se detuvo. Miró el perrito durante un segundo.

—Hmm —dijo, y entonces se terminó el perrito.

—Hmm, ¿qué? —preguntó Phipps.

—Phipps, quiero que sepas que pienso que eres uno de los gilipollas más grandes que he tenido el placer de encontrar en toda mi carrera como funcionario del gobierno.

—Por eso te invito a almorzar —dijo Phipps secamente—. Gracias.

—No hay de qué. Pero por muy gilipollas que puedas ser, acabas de darme una idea para mi citación judicial de mañana. Si funciona, cuando tú y yo nos vayamos a ese callejón, te dejaré dar el primer golpe.

—Muy bien, pues —dijo Phipps—. Espero que funcione.

∗ ∗ ∗

—Ahhhh —dijo Rod Acuña, flexionando la muñeca—. Esto está mucho mejor. ¿Qué tal se ve, empollón?

Acuña le lanzó un puñetazo a Archie, que retrocedió involuntariamente.

—Se ve bien —contestó Archie, y trató de volverse hacia el ordenador, que estaba actuando un poco raro.

—Más le vale —dijo Acuña, impidiendo la maniobra de Archie—. Las sesiones de Curarrápida acaban con todo. Huesos rotos, tendones desgarrados, incluso roces y magulladuras. Cuesta una pasta gansa. Pero por otro lado, ahora no tengo tu aspecto.

Involuntariamente, Archie se tocó el lado de la cara donde se le había formado un feo moratón, un recuerdo de los golpes del segundo grupo de asaltantes que se había colado en la tienda de Fixer la noche anterior. Archie sabía quién le había dado el golpe: Sam. Sabía que fue Sam porque una vez que cayó al suelo, aturdido por el golpe, Sam se le acercó, sacó una porra eléctrica y le susurró al oído: «lo siento, amor» antes de clavarle la porra en el abdomen y dejarlo inconsciente con una descarga. Sólo volvió en sí porque Acuña le golpeó en las costillas para que despertase y Takk cargó con su cuerpo escaleras arriba.

Takk estaba ahora tumbado en el suelo del dormitorio del apartamento, sufriendo el trauma digestivo de haber vomitado a Fixer. Cuanto menos pensara Archie en ese episodio, mejor. Acuña casi había arrojado a Archie y Takk de la furgoneta para ir corriendo a atender sus heridas: su cuerpo había recibido un severo maltrato en el último par de días. Archie no sabía dónde había ido Acuña a hacerse curar, pero dudaba que se tratara de un hospital; imaginaba que a algún hampón por libre de los bajos fondos, como aquel tal Fixer, pero con título de medicina. Archie dejó que su mente vagara, especulando sobre la variada gama de especialistas de los bajos fondos y reflexionó que, de algún modo, aunque no era en realidad culpa suya, ahora podía ser definido como uno de ellos.

—Lo jodido de esas sesiones de Curarrápida es que hacen que te pique todo, los hijos de puta —dijo Acuña—. Voy a buscar aspirinas. Ven conmigo, empollón, quiero hablarte de algo.

Acuña se dio media vuelta y salió por la puerta del apartamento. Cansado, Archie se levantó y lo siguió.

Alcanzó a Acuña en la máquina expendedora del pasillo.

—No te lo tomes a mal —dijo Acuña, mientras introducía su tarjeta en la máquina—, pero tienes un aspecto lamentable. Quiero decir que esos hijos de puta me la jugaron bien e incluso le dieron un par de buenos golpes a Takk, cosa que ya es difícil, pero tú te llevaste la perra gorda. —Pulsó el botón para obtener sus aspirinas.

—Gracias —dijo Archie, sombrío.

—¿Quieres aspirinas? —preguntó Acuña—. Yo te las pido. Te invito.

—Estoy bien.

—Eh, mira. Han repuesto tu favorito: los M&M’s de chocolate blanco. Voy a cogerte un paquete.

Marcó con el dedo el botón «B4».

Archie quiso decir: «De verdad, gracias, pero no». Logró llegar hasta el primer fonema antes de que el dolor se extendiera por su nervio óptico y lo hiciera caer al suelo, retorciéndose. Acuña lo vio caer.

—Vaya, qué interesante —dijo—. Tal vez debería coger dos paquetes, ¿qué te parece?

Pulsó el botón «B4» por segunda vez. Archie jadeó, alzó la cabeza y la dejó caer espasmódicamente contra el suelo, enviando un segundo, menor y casi reconfortante destello de dolor por todo su cerebro.

—¿Para quién trabajas, Archie? —preguntó Acuña y, a través de la bruma, Archie advirtió que era la segunda vez que lo llamaba por su nombre.

—Trabajo para el Departamento de Defensa —jadeó.

—Respuesta equivocada —dijo Acuña, y volvió a pulsar el «B4». Archie se retorció de agonía—. Conozco todos los truquitos de Defensa. Éste no es uno de ellos. Es nuevo. Eso me impresiona, por cierto. Creí que conocía todas las formas de meter un micro en una habitación y sacar información. Pero esto se lleva la palma. Muy bonito. Bueno, excepto por esta parte.

Acuña volvió a pulsar el botón. Archie vomitó y se enroscó en posición fetal.

—Déjame ponértelo fácil, empollón. No me gusta que me espíen y que, encima, como resultado, una de mis misiones acabe siendo una cagada. Me hace parecer un mal profesional. No me gusta parecer un mal profesional.

Pulsó el botón de la máquina expendedora. Esta vez Archie, rebozado en su vómito, simplemente se convulsionó.

—Así que vas a decirme para quién trabajas, ahora, o voy a coger esta puñetera tarjeta de crédito y voy a llegar a su límite para sacártelo.

Archie gimió algo.

—¿Disculpa? —preguntó Acuña.

—He dicho que te vayas a la mierda —dijo Archie con voz temblorosa.

Acuña sonrió y se volvió a mirar la máquina expendedora.

—¿Sabes? Cada uno de estos paquetes de M&M’s cuesta ochenta y cinco céntimos —dijo—. Y el límite de crédito de esta tarjeta es de cinco mil dólares. Veamos cuántos paquetes podemos comprar.

Acuña gastó 45,05 dólares antes de que Archie hablara.

∗ ∗ ∗

Brian se coló en el ordenador de Archie haciendo lo que Archie quería que hiciera: dejar que su sistema fuera sondeado. Fue un trabajo desde dentro. Brian creó la sonda y la hizo meterse en el sistema a través de una puerta trasera que el propio Brian abrió y en la que depositó los datos de un siglo de páginas amarillas de Washington DC; codificados, por supuesto, para divertirse más, y formateados para que parecieran archivos de información personal. La sonda de Archie entró, recogió los datos y conectó con el ordenador de Archie para empezar a transmitir. Al hacerlo, Brian introdujo instrucciones que dejaron la puerta abierta de par en par pero dieron al ordenador de Archie la impresión de que estaba cerrada y asegurada. Brian se lo estaba pasando en grande siendo el ordenador más listo que jamás hubiera existido.

Estaba repasando los archivos de Archie cuando la cámara del ordenador de Archie lo captó entrando por la puerta, seguido por un enorme alienígena que Brian reconoció (una parte de él, al menos) como un nagch. Parecía que a ambos acababan de darles para el pelo. Si Brian tuviera que hacer una suposición, habría dicho que éste y el alienígena volvían de intentar capturar a Harry y a Robin. No parecía que hubieran tenido mucho éxito. Archie se colocó delante de su ordenador y trasteó un poco antes de apoyar la cabeza en la mesa y quedarse dormido. Brian volvió a revisar sus archivos. Cuando Archie despertó a la mañana siguiente, pareció sospechar que alguien había estado fisgoneando en su ordenador; ordenó un diagnóstico y empezó a repasar los archivos. Brian estuvo jugando al gato y al ratón con él durante horas, en parte por poner a prueba las capacidades de Archie y en parte por divertimento.

Rod Acuña apareció por la tarde, de muy buen humor, y le pidió a Archie que lo acompañara a pillar algo en las máquinas expendedoras. Unos veinte minutos más tarde, la puerta del apartamento se abrió de golpe y Acuña entró arrastrando a Archie, lo arrojó sobre la alfombra, y gritó un nombre que sonó algo así como «Tack». El nagch apareció de repente por la puerta del dormitorio.

—¿Qué, jefe? —preguntó.

—Nos ponemos en marcha —dijo Acuña, y señaló a Archie, que estaba tendido en el suelo, semiinconsciente—. Tú vigila al empollón. Si este mierda hace alguna gracia, cómetelo.

—¿Por qué? ¿Qué ha hecho? —preguntó el nagch.

—Ha estado dando información sobre lo que hemos estado haciendo a sus puñeteros amigos.

—¿El Departamento de Defensa?

—No, montaña de mierda —replicó Acuña—. A un culto de chalados al que pertenece. La Iglesia del Cordero Evolucionado. Son los gilipollas que nos atacaron anoche.

—Podría comérmelo ahora —se ofreció el nagch.

—No —respondió Acuña, y miró a Archie—. Tengo que hablar primero con Schroeder. Puede que quiera hacerle algunas preguntas a este mamón. Pero mientras tanto, no lo pierdas de vista. ¿Me entiendes? Si va a cagar, lo hace contigo dentro del cuarto de baño. ¿Comprendido?

—Sí —dijo el nagch—. ¿Qué hago si intenta huir?

—Buena pregunta —murmuró Acuña. Se sacó una navaja plegable del bolsillo, la abrió, se agachó para agarrar la pierna derecha de Archie y le cortó el tendón de Aquiles. Archie dejó escapar un grito estrangulado y se desmayó—. Asunto resuelto. Y sobre todo no lo dejes acercarse a ese ordenador suyo. De hecho…

Acuña se volvió hacia el ordenador de Archie.

«Oh-oh», pensó Brian. Acuña extendió las manos hacia el ordenador. La imagen de la cámara giró salvajemente y luego todo se volvió negro.

∗ ∗ ∗

Jean Schroeder le había dicho a Dave Phipps que entrara sin llamar, y eso hizo Phipps. Entró por la puerta del garaje y subió la escalera de caracol que conducía a lo que antes era el estudio de Anton Schroeder y era ahora el estudio de su hijo. A Phipps, que había estado en el estudio en numerosas ocasiones, el lugar siempre le había parecido algo espeluznante, sobre todo porque Anton había decorado las paredes con antiguas lanzas y espadas de diseño nidu, y Jean había considerado adecuado conservarlas, e incluso había aumentado la colección. Al parecer, a ambos les divertía estar rodeados por las armas del enemigo.

Phipps encontró a Schroeder ante su mesa, los pies encima, leyendo algo de un montón de papeles sueltos. Miró a Phipps cuando entró.

—Pareces nervioso —dijo, y continuó leyendo.

—Jean, se acabó —informó Phipps—. Necesito saber dónde está la mujer. Tenemos que traerla de vuelta.

—¿Por qué? —preguntó Schroeder, sin levantar la vista de sus papeles.

—¿Qué?

—¿Por qué tenemos que traerla de vuelta? —dijo Schroeder—. Tu jefe y tú queríais un poco de emoción para impulsar vuestros presupuestos. Yo diría que lo estáis consiguiendo. Parece que las cosas van sobre ruedas.

—No me estás escuchando. Se acabó. Los nidu están respondiendo a la desaparición de esa mujer con mucha más fuerza de lo que preveíamos. Ahora mismo tienen seis destructores en el espacion y sospechamos que vienen de camino hacia aquí. Este asunto ha dejado de ser algo con lo que podemos jugar. Y ha dejado de ser algo en lo que pueda dejarte jugar a tu propio juego, Jean.

—Vaya, Dave. «Mi propio juego» —dijo Schroeder—. Fuertes palabras para un hombre que ha estado aceptando sobornos por mi parte desde el primer día de la administración Webster. ¿Sabes cuánto dinero has conseguido, Dave?

—Eso ya ha quedado atrás, Jean.

—Trescientos cuarenta y ocho mil dólares —dijo Schroeder, alzando la voz, para causar más efecto—. Hasta la fecha. Es casi suficiente para esa casa en la playa de Nag’s Head a la que le has echado el ojo. Lo cual me recuerda que tengo otro trabajito para ti.

—Quédatelo.

Schroeder finalmente levantó la mirada de sus papeles.

—¿Que me lo quede? Oh, vaya. Las cosas deben de estar realmente fuera de control. Esto es Norteamérica, Dave. La gente no rechaza el dinero aquí. Es antipatriótico. Podrían deportarte por eso.

—Jean… —empezó a decir Phipps, y entonces oyó el ruido de la cisterna en el pequeño cuarto de baño adyacente al estudio—. ¿Hay alguien más aquí?

—Soy popular —dijo Schroeder—. No esperarás que cancele mis asuntos sociales porque tienes la súbita urgencia de dejarme tirado.

—No he dicho que fuera a dejarte tirado.

—Bueno, pues claro que no lo has dicho. Nadie lo hace nunca. Pero rechazar de repente mi dinero después de haber aceptado casi medio millón… y cuando estás ya tan cerca de esa playa, nada menos… bueno, mi padre me enseñó a interpretar las señales, Dave. Defensa la ha cagado y estáis buscando alguien a quien echarle la culpa. E imagino que en las próximas horas habrás decidido que enterrarme te salvará el cuello. Bueno, Dave, por usar tus propias palabras, eso ya ha quedado atrás. Muy atrás.

La puerta del cuarto de baño se abrió y salió Narf-win-Getag.

—He dejado el extractor encendido —le dijo a Schroeder.

—Te lo agradezco —respondió Schroeder.

—¿Qué coño está pasando aquí? —preguntó Phipps.

—Con lo cual quieres decir: «Vaya, Jean, ¿qué estás haciendo dejando que el embajador nidu ante la Tierra use tu cuarto de baño cuando es tu enemigo jurado?» Tengo una respuesta para eso. Así que, ¿por qué no te sientas un momento y dejas que Narf te prepare una copa?

—Prepararme una copa a mí… —dijo Phipps. Era consciente de que, como funcionario, era un paria según los baremos nidu.

—¿Por qué no? Aquí todos somos amigos. ¿No es cierto, Narf?

—Muy cierto —respondió Narf-win-Getag.

—Y Narf hace unos martinis de muerte —dijo Schroeder—. Así que siéntate de una puñetera vez, Dave, y déjame explicarte unas cuantas cosas.

Phipps tomó asiento en una de las sillas frente a Schroeder. Narf-win-Getag se dirigió al bar situado detrás de donde estaba sentado Schroeder, y, como había prometido, empezó a prepararle a Phipps una copa.

—Muy bien —dijo Schroeder—. Empezaré con una observación.

Señaló las diversas armas nidu de la pared.

—¿Sabes qué tienen en común todas estas armas?

—Son armas nidu —respondió Phipps.

—Aciertas en parte. Son armas diseñadas, construidas y utilizadas por antiguos miembros del clan win-Getag, uno de cuyos descendientes te está preparando ahora mismo un martini. Durante las últimas décadas, el clan win-Getag ha ocupado un rango mínimo en la jerarquía social nidu… No te ofendas, Narg.

—No me ofendo —dijo Narf-win-Getag. Se acercó a Phipps y le tendió la copa. Phipps la aceptó y bebió.

—Bueno, ¿eh? —dijo Schroeder.

—Muy bueno —admitió Phipps.

—Echo sólo el vermut suficiente para aromatizar el vaso —explicó Narf-win-Getag—. Nada más.

Se sentó en una silla junto a Phipps.

—Pues bien, el estatus social de los win-Getag ha ido a menos en las últimas décadas —dijo Schroeder—. Por eso el clan ocupa puestos diplomáticos en planetas de poca importancia. Como, ay, la Tierra. Pero supongo que no conoces los motivos del relativo bajo estatus de los win-Getag.

—Ni idea —respondió Phipps.

—Es porque disputamos la corona —dijo Narf-win-Getag.

—Exactamente —corroboró Schroeder—. En su momento, el gobernante nidu no dejó herederos al trono. Era impotente, aunque si fue de modo natural o por sabotaje, es todavía asunto de discusión. Las tradiciones nidu exigen un descendiente por línea directa y un ritual de coronación para acceder al trono. Si no tienes una cosa o la otra, tu clan no puede tener éxito y la competición por el trono se abre a los clanes que compiten. ¿Voy bien hasta ahora? —preguntó, buscando la aprobación de Narf-win-Getag.

—Muy bien hasta ahora —reconoció el nidu.

—Cuando el trono queda libre, naturalmente ciertos clanes están en mejor posición que otros para pretenderlo —dijo Schroeder—. La última vez, dos clanes fueron los principales aspirantes: el clan auf-Getag, que lo ocupa actualmente, y el clan win-Getag, que no lo ocupa. Cada clan tiene sus partidarios tanto en otros clanes como entre la CC, y hubo las habituales intrigas políticas y los acuerdos y… resumiendo, por diversos motivos…

—Asesinatos y sabotajes —gruñó Narf-win-Getag.

—Incluyendo asesinatos y sabotajes —concedió Schroeder—. El clan auf-Getag salió victorioso en la carrera por la corona. Como clan derrotado, el clan win-Getag experimentó una enorme pérdida de estatus y dominio, y por eso Narf, aquí presente, es ahora embajador ante la Tierra y no ante la propia CC. Ahora viene lo gracioso. En una situación donde no hay ningún heredero al trono y se elige a un clan para que ascienda a él, ese clan crea un ritual de coronación, que debe ser ejecutado exactamente para que los herederos tomen el trono. Si el heredero no realiza ese proceso de coronación exactamente, el trono vuelve a quedar vacante, y entonces pueden suceder dos cosas. Primero hay un período de unos cinco días, donde el primer clan que reproduzca con éxito el proceso de coronación puede reclamar el trono. Si ningún clan lo consigue, entonces se vuelve al todos contra todos. ¿Me sigues hasta ahora?

—Te sigo —dijo Phipps—. Pero no veo qué tiene esto que ver con nada.

—A eso voy. Y confía en mí, esto es el resumen de la historia.

—Bien.

—Según las tradiciones nidu, la ceremonia de coronación suele implicar algo específico al clan en el poder, algo que los otros clanes no pueden conseguir. Tradicionalmente, esto implica objetos o textos secretos, pero cuando el clan auf-Getag llegó al poder decidió hacer algo diferente.

Una lucecita se encendió en la mente de Phipps.

—La oveja.

—La oveja —reconoció Schroeder—. Un regalo del gobierno de la Tierra como modo de conseguir el favor del clan auf-Getag en ascenso, junto con una red informática diseñada para el nuevo gobernante nidu que asegurara su mantenimiento en el poder. La red informática es sólo una red, pero la propiedad de la oveja pertenece al clan auf-Getag y su familia real exclusivamente. Ningún miembro de ningún otro clan puede poseer la oveja bajo pena de muerte y privación de derechos. Es más, la ceremonia exige una oveja viva, ya que requiere el ADN de la oveja y una medición de la actividad cerebral. Esto ayuda a asegurar que no aparezca ningún clan con un frasco de sangre de oveja para la ceremonia de coronación.

—Pero si alguien mata a la oveja, entonces la ceremonia de coronación no puede celebrarse —dijo Phipps—. Y el trono nidu queda vacante.

—Lo has pillado.

Phipps miró a win-Getag.

—Está usted intentando hacerse con el trono.

—Lo estoy.

—Entonces, toda esa preocupación por encontrar la oveja fue solo una añagaza.

—Una añagaza no —dijo Narf-win-Getag—. Soy el embajador de mi gobierno. Y mi gobierno quiere encontrar la oveja. Yo simplemente sabía que la búsqueda no sería fructífera.

—Excepto que lo fue —replicó Phipps—. Encontraron a la chica.

—Ah, sí, la chica —dijo Narf-win-Getag—. Y de repente, las cosas se volvieron muchísimo más interesantes. Llevo planeando… mi clan lleva planeando, debería decir, décadas para ascender al trono, esperando nuestra oportunidad, reuniendo aliados para cuando el fehen muriera y el trono quedara vacante. Sabíamos que otros clanes estaban haciendo lo mismo, naturalmente. No estaba claro si podríamos ascender, sobre todo con el injusto bajo estatus de nuestro clan. Pero de pronto aquí tenemos una oveja que es también humana… y que, por tanto, no es propiedad de la familia auf-Getag. Alguien que ofrece un camino rápido y limpio al trono.

—Pero han hecho ustedes una demanda para que se la considere propiedad de Nidu —dijo Phipps—. Ben Javna va mañana a los tribunales para defender el caso.

—Propiedad del gobierno nidu, no del clan auf-Getag —dijo Narf-win-Getag—. Los clanes no tienen valor en los tribunales de la Confederación Común. El clan auf-Getag espera que se encuentre a la mujer antes de que haya que realizar la ceremonia, mientras el gobierno y el clan sean uno y lo mismo. Pero si no la encuentran, entonces cualquier clan podría usarla para completar la ceremonia de coronación. Si la tuvieran.

—Y usted la tiene —dijo Phipps.

—No —negó Schroeder—. Ese tal Creek nos lo impide. Sabemos que han salido del planeta y sabemos que partieron de la zona de DC. A partir de ahí es un proceso de eliminación. Hay un número concreto de naves que zarparon anoche.

—¿Y qué van a hacer cuando la encuentren? —preguntó Phipps.

—Cogerla —respondió Narf-win-Getag—. Ocultarla. Y luego utilizarla. Y si no puedo hacer eso, matarla. ¿Le apetece otra copa?

—No, gracias.

—¿Jean?

—Nada para mí —dijo Schroeder—. Pero por favor, Narf, no te prives.

Narf-win-Getag asintió y se levantó. Schroeder volvió su atención hacia Phipps.

—Ahora ya ves por qué no puedo dejar que te la quedes, Dave. Tenemos nuestros propios planes para ella.

—Y no importa lo que le hagan esos planes a la Tierra… —espetó Phipps.

—La Tierra estará bien —contestó Schroeder—. Su gobierno no tanto, pero no será una gran pérdida. Deberías saber que el gobierno de la Tierra está condenado pase lo que pase. Si los auf-Getag conservan el trono, creerán que el gobierno de la Tierra trabajó para causar su caída. Una mala noticia. Probablemente significará la guerra. Si los win-Getag toman el trono, recordarán que el gobierno de la Tierra apoyó a sus enemigos en su pugna por el trono hace tiempo. También es una mala noticia. También significará, probablemente, la guerra. La diferencia es que si los win-Getag ocupan el trono, serán ellos quienes nombren a un administrador para la Tierra y sus colonias después de que hayan cesado las hostilidades.

—A ti —dijo Phipps.

—A mí. Y qué golpe maestro político será para el nuevo gobierno nidu nombrar como administrador de la Tierra a alguien con una historia tan larga y pintoresca de enemistad con los nidu. Eso reafirmará a los habitantes de la Tierra en la idea de que su gobierno defenderá sus intereses. Reafirmará a la CC que los nidu son unos conquistadores justos. Todo el mundo sale ganando.

—Excepto que, al ser conquistada, la Tierra perdería su estatus independiente, su derecho a las colonias y su derecho a tener representación en la Confederación Común —dijo Phipps.

—Detalles, detalles. Sí. La Tierra perderá su representación y la administración de sus colonias. Pero será sólo una pérdida temporal. Narf me ha asegurado que no tiene ningún interés en nuestras posesiones ni en decirnos lo que tenemos que hacer. Apenas puede soportar a los humanos.

—Exceptuando a la presente compañía, por supuesto —dijo Narf-win-Getag, desde el bar.

—Así que volveremos a tener nuestro estatus independiente dentro de una década —concluyó Schroeder—. Te lo advierto, podría ser más rápido si tuviera a personas como tú en mi administración.

Phipps parpadeó.

—¿Estás intentando sobornarme?

—No, Dave —suspiró Schroeder—. Ya te he estado sobornando. Ahora estoy intentando comprarte descaradamente. Me temo que gran parte de los puestos realmente buenos han sido ocupados por mi personal en el Instituto Norteamericano de Colonización. Pero podría buscar un modo de dejarte que gobernaras alguna parte del globo. He oído decir que Nueva Zelanda está muy bien.

—Escucha lo que estás diciendo. Has cambiado tu primogenitura por un plato de lentejas —dijo Phipps—. Diriges un grupo que supuestamente pretende ayudar a prosperar a la Tierra y sus colonias, no a que sean sometidas por una raza alienígena. Ni siquiera puedo imaginar qué diría tu padre.

—Bueno, primero, no estoy vendiendo mi derecho de primogenitura por un plato de lentejas, estoy vendiéndolo para gobernar todo el jodido planeta —replicó Schroeder—, y ese trato me parece bastante bueno. Segundo, fueron mi padre y el embajador nidu Naj-win-Getag quienes echaron a rodar la pelota de este proyecto hace cuarenta años, así que imagino que estaría encantado.

—No comprendo.

—¿Crees que una cosa así sucede de la noche a la mañana? —preguntó Schroeder—. Sí, la parte de la chica es todo improvisación. Pero la planificación para ocupar el trono ha llevado décadas. Mi padre estaba inmejorablemente situado para ayudar al clan win-Getag. Fue el primer representante de la Tierra ante la CC, por el amor de Dios. Conocía a todo el mundo y todo el mundo lo conocía a él. El instituto fue el vehículo perfecto para que hiciera avanzar el objetivo, para influir en generaciones de burócratas paniaguados de Washington y crear un sentimiento antinidu que enmascarara su plan real para llevar al trono al clan win-Getag. Funcionó. Todavía funciona, incluso en la administración Webster. ¿Cómo crees que consiguió tu jefe su empleo, Dave? Fue uno de los últimos movimientos de ajedrez de mi padre antes de morir.

—Esto es una locura.

—Entiendo que eso significa que dices que no a Nueva Zelanda —dijo Schroeder.

—Te estoy diciendo que necesitas volver a pensar lo que estás haciendo —contestó Phipps—. Vas a entregar a toda tu especie a la guerra y el sometimiento. Es una locura. No puedo permitir eso. Jean, dime dónde está la mujer y todavía podremos salir de ésta con nuestros pellejos intactos. De lo contrario, no puedo garantizarte nada.

—Dave, no puedes garantizar nada de ninguna forma. No tienes nada que yo necesite. Última oportunidad, amigo. Únete al club.

—¿O qué? ¿Vas a matarme? —dijo Phipps—. Seamos serios, Jean. Si llegamos a eso, podría romperte el cuello mientras aún estuvieras intentando levantarte de esa silla.

—Ah, sí, estuviste en las Fuerzas Especiales, y yo sólo soy un blando universitario —respondió Schroeder—. Lo recuerdo. Tienes razón, claro. Nunca podría matarte. Intentarlo sería una tontería por mi parte. No podría conseguirlo jamás. Pero conozco a alguien que sí.

Phipps sintió la presión un segundo antes de ver la punta de la lanza nidu asomar justo por debajo de su caja torácica.

—Narf, por ejemplo —dijo Schroeder, continuando tranquilamente la conversación—. Tiene inmunidad diplomática.

Phipps se agarró a la punta de la lanza que asomaba, y se quedó sorprendido cuando la segunda lanza atravesó su abdomen, simétrica a la primera. Se agarró también a ella y trató de levantarse, y por un momento pareció un esquiador con los palos clavados en los riñones.

Narf-win-Getag salió de detrás de Phipps y se plantó delante de él.

—Se dice que estas lanzas fueron empleadas en combate por Zha-win-Getag, el noble fundador del linaje de mi clan —dijo—. Debería sentirse honrado por morir con ellas.

Phipps escupió sangre y cayó de rodillas, se inclinó hacia delante y murió. Las lanzas chocaron con la silla e impidieron que cayera del todo.

—Tenías razón —le dijo Narf-win-Getag a Schroeder—. Habría estropeado nuestros planes.

—Lo sé. Es importante saber qué piensa la gente antes de actuar.

—¿Qué habrías hecho si hubiera dicho que quería unirse a nosotros?

—Te habría dejado matarlo de todas formas —dijo Schroeder—. Aceptó sobornos. No era de fiar.

—Aceptó sobornos tuyos.

—Precisamente. Así que sé exactamente lo poco de fiar que era —miró a Phipps—. Pero es una lástima.

—Que no pudieras confiar en él —dijo Narf-win-Getag.

—No, que tuvieras que atravesarlo con las lanzas —contestó Schroeder—. Ahora hay sangre por toda la alfombra. Esa mierda no saldrá nunca.