Thomas se esforzó por no pensar en nada mientras transcurrían las siguientes dos horas.
Al principio se había resistido, pero luego toda aquella tensión, el valor y la victoria se fueron desvaneciendo poco a poco mientras el grupo experimentaba las actividades más comunes: comida caliente, bebidas frías, atención médica, maravillosas duchas largas, ropa limpia.
Mientras eso sucedía, Thomas reconoció la casualidad de que todo aquello volviera a pasar de nuevo. Que él y los demás se calmaran para darles otro susto como el que habían tenido al despertarse en el dormitorio tras ser rescatados del Laberinto. Pero, en serio, ¿qué más quedaba por hacer? David y el resto de su equipo no les amenazaron ni hicieron nada por levantar la alarma.
Sintiéndose como nuevo y saciada su hambre, Thomas acabó sentado en un sofá que ocupaba la estrecha parte central del iceberg, una amplia habitación llena de muebles desiguales y colores tenues. Había estado evitando a Teresa, pero la chica se arrimó y se sentó a su lado. Todavía lo pasaba mal cuando la tenía cerca y le costaba hablar con ella o con cualquier otra persona. Por dentro estaba muy confundido.
Pero lo apartó todo de su mente porque no había otra cosa que hacer. No sabía cómo pilotar un iceberg y no sabría adonde ir incluso si pudiera asumir el mando. Irían a donde les llevara CRUEL, escucharían y tomarían su decisión.
—¿En qué estás pensando? —preguntó al fin Teresa.
Thomas se alegraba de que hubiera hablado en voz alta; no estaba seguro de querer volver a comunicarse con ella por telepatía.
—¿En qué pienso? Más bien intento no pensar.
—Sí. Quizá deberíamos disfrutar de la paz y la tranquilidad por un rato.
Thomas la miró. Estaba sentada a su lado como si nada hubiera cambiado entre ellos. Como si todavía fueran amigos íntimos. Y ya no lo soportaba más.
—Odio que actúes como si no hubiera pasado nada.
Teresa bajó la vista.
—Intento olvidarlo, como probablemente lo estés intentando tú. Mira, no soy tonta. Sé que no volveremos a sentirnos como antes. Pero, aun así, no cambiaría nada de lo que ha pasado. Había un plan y ha funcionado. No estás muerto y para mí eso es lo único que importa. A lo mejor me perdonas algún día.
Thomas casi la odiaba por sonar tan razonable.
—Bueno, a mí lo único que me importa ahora es detener a esta gente. No está bien lo que nos han hecho. No importa lo mucho que yo haya estado involucrado. Está mal.
Teresa se estiró un poco para apoyar la cabeza en el brazo del sofá.
—Vamos, Tom. Puede que nos hayan borrado la memoria, pero no nos han quitado el cerebro. Los dos hemos sido parte de esto y cuando nos lo cuenten todo, cuando recordemos por qué nos metimos en esto, haremos todo lo que nos digan.
Thomas reflexionó sobre aquello un segundo y se dio cuenta de que no podía estar menos de acuerdo. A lo mejor pudo sentirse así en algún momento, pero ahora no. Aunque discutirlo con Teresa era lo último que deseaba hacer.
—A lo mejor tienes razón —murmuró.
—¿Cuándo fue la última vez que dormimos? —preguntó ella—. Te juro que no me acuerdo.
De nuevo actuaba como si todo fuera bien.
—Yo, sí. Al menos, mi última vez. Tiene algo que ver con una cámara de gas y contigo aporreándome la cabeza con una enorme lanza.
Teresa se estiró.
—Lo único que puedo hacer es repetirte muchas veces cuánto lo siento. Por lo menos, tú descansaste un poco. Yo no dormí ni un segundo mientras estabas ahí dentro. Creo que llevo despierta dos días enteros.
—Pobrecilla.
Thomas bostezó. No pudo evitarlo, él también estaba cansado.
—¿Mmmm?
La miró para ver sus ojos cerrados mientras respiraba lentamente. Se había quedado dormida. Echó un vistazo a los demás clarianos y al Grupo B. La mayoría también estaba reventada. Excepto Minho, que intentaba hablar con una chica guapa a la que se le habían cerrado los ojos. Jorge y Brenda no estaban por ninguna parte, lo que le pareció extraño, por no decir un tanto preocupante.
Fue entonces cuando advirtió que echaba muchísimo de menos a Brenda, pero sus propios párpados comenzaron a cerrarse y lentamente el cansancio y el agotamiento le invadieron. Mientras se hundía cada vez más en el sofá, decidió que ya tendría tiempo de buscarla más tarde. Finalmente, cedió y permitió que la dulce oscuridad de su inconsciencia se lo llevara.