El sonido del metal era ensordecedor mientras las secciones cuadradas giraban despacio sobre sus ejes. Thomas se tapó los oídos con las manos para tratar de alejar el ruido. El resto del grupo estaba haciendo lo mismo. A su alrededor, esparcidos uniformemente, rodeando por completo la zona donde ellos estaban, trozos del desierto rotaban hasta desaparecer, sustituidos al final por un gran cuadrado negro que se fijaba al suelo con un fuerte ruido metálico, con uno de esos ataúdes bulbosos y blancos apoyado encima. Como mínimo, había un total de treinta.
El chirrido del metal rozando el metal cesó. Nadie habló. El viento azotaba la tierra y levantaba corrientes de polvo alrededor de los contenedores redondeados. Emitía un sonido tintineante, que terminó convirtiéndose en un ruido que a Thomas le daba escalofríos. Tuvo que entrecerrar los ojos para que no se le metiera nada dentro. Ninguna otra cosa se había movido desde que aquellos objetos extraños, casi alienígenas, aparecieron. Tan sólo estaban aquel sonido, el viento, el frío y el picor de ojos.
¿Tom? —le llamó Teresa.
Sí.
Te acuerdas de eso, ¿no?
Sí.
¿Crees que hay laceradores dentro?
Thomas se dio cuenta de que eso era exactamente lo que pensaba, pero también había empezado a asumir que era imposible esperarse algo. Reflexionó un segundo antes de contestar.
No lo sé. Bueno, los laceradores tenían unos cuerpos muy húmedos. Sería difícil para ellos estar aquí fuera.
Parecía algo muy estúpido, pero se estaba agarrando a un clavo ardiendo.
Quizá tengamos que… meternos dentro —dijo Teresa tras una pausa—. A lo mejor son ellos el refugio seguro o nos transportan a otro sitio.
A Thomas no le gustaba la idea, pero pensó que tal vez ella tuviera razón. Apartó los ojos de aquellas grandes vainas y la miró. Ya estaba caminando hacia él. Por suerte, sola. No podía encargarse de ella y Brenda en aquel momento.
—Eh —la llamó en voz alta, pero el viento pareció llevarse el sonido incluso antes de que saliera de su boca.
Empezó a alargar la mano hacia ella, pero la retiró; casi había olvidado lo mucho que habían cambiado las cosas. Teresa no pareció darse cuenta mientras pasaba junto a Minho y Newt y les daba un golpecito para saludarlos. Se volvieron para mirarla y Thomas se acercó para hablar con ellos.
—¿Qué hacemos? —preguntó Minho. Miró a Teresa enfadado, como si no quisiera que formase parte de la decisión que iban a tomar.
—¿De qué estáis hablando, chicos?
Thomas se dio la vuelta para ver a Harriet y Sonya. Era Harriet la que había hablado. Y Brenda estaba justo detrás de ellas, con Jorge a su lado.
—Oh, genial —masculló Minho—. Las dos reinas del glorioso Grupo B.
Harriet actuó como si no lo hubiera oído.
—Supongo que todos visteis también esas vainas en la cámara de CRUEL. Debe de ser donde se cargan los laceradores o lo que sea que hagan.
—Sí —respondió Newt—. Tiene que ser eso.
En el cielo estalló y retumbó un trueno, y aquellos destellos de luz se hicieron más brillantes. El viento tiraba del pelo y la ropa de todo el mundo; olía a mojado y a la vez a polvo, una extraña combinación. Thomas volvió a comprobar la hora.
—Tan sólo nos quedan veinticinco minutos. A la hora señalada o bien vamos a luchar contra los laceradores, o bien vamos a tener que meternos dentro de esos enormes ataúdes. Quizá sean…
Un fuerte silbido atravesó el aire desde todas las direcciones. El sonido perforó los tímpanos de Thomas, que apretó otra vez las manos contra los laterales de su cabeza. Un movimiento en el perímetro que los rodeaba atrajo su atención y observó con detenimiento lo que les estaba pasando a las enormes vainas blancas.
Un rayo de luz azul oscuro había aparecido a un lado de cada contenedor; a continuación, se expandió mientras la mitad superior del objeto empezaba a moverse hacia arriba sobre unas bisagras, como la tapa de un ataúd. No hizo ruido, al menos no lo bastante para que lo oyeran por encima del vendaval y el retumbante trueno. Thomas notó que los clarianos y los otros se juntaban cada vez más, formando un grupo compacto. Todos intentaban alejarse lo máximo posible de las vainas y no tardaron en ser una espiral de cuerpos rodeados por unos treinta contenedores blancos y redondeados.
Las tapas continuaron moviéndose hasta que se abrieron del todo y cayeron al suelo. Algo voluminoso descansaba en el interior de cada recipiente. Thomas no veía mucho, pero desde donde estaban no distinguía nada parecido a los extraños apéndices de los laceradores. Nada se movía, pero sabía que no debía bajar la guardia.
¿Teresa? —la llamó con la mente. No se atrevió a decirlo muy alto por si le oían, pero tenía que hablar con alguien o iba a volverse loco.
¿Sí?
Alguien debería ir a echar un vistazo. A ver qué es eso —lo dijo, pero en realidad no quería tener que hacerlo él.
Vamos juntos —respondió ella con soltura.
A Thomas le sorprendió su valor.
A veces se te ocurren las peores ideas —replicó. Trató de que sonara sarcástico, pero estaba más aterrorizado de lo que quería admitir.
—¡Thomas! —le llamó Minho.
El viento, todavía furioso, quedó ahogado por el trueno y el relámpago que se acercaban, retumbando y estallando en un brillante espectáculo encima de sus cabezas y sobre el horizonte. La tormenta estaba a punto de descargar con furia sobre ellos.
—¿Qué? —respondió Thomas.
—¡Newt, tú y yo! ¡Vamos a ver qué es!
Thomas estaba a punto de moverse cuando algo salió deslizándose de una de las vainas. Un grito ahogado colectivo se escapó de los que estaban más cerca de Thomas y él se dio la vuelta para mirarlo mejor. Había algo moviéndose dentro de todas las vainas, algo que sin duda estaba saliendo de sus casas oblongas. Thomas se centró en la vaina más próxima y forzó la vista para distinguir qué era exactamente a lo que iba a enfrentarse.
Un brazo deforme colgaba del borde y su mano estaba a unos centímetros del suelo. En ella había cuatro dedos desfigurados, unas tiras de repugnante carne beige, ninguno de la misma longitud. Se movían e intentaban agarrar algo que no estaba allí, como si la criatura del interior tratara de cobrar para salir. El brazo estaba lleno de arrugas y bultos, y había algo muy extraño justo a la altura de lo que debería ser el codo. Un quiste o protuberancia perfectamente redonda, quizá de diez centímetros de diámetro, que resplandecía con un color naranja intenso. Parecía como si aquella cosa tuviera una bombilla pegada al brazo.
El monstruo continuó saliendo. Dejó caer una pierna; su pie era una masa carnosa, con cuatro bultos por dedos que se retorcían como los de las manos. Y en la rodilla había otra de aquellas increíbles esferas de luz naranja, que parecían nacer en la propia piel.
—¿Qué es eso? —gritó Minho por encima del ruido de la tormenta que se avecinaba.
No hubo respuesta. Thomas, aturdido, miraba a la criatura, hipnotizado y aterrado al mismo tiempo. Al final consiguió apartar la mirada lo suficiente para ver que unos monstruos similares salían de cada vaina, todos simultáneamente. Luego volvió su atención al que estaba más cerca.
De algún modo, había conseguido bastante impulso con la pierna y el brazo derecho para empezar a tirar del resto del cuerpo. Thomas siguió observando, presa del terror, mientras aquella cosa abominable se retorcía hasta que sacó el cuerpo por la abertura de la vaina y cayó tropezando al suelo. De una forma similar a la humana, aunque al menos medio metro más alto que cualquiera de allí, aquel cuerpo grueso se hallaba desnudo y lleno de agujeros y arrugas. Más inquietantes eran aquellas protuberancias bulbosas, tal vez unas dos docenas esparcidas por todo su cuerpo que brillaban con una luz naranja resplandeciente. Tenía varias en el pecho y en la espalda. Una en cada codo y cada rodilla —la bombilla de la rodilla derecha se había roto en un aluvión de chispas cuando la criatura aterrizó en el suelo— y varias sobresalían de un gran bulto de… lo que tenía que ser la cabeza, aunque no tenía ojos, nariz, boca u orejas. Ni tampoco pelo.
El monstruo se puso de pie, se balanceó un poco mientras mantenía el equilibrio y después se dio la vuelta, de cara al grupo de humanos. Un vistazo rápido mostró que cada vaina había soltado a su criatura y ahora todas estaban en círculo alrededor de los clarianos y el Grupo B.
Al unísono, las criaturas levantaron los brazos hasta que apuntaron al cielo. Entonces, todas a la vez, dispararon unas hojas que salieron de las puntas de sus dedos, pequeños y gruesos, y de sus hombros. Los destellos de los relámpagos del cielo se reflejaron en su afilada superficie, plateada y reluciente. Aunque no había ni rastro de ningún tipo de boca, un espeluznante y mortal gemido emanó de sus cuerpos. Era un sonido que Thomas podía sentir más que oír. Y tenía que ser muy fuerte para sobresalir por encima de los terribles truenos.
Quizás hubieran sido mejor los laceradores —dijo Teresa dentro de la mente de Thomas.
Bueno, son bastante parecidos como para que supongamos quién los ha creado —respondió, esforzándose por mantenerse tranquilo.
Minho se volvió enseguida de cara al grupo de personas boquiabiertas que rodeaba a Thomas.
—¡Hay más o menos uno para cada uno! ¡Coged lo que tengáis como armas!
Casi como si hubieran oído el desafío, las criaturas bombilla empezaron a moverse, a caminar hacia delante. Los primeros pasos fueron torpes, pero se hicieron más firmes, fuertes y ágiles. A cada paso estaban más cerca.