Capítulo 48

No tardaron mucho en reunirlas a todas. Thomas se imaginaba que la intriga por lo que el chico casi muerto tenía que decir era demasiada para dejarla pasar. Las chicas se colocaron en un grupo compacto delante de él y él continuó atado al árbol feo y sin vida.

—Muy bien —dijo Harriet—. Habla tú primero y luego seguiremos nosotras.

Thomas asintió y se aclaró la garganta. Empezó a hablar, aunque no había planeado aún lo que iba a decir:

—Todo lo que sé de vuestro grupo es lo que me ha contado Aris; por lo visto, pasamos más o menos por lo mismo dentro del Laberinto. Pero desde que escapamos, muchas cosas han sido diferentes. Y no estoy seguro de lo que sabéis sobre CRUEL.

Sonya intervino:

—No mucho.

Aquello animó a Thomas, le hizo sentir que tenía ventaja. Y le parecía un gran error por parte de Sonya haberlo admitido.

—Bueno, me he enterado de muchas cosas sobre ellos. Todos nosotros somos especiales de alguna manera. Nos han hecho pruebas porque tienen planes para nosotros —hizo una pausa, pero nadie tuvo ninguna reacción especial, así que continuó—: Muchas de las cosas que nos hacen no tienen sentido para nosotros porque son parte de las pruebas, lo que CRUEL llama las Variables. Para ver cómo reaccionamos en ciertas situaciones. No lo entiendo todo, ni siquiera un poco, pero creo que todo esto de matarme es otra treta. Otra mentira. Así que… creo que no es más que otra Variable para ver cómo reaccionaremos.

—En otras palabras —le interrumpió Harriet—, quieres que arriesguemos nuestras vidas por esta deducción brillante.

—¿No lo veis? Matarme no tiene ningún propósito. Quizá sea una prueba para vosotras, no lo sé. Pero sí sé que os puedo servir de ayuda si estoy vivo, no si estoy muerto.

—O —replicó Harriet— nos están poniendo a prueba para ver si tenemos las agallas de matar al líder de nuestra competencia. ¿Será ese el propósito? ¿Ver qué grupo vence? ¿Eliminar a los débiles y dejar a los fuertes?

—Ni siquiera he sido el líder, ese es Minho —Thomas negó con la cabeza firmemente—. No, pensadlo. ¿Cómo vais a demostrar fuerza al matarme? Me superáis en número y tenéis un montón de armas. ¿Cómo prueba eso quién es el más fuerte?

—Entonces, ¿con qué tiene que ver? —preguntó una chica del fondo.

Thomas hizo una pausa para escoger con cuidado las palabras.

—Creo que es una prueba para ver si pensáis por vosotras mismas, si cambiáis los planes y tomáis decisiones racionales. Y cuantos más seamos, más posibilidades tendremos de llegar al refugio seguro. Matarme no tiene sentido, no beneficia a nadie. No habéis demostrado ninguna fuerza al capturarme. Demostradles que no lo aceptaréis todo a ciegas.

Se calló y se apoyó, relajado, en el árbol. No se le ocurría nada más. Ahora dependía de ellas. Lo había hecho lo mejor posible.

—Interesante —opinó Sonya—. Me suena mucho a lo que diría una persona desesperada que va a morir.

Thomas se encogió de hombros.

—Creo que es la verdad, en serio. Si me matáis, habréis suspendido una prueba real que CRUEL os ha lanzado.

—Sí, me apuesto lo que sea a que te lo crees —replicó Harriet, y se levantó—. Mira, para serte sincera, hemos estado pensando el mismo tipo de cosas. Pero queríamos saber lo que tenías que decir. El sol no tardará en ponerse y estoy segura de que Teresa volverá en cualquier momento. Lo hablaremos cuando llegue.

Thomas volvió a hablar enseguida, preocupado porque Teresa no estuviese convencida:

—¡No! Bueno, ella es la que parece tener más ganas de matarme —lo dijo, aunque en el fondo esperaba que no fuese verdad. A pesar de lo mal que le había tratado, estaba seguro de que no iba a cometer un asesinato—. Creo que vosotras deberíais tomar la decisión.

—Tranquilo —contestó Harriet con media sonrisa en su rostro—, si decidimos no matarte, no habrá nada que pueda hacer. Pero si… —se calló y una extraña expresión le cruzó el rostro. ¿Estaba preocupada por haber dicho demasiado?—. Ya veremos.

Thomas intentó no mostrar su alivio. Tal vez hubiera apelado un poco a su orgullo, pero intentaba que sus esperanzas no aumentaran demasiado.

Thomas observó mientras las chicas recogían sus pertenencias y guardaban las cosas en mochilas —¿de dónde las habrían sacado?, se preguntó— para preparar el viaje nocturno, adondequiera que este fuese. Conversaciones entre murmullos y susurros flotaban en el aire mientras seguían mirando en su dirección, sin duda discutiendo sus palabras.

La oscuridad aumentaba por momentos y Teresa por fin apareció en el lugar por donde se había ido antes. Enseguida se percató de que había algo diferente, quizá por la forma en que todas no dejaban de mirarlos a ella y a Thomas.

—¿Qué? —preguntó con la misma expresión dura del día anterior.

Fue Harriet la que contestó:

—Tenemos que hablar.

Teresa parecía confundida, pero fue al otro lado del hueco en el risco con el resto del grupo. Unos susurros furiosos resonaron de inmediato, pero Thomas no distinguió ni una palabra de lo que dijeron. Su estómago se contrajo anticipando el veredicto.

Desde donde estaba, observó que la conversación se enardecía y Teresa se mostraba más irritada que nadie. Contempló cómo se intensificaba su expresión mientras trataba de defender su postura. Parecía que era ella contra el resto, lo que a Thomas le ponía muy nervioso.

Al final, justo cuando se había hecho casi totalmente de noche, Teresa se volvió, se alejó a zancadas del grupo de chicas y se marchó del campamento, hacia el norte. Se había echado la lanza por encima de un hombro y la mochila colgaba del otro. Thomas contempló cómo se marchaba hasta que desapareció entre las estrechas paredes del Paso.

Volvió a mirar al grupo, en el que muchas parecían aliviadas, y Harriet se acercó a él. Sin mediar palabra, se arrodilló y desató la cuerda que le sujetaba al árbol.

—¿Y bien? —preguntó al final Thomas—. ¿Habéis decidido algo, chicas?

Harriet no contestó hasta que estuvo liberado por completo; luego se sentó sobre sus talones y le miró mientras sus oscuros ojos reflejaban la débil luz de las estrellas y la luna.

—Es tu día de suerte. Hemos decidido no matar tu culo raquítico después de todo. No puede ser una coincidencia que todas hayamos estado pensando lo mismo.

Thomas no sintió la ráfaga de alivio esperada. En aquel momento se dio cuenta de que ya sabía que aquella iba ser su decisión.

—Pero te digo una cosa —añadió Harriet al levantarse, y le ofreció la mano para que él hiciera lo mismo—: a Teresa no le gustas. Yo me vigilaría las espaldas si estuviera en tu lugar.

Thomas dejó que Harriet le ayudara a ponerse de pie, mientras la confusión y el dolor luchaban en su interior. Teresa de verdad quería verlo muerto.