Capítulo 43

A Thomas le costó un buen rato volver a dormirse.

No le cabía duda de que había sido Teresa. Ninguna duda. Justo como antes, cuando hablaban entre ellos, había percibido su presencia, sentido sus emociones. Había estado con él, aunque fuera por poco tiempo. Y al marcharse, había sido como volver a abrir una vez más aquel enorme vacío interior. Como si durante los días que estuvo desaparecida, un líquido espeso se hubiera filtrado lentamente y llenado esa cámara tan sólo para ser absorbido de nuevo al venir ella y marcharse.

Además, ¿a qué se refería con que le iba a pasar algo espantoso, pero que tenía que confiar en ella? No lo entendía lo suficiente para encontrarle sentido. Y a pesar de lo terrible que era su advertencia, sus pensamientos seguían centrándose en la última parte, en el hecho de poder estar juntos de nuevo. ¿Era una sarta de falsas esperanzas? ¿O acaso ella pensaba que lo conseguiría y todo acabaría bien? ¿Que se reunirían? Las posibilidades pasaban a gran velocidad por su cabeza, pero todas parecían estrellarse contra un deprimente callejón sin salida.

El día se hacía cada vez más caluroso mientras Thomas no paraba de dar vueltas, perseguido por sus pensamientos. Casi se había acostumbrado a que Teresa no estuviera, lo que le ponía enfermo. Para colmo, creía que la había traicionado al dejar que Brenda fuera su amiga, al acercarse a ella.

Irónicamente, su primer impulso fue extender el brazo y despertar a Brenda para contárselo. ¿Estaría mal aquello? Se sentía tan frustrado y estúpido que quería gritar, algo estupendo para alguien que intentaba volver a dormirse con aquel calor espantoso.

El sol había recorrido medio camino hasta el horizonte antes de que por fin lo consiguiera.

• • •

Se sentía un poco mejor a última hora de la tarde cuando Newt le despertó. La breve visita de Teresa a su mente le parecía ahora un sueño. Casi podía creerse que nunca había sucedido.

—¿Has dormido bien, Tommy? —preguntó Newt—. ¿Cómo va ese hombro?

Thomas se incorporó y se restregó los ojos. Aunque no podía haber dormido más de tres o cuatro horas, su sueño fue profundo y tranquilo. Se frotó el hombro para comprobarlo y volvió a sorprenderse una vez más.

—La verdad es que parece bastante bien. Me duele un poco, pero no mucho. Cuesta creer que antes me doliese tanto.

Newt echó un vistazo a los clarianos, que se preparaban para marcharse, y volvió a mirar a Thomas.

—No hemos hablado mucho desde que nos fuimos del maldito dormitorio. No hemos tenido tiempo de sentarnos a tomar un té, supongo.

—Sí.

Por alguna razón, aquello hizo que Thomas pensara en Chuck y todo el dolor causado por su muerte reapareció enseguida. Eso le hizo volver a odiar a aquella gente y a su mente acudió la frase que le había dicho Teresa: «No sé cómo CRUEL puede ser buena».

—¿Eh?

—¿Recuerdas lo que escribió Teresa en su brazo cuando despertó? ¿O no te enteraste? Ponía «CRUEL es buena». Me cuesta creerlo —el sarcasmo en su voz no fue sutil.

Newt tenía una extraña sonrisa en la cara.

—Bueno, te acaban de salvar la puñetera vida.

—Sí, son unos santos.

Thomas no podía negar que estaba confundido. Le habían salvado la vida; también sabía que había trabajado para ellos. Pero no tenía ni idea de lo que significaba todo aquello.

Brenda, que había estado agitándose mientras dormía, se incorporó por fin y emitió un gran bostezo.

—Buenos días. O noches. Lo que sea.

—Otro día vivos —respondió Thomas, y luego se percató de que Newt tal vez no estaba al tanto de quién era Brenda. No tenía ni idea de lo que había ocurrido en el grupo desde que le dispararon—. Supongo que habéis tenido tiempo de presentaros, ¿no? Si no, Brenda este es Newt. Newt, Brenda.

—Sí, ya nos conocemos —Newt extendió el brazo hacia Brenda y le estrechó la mano con sorna—. Pero gracias otra vez por asegurarte de que no le pasara nada al culo de este mariquita mientras estabais de fiesta.

Un amago de sonrisa se reflejó en la cara de la chica.

—De fiesta. Sí. Sobre todo me gustó la parte en la que unas personas intentaron cortarnos las narices —una expresión de vergüenza mezclada con desesperación cruzó su rostro—. Supongo que no tardaré mucho en ser uno de esos psicópatas.

Thomas no sabía cómo responder a eso.

—Seguramente no te quede mucho más que a nosotros. Recuerda que…

Brenda no le dejó terminar:

—Sí, lo sé. Me vais a llevar a la cura mágica. Lo sé —a continuación se levantó. Era evidente que la conversación había terminado.

Thomas miró a Newt y se encogió de hombros. Entonces Newt se puso de rodillas y se inclinó para susurrarle:

—¿Es tu nueva novia? Se lo voy a contar a Teresa —se rio por lo bajo y se marchó.

Thomas se quedó allí sentado un minuto, abrumado por toda la situación. Teresa, Brenda, sus amigos. La advertencia que había recibido. El Destello. El hecho de que tan sólo tenían unos pocos días para atravesar aquellas montañas. CRUEL. Lo que fuera que les esperara en el refugio seguro y en el futuro.

Demasiado. Todo era demasiado. Debía dejar de pensar. Tenía hambre, y eso podía resolverlo; así que se levantó y fue a buscar algo de comer. No decepcionó a Fritanga.

• • •

Partieron justo cuando el sol se ocultó bajo el horizonte, tiñendo de púrpura la polvorienta tierra naranja. Thomas estaba agarrotado y exhausto, se moría por retirarse un rato a relajar los músculos.

Poco a poco, las montañas se convirtieron en sombras de picos recortados que se hacían cada vez más altos a medida que se acercaban. No había una falda en la cordillera; el valle se extendía hasta un punto en que el suelo subía hacia los cielos en riscos y pendientes empinadas. Todo era marrón y feo, sin vida. Thomas esperaba encontrar un sendero después de haber llegado tan lejos.

Nadie habló mucho mientras avanzaban. Brenda se mantuvo cerca, pero callada; ni siquiera hablaba con Jorge. A Thomas no le gustaba nada cómo estaban ahora, lo incómoda que era la situación entre Brenda y él. La chica le caía bien, probablemente mejor que nadie, aparte de Newt y Minho. Y de Teresa, por supuesto.

Newt se le acercó tras caer la oscuridad, con las estrellas y la luna como únicas guías. Su luz era suficiente. No se necesitaba mucho más cuando el terrero era llano y tan sólo se tenía que caminar hacia la pared de roca que se erguía delante. El crac crac crac de sus pisadas sobre la tierra inundaba el aire.

—He estado pensando —dijo Newt.

—¿En qué?

A Thomas en realidad no le importaba, tan sólo estaba contento de tener a alguien con quien hablar para quitarse preocupaciones de la cabeza.

—En CRUEL. Rompieron sus malditas reglas contigo, ¿sabes?

—¿Y?

—Dijeron que no había reglas. Dijeron que teníamos mucho tiempo para llegar al maldito refugio seguro y eso era todo. Sin reglas. La gente muriéndose a diestro y siniestro, y entonces vienen en un puñetero monstruo volador y te salvan el culo. No tiene sentido —hizo una pausa—. No es que me esté quejando… Me alegro de que estés vivo y todo eso.

—Vaya, gracias.

Thomas sabía que era un buen comentario, pero estaba harto de pensar en aquello.

—Y luego están todos esos carteles de la ciudad. Es raro.

Thomas miró a Newt, sin poder apenas ver la cara de su amigo.

—¿Qué pasa, estás celoso o qué? —preguntó, intentando reírse de la situación. Trataba de ignorar que aquellos carteles tenían que ser importantes.

Newt se rio.

—No, pingajo. Tan sólo me muero por saber qué es lo que está pasando. De qué va todo esto.

—Sí —Thomas asintió. No podía estar más de acuerdo—. La mujer dijo que sólo unos cuantos éramos buenos candidatos. Y sí, dijo que yo era el mejor candidato y que no quería que muriera por algo que ellos no habían planeado; pero no sé qué significa todo eso. Tiene que ver con toda la clonc de los patrones de las zonas letales.

Siguieron caminando alrededor de un minuto antes de que Newt volviera a hablar:

—No vale la pena devanarnos los sesos, supongo. Lo que tenga que pasar, pasará.

Thomas estuvo a punto de contarle lo que Teresa le había dicho mentalmente, pero, por algún motivo, no le pareció correcto. Se quedó en silencio y, al final, Newt se alejó; de nuevo, Thomas continuó caminando solo en la oscuridad.

• • •

Pasaron un par de horas antes de que surgiera otra conversación, esta vez con Minho. Intercambiaron muchas palabras, pero sin decir demasiado. Pasaba el tiempo y repetían las mismas preguntas que habían pasado por sus cabezas millones de veces.

Thomas sentía las piernas un poco cansadas, pero no demasiado. Las montañas se hallaban cada vez más cerca. El aire se enfrió considerablemente; se volvió maravilloso. Brenda seguía callada y distante.

Y continuaban avanzando.

• • •

Cuando los primeros indicios del alba le dieron al cielo un tono azul oscuro y las estrellas empezaron a titilar para dar paso a un nuevo día, Thomas por fin tuvo el valor de acercarse a Brenda para hablar. Los riscos se alzaban ahora; árboles muertos y trozos de rocas desperdigadas se veían con claridad. Llegarían al pie de la cordillera cuando el sol asomara por el horizonte, Thomas estaba seguro.

—Eh —le dijo—, ¿qué tal van tus pies?

—Muy bien —respondió ella sucintamente, pero enseguida volvió a hablar, quizá para intentar compensar su parquedad—: ¿Y tú? Parece que ya tienes bien el hombro.

—No puedo creer lo bien que está. Apenas me duele.

—Estupendo.

—Sí —se quebró la cabeza tratando de pensar en algo que añadir—. Bueno, eh… Perdona por todo lo raro que pasó. Y… por todo lo que dije. Tengo la cabeza hecha un lío.

La muchacha le miró y Thomas distinguió un poco de ternura en sus ojos.

—Por favor, Thomas; lo último que te hace falta es pedir disculpas —volvió a mirar al frente—. Tan sólo somos diferentes. Además, tienes a esa novia tuya. No debería haber intentado besarte y toda esa mierda.

—En realidad, no es mi novia —se arrepintió de haberlo dicho en cuanto salió de sus labios; ni siquiera sabía de dónde lo había sacado.

Brenda resopló.

—No seas tonto. Y no me insultes. Si te vas a resistir a esto —hizo una pausa y se señaló con la mano desde la cabeza a los pies, con una sonrisa burlona—, será mejor que sea por un buen motivo.

Thomas se rio, y toda la tensión y la incomodidad que sentía desaparecieron por completo.

—Ya lo pillo. Además, seguro que besas de pena.

La chica le dio un puñetazo en el brazo, por suerte, en el sano.

—No podrías estar más equivocado. Te lo digo yo.

Thomas estaba a punto de replicar algo estúpido cuando se paró en seco. Alguien que por poco chocó con él desde atrás le rodeó con paso ligero, pero no supo quién. Tenía los ojos clavados delante y se le había paralizado el corazón.

El cielo se había aclarado considerablemente y la cuesta de las montañas se hallaba a tan sólo unos metros de distancia. A medio camino entre aquí y allí, una chica había aparecido de la nada, como si hubiese ascendido del suelo. Y caminaba hacia ellos a paso rápido. En las manos llevaba una larga vara de madera con una hoja de aspecto desagradable atada en el extremo.

Era Teresa.