La gente misteriosa cumplió su palabra.
La siguiente vez que Thomas se despertó, estaba suspendido en el aire, bien atado a una camilla de lona con asas, balanceándose de un lado a otro. Una larga cuerda sujeta a un aro de metal azul le sostenía mientras bajaba desde algo enorme, todo el tiempo acompañado por la misma explosión de zumbidos y fuertes golpes que había oído cuando vinieron a llevárselo. Se agarró fuerte a los laterales de la camilla, aterrorizado.
Al final notó una suave sacudida e innumerables rostros aparecieron a su alrededor. Minho, Newt, Jorge, Brenda, Fritanga, Aris y otros clarianos. La cuerda que le sujetaba se separó y saltó hacia arriba, al aire. Entonces, casi al instante, la nave de la que le habían bajado dio un salto y desapareció en el resplandor del sol, que caía de pleno. Los sonidos de sus motores dejaron de sonar en cuanto se marchó.
En ese momento, todos empezaron a hablar a la vez:
—¿De qué va todo esto?
—¿Estás bien?
—¿Qué te han hecho?
—¿Quiénes eran?
—¿Te has divertido en el iceberg?
—¿Cómo está tu hombro?
Thomas lo ignoró todo e intentó levantarse, pero se dio cuenta de que las cuerdas que lo sujetaban a la camilla todavía estaban atadas con fuerza. Buscó a Minho con la mirada.
—¿Me ayudas un poco?
Mientras Minho y un par más le desataban, a Thomas se le ocurrió una idea inquietante: la gente de CRUEL había demostrado poder salvarle bastante rápido. Según lo que habían dicho, no era algo que hubieran planeado, pero lo habían hecho de todas formas. Eso significaba que les estaban observando y podían aparecer para salvarles cada vez que quisieran.
Pero no lo habían hecho hasta entonces. ¿Cuánta gente había muerto durante los últimos días mientras CRUEL observaba sin hacer nada? ¿Y por qué habían obrado así con Thomas? ¿Sólo porque le habían disparado con una bala oxidada? Era demasiado en lo que pensar.
Una vez liberado, se puso de pie, estiró los músculos y se negó a responder a la segunda tanda de preguntas que le lanzaron. Hacía calor, muchísimo calor, y mientras se estiraba, se dio cuenta de que no le dolía nada, salvo una molestia mínima en el hombro. Bajó la vista para ver que llevaba ropa limpia y que el vendaje formaba un bulto debajo de la manga izquierda de su camisa. Pero sus pensamientos fueron inmediatamente a otra cosa:
—¿Qué hacéis a la intemperie? ¡Se os va a cocer la piel!
Minho no respondió, tan sólo señaló algo detrás de él y Thomas vio una casucha. Estaba hecha de madera seca y parecía que fuera a desmoronarse en cualquier momento, pero era lo bastante grande para cobijarles a todos.
—Será mejor que volvamos a meternos ahí dentro —dijo Minho.
Thomas se dio cuenta de que debían de haber salido corriendo sólo para ver cómo le bajaban del… ¿iceberg volador? Jorge lo había llamado iceberg.
El grupo caminó hasta el refugio; Thomas les dijo un millón de veces que se lo explicaría todo desde el principio al final en cuanto estuvieran acomodados. Brenda le encontró y se acercó a él. Pero no le ofreció la mano, y Thomas sintió un alivio incómodo. La chica no le dijo nada, pero tampoco él le habló.
La miserable ciudad de los raros estaba a unos cuantos kilómetros de distancia; todo su deterioro y su locura se apiñaban al sur. No había ni rastro de la gente infectada. Al norte, las montañas, imponentes, a tan sólo un día o poco más de distancia. Escarpadas y sin vida, ascendían muy alto para culminar en picos marrones y recortados. Unos duros cortes en la roca hacían que toda la cordillera pareciera como si un gigante la hubiese emprendido contra ella durante días con una enorme hacha, liberando su gigantesca frustración.
Llegaron al refugio de madera, tan seca como un hueso podrido. Parecía que llevase allí cien años; quizá lo hubiera construido un granjero antes de que el mundo quedara devastado. Aunque era un misterio cómo había aguantado. Probablemente aquella cosa se consumiría en tres segundos al mínimo roce de una cerilla.
—Muy bien —dijo Minho, señalando un sitio en la otra punta de las sombras—. Siéntate ahí, ponte cómodo y empieza a hablar.
Thomas no se podía creer lo bien que se sentía, sólo notaba la molestia del hombro. Fuera lo que fuera lo que le habían hecho los médicos de CRUEL, había sido brillante. Tomó asiento y esperó a que todos estuvieran delante de él, con las piernas cruzadas sobre el caliente y polvoriento suelo. Se sentía como un profesor a punto de dar la clase, un recuerdo borroso del pasado.
Minho fue el último en sentarse, junto a Brenda.
—Vale, cuéntanos tus aventuras con los extraterrestres en esa gran nave maligna.
—¿De verdad quieres oírlo? —preguntó Thomas—. ¿Cuántos días nos quedan para cruzar las montañas hasta llegar al refugio seguro?
—Cinco días, tío. Pero ya sabes que no podemos ir por ahí con este sol sin nada que nos proteja. Vas a hablar, luego dormiremos y después nos partiremos la espalda caminando toda la noche. Adelante.
—Bien —respondió Thomas, y se preguntó qué habrían hecho mientras estaba fuera, pero se dio cuenta de que no importaba demasiado—. Las preguntas al final, niños —nadie se rio ni tan siquiera sonrió, así que tosió y se dio prisa en continuar—. Los de CRUEL fueron los que vinieron y se me llevaron. Seguí desmayándome, pero me condujeron a unos médicos que me curaron del todo. Les oí que decían algo de que se suponía que no tenía que haber pasado, que la pistola era un factor que no se esperaban. La bala me produjo una infección grave y supongo que consideraron que no había llegado mi hora.
Unos rostros inexpresivos se le quedaron mirando. Thomas sabía que para ellos sería difícil aceptarlo, incluso tras relatarles la historia entera.
—Me limito a contaros lo que oí.
Continuó explicando más cosas con todos los detalles que podía recordar, y también la conversación que oyó desde la cama. Los patrones de la zona letal y los candidatos. Más cosas sobre las Variables. Nada había tenido demasiado sentido la primera vez y menos aún ahora que intentaba recordarlo palabra por palabra. Los clarianos, Jorge y Brenda, parecían tan frustrados como él mismo.
—Bueno, eso aclara mucho las cosas —dijo Minho al final—. Debe de tener algo que ver con todos esos carteles sobre ti en la ciudad.
Thomas se encogió de hombros.
—Me alegro de que estés tan contento de verme vivo.
—Eh, si quieres ser el líder, a mí me trae sin cuidado. Y sí que estoy contento de verte vivo.
—No, gracias. Quédate tú el puesto.
Minho no respondió. Thomas no podía negar que los letreros eran una carga para él. ¿Qué significaba que CRUEL quisiera que él fuese el líder? ¿Y qué debía hacer al respecto?
Newt se puso de pie, frunciendo el ceño por la concentración.
—Entonces, todos somos candidatos potenciales para algo. Y quizá el propósito de toda esta puñetera clonc por la que hemos pasado sea deshacerse de los no aptos. Pero, por alguna razón, todo el rollo de la pistola y la bala oxidada no formaba parte de las… pruebas normales. Las Variables o como se llamen. Si Thomas tiene que estirar la pata, se supone que no será de una maldita infección.
Thomas frunció los labios y asintió. Le parecía un buen resumen.
—Lo que significa que nos están observando —añadió Minho—, como en el Laberinto. ¿Alguien ha visto una cuchilla escarabajo corriendo por aquí?
Varios clarianos negaron con la cabeza.
—¿Qué coño es una cuchilla escarabajo? —preguntó Jorge.
Thomas respondió:
—Un pequeño lagarto mecánico que nos espiaba con unas cámaras en el Laberinto.
Jorge puso los ojos en blanco.
—Por supuesto. Perdona la pregunta.
—El Laberinto, sin duda, era algún tipo de instalación cubierta —dijo Aris—. Pero ahora no estamos dentro de nada. Aunque puede que usen satélites o cámaras de largo alcance, supongo.
Jorge se aclaró la garganta.
—¿Qué tiene Thomas que le hace tan especial? Primero esos carteles de la ciudad donde pone que es el auténtico líder y luego bajan hasta aquí para salvarle el culo cuando se pone malito —miró a Thomas—. No quiero ser mezquino, muchacho, tan sólo tengo curiosidad. ¿Qué te hace mejor que el resto de tus colegas?
—No soy especial —contestó Thomas, aunque sabía que estaba ocultando algo, pero desconocía el qué—. Ya has oído lo que han dicho. Tenemos muchas formas de morir aquí fuera, pero por un tiro no era una de ellas. Creo que habrían salvado a cualquiera al que hubieran herido de bala. No se trataba de mí, fue la pistola la que lo lio todo.
—Aun así —replicó Jorge con una sonrisita—, creo que me pegaré a ti a partir de ahora.
Empezaron unas cuantas discusiones más, pero Minho no dejó que duraran mucho. Insistió en que todos necesitaban dormir si planeaban caminar de noche. Thomas no protestó. Estaba más cansado a cada segundo que pasaba sentado con aquel aire caliente, sobre aquel suelo caliente. Quizá fuera su cuerpo curándose, quizás el calor. Fuera como fuera, el sueño le llamaba.
No tenían mantas ni almohadas, así que Thomas se acurrucó en el suelo, en el mismo sitio en que estaba sentado, y apoyó la cabeza sobre sus brazos cruzados. Brenda, de algún modo, acabó junto a él, aunque no dijo nada ni tampoco le tocó. Thomas no sabía si alguna vez llegaría a comprenderla.
Respiró profunda y lentamente, cerró los ojos y se entregó al descanso, a la pesada sensación de somnolencia que empezaba a tirar de él hacia las profundidades. Los sonidos a su alrededor parecieron apagarse y el aire se volvió más denso. La calma le invadió y luego vino el sueño.
• • •
El sol todavía resplandecía en el cielo cuando una voz sonó en su mente y le despertó; la voz de una chica. Teresa.
Después de días y días de completo silencio, Teresa empezó a hablarle telepáticamente, de repente, con una descarga de palabras:
Tom, no intentes responderme, tan sólo escucha. Algo terrible va a pasarte mañana, algo espantoso. Te van a hacer daño y vas a asustarte mucho. Pero tienes que confiar en mí. No importa lo que ocurra, no importa lo que veas, no importa lo que oigas, no importa lo que pienses. Tienes que confiar en mí. No podré hablar contigo.
Hizo una pausa, pero Thomas estaba tan asombrado y se esforzaba tanto por comprender lo que le había dicho —por asegurarse de recordarlo— que no pudo pronunciar palabra antes de que empezara de nuevo:
Tengo que irme. No sabrás nada de mí durante un tiempo.
Otra pausa.
No hasta que volvamos a estar juntos.
Thomas trató de encontrar algo que decir, pero la voz de la chica y su presencia se escabulleron y le dejaron vacío una vez más.