A pesar de todo por lo que habían pasado, Thomas no recordaba la última vez que se había quedado sin palabras.
—¿Qué… cómo…? —tartamudeó, tratando de expresar algo.
Minho sonrió, una grata visión, sobre todo teniendo en cuenta su horrible aspecto.
—Os acabábamos de encontrar. ¿Creías que íbamos a permitir que un puñado de cara fucos os hiciera nada? Me la debes. Esta es muy gorda —se adelantó y empezó a cortar la cinta adhesiva de Thomas.
—¿A qué te refieres con que acababais de encontrarnos? —Thomas estaba tan contento que quería reír como un tonto. No sólo les había rescatado, sino que sus amigos estaban vivos. ¡Estaban vivos!
Minho siguió cortando.
—Jorge nos ha estado guiando por la ciudad, evitando a los raros, buscando comida —al terminar con Thomas fue a liberar a Brenda, aunque continuaba hablando por encima del hombro—. Ayer por la mañana nos desplegamos para espiar aquí y allá. Fritanga estaba asomado por una esquina que daba al callejón de ahí arriba justo cuando esos pingajos te apuntaron con la pistola. Regresó, nos pusimos como locos y empezamos a planificar nuestra emboscada. La mayoría de esos fucos estaban agotados o dormidos.
Brenda se levantó de la silla y pasó junto a Minho en cuanto este terminó de cortar la cinta adhesiva. Se acercó a Thomas, pero vaciló; el chico no supo si estaba enfadada o sólo preocupada. Entonces recorrió el resto del camino y se arrancó la cinta de la boca al llegar a su lado. Thomas se levantó, pero la cabeza volvió a estallarle; la habitación se tambaleaba y él se mareaba. Cayó de nuevo en la silla.
—Jo, macho. ¿Alguien tiene una aspirina?
Minho se limitó a reírse. Brenda había ido hasta el principio de las escaleras, donde estaba cruzada de brazos. Algo en sus gestos le hacía parecer enfadada. Entonces Thomas recordó lo que le había dicho justo antes de desmayarse por la droga. «Oh, mierda», pensó. Le había dicho que nunca podría ser Teresa.
—¿Brenda? —preguntó tímidamente—. ¿Estás bien?
No iba a sacar el tema de su extraño baile y aquella conversación delante de Minho.
La chica asintió, pero se volvió para mirarle.
—Estoy bien. Vamos. Quiero ver a Jorge.
Breves palabras. Sin emociones.
Thomas emitió un quejido, contento de tener el dolor de cabeza como excusa. Sí, estaba enfadada con él. De hecho, «enfadada» no era la palabra. Parecía más bien dolida. O quizás estaba suponiendo demasiado y a ella en realidad no le importaba en absoluto.
Minho se acercó a él y le ofreció la mano.
—Vamos, tío. Tengas dolor de cabeza o no, debemos marcharnos. No sé cuánto tiempo podremos mantener quietos y callados a esos fucos prisioneros de ahí arriba.
—¿Prisioneros? —repitió Thomas.
—Llámalos como quieras, no podemos arriesgarnos a que se vayan antes de que salgamos nosotros. Tenemos a una docena vigilando a más de veinte. Y no están muy contentos. A lo mejor empiezan a pensar que pueden con nosotros… en cuanto se les pase la resaca.
Thomas volvió a ponerse de pie, esta vez mucho más despacio. El dolor sacudía y hacía vibrar su cabeza como un tambor constante, como si le empujara los globos oculares desde atrás con cada golpe. Cerró los ojos hasta que todo dejó de dar vueltas a su alrededor. Respiró hondo y miró a Minho.
—Me pondré bien.
Minho le dedicó una sonrisa.
—Estás hecho un hombretón. Vamos.
Thomas siguió a su amigo hacia las escaleras y se detuvo junto a Brenda, pero no dijo nada. Minho le echó un vistazo con una expresión que decía: «¿Qué le pasa a esta tía?». Thomas se limitó a negar ligeramente con la cabeza.
Minho se encogió de hombros y subió a zancadas para salir de la habitación, pero Thomas se quedó con Brenda un segundo. La chica no parecía querer moverse y se negaba a mirarle a los ojos.
—Lo siento —se disculpó. Lamentaba las duras palabras justo antes de desmayarse—. Creo que te dije algo un poco mezquino…
De pronto, ella le miró a los ojos.
—¿Crees que me importáis una mierda tú y tu novia? Tan sólo estaba bailando, intentando divertirme un poco antes de que la situación empeorara. ¿Qué, piensas que estoy enamorada de ti o algo parecido? ¿Que me muero por que me pidas ser tu novia rara? Creído.
Sus palabras estaban tan llenas de rabia que Thomas retrocedió un paso, como si le hubiera dado una bofetada. Antes de que pudiera responder, la chica desapareció escaleras arriba, con pisotones y suspiros. Nunca había echado de menos a Teresa con tanta intensidad como en aquel momento. La llamó con la mente, pero seguía sin estar allí.
• • •
El olor le llegó antes incluso de entrar en la sala donde habían bailado. A sudor y vómito.
Los cuerpos llenaban el suelo; algunos dormían, otros se agazapaban juntos, acurrucados, temblorosos; unos cuantos incluso parecían muertos. Jorge, Newt y Aris estaban allí, vigilando, y giraban en círculo, apuntándoles con cuchillos. Thomas también vio a Fritanga y a otros clarianos. Aunque aún le martilleaba la cabeza, sintió alivio y entusiasmo.
—¿Qué os ha pasado, tíos? ¿Dónde habéis estado?
—¡Eh, es Thomas! —rugió Fritanga—. ¡Tan feo y vivo como siempre!
Newt se acercó a él y le dedicó una sonrisa sincera.
—Me alegro de que no seas un maldito cadáver, Tommy. Estoy muy, muy contento.
—Yo también —Thomas se dio cuenta con una extraña insensibilidad de que en aquello se había convertido su vida. Así se saludaba a la gente después de uno o dos días separados—. ¿Seguís todos vivos? ¿Adónde vais? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
Newt asintió.
—Todavía seguimos siendo siete. Aparte de Jorge.
Thomas hacía tan rápido las preguntas que a los demás no les daba tiempo a contestarlas:
—¿Ha habido señal de Barkley y los otros? ¿Fueron ellos los que provocaron la explosión?
Jorge contestó. Thomas vio que estaba cerca de la puerta, sujetando una espada con muy mal aspecto que en aquel instante se hallaba apoyada en el hombro del propio Alto y Feo. Coleta estaba junto a él y ambos se acurrucaban en el suelo.
—No los he visto desde entonces. Salimos bastante rápido y les da demasiado miedo adentrarse en la ciudad.
A Thomas se le disparó una alarma en su interior al ver a Alto y Feo. Rubiales. ¿Dónde estaba Rubiales? ¿Cómo habían podido enfrentarse Minho y los otros a su pistola? Miró a su alrededor, pero no le encontró por ninguna parte de la sala.
—Minho —susurró Thomas y le hizo una señal para que se acercara. Cuando Newt y él estuvieron a su lado, se inclinó—. El tipo del pelo rubio y muy corto parecía ser el líder. ¿Qué ha pasado con él?
Minho se encogió de hombros y miró a Newt buscando una respuesta.
—Debe de haberse largado —contestó Newt—. Un puñado se escapó. No podíamos con todos.
—¿Por qué? —preguntó Minho—. ¿Te preocupa?
Thomas echó un vistazo y bajó un poco más la voz.
—Tiene una pistola. Es el único al que he visto con algo peor que un cuchillo. Y no era muy amable.
—¿A quién le importa una clonc? —exclamó Minho—. Estaremos fuera de esta ciudad en una hora. Y deberíamos marcharnos ya.
Aquello le sonó a Thomas como la mejor idea que había oído en días.
—Vale, quiero largarme de aquí antes de que vuelva.
—¡Escuchad! —gritó Minho mientras se apartaba para dirigirse a la multitud—. Nos vamos ya. Si no nos seguís, estaréis bien. Si lo hacéis, os mataremos. Es una fácil elección, ¿no creéis?
Thomas se preguntó cuándo y cómo Minho había relevado a Jorge de su cargo de líder. Miró al hombre y advirtió que Brenda estaba sentada en silencio junto a una pared, con la vista clavada en el suelo. Se sentía muy mal por lo sucedido la noche anterior. Había querido besarla de verdad, pero por algún motivo se había sentido indignado al mismo tiempo. Quizás era la droga. Quizás era Teresa. Quizás era…
—¡Eh, Thomas! —Minho le estaba gritando—. ¡Tío, despierta! ¡Nos piramos!
Varios clarianos ya habían cruzado la puerta hacia la luz del sol. ¿Cuánto tiempo le había dejado sin sentido la droga? ¿Un día entero? ¿O tan sólo unas horas, desde la mañana? Se movió para seguirles, aunque antes se paró al lado de Brenda y le dio un empujoncito. Por un segundo, le preocupó que no quisiera acompañarles, pero ella tan sólo dudó un momento antes de dirigirse hacia la puerta.
Minho, Newt y Jorge esperaron, haciendo guardia con sus armas, hasta que todos, salvo Thomas y Brenda, estuvieron fuera. Thomas vigiló la puerta mientras los tres clarianos retrocedían al tiempo que movían de un lado a otro sus cuchillos y espadas. Pero no parecía que nadie fuese a montar un escándalo. Seguramente estaban dispuestos a seguir adelante, contentos de estar vivos.
Todos se reunieron en el callejón, lejos de las escaleras. Thomas se quedó junto al último peldaño, pero Brenda se colocó al otro lado del grupo. Se juró tener una larga charla con ella a solas en cuanto estuvieran lejos y a salvo. Le gustaba, quería ser su amigo por lo menos. Y lo más importante: ahora sentía por ella algo muy similar a lo que sentía por Chuck. Por alguna razón, una sensación de responsabilidad hacia ella le había embargado.
—… corred.
Thomas sacudió la cabeza al darse cuenta de que Minho había estado hablando. Unas punzadas de dolor le atravesaron el cráneo, pero se centró.
—Tan sólo quedan un par kilómetros —continuó Minho—. Después de todo, estos raros no son tan duros como para luchar. Así que vamos a…
—¡Eh!
El grito vino de detrás de Thomas, estridente y demencial. Thomas se dio la vuelta para ver a Rubiales en el último peldaño de las escaleras, junto a la puerta abierta, con el brazo extendido. Sus dedos de blancos nudillos sujetaban la pistola, firmes y sorprendentemente calmos. Apuntaba directo a Thomas.
Antes de que nadie pudiera moverse, disparó, una explosión que sacudió todo el estrecho callejón con un atronador estruendo.
Un intenso dolor desgarró el hombro izquierdo de Thomas.