Abajo era un lugar frío, húmedo y espantoso. Thomas casi prefería la completa oscuridad a poder ver lo que le rodeaba. Las paredes y los suelos eran de un tono gris apagado, de cemento sin pintar, y unos hilos de agua caían por los laterales aquí y allá. Pasaron por delante de una puerta cada tres metros, pero comprobaron que la mayoría estaban cerradas con llave cuando intentaron abrirlas. El polvo cubría las lámparas del techo hacía mucho tiempo apagadas. Al menos la mitad de ellas estaban rotas y los cristales irregulares se incrustaban en los agujeros oxidados.
En conjunto, aquel lugar tenía el aspecto de una tumba embrujada. Abajo era un nombre tan bueno como cualquier otro. Se preguntó para qué habrían construido aquella estructura subterránea en un principio. ¿Para qué serían aquellos pasillos y oficinas? ¿Una forma de pasar de un edificio a otro los días de lluvia? ¿Rutas de emergencia? ¿Vías de escape para situaciones tales como erupciones solares o ataques de locos?
No habló mucho mientras seguía a Brenda por los túneles, a veces girando a la izquierda en intersecciones o bifurcaciones, a veces doblando a la derecha. Su cuerpo enseguida consumió cualquier atisbo de energía que le hubiera proporcionado su reciente comilona y, después de caminar lo que parecieron varias horas, al final la convenció para detenerse y volver a comer.
—Supongo que sabes a dónde vamos —le dijo cuando se pusieron en marcha de nuevo.
Todos los sitios por donde pasaban se le antojaban iguales. Monótonos y oscuros. Polvoriento, donde no estaba mojado. Los túneles se hallaban en silencio, salvo por las distantes gotas de agua, el roce de sus ropas al caminar y sus pisadas, golpes sordos sobre el cemento.
De repente, la chica se detuvo y se volvió hacia él, alumbrándose la cara desde abajo.
—¡Bu! —susurró.
Thomas dio un bote y luego la empujó.
—¡Deja esa mierda! —gritó. Se sentía como un idiota, estaba a punto de explotarle el corazón por el susto—. Pareces una…
Brenda dejó caer la luz de la linterna a su lado, pero siguió con los ojos clavados en Thomas.
—¿Qué parezco?
—Nada.
—¿Una rara?
Aquella palabra hirió a Thomas. No quería pensar en ella de ese modo.
—Bueno… sí —murmuró—. Perdona.
La chica se dio la vuelta otra vez y comenzó a caminar con la linterna apuntando al frente.
—Soy una rara, Thomas. Tengo el Destello y soy una rara. Y tú también lo eres.
Tuvo que correr un poco para alcanzarla.
—Sí, pero aún no te has ido del todo. Y… yo tampoco, ¿verdad? Obtendremos la cura antes de volvernos dementes.
Ya podía ser verdad lo que había dicho el Hombre Rata.
—No puedo esperar. Ah, sí, por cierto. Sí, sé a dónde vamos. Gracias por preguntar.
Siguieron avanzando, giro tras giro, túnel largo tras túnel largo. El lento pero constante ejercicio hizo que Thomas dejara de pensar en Brenda y se sintió mejor de lo que se había sentido en días. Su mente se medio aturdió al pensar en el Laberinto, en sus turbios recuerdos y en Teresa.
Al final entraron en una gran sala con bastantes salidas a derecha e izquierda, más de las que había visto antes. Casi parecía el lugar donde confluían los túneles de todos los edificios.
—¿Es esto el centro de la ciudad o algo parecido? —preguntó.
Brenda paró a descansar y se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Thomas se unió a ella.
—Más o menos —respondió—. ¿Lo ves? Ya hemos atravesado la mitad de la ciudad.
A Thomas le gustaba cómo sonaba aquello, pero no soportaba pensar en los otros, en Minho, Newt y los demás clarianos. ¿Dónde estaban? Se sentía como un cara fuco por no estar buscándolos y ver si tenían problemas. ¿Ya habrían salido de la ciudad?
Un golpe fuerte, como de una bombilla rompiéndose, sobresaltó a Thomas.
Brenda enfocó con su linterna en dirección al ruido y el pasillo quedó a oscuras, vacío, salvo por unos cuantos chorros de agua con mal aspecto que bajaban por las paredes, negros sobre el gris.
—¿Qué ha sido eso? —susurró Thomas.
—Una vieja lámpara que se ha roto, supongo —su voz no mostraba preocupación. Dejó la linterna en el suelo de modo que iluminó la pared de enfrente.
—¿Por qué iba una lámpara a romperse espontáneamente?
—No lo sé. ¿Una rata?
—No he visto ninguna rata. Además, ¿cómo iba una rata a caminar por el techo?
Ella le miró con un gesto burlón en su cara.
—Tienes razón. Debe de ser una rata voladora. Deberíamos salir pitando de aquí.
Una risita nerviosa se le escapó a Thomas antes de que pudiera contenerla.
—¡Qué graciosa!
Se oyó otro plaf, esta vez seguido del tintineo del cristal al caer al suelo. Estaba clarísimo que venía de detrás de ellos. Thomas estaba seguro esta vez: alguien tenía que estar siguiéndoles. Y no podían ser los clarianos. Sonaba más bien como si alguien estuviera intentando hacerles perder los estribos. Como si quisiera asustarles.
Ni siquiera Brenda pudo ocultar su reacción; sus ojos se encontraron y los de ella estaban llenos de preocupación.
—Levántate —susurró.
Ambos lo hicieron juntos y cerraron sus mochilas en silencio. Brenda volvió a enfocar con su linterna el lugar de donde procedía aquel ruido. Allí no había nada.
—¿Deberíamos ir a comprobarlo? —preguntó en voz baja.
Estaba susurrando, pero en el silencio del túnel sonaba demasiado alto. Si alguien estaba cerca, podría oír lo que decían.
—¿Ir a comprobarlo? —Thomas pensó que era la peor idea que había oído en mucho tiempo—. No, deberíamos salir de aquí, tal y como acabas de decir.
—¿Qué, vas a dejar que nos siga quienquiera que sea? ¿Y que reúna quizás a algunos de sus colegas para tendernos una emboscada? Será mejor que nos ocupemos de este asunto ahora.
Thomas la agarró de la mano que sujetaba la linterna y enfocó al suelo. Después se inclinó más hacia ella para susurrarle al oído.
—Podría ser una trampa. Ahí atrás no hay cristales en el suelo. Han tenido que romper adrede una de esas viejas lámparas. ¿Por qué haría alguien tal cosa? Debe de ser alguien que intenta que retrocedamos.
—Si tienen suficiente gente para atacar —replicó—, ¿por qué iban a acosarnos? Es una estupidez. ¿Por qué no acercarse hasta aquí y terminar de una vez?
Thomas lo pensó. Tenía razón.
—Bueno, lo que sí es una estupidez es quedarse aquí sentados hablando todo el día. ¿Qué hacemos?
—Vamos a… —empezó a subir la linterna mientras hablaba, pero en ese momento se interrumpió y los ojos se le abrieron de par en par por el terror.
Thomas giró enseguida la cabeza para conocer la causa.
Había un hombre allí, en el límite del alcance de la linterna. Era como una aparición, había algo irreal en él. Se inclinó a la derecha y sacudió ligeramente la pierna y el pie izquierdo, como si tuviera un tic. El brazo izquierdo también le tembló y cerró y abrió la mano. Llevaba un traje oscuro, que seguramente alguna vez fue bonito, aunque ahora estaba sucio y hecho jirones. El agua, o algo más asqueroso, le empapaba las rodillas de los pantalones.
Pero Thomas lo asimiló todo de inmediato. La mayoría de su atención se centraba en la cabeza del hombre. Thomas no podía evitar mirarla fijamente, hipnotizado. Parecía que le habían arrancado el pelo del cuero cabelludo; en su lugar había costras sangrantes. Tenía la cara pálida y húmeda, con cicatrices y llagas por todas partes. Le faltaba un ojo y en la cuenca había una masa roja y gomosa. Tampoco tenía nariz; de hecho, Thomas veía rastros de sus conductos nasales en su cráneo, debajo de la piel terriblemente destrozada.
Y su boca. Los labios se le habían enrollado hacia atrás para dejar al descubierto unos relucientes dientes blancos, muy apretados. Su ojo bueno les fulminaba atrozmente con la mirada mientras iba de Brenda a Thomas como una flecha.
Entonces el hombre dijo algo con su voz húmeda y gorjeante que hizo estremecerse a Thomas. Dijo tan sólo unas pocas palabras, pero fueron tan ridículas y estuvieron tan fuera de lugar que hicieron que todo fuera incluso más aterrador:
—Beatriz me quitó la nariz de raíz.