Thomas no entendía cómo amenazar con cortarle los dedos a Minho iba a facilitarles escapar del resto de raros. Y, desde luego, no era tan tonto como para confiar en Jorge después de una breve reunión. Empezó a entrarle el pánico: las cosas estaban a punto de ponerse muy, muy mal.
Pero entonces Jorge le miró mientras sus amigos raros comenzaban a silbar y a gritar, y Thomas vio algo allí, en sus ojos. Algo que le tranquilizó.
Minho, en cambio, era otra historia. Se había levantado en cuanto Jorge había pronunciado su castigo y hubiera arremetido contra él si la chica guapa no se le hubiera puesto delante con un cuchillo colocado en su barbilla. Al instante brotó una gota de sangre, de color rojo intenso a la luz del día que se filtraba por las puertas rotas. No podía ni hablar sin arriesgarse a que lo hiriera.
—Este es el plan —dijo Jorge con calma—: Brenda y yo acompañaremos a estos gorrones al alijo y dejaremos que coman. Después nos reuniremos todos en la Torre, digamos dentro de una hora —miró su reloj—. Que sea a las doce en punto. Traeremos comida para vosotros.
—¿Por qué sólo Brenda y tú? —preguntó alguien. Thomas al principio no vio quién era y luego advirtió al hombre que lo había dicho, probablemente el más adulto de la sala—. ¿Y si se os echan encima? Son once contra dos.
Jorge entrecerró los ojos al lanzar una mirada burlona.
—Gracias por la clase de matemáticas, Barkley. La próxima vez que me olvide de cuántos dedos tengo en los pies, me aseguraré de contarlos contigo. Por ahora, cierra el pico y lleva a todo el mundo a la Torre. Si estos gamberros intentan hacer algo, Brenda cortará a trocitos al señor Minho mientras yo les pego una paliza de muerte al resto. Apenas se mantienen en pie, están muy débiles. ¡Vamos!
El alivio inundó a Thomas. Una vez que se separaran del resto, seguro que Jorge echaría a correr. Seguro que no querría seguir con el castigo.
El hombre que se llamaba Barkley era bastante mayor, pero parecía un tipo rudo, con aquellos músculos tirantes y venosos bajo las mangas de su camisa. En una mano sostenía un desagradable puñal y en la otra, un gran martillo.
—Muy bien —dijo tras cruzar una larga mirada con su líder—. Pero si se te echan encima y te cortan el pescuezo, nos las apañaremos bien sin ti.
—Gracias por tus amables palabras, hermano. Ahora vete o será doble la diversión en la Torre.
Barkley se rio como para salvar algo de dignidad y luego se dirigió hacia el mismo pasillo que Thomas y Jorge habían recorrido. Movió el brazo con un gesto de «seguidme» y hasta el último raro se apresuró en ir tras él arrastrando los pies, excepto Jorge y la chica guapa con el pelo largo y castaño. La joven aún tenía el cuchillo en el cuello de Minho, pero lo bueno era que debía de ser Brenda.
En cuanto el grupo principal de infectados por el Destello abandonó la sala, Jorge intercambió una mirada casi de alivio con Thomas; entonces negó sutilmente con la cabeza, como si los demás todavía pudieran oírles.
Un movimiento de Brenda atrajo la atención de Thomas. La miró para ver cómo apartaba el cuchillo de Minho, se retiraba y, distraídamente, limpiaba el pequeño rastro de sangre que había en sus pantalones.
—Te hubiera matado de verdad, ¿sabes? —espetó con una voz un poco rasposa, casi ronca—. Como vayas a por Jorge otra vez, te cortaré una arteria.
Minho se limpió la pequeña herida con el pulgar y miró la mancha de color rojo intenso.
—Eso sí que es un cuchillo afilado. Ahora me gustas más.
Newt y Fritanga refunfuñaron a la vez.
—Parece que no soy la única rara de aquí —respondió Brenda—. Tú estás incluso más ido que yo.
—Ninguno de nosotros se ha vuelto loco todavía —añadió Jorge, que se acercó a ella—. Pero no tardaremos mucho. Vamos; tenemos que llegar al alijo para que comáis algo, gente. Parecéis un puñado de zombis famélicos.
A Minho no pareció gustarle la idea.
—¿Crees que voy a sentarme tan campante con vosotros, psicópatas, y a dejar que luego me cortéis los puñeteros dedos?
—Cállate por una vez —soltó Thomas, intentando comunicar algo distinto con sus ojos—. Vamos a comer. No me importa lo que les pase a tus bonitas manos después de eso.
Minho entrecerró los ojos, confuso, pero pareció captar que había algo que no sabía.
—Lo que tú digas. Vamos.
De improviso, Brenda se colocó delante de Thomas con la cara a tan sólo unos centímetros de él. Tenía los ojos tan oscuros que el iris parecía brillar con fuerza.
—¿Eres el líder?
Thomas negó con la cabeza.
—No, es el tío al que acabas de pinchar con tu cuchillo.
Brenda miró a Minho y de nuevo a Thomas. Sonrió abiertamente.
—Bueno, pues es una estupidez. Sé que estoy a punto de volverme loca, pero yo te habría elegido a ti. Tienes pinta de líder.
—Um, gracias —Thomas notó que se abochornaba y luego recordó el tatuaje de Minho. Recordó el suyo propio, según el que se suponía que iban a matarle. Trató de decir algo para ocultar su repentino cambio de humor—. Yo, eh…, también te habría elegido a ti en vez de a Jorge.
La chica se inclinó hacia delante y besó a Thomas en la mejilla.
—Eres un cielo. Espero en serio que no acabemos matándote a ti, al menos.
—Muy bien —intervino Jorge, que estaba haciéndole señas para que atravesaran las puertas rotas que llevaban afuera—. Ya basta de pasteladas. Brenda, tenemos mucho de que hablar cuando lleguemos al alijo. Venga, vamos.
Brenda no le quitaba los ojos de encima a Thomas. En cuanto a él, todavía notaba el hormigueo que había sentido en todo el cuerpo cuando sus labios le rozaron.
—Me gustas —le informó ella.
Thomas tragó saliva, sin tener una respuesta. La lengua de Brenda rozó la comisura de su boca cuando sonrió, entonces por fin se apartó de él, se dirigió a las puertas y guardó su cuchillo en el bolsillo de sus pantalones.
—¡Vamos! —gritó sin mirar atrás.
Thomas sabía que hasta el último de los clarianos le estaba mirando, pero se negó a mantener contacto visual con ninguno de ellos. En su lugar, se remangó la camisa y continuó avanzando, sin importarle la ligera sonrisa de su rostro. Los demás no tardaron en seguirle y el grupo abandonó edificio para salir al calor blanco del sol, que pegaba fuerte sobre el pavimento resquebrajado del exterior.
• • •
Brenda iba delante y Jorge se quedó al final. A Thomas le costó mucho adaptarse al resplandor; se tapaba los ojos y los entrecerraba mientras caminaba cerca de la pared para mantenerse bajo la escasa sombra. Los otros edificios y las calles a su alrededor parecían brillar con una luminiscencia sobrenatural, como si estuvieran hechos de alguna especie de piedra mágica.
Brenda se movió por las paredes de la estructura que acababan de dejar hasta que alcanzaron lo que Thomas supuso que sería la parte trasera. Allí, unas escaleras que desaparecían bajo el pavimento le recordaron a algo de su vida pasada: la entrada de un tipo de sistema ferroviario subterráneo, tal vez.
La joven no vaciló. Sin esperar a asegurarse de si los demás estaban detrás de ella, bajó brincando las escaleras. Pero Thomas advirtió que su cuchillo había reaparecido en su mano derecha y lo agarraba con fuerza, a unos centímetros de su costado, en un sigiloso intento de estar preparada para atacar o defenderse de un momento a otro.
La siguió, con ganas de alejarse del sol y, lo que era más importante, de llegar a la comida. Sus entrañas ansiaban alimento a cada paso que daba. De hecho, le sorprendía que aún pudiera moverse; la debilidad era como un veneno creciendo en su interior y apoderándose de sus partes vitales como un doloroso cáncer.
La oscuridad se los tragó al final, fresca y bien recibida. Thomas siguió el sonido de las pisadas de Brenda hasta que llegaron a una puertecita por la que se filtraba un resplandor naranja. La chica entró y Thomas vaciló en el umbral. Era una pequeña habitación húmeda, llena de cajas y latas, con una única bombilla colgando en medio del techo. No parecía haber demasiado espacio para que cupiesen todos. Brenda debió de adivinar lo que estaba pensando:
—Tú y los demás podéis quedaros ahí, en el pasillo; encontrad una pared y sentaos. Ahora os llevaré algunas sabrosas delicias.
Thomas asintió, aunque la muchacha no estaba mirando, y volvió a trompicones hacia el pasillo. Se desplomó al lado de una pared, lejos del resto de los clarianos, sumido en la oscuridad del túnel. Y supo con certeza que no podría volver a levantarse a menos que comiera algo.
• • •
Las «sabrosas delicias» acabaron siendo unas judías de lata con algún tipo de salchicha. Según Brenda, las palabras de la etiqueta estaban en español. Se lo comieron frío, pero a Thomas le supo a la mejor comida que jamás había probado, por lo que devoró cada bocado. Ya habían aprendido que no era buena idea comer rápido tras un periodo de ayuno, pero no le importó. Si lo vomitaba, disfrutaría comiendo otra vez. Con un poco de suerte, le tocaría un lote diferente.
Después de que Brenda distribuyera la comida entre los hambrientos clarianos, se acercó para sentarse junto a Thomas. La suave luz de la habitación iluminaba los finos mechones de pelo oscuro que rodeaban su cabeza. Dejó a un lado un par de mochilas, llenas de más latas.
—Una de estas es para ti —dijo.
—Gracias.
Thomas ya había llegado a la mitad de su lata y sacaba una cucharada tras otra. Nadie hablaba en el pasillo; los únicos sonidos que se oían eran sorbos y tragos.
—¿Está bueno? —preguntó ella mientras atacaba su propia comida.
—Por favor. Empujaría a mi madre escaleras abajo para comer esto. Si es que aún tengo madre.
No pudo evitar pensar en su sueño y en el breve instante en que la había visto, pero se esforzó por olvidarlo; era demasiado deprimente.
—Te hartarás pronto —replicó Brenda, que atrajo de nuevo la atención de Thomas. Advirtió el modo en que estaba sentada, con la rodilla derecha apoyada en su espinilla, y se le pasó por la cabeza la absurda idea de que la chica había colocado así la pierna adrede—. Tan sólo tenemos cuatro o cinco opciones.
Thomas se concentró en aclararse la mente, en devolver sus pensamientos al presente.
—¿De dónde sacáis la comida? ¿Y cuánta queda?
—Antes de que las erupciones solares quemaran esta zona, la ciudad tenía varias instalaciones de comida procesada, además de un montón de almacenes donde guardar su producción. A veces creo que ese es el motivo por el que CRUEL envió aquí a los raros. Al menos, puede decirse que no moriremos de hambre mientras poco a poco nos vamos volviendo locos y nos matamos los unos a los otros.
Thomas cogió la última cucharada de salsa del fondo de su lata y la dejó limpia.
—Si hay bastante, ¿por qué sólo tenéis unas cuantas opciones?
Se le pasó por la cabeza que tal vez había confiado en ella demasiado rápido, que podría estar ingiriendo veneno. Pero la chica estaba comiendo lo mismo, así que sus preocupaciones probablemente fuesen exageradas.
Brenda señaló el techo con el pulgar.
—Tan sólo hemos registrado las que están más cerca. Algunas empresas estaban especializadas, no tenían mucha variedad. Mataría a tu madre por algo fresco sacado de un huerto. Por una buena ensalada.
—Supongo que mi madre no se salvaría si estuviera entre nosotros y el supermercado.
—Supongo que no.
Entonces Brenda sonrió, aunque una sombra ocultaba la mayor parte de su rostro. La sonrisa seguía resplandeciendo y Thomas se dio cuenta de que le gustaba aquella chica. Acababa hacer sangrar a su mejor amigo, pero le gustaba. Quizás, en parte, por eso mismo.
—¿Aún quedan supermercados en el mundo? —preguntó—. Quiero decir, ¿qué pasó ahí fuera después de todo el jaleo del Destello? ¿Con todo ese calor y un puñado de locos corriendo por todas partes?
—No. Bueno, no lo sé. Las erupciones solares mataron a mucha gente antes de que pudiera escapar al norte o al sur. Mi familia vivía al norte de Canadá. Mis padres fueron de los primeros en llegar a los campamentos organizados por la coalición entre gobiernos. La gente que después terminó formando CRUEL.
Thomas se quedó con la mirada fija y la boca abierta durante un segundo. Acababa de revelarle más sobre el estado del mundo con aquellas pocas frases que nada de lo que había oído desde que le borraron la memoria.
—Espera… espera un segundo —dijo—. Tengo que oír esto. ¿Puedes empezar desde el principio?
Brenda se encogió de hombros.
—No hay mucho que decir, pasó hace mucho tiempo. Las erupciones solares fueron totalmente inesperadas e impredecibles, y cuando los científicos intentaron avisar a la gente, ya era demasiado tarde. Acabaron con medio planeta, mataron todo lo que había en las zonas ecuatoriales. Cambiaron el clima en el resto de la Tierra. Los supervivientes se unieron y algunos gobiernos se fusionaron. No tardaron mucho en descubrir que un virus asqueroso se había desatado desde algún lugar donde controlaban las enfermedades. Lo llamaron el Destello desde el principio.
—Jo, macho —masculló Thomas. Miró por el pasillo hacia los demás clarianos y se preguntó si habrían oído algo de aquello, pero ninguno parecía estar escuchando; estaban absortos comiendo. Además, seguramente se hallaban demasiado lejos—. ¿Cuándo…?
La chica le hizo callar al levantar una mano.
—Espera —dijo—, algo va mal. Creo que tenemos visita.
Thomas no había oído nada y los demás clarianos tampoco daban la impresión de haberlo notado. Pero Jorge ya se encontraba al lado de Brenda y le susurraba algo al oído. Estaba moviéndose para levantarse cuando se oyó un estrépito al final del pasillo, en las escaleras que habían usado para llegar al alijo. Era un sonido terriblemente alto, los chasquidos de una estructura que se chafaba al venirse abajo, al romperse el cemento, al arrancarse el metal. Una nube de polvo empañó su camino y se interpuso entre ellos y la escasa luz de la despensa.
Thomas se quedó sentado con la vista fija, paralizado por el miedo. Vio cómo Minho, Newt y los demás corrían hacia las escaleras destruidas y doblaban por una ramificación del pasillo que no había advertido antes. Brenda le agarró de la camisa y le levantó de un tirón.
—¡Corre! —gritó, y empezó a arrastrarle desde la destrucción hacia las profundidades del subterráneo.
Thomas salió de repente de su estupor y le dio un manotazo, aunque ella no le soltó.
—¡No! Tenemos que seguir a mis…
Antes de que pudiera terminar la frase, una enorme parte del techo se cayó al suelo delante de él y los bloques de cemento aterrizaron unos encima de otros con golpes atronadores. Aquello le aislaba de la dirección que habían tomado sus amigos. Oyó que más rocas se partían sobre él y se dio cuenta de que no le quedaba alternativa… ni tiempo.
A regañadientes, se dio la vuelta y corrió con Brenda, cuya mano aún le aferraba la camisa mientras iban a toda velocidad hacia la oscuridad.