Thomas se alejó a trompicones del edificio que ya no estaba a oscuras, con los ojos entrecerrados por las lágrimas. Volvió con los clarianos y se negó a contestar sus preguntas. Les dijo que tenían que marcharse, salir corriendo y alejarse lo más rápido posible. Que se lo explicaría más tarde. Que sus vidas estaban en peligro.
No los esperó. No se ofreció a coger el fardo que llevaba Aris. Se limitó a empezar a correr hacia la ciudad, hasta que tuvo que aminorar la marcha a un paso razonable y se olvidó de los otros, se olvidó del mundo. Huir de ella fue lo más difícil que había hecho en su vida, sin lugar a dudas. Nada se asemejaba a lo que sentía ahora: ni aparecer en el Claro con la memoria borrada ni adaptarse a la vida allí ni estar atrapado en el Laberinto ni luchar contra los laceradores o ver morir a Chuck.
Ella estaba allí. Había estado en sus brazos, habían vuelto a estar juntos. Se habían besado y había sentido algo que creía imposible. Y ahora estaba huyendo. La dejaba atrás.
Unos sollozos entrecortados salieron de él. Gimió y oyó cómo se quebraba su voz. Sintió un dolor en el corazón que casi le hizo detenerse, desplomarse al suelo y desistir. La pena le consumía y más de una vez le tentó regresar. Pero, de algún modo, se mantuvo fiel a lo que le habían ordenado que hiciera y se aferró a la promesa que había hecho de volver a encontrarla.
Al menos estaba viva. Al menos estaba viva. Era lo que se repetía una y otra vez, lo que le hacía seguir corriendo. Estaba viva.
• • •
Su cuerpo no podía con tanto. En algún momento, quizá dos o tres horas después de dejarla, se paró, seguro de que se le saldría el corazón del pecho si avanzaba un paso más. Se dio la vuelta para mirar detrás de él y vio unas sombras moverse a lo lejos. El resto de clarianos seguían allí atrás. Thomas respiró grandes bocanadas de aire seco, se arrodilló, plantó los antebrazos sobre una rodilla y cerró los ojos para descansar hasta que le alcanzaron.
Minho llegó el primero; no estaba contento. Incluso bajo aquella tenue luz —el alba empezaba a iluminar el cielo por el este— era evidente que echaba chispas mientras daba tres vueltas en torno a Thomas antes de decir nada.
—¿Qué…? ¿Por qué…? ¿Qué clase de fuco idiota eres, Thomas?
Thomas no tenía ganas de hablar sobre eso ni sobre nada. Al no responder, Minho se arrodilló junto a él.
—¿Cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes salir de ahí y marcharte de esa manera? ¿Sin explicar nada? ¿Desde cuándo hacemos así las cosas? Gilipullo —dejó escapar un gran suspiro y se sentó al tiempo que negaba con la cabeza.
—Lo siento —masculló al final Thomas—. Fue bastante traumático.
Los otros clarianos ya les habían alcanzado. La mitad estaban doblados para recuperar el aliento y la otra mitad se esforzaba por oír lo que Thomas y Minho decían. Newt estaba ahí, pero parecía contento de dejar a Minho hacer todas las averiguaciones de lo que había pasado.
—¿Traumático? —repitió Minho—. ¿A quién viste ahí dentro? ¿Qué te dijeron?
Thomas sabía que no le quedaba otra opción. Aquello no era algo que pudiera o debiera ocultar a los demás.
—Era… era Teresa.
Esperaba gritos ahogados, exclamaciones de sorpresa, acusaciones de ser un puñetero mentiroso. Pero no hubo más que silencio; podía oírse el viento de la mañana escabulléndose entre el terreno polvoriento que les rodeaba.
—¿Qué? —dijo por fin Minho—. ¿En serio?
Thomas se limitó a asentir y se quedó con la vista fija en una roca triangular que había en el suelo. El aire se había levantado considerablemente en los últimos minutos.
Minho estaba impresionado, algo comprensible.
—¿Y la dejaste ahí? Tío, tienes que empezar a hablar y contarnos lo que ha pasado.
A pesar de lo que le dolía, a pesar de que al acordarse se le partía el corazón, Thomas les contó la historia. Cómo temblaba y lloraba cuando la vio, cómo actuaba como Gally —casi poseído— antes de matar a Chuck y la advertencia que le había hecho. Se lo contó todo. Lo único que omitió fue el beso.
—¡Vaya! —exclamó Minho con una voz cansada, resumiéndolo todo con una simple palabra.
Pasaron varios minutos. El viento seco arañaba el suelo y llenaba el aire de polvo mientras la brillante cúpula naranja del sol alcanzó el horizonte y oficialmente empezó el día. Nadie habló. Thomas oyó que se sorbían la nariz y tosían un poco. Sonidos de gente bebiendo de sus bolsas de agua. La ciudad parecía haber crecido durante la noche y sus edificios se extendían hacia el cielo despejado de color púrpura azulado. Tan sólo tardarían uno o dos días en llegar.
—Era una especie de trampa —dijo al final—. No sé qué hubiera pasado o cuántos de nosotros hubiéramos muerto. Quizá todos. Pero vi que no había duda en sus ojos cuando se separó de lo que la dominaba. Nos salvó y apuesto lo que sea a que… —tragó saliva—… a que le harán pagar por ello.
Minho extendió la mano para apretar el hombro de Thomas.
—Tío, si esos fucos de CRUEL la quisieran muerta, se estaría pudriendo bajo un montón de rocas. Es tan fuerte como cualquiera o incluso más. Sobrevivirá.
Thomas respiró hondo y soltó el aire. Se sentía mejor. Aunque fuera increíble, se sentía mejor. Minho tenía razón.
—Lo sé. De alguna forma, lo sé.
Minho se levantó.
—Deberíamos haber parado hace dos horas para dormir un poco; pero, gracias al señor Corredor del Desierto aquí presente —le golpeó suavemente a Thomas en la cabeza—, nos hemos agotado hasta que ha vuelto a salir el puñetero sol. Sigo pensando que necesitamos descansar un rato. Pongámonos debajo de las sábanas o lo que sea, pero intentémoslo.
Aquello no supuso el menor problema para Thomas. El sol resplandeciente hacía que el dorso de sus párpados se tiñera de un turbio carmesí de manchas negras y se durmió enseguida, con la sábana sobre su cabeza para protegerse de las quemaduras del sol… y de sus problemas.