Capítulo 11

La sala se quedó en silencio. Thomas sabía que debería estar enfadado por la absurda idea de que a aquellas alturas las cosas habían sido fáciles para ellos. Debería haberse aterrorizado… Por no mencionar lo de la manipulación de cerebros. Pero, en cambio, tenía tanta curiosidad por averiguar lo que el hombre iba a contarles, que las palabras resbalaron por su mente.

El Hombre Rata esperó lo que pareció una eternidad y luego volvió a sentarse despacio en la silla para enseguida acercarse al escritorio una vez más.

—Puede que penséis, o tal vez lo parezca, que tan sólo estamos poniendo a prueba vuestra capacidad de supervivencia. A primera vista, la Prueba del Laberinto podría clasificarse erróneamente de esa manera. Pero os aseguro que no se trata sólo de sobrevivir y de la voluntad de vivir. Eso tan sólo es una parte del experimento. El panorama general es algo que no entenderéis hasta el final.

»Las erupciones solares han arrasado muchas partes de la Tierra y una extraña enfermedad ha hecho estragos en los seres humanos; una enfermedad llamada el Destello. Por primera vez, los gobiernos de todas las naciones (los que sobrevivieron) están trabajando juntos. Han unido sus fuerzas para crear CRUEL, un grupo cuyo objetivo es luchar contra el nuevo problema mundial. Vosotros sois una parte importante de esa lucha. Y tendréis todos los incentivos para colaborar con nosotros porque, lamentablemente, todos estáis infectados con el virus.

De inmediato levantó las manos para cortar el alboroto que había empezado.

—¡Bueno, bueno! No tenéis por qué preocuparos. El Destello tarda un tiempo en extenderse y mostrar síntomas. Pero, al final de las Pruebas, la cura será vuestra recompensa y nunca veréis los… efectos debilitantes. ¿Sabéis?, no hay muchos que puedan permitirse la cura.

La mano de Thomas subió por instinto a su garganta, como si el dolor que sentía allí fuera el primer indicador de que había cogido el Destello. Recordaba demasiado bien lo que le había dicho la mujer en el autobús de rescate después de salir del Laberinto, sobre cómo el Destello destruía el cerebro y poco a poco te iba volviendo loco y te despojaba de la capacidad de sentir emociones humanas básicas como la compasión o la empatía. Sobre cómo te convertía en menos que un animal.

Pensó en los raros que había visto por las ventanas del dormitorio, y de repente quiso correr al cuarto de baño para lavarse la boca y las manos. Aquel tipo tenía razón, tenían todos los incentivos que necesitaban para completar esta siguiente fase.

—Pero ya basta de clases de historia y de perder el tiempo —continuó el Hombre Rata—. Ahora os conocemos. A todos vosotros. No importa lo que haya dicho o lo que esté tras la misión de CRUEL; todos haréis lo que sea necesario. De eso no nos cabe duda. Y al hacer lo que os pedimos, os salvaréis a vosotros mismos porque tendréis la cura que tanta gente ansia.

Thomas oyó a Minho refunfuñar a su lado y le preocupó que volviera a soltar otro de sus comentarios soberbios. Le hizo callarse antes de que pudiera hacerlo.

El Hombre Rata bajó la vista al desordenado montón de papeles que había en la carpeta abierta, cogió uno suelto y le dio la vuelta sin apenas leerlo. Se aclaró la garganta.

—Fase 2: las Pruebas de la Quemadura. Empieza oficialmente mañana a las seis en punto de la mañana. Entraréis en esta sala y en la pared que hay detrás de mí encontraréis un Trans Plano. A vuestros ojos se presentará como un muro reluciente de color gris. Tendréis que cruzarlo antes de que transcurran cinco minutos después de la hora. Así que se abre a las seis en punto y se cierra pasados cinco minutos. ¿Lo entendéis?

Thomas se quedó mirando al Hombre Rata, paralizado. Era casi como estar escuchando una grabación, como si el desconocido no estuviera allí de verdad. Los demás clarianos debieron de sentir lo mismo, porque nadie respondió a aquella simple pregunta. Además, ¿qué era un Trans Plano?

—Estoy seguro de que todos podéis oír —dijo el Hombre Rata—. ¿Lo… habéis… enten… dido?

Thomas asintió y unos cuantos chicos a su alrededor murmuraron unos síes.

—Bien —el Hombre Rata cogió distraídamente otra hoja de papel y le dio la vuelta—. Para entonces, las Pruebas de la Quemadura habrán empezado. Las reglas son muy sencillas: abríos camino hasta el exterior y después dirigíos ciento sesenta kilómetros al norte. Llegad al refugio seguro en dos semanas y habréis completado la Fase 2. En ese momento, y sólo en ese momento, se os curará el Destello. Serán exactamente dos semanas, empezando desde el segundo en que crucéis el Trans. Si no lo conseguís, moriréis.

La sala debería haber estallado en discusiones, preguntas, pánico…, pero nadie dijo ni una palabra. Thomas notaba como si se le hubiera secado la lengua hasta convertirse en una vieja raíz crujiente.

El Hombre Rata cerró de golpe la carpeta y dobló su contenido aún más que antes; después la guardó en el cajón de donde la había sacado. Se puso de pie, se apartó a un lado y empujó la silla debajo del escritorio. Al final juntó las manos delante de él y volvió a centrar su atención en los clarianos.

—Es sencillo, en serio —dijo con tal naturalidad que parecía como si les acabara de dar las instrucciones para abrir las duchas del baño—. No hay reglas, ni tampoco pautas. Tenéis pocas provisiones y no habrá ayuda durante el camino. Atravesad el Trans Plano a la hora indicada. Encontrad el exterior. Caminad ciento sesenta kilómetros, directos al norte, hacia el refugio seguro. Conseguidlo o morid.

La última palabra pareció sacar a todo el mundo de su estupor y se pusieron a hablar todos a la vez:

—¿Qué es un Trans Plano?

—¿Cómo hemos cogido el Destello?

—¿Cuánto tiempo pasará hasta que aparezcan los primeros síntomas?

—¿Qué hay al final de esos ciento sesenta kilómetros?

—¿Qué pasó con los cadáveres?

Pregunta tras pregunta, un coro de ellas se mezcló hasta convertirse en un alboroto de confusión. Thomas no se molestó. El desconocido no iba a contarles nada más. ¿Acaso no se daban cuenta?

El Hombre Rata esperó pacientemente, ignorándolos, mirando con aquellos ojos oscuros a los clarianos mientras hablaban. Su mirada se centró en Thomas, que estaba allí sentado, en silencio, mirándole, odiándole. Odiando CRUEL. Odiando el mundo.

—¡Callaos, pingajos! —gritó por fin Minho. Las preguntas cesaron al instante—. Este cara fuco no va a contestar, así que dejad de perder el tiempo.

El Hombre Rata le hizo un gesto a Minho con la cabeza como si le diera las gracias. Tal vez reconocía su prudencia.

—Ciento sesenta kilómetros. Al norte. Espero que lo consigáis. Recordad: ahora todos tenéis el Destello. Os lo dimos para proporcionaros cualquier estímulo que pudiera faltaros. Y llegar al refugio seguro significa que obtendréis la cura —se dio la vuelta y caminó hacia la pared que tenía detrás de él, como si planeara atravesarla. Pero entonces se detuvo y volvió a mirarlos—. Ah, una última cosa —dijo—. No creáis que evitaréis las Pruebas de la Quemadura si decidís no entrar en el Trans Plano entre las seis y las seis y cinco de mañana. Aquellos que se queden atrás serán ejecutados inmediatamente de la manera más… desagradable. Será mejor que os arriesguéis en el mundo exterior. Mucha suerte a todos.

Al decir aquello, se dio la vuelta y una vez más empezó a caminar de forma inexplicable hacia la pared.

Pero antes de que Thomas viera lo que pasaba, la pared invisible que les separaba se empañó y en cuestión de segundos se volvió borrosa. Y entonces todo desapareció y el otro lado de la zona común de nuevo quedó visible. Salvo que no había ni rastro del escritorio ni de la silla. Ni tampoco del Hombre Rata.

—¡No me fuques! —susurró Minho junto a Thomas.