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UN JARRO DE AGUA FRÍA

—¡Obould es Gruumsh! —gritó Arganth Snarrl a la tribu de orcos que estaba empezando a salir por un túnel de las montañas—. ¡Obould dio muerte al elfo demoníaco! ¡Todos hemos sido testigos de su triunfo incontestable! ¡Obould ha sido elegido! ¡Obould sabrá guiarnos a la gloria!

Una decena de chamanes situados a su espalda secundaban sus exhortaciones y cánticos estridentes. Inicialmente sorprendidos por el griterío, los orcos que iban abandonando su refugio subterráneo poco a poco se iban uniendo a los cánticos en loor de Obould.

—Ese hechicero es peligroso —indicó Innovindil a Drizzt.

Agazapados tras unas rocas, llevaban rato contemplando las fanáticas prédicas de Arganth.

—Está verdaderamente convencido de que Obould es la encarnación de su repugnante deidad —apuntó Drizzt.

—Entonces, juro que verá morir a su abominable dios.

Innovindil escupió cada palabra sin ni siquiera mirar a Drizzt, pero el elfo podía sentir la intensidad de su rabia. Por un momento pensó en recordarle que hacía muy poco ella le había reprochado una actitud como ésa, y le había pedido que enterrara su sed de venganza. Pero agazapado a su lado, podía ver en las delicadas facciones de la elfa el reflejo de un profundo dolor. No cabía duda de que estaba pasándolo muy mal. Y a pesar de sus sabias palabras, el dolor podía desarmarla y provocarle momentos de debilidad impropios de ella. Drizzt, que hacía poco había presenciado la muerte de un buen amigo, podía entenderla perfectamente.

—El rey de los orcos se ha marchado al sur con el grueso de su ejército, pero este espantapájaros se ha quedado aquí —observó Drizzt.

—Con la misión de reclutar a cuantos más brutos mejor —dijo Innovindil.

—Una misión que no podemos subestimar —repuso Drizzt—. Por lo demás, este chamán siempre acompaña a Obould a todas partes. Es muy posible que tenga información de interés.

Innovindil se volvió hacia el drow y se lo quedó mirando de forma significativa.

—Es probable que acampen en los mismos túneles —aventuró la elfa.

Drizzt miró al este y asintió con la cabeza, pues la débil luz del amanecer empezaba a brillar en el cielo. Los nuevos refuerzos del ejército orco apenas estaban empezando a salir de los corredores.

—Lo más probable es que no se pongan en camino antes del mediodía —dijo Innovindil.

Drizzt examinó aquel despliegue por última vez. Finalmente, se levantó e indicó con un gesto a Innovindil que lo acompañara.

—Entremos en los túneles a echar un vistazo —propuso—. Quizá podríamos sorprender a ese chamán cuando esté durmiendo. Me gustaría charlar un poco con él.

Los dos drows avanzaban con sigilo por los corredores, atentos a cada grieta y cada recodo en la oscuridad. En su función de montaraces, Kaer’lic y Tos’un iban bastante por delante de los trolls, que los seguían a cierta distancia, haciendo un ruido de mil demonios.

No soporto a esos trolls asquerosos, indicó Kaer’lic con los dedos, mientras en su rostro se pintaba una mueca de repugnancia.

Están sedientos de sangre de enano — respondió Tos’un con otro gesto—. Me pregunto si Proffit mostrará tanto entusiasmo cuando tenga que enfrentarse al fuego de los enanos. ¡Está claro que esos enanos saben cómo combatir a los trolls!

Cuando ya iba a responder, Kaer’lic de pronto oyó un murmullo distante en los túneles. La drow se detuvo en seco y, con un gesto, conminó a su compañero a guardar silencio. Kaer’lic escuchó con atención unos segundos. Era el resonar de las pesadas botas de los enanos.

Tos’un se acercó a su lado.

¿Son ellos?, preguntó en lenguaje gestual.

Kaer’lic asintió con la cabeza.

—Una avanzadilla de buen tamaño —susurró la elfa—. Yo diría que son entre cuarenta y cincuenta.

¿A cuánta distancia están?, preguntó él.

Kaer’lic volvió a escuchar con atención.

No están lejos, indicó.

Pero se encuentran en paralelo a nosotros — señaló Tos’un con la mano—. ¿Y quién sabe dónde se cruzan estos túneles?

Una cosa es segura — respondió Kaer’lic—, nuestros enemigos avanzan en sentido contrario, hacia el sur. Hacia los Páramos Eternos.

¿Refuerzos para Nesme?, interrogó Tos’un.

Kaer’lic volvió el rostro hacia la pared del corredor. Su expresión era de escepticismo.

—Si es así, se trata de un simple gesto testimonial —susurró—. Acaso los de Mithril Hall quieren demostrar que no se olvidan de sus vecinos.

Las pisadas de los trolls resonaban cada vez más próximas. Los dos elfos oscuros intercambiaron miradas de complicidad.

—Está claro que Proffit insistirá en emboscar a esos enanos, lo que puede retrasar los planes de Obould durante varios días —razonó Tos’un en voz baja.

Una sonrisa apareció en el rostro de Kaer’lic. Estaba claro que a la drow aquella posibilidad no le inquietaba en absoluto.

—Claro está que siempre podemos divertirnos un poco si los enanos no son demasiados —añadió Tos’un, asimismo con una sonrisa malévola en el rostro.

—Sal corriendo y trata de dar con un acceso al corredor por el que avanza el enemigo —instruyó ella sin más dilación—. Es preferible perseguirlos por el túnel que volver sobre nuestros pasos y tratar de encontrar la salida por la que llegarán a la superficie.

Tos’un hizo una leve referencia y se dio media vuelta para cumplir con la misión encomendada.

—¡Y ten cuidado! —agregó Kaer’lic a sus espaldas.

La sacerdotisa drow se sorprendió ante sus propias palabras. ¿No eran aquéllas las palabras de una amiga? ¿Y desde cuándo tenía amigos Kaer’lic Suun Wett? Donnia y Ad’non la habían estado acompañando en sus correrías durante años enteros sin que jamás hubiera sentido la necesidad de recomendarles prudencia. Más de una vez los había creído muertos y nunca le había importado en demasía. ¿A qué venían, entonces, tantos melindres con Tos’un?

«A que tengo miedo», comprendió. Por primera vez se daba cuenta de que era vulnerable. Ad’non y Donnia estaban en paradero desconocido, y Tos’un era el único compañero que le quedaba.

El hedor de los trolls se tornó insoportable. Proffit y los suyos estaban cada vez más cerca. La inminencia de su asquerosa compañía redobló la aprensión que Kaer’lic sentía en relación con la partida de Tos’un.

Por mucho que hubiera pasado años intentando adaptarse a la superficie, Drizzt Do’Urden se sintió en su elemento nada más entrar en los túneles en penumbra. A su lado, Innovindil se movía con su gracia habitual, pero con un punto de inseguridad que resultaba novedoso. En la Antípoda Oscura, Drizzt tenía ventaja sobre ella, la misma ventaja que ella tenía sobre él a cielo descubierto.

Tras caminar por un terreno más bien accidentado, ascendieron por una chimenea natural que nacía en el corredor principal de aquel complejo de túneles. Drizzt advirtió que Innovindil no las tenía todas consigo al subir por la chimenea, cosa lógica, ya que era probable que los orcos eventualmente pasaran por debajo. ¿Quién sabía? Hasta era posible que acamparan en aquel punto preciso, bajo sus pies.

Drizzt trató de reprimir una sonrisa. Innovindil no sabía lo artero que podía ser un drow en su medio natural. Por mucho que los brutos acamparan en aquel lugar, un drow como él no tendría dificultad en deslizarse entre ellos de forma inadvertida.

Con un gesto, Drizzt trató de tranquilizar un poco a su compañera. Los dos se sentaron a esperar en silencio. Los minutos empezaron a correr.

La aguzada mirada de Drizzt observó que la penumbra empezaba a clarear levísimamente por efecto del naciente sol de la mañana. Unos instantes después, los pasos de los orcos resonaron en el corredor situado más abajo. Los brutos iban llegando en procesión. Drizzt calculó que los enemigos serían unos veinte o veinticinco. Tras instar a Innovindil a guardar silencio, el drow finalmente descendió por la chimenea con agilidad felina. Al llegar al túnel, se agazapó detrás de unas piedras y miró a uno y otro lado. Los orcos habían pasado de largo, pero no se encontraban lejos. A lo que parecía, habían decidido acampar en el lugar donde estaban.

En silencio, Drizzt trepó de nuevo por la chimenea hasta llegar junto a su compañera.

—Dos horas —susurró al oído de Innovindil.

La paciente elfa asintió con la cabeza. Cuando se arrellanaron un poco para esperar con cierta comodidad, Innovindil sorprendió a Drizzt al acercarse a su lado para que su cabeza descansara sobre el cálido pecho de la elfa. Mientras él se relajaba, Innovindil le acarició los largos y espesos cabellos blancos y hasta le estampó un beso en la frente. Poco a poco, Drizzt se fue sintiendo más relajado de lo que había estado en muchos años.

Las dos horas transcurrieron con una rapidez que el drow encontró excesiva. Con todo, llegado el momento, Drizzt supo rehacerse y volver a convocar el instinto depredador que habitaba en su seno. Una vez más, indicó a su compañera que se quedara donde estaba; una vez más, emprendió el descenso por la chimenea sin hacer el menor ruido.

No había nadie en el pasillo. Por si acaso, el drow echó mano de sus cimitarras mientras se adentraba por los túneles. Tras doblar por un par de cámaras laterales, no le fue difícil dar con el campamento de los orcos.

Drizzt estudió a sus enemigos oculto en aquel corredor plagado de recovecos. Algunos de los orcos estaban despiertos en torno a un pequeño fuego. Un par más estaban algo alejados, comiendo y charlando en un rincón. Más allá se veía el acceso a una cámara más amplia, en la que varios orcos estaban roncando a pierna suelta. Y más allá todavía había una segunda cámara, en la que había más brutos durmiendo. Drizzt se fijó en un orco cuya túnica revelaba su condición de chamán. Con todo, el drow no tardó en comprender que aquél no era el chamán que andaba buscando, el que siempre caminaba detrás del rey Obould.

El drow envainó las cimitarras y se acercó en silencio, a la espera de su oportunidad. Después de que pasaron varios minutos, casi todos los orcos se habían acostado ya. Tan sólo un par de goblinoides seguían charlando junto a la hoguera. Drizzt no se lo pensó más. Envolviéndose en su capa, avanzó con sigilo junto a la pared más distante al pequeño fuego, que a esas alturas era poco más que un conjunto de ascuas. Tras detenerse un momento, aprovechó que los dos orcos seguían absortos en su conversación y continuó avanzando en silencio absoluto hasta entrar en la pequeña cámara situada más allá.

Casi se tropezó con Arganth, que estaba durmiendo como un tronco.

Con el mismo sigilo, Drizzt rehizo sus pasos y subió otra vez por la chimenea hasta reunirse con Innovindil. Tras meditar la cuestión un segundo, susurró su plan a la elfa, teniendo buen cuidado de no alertar a sus enemigos, que a tan poca distancia se encontraban. Por un momento, Drizzt consideró la posibilidad de enseñarle a Innovindil los rudimentos del lenguaje gestual de los drows. Sin embargo, al pensarlo mejor, casi le entró la risa.

En otros tiempos había intentado enseñarle ese lenguaje a Regis, pero los cortos dedos del halfling se mostraron por completo incapaces de formar los signos adecuados. ¡Regis parecía expresar con un ceceo! Cuando más tarde trató de enseñarle el lenguaje a la habilidosa Cattibrie, incluso ésta se reveló incapaz de desplegar la necesaria coordinación de los movimientos de los dedos. En todo caso, no cabía descartar que Innovindil fuera capaz de dominar los fundamentos de aquel lenguaje secreto. Sería cuestión de probarlo más adelante.

—Pero quizá tengas problemas para salir… —advirtió la elfa cuando Drizzt hubo terminado de explicarle su plan.

Al drow le conmovió la preocupación que Innovindil mostraba por su seguridad, en buena parte porque ella misma era la que iba a verse perseguida por el grueso de los orcos si todo salía según lo previsto.

A continuación, ambos regresaron por donde habían venido y salieron al exterior de la noche para asegurarse de que los orcos que antes habían abandonado los túneles de las montañas no habían acampado demasiado cerca.

Tras entrar otra vez en los túneles, se acercaron con sigilo al campamento subterráneo de los brutos. Drizzt, entonces, se despidió de Innovindil con un gesto afectuoso y se las arregló para pasar en silencio junto a los dos orcos que seguían charlando ante la hoguera moribunda y entrar en la pequeña cámara donde Arganth dormía junto a varios brutos más.

Como una sombra letal, Drizzt cortó el cuello a un orco tras otro sin hacer el menor ruido, hasta que el chamán fue el único en seguir vivo en la cámara.

El chamán, de pronto, fue despertado con brusquedad. Una mano cerró su boca con fuerza, mientras la aguzada punta de una cimitarra se hincaba, amenazadora, contra su espalda.

—Como hagas ruido, te arranco el corazón —murmuró Drizzt al oído del aterrorizado chamán.

El drow levantó al chamán del suelo y se escudó tras su cuerpo, por si a algún orco le daba por asomar la cabeza. Como precaución adicional, el drow echó mano de una manta andrajosa, con la que cubrió su cuerpo y el del hechicero.

Drizzt aguardó en silencio. El drow había pedido a Innovindil que le diera tiempo para raptar a Arganth.

Un aullido repentino le indicó que la elfa había entrado en acción.

En la cámara adyacente, los orcos se estaban levantando en el mayor de los desórdenes. Algunos pasaron corriendo a la derecha de Drizzt y se perdieron en el interior de los corredores, si bien la mayoría de ellos salieron disparados en sentido contrario o se dispersaron sin remedio. Uno de los brutos se acercó al umbral de la pequeña cámara y pidió ayuda a sus compañeros. Como era natural, nadie se movió o respondió a su llamada. Agarrando a Arganth con más fuerza todavía, Drizzt se encogió bajo la gran manta mugrienta.

Un nuevo aullido de dolor le indicó que Innovindil de nuevo había dado en el blanco con su arco.

El drow aprovechó la confusión para entrar en acción, liberarse del saco que los ocultaba y arrastrar a Arganth fuera de la cámara. Tras cerciorarse de que nadie había reparado en ellos, Drizzt sacó a Arganth por el pasillo y se ocultó con él en el primer recodo que encontró.

Drizzt esperó en silencio, hasta que en el corredor principal dejaron de oírse ruidos. Tras aguardar un momento más, finalmente agarró a su prisionero y lo empujó túnel adentro. Al pasar junto al desierto campamento de los orcos, reparó en que tres brutos yacían muertos por las saetas de Innovindil.

El drow y su cautivo, finalmente, salieron al exterior. Era ya noche cerrada, y no se veía un alma. Drizzt soltó al hechicero.

—Como se te ocurra gritar —le advirtió—, te rebano el pescuezo ahora mismo.

La expresión atemorizada de Arganth le indicó que el chamán se tomaba muy en serio su amenaza.

—Obould te matará… —musitó el hechicero, quien al punto guardó silencio cuando la punta de una cimitarra se hincó en su garganta.

—Qué bien que hayas mencionado el nombre de Obould… —apuntó Drizzt—. Te prometo que muy pronto vamos a hablar sobre Obould largo y tendido.

—¡No voy a decir palabra!

—Me temo que te equivocas. —La punta de la espada se hincó unos milímetros más en la garganta—. ¿O es que quieres morir?

Para sorpresa del drow, Arganth sonrió y empezó a apretar la garganta contra la punta de la cimitarra.

—¡Gruumsh me acompaña! —exclamó el chamán, que de pronto se lanzó hacia adelante.

Pero Drizzt no se dejó sorprender: al punto apartó la cimitarra y propinó un golpe tremendo al chamán en el mentón con el pomo de la segunda espada. Arganth cayó de bruces y trató de soltar un grito, pero Drizzt lo golpeó varias veces más, hasta obligarlo a guardar silencio.

Mascullando una imprecación, Drizzt envainó sus cimitarras, se echó al inconsciente hechicero al hombro y salió corriendo en la noche.

El drow comprobó con alivio que Innovindil, efectivamente, se encontraba ya en la cueva. La expresión de la elfa no varió lo más mínimo cuando Drizzt dejó caer al chamán al suelo.

—Mataste a tres orcos en el campamento —observó él.

—Y a varios más en el exterior —precisó ella—. Y los habría matado a todos si hubieran seguido persiguiéndome.

Sin añadir palabra, Drizzt maniató meticulosamente a Arganth, arrastró al chamán a un lado y lo sentó con la espalda contra la pared.

—Ya verás cómo nos aporta la información que necesitamos para vengar a Tarathiel —apostó el drow.

La mención al elfo muerto hizo que una expresión de melancolía apareciera en el rostro de Innovindil.

—Tenemos que derrotar como sea a esta horda de orcos… —añadió la elfa con la voz quebrada.

—Pues claro —dijo Drizzt, en cuyas facciones apareció una sonrisa.

Arganth se movió un poco. Drizzt le soltó un tremendo puntapié en la espinilla. Había llegado el momento de conversar un poco.

—Esos perros de Nesme están huyendo en desorden —dijo una de las dos cabezas de Proffit.

—Por piernas —agregó la segunda cabeza.

—En desbandada —convino la primera.

La mirada de Kaer’lic iba de una a otra cabeza. A la drow le daba verdadero asco comunicarse con aquella repugnante bestia bicéfala.

—Es posible que los enanos acudan en su ayuda —apuntó.

—Entonces, iremos a por los enanos —juró la primera cabeza del troll.

—Y los aplastaremos —prometió la segunda.

—Y los mataremos a todos —añadió la primera.

—Y entonces, nos los comeremos —indicó la segunda.

—Me temo que tan sólo unos pocos trolls podrán disfrutar de ese festín —observó la primera cabeza—. Los demás tendrán que sumarse a la lucha en el interior de Mithril Hall.

Kaer’lic hacía lo que podía por disimular su repugnancia.

—Pero los enanos son muchísimos —alegó de repente—. Una fuerza formidable. Haríamos mal en subestimarlos.

—¡Humm…! —musitaron a la vez las dos cabezas del troll.

—Yo creo que es mejor que sigamos a esos enanos que se dirigen al sur —propuso Kaer’lic—, para darnos un buen festín antes de volvernos contra Mithril Hall.

—Pero Obould…

—Obould no está aquí —zanjó ella—, ni ha emprendido la ofensiva final contra Mithril Hall. Por eso propongo que acabemos con este grupo de enanos y con los fugitivos de Nesme, volver y comenzar la guerra en el interior de Mithril Hall.

Kaer’lic estuvo tentada de explicarle a Proffit que Obould estaba empleando a sus trolls como carne de cañón en los túneles del Clan Battlehammer, a sabiendas de que sus bajas serían terribles, y que no tenía ninguna intención de respaldarlos en su ofensiva subterránea. Con todo, la drow reprimió aquel impulso, pues sabía que un troll enfurecido era muy capaz de matar al portador de las malas noticias. Además, por mucho que Kaer’lic se estuviera hartando de Obould, ya le iba bien que el Clan Battlehammer se viera sometido a una presión continua. ¿Qué importancia tenían unos trolls de más o de menos?

Proffit iba ya a responder —afirmativamente, según adivinó la sacerdotisa drow— cuando una figura apareció de repente en aquel tramo del corredor.

—Cerca de aquí hay un acceso al túnel por el que están avanzando los enanos —anunció Tos’un—. El acceso será un poco angosto para nuestros amigos, pero nos servirá…

Su mirada se posó en el gigantesco Proffit, a quien contempló detenidamente con abierto desdén.

Por supuesto, el estúpido troll no reparó en el detalle.

—Vamos allá, pues —invitó Kaer’lic—. Vamos a por los enanos y, si puede ser, acabemos también con esos refugiados de Nesme y… —Su mirada asimismo se detuvo en Tos’un—. Hoy disfrutaremos de un banquete opíparo.

Su compañero drow hizo una mueca de asco, al mismo tiempo que las dos cabezas de Proffit empezaban a reír abiertamente y babeaban de ansia por sus bocazas plagadas de dientes podridos.

Una bestia repugnante, lo sé — indicó Kaer’lic a Tos’un con un gesto—. Pero nos será útil para despertar las iras de Obould.

Tos’un movió sus dedos con rapidez y contestó:

Justo lo que nos conviene.