REGENCIA Y ESPIONAJE
Regis apretó la mano de Bruenor y fijó la mirada en su amigo, al mismo tiempo que se preguntaba si sería ésa la última vez que vería con vida al monarca de los enanos. La respiración de Bruenor parecía más débil que nunca, y el color de su tez era grisáceo, como si su rostro fuese de piedra. Stumpet y Cordio ya le habían dicho que no parecía que la situación fuera a durar mucho más, lo que en esos momentos resultaba evidente.
—Hay una cosa que te debo —musitó el halfling, que tenía un nudo en la garganta—, que sepas que todos te lo debemos: Mithril Hall sabrá mantenerse firme en tu ausencia. No pienso permitir que tu ciudad caiga en manos del enemigo.
El halfling apretó la mano del señor de Mithril Hall y la estrechó contra su pecho. Al advertir que el pecho de Bruenor estaba inmóvil por completo, por un momento pensó que por fin se había rendido a la muerte.
Pero en ese instante, Bruenor respiró de nuevo.
Todavía no se había rendido.
Regis apretó la mano del enano con fuerza y se marchó de la habitación, mientras hacía esfuerzos desesperados por no dejarse vencer por la emoción. El halfling caminó con rapidez por los túneles, consciente de que llegaba tarde a su cita con Galen Firth de Nesme. Todavía no estaba seguro de la respuesta que daría al curtido guerrero. ¿Qué auxilio podía ofrecerle cuando Mithril Hall se encontraba en tan serios apuros? La puerta oriental había sido sellada. Los enanos habían bloqueado incluso los túneles que había tras la puerta para asegurarse de que todo enemigo que intentara irrumpir en la ciudadela tendría que abrirse paso a través de más de seis metros de piedras.
Las noticias que llegaban del norte no eran demasiado prometedoras, pues Banak Buenaforja les había hecho saber que ignoraba por cuánto tiempo sería capaz de resistir en su posición. Los gigantes estaban construyendo unas catapultas enormes en el cerro occidental, y Banak se temía que sus muchachos muy pronto iban a verse sometidos a otra prueba terrible.
Banak había pedido a Regis que trasladara al norte los efectivos dispuestos en el extremo occidental del Valle del Guardián con intención de sofocar aquel nido de artillería situado al oeste, pero su petición venía en condicional: si tal cosa era posible. El propio Banak, a pesar de lo precario de su situación, entendía el peligro que encerraba una medida así. Amén de exponer a uno de sus dos ejércitos de la superficie a una situación potencialmente devastadora, Regis se arriesgaba a dejar expedito el camino a la puerta occidental de Mithril Hall.
A todo esto, Nesme estaba sitiada —en el caso de que no hubiera sido conquistada ya—, de forma que el halfling tenía que proteger el acceso occidental a Mithril Hall de cuantos enemigos pudieran llegar desde el sur.
Los problemas se agolpaban en la mente del halfling, improvisado regente de Mithril Hall. Regis apenas sabía dónde tenía la cabeza, y de hecho, cuanto en verdad le apetecía era disfrutar de una gran comilona y tumbarse en una cama caliente, sin atender a otras decisiones que la de escoger el desayuno de la mañana siguiente.
Con tan pesadas responsabilidades sobre sus estrechos hombros, Regis siguió su camino, no sin antes dedicar una última mirada a la habitación iluminada por las velas en la que yacía el rey Bruenor y recordar cuanto acababa de prometer al rey agonizante.
Regis, al momento, enderezó su cuerpecillo, espoleado por su sentido del deber. Su promesa no había sido hecha al buen tuntún; era lo mínimo que le debía a Bruenor.
«Lo primero es lo primero», se dijo Regis, mientras se dirigía al encuentro de Galen Firth. El humano lo estaba esperando en una sala de audiencias, de menor tamaño y más recogida que la imponente sala del trono. En la estancia había tres cómodos sillones de anchos respaldos dispuestos sobre una gruesa alfombra decorada con la jarra de cerveza espumosa que era el emblema del Clan Battlehammer y situados frente al cálido fuego que ardía en un gran hogar de piedra.
A pesar de lo acogedor de la habitación, Galen Firth estaba paseándose nerviosamente con las manos en la espalda y los ojos clavados en el suelo. Regis se dijo que aquel hombre estaba hecho un manojo de nervios.
—Es un placer volver a verte, Galen Firth de Nesme —saludó el halfling al entrar en la estancia—. Disculpa mi tardanza, pero hay un sinfín de problemas urgentes que reclaman mi atención.
—Tu tardanza es bastante más excusable que la tardanza de Mithril Hall en acudir en auxilio de Nesme —replicó su interlocutor sin contemplaciones.
Regis suspiró, pasó junto a Galen y se dejó caer en uno de los sillones. Comoquiera que el guerrero no mostraba intención de acomodarse a su lado, el halfling señaló al sillón que tenía delante, junto al fuego del hogar.
—¿Qué es lo que tú propones? —preguntó Regis mientras Galen por fin tomaba asiento.
—Que envíes un ejército de enanos en socorro de Nesme. Que salves mi ciudad y nos ayudes a devolver a los trolls a su región de aguas pestilentes.
—Y cuando este ejército se marche al sur y un ejército todavía mayor de orcos y gigantes salga en su persecución, ¿qué haremos, entonces? —razonó Regis—. Porque eso es precisamente lo que sucederá. Los orcos nos acosan desde el norte y nos han forzado a cerrar la puerta oriental de Mithril Hall. Me imagino que estás al corriente de ello. Cuento con una columna en lo alto de la montaña que hay al norte del Valle del Guardián, una columna que a diario tiene que vérselas con nuestros enemigos orcos, pero si son ciertos los informes que me han llegado sobre la envergadura del ejército hostil que se acerca por el este, me temo que mis guerreros muy pronto se verán obligados a abandonar sus posiciones defensivas.
»Yo diría que no acabas de hacerte cargo de la situación en que nos encontramos… —añadió el halfling.
Galen Firth guardaba silencio con el rostro sombrío.
—Si Nesme ha sido atacada recientemente, no es por casualidad —indicó Regis—. Las fuerzas enemigas al sur y al norte están operando de forma coordinada.
—¡Eso es imposible!
—¿No sabes por qué nos vimos obligados a cerrar la puerta oriental de Mithril Hall?
—No, y tampoco me…
—Porque los defensores de esa puerta se vieron sorprendidos por una fuerza combinada de gigantes y orcos del norte, y trolls llegados del sur —cortó Regis.
Galen se quedó boquiabierto.
—Se diría que nuestros enemigos comunes se proponen conquistar la región entera, desde el Surbrin a Nesme, y desde los Páramos Eternos a la Columna del Mundo —añadió Regis—. En consecuencia, Mithril Hall y Nesme se encuentran abandonadas a su suerte, a no ser que pidamos ayuda a las regiones vecinas.
—En ese caso, reconoces que tenemos que unirnos —apuntó Galen—. Entiendes que es preciso enviar un ejército a Nesme.
—Sí —respondió Regis—. Sí y no —agregó—. Me parece que es fundamental que operemos de forma coordinada, pero también creo que vuestro propósito de resistir en Nesme es poco realista. Mithril Hall sí que resistirá, pero cuanto se extiende más allá de nuestras puertas es terreno perdido, o muy pronto lo será.
—¡¿Qué necedades me estás diciendo?! —exclamó Galen Firth, levantándose de su asiento con un destello iracundo en la mirada.
—Nos proponemos defender cada palmo de terreno —indicó Regis, sin alterarse en lo más mínimo—. Y cuando no podamos más, nos retiraremos a los túneles de Mithril Hall, cuya defensa es factible. En los túneles estaremos en contacto con la Ciudadela Felbarr; los túneles serán nuestro medio de comunicación con el mundo exterior. En los túneles seguiremos pidiendo ayuda a Luna Plateada y Sundabar. De hecho, ya he enviado emisarios por los corredores con la misión de ponerse en contacto con la Dama Alustriel de Luna Plateada y los comandantes de Sundabar. En los túneles sabremos resistir el acoso de nuestros monstruosos enemigos.
—¿Mientras mi gente sigue muriendo? —escupió Galen Firth.
—No —contestó Regis—. No, si podemos ayudarlos. Desde tu llegada, he enviado a distintos montaraces por los túneles con intención de que exploren la comarca que se extiende al suroeste, para ver si hay forma de llegar hasta Nesme. Sé que estos montaraces han estado avanzando a buen ritmo, y es probable que salgan a la superficie bastante cerca de tu ciudad y puedan unirse a los tuyos.
—¡En tal caso, envía un ejército a Nesme y ayúdanos a poner en fuga a los trolls!
—Enviaré los efectivos que pueda, pero me temo que serán bastantes menos de los necesarios para cumplir con ese objetivo que te propones.
—Y entonces, ¿qué…? —preguntó el guerrero, que, repentinamente hundido, se dejó caer otra vez en su asiento.
En silencio, Galen Firth se llevó la mano a la barbilla y observó, pensativo, las llamas del hogar.
—Lo principal es que nos pongamos en contacto con tu gente. Entonces, veremos de qué forma podemos ser útiles —explicó Regis—. Si la opción es viable, lucharemos a su lado, y si no lo es, o si deja de serlo, nos retiraremos con los tuyos a la Antípoda Oscura y volveremos a Mithril Hall. Aunque mis enanos no están en disposición de derrotar al enemigo en la superficie, no tengo dudas de que sabrán resistir bien en los túneles.
Galen Firth no respondió. Sus ojos seguían fijos en el fuego.
—¡Ojalá pudiera hacer más! —añadió Regis—. ¡Ojalá pudiera salir de Mithril Hall y hacer frente a los trolls en el sur! Pero no puedo hacerlo, y eso es algo que tienes que entender.
Tras una larga pausa, Galen se volvió hacia Regis. Su expresión era más calmada.
—¿De veras piensas que los orcos y los gigantes se han aliado con los trolls de los páramos?
—Lo sucedido en la puerta oriental así lo indica —contestó el halfling.
—En ese caso, mi pueblo se encuentra en verdadero peligro —apuntó Galen—. Si los trolls cuentan con los suficientes efectivos para enviar una columna a tan lejana distancia de sus dominios…
—Por eso mismo, no perdamos más tiempo —indicó Regis, quien rebuscó en un bolsillo de su jubón hasta dar con un pergamino enrollado, que entregó a su interlocutor—. Dirígete a la Ciudad Subterránea y dáselo a Taskman Bellows. La expedición está terminando de aprovisionarse y hoy mismo se pondrá en camino.
Galen Firth guardó silencio un momento, fijó la vista en el pergamino y volvió a mirar a Regis. Por fin, sin añadir palabra, se levantó del asiento y asintió con la cabeza. Regis se dijo que se hacía cargo de la situación, por mucho que no acabara de estar de acuerdo con él.
Galen Firth esbozó una ligera reverencia y se marchó de la estancia. El halfling suspiró, pensando que tenía un problema menos del que ocuparse. Regis se arrellanó en su asiento, pero antes de que pudiera terminar de relajarse, un puño llamó a la puerta de improviso.
—Adelante —invitó, pensando que se trataría otra vez de Galen Firth.
La puerta se abrió y en la habitación entró un enano cubierto de hollín, cuyo nombre era Miccarl Ironforge. Tenía la reputación de ser uno de los mejores herreros de Mithril Hall. Tan sucio venía que el color de sus barbas anchas y cortas —se suponía que rojizas— era imposible de precisar a simple vista. Miccarl Ironforge vestía un recio delantal de cuero y una camisa negra con una sola manga que le cubría el brazo izquierdo y estaba cosida a un grueso guante ignífugo. Manchado de hollín a más no poder, su desnudo brazo derecho era casi dos veces más ancho y musculoso que el izquierdo por obra de los años y más años pasados manejando enormes martillos de fragua.
—¿Otra vez el gnomo? —preguntó Regis.
Miccarl había venido a verlo dos veces en los últimos días para explicarle que el diminuto visitante de Mirabar se mostraba curioso en extremo en sus paseos por la Ciudad Subterránea.
—Nuestro pequeño amigo ha vuelto a interesarse por los mapas —refirió Miccarl.
—¿Los mismos mapas?
—Los de los túneles occidentales, los que están medio abandonados.
—¿Dónde está en este momento?
—La última vez que lo vi estaba recorriendo esos mismos túneles —explicó Miccarl—. Yo diría que cree haber encontrado algo.
—¿El qué?
—Ni idea. La mayor parte de esos túneles llevan siglos cerrados, a no ser que los abrieran los duergars que llegaron a Mithril Hall con el dragón. En todo caso, nadie los ha explorado a fondo desde nuestro regreso.
—¿Cuál puede ser su propósito? ¿Dar con una salida? ¿Dar con un acceso por el que los de Mirabar puedan atacarnos? —preguntó Regis—. ¿Dar con un camino por el que transportar nuestras reservas de mineral a las fraguas de Mirabar?
—Lo dudo. El mineral de por allí es de muy baja calidad —respondió Miccarl—. De hecho, en esos corredores nunca hubo otra cosa que carbón y pizarra para las forjas. Si nuestro pequeño amigo ha recorrido tan largo camino para robarnos un poco de carbón y pizarra, es que está loco de remate. Esas materias tienen muy escaso valor, y Mirabar cuenta con reservas más que suficientes.
—¿Te parece que puede estar investigando la existencia de túneles que lleven hasta Mirabar?
Miccarl soltó una risa desdeñosa.
—Es sabido que existen otros túneles que conducen a Mirabar —respondió—. Un día de marcha nos bastaría para recorrer los túneles que llevan al oeste y salir al exterior fuera del alcance del enemigo y a poca distancia de Mirabar. Ese gnomo tiene que saberlo.
—¿Qué se propondrá, entonces? —se preguntó Regis con voz queda.
¿Cuál sería el objetivo de Nanfoodle? De forma instintiva, el halfling llevó la mano a la cadena que pendía de su cuello.
—Encuentra a Nanfoodle y dile que venga a verme —instruyó Regis al enano.
—Muy bien —convino Miccarl al punto—. ¿Se lo digo por las buenas o por las malas?
—Quiero que lo coacciones —contestó Regis—. Cuéntale que quiero hacerle saber ciertas noticias que pueden ser de interés para Mirabar.
—Yo preferiría decírselo por las malas —murmuró Miccarl antes de marcharse.
Tras la marcha del herrero, otros informantes se presentaron con noticias del este y el oeste relativas a los combates que tenían lugar en el exterior y a la situación en los túneles. Regis los escuchó con atención, considerando la situación y pidiendo ocasional consejo a los enanos que lo asesoraban. El halfling entendía que su función se asemejaba más a la de un sintetizador de información que a la de quien tenía la última palabra, por mucho que los enanos prestaran creciente atención a sus opiniones.
Y ésa era una circunstancia que lo confortaba tanto como lo asustaba.
La cena le fue servida en la misma pequeña sala. En ese instante, un emisario llegó y le hizo saber que la expedición formada por Galen Firth y una cincuentena de enanos había emprendido el camino hacia el sur. Regis invitó al emisario a sentarse y referirle la marcha de la expedición en detalle, pero Miccarl Ironforge irrumpió en ese momento en la estancia.
—Más trabajo —comentó Regis al emisario, invitándolo con un gesto a servirse él mismo de las viandas dispuestas en la mesa.
—Eso está hecho —repuso el emisario, quien se llenó un plato con carne, se sirvió una gran jarra de hidromiel y se marchó de la sala en silencio.
Miccarl y Nanfoodle entraron en ese instante.
—Tengo mucho que hacer —indicó el herrero al marcharse, no sin antes servirse un enorme plato de carne y una gran jarra de hidromiel.
—Siéntate —invitó Regis al gnomo—. ¿Te apetece echar un bocado?
—Me temo que no han dejado mucho —contestó el gnomo con una retorcida sonrisa, si bien en ese preciso momento dos enanos entraron con nuevas provisiones.
Determinados a no dejarse superar por ningún enano, el halfling y el gnomo empezaron a comer con apetito.
—Entiendo que tienes noticias para Mirabar —indicó Nanfoodle tras echarse al coleto un largo trago de hidromiel—. La verdad es que el maestro Ironforge no se ha mostrado muy explícito…
—Quiero hacer una petición a Mirabar —corrigió Regis entre bocado y bocado—. Imagino que estás al corriente de la situación en que nos encontramos.
—Son muchos los monstruos que os atacan —apuntó Nanfoodle, echando un nuevo bocado de cordero y bebiendo un nuevo trago de hidromiel.
—Más de los que piensas —repuso Regis—. Nos atacan por todas partes. Por lo demás, imagino que el Marchion Elastul sabrá del ataque sufrido por Nesme, que acaso haya caído ya en manos del enemigo. No sé cuánto tiempo seguiremos resistiendo en la superficie. Por eso mismo, es preciso que Mirabar movilice su ejército.
—¿En beneficio de Mithril Hall? —inquirió el gnomo, a quien un bocado de carne se le escapó por la boca, abierta a causa de la sorpresa. El gnomo se apresuró a beber de su jarra de hidromiel.
—En beneficio de Mirabar —corrigió Regis—. ¿O es que piensas que los monstruos se conformarán con la mera conquista de Mithril Hall?
Regis se dijo que su interlocutor parecía un tanto nervioso, que cada vez comía menos y bebía más. «Mejor así», se dijo Regis, quien pasó a hablarle de la caída de la puerta oriental y la inesperada aparición de los trolls llegados del sur junto a los orcos y gigantes del norte. El halfling se extendió ampliamente en sus explicaciones y dejó que Nanfoodle siguiera echando copiosos tragos de hidromiel.
Algo después, cuando el servicio llegó con más comida y bebida, Regis musitó a uno de los enanos:
—Cuida de que la hidromiel de la próxima ronda sea bien fuerte, como la que beben los Revientabuches. —El halfling miró de reojo a Nanfoodle y añadió—: Tampoco te pases de la raya; no es cuestión de que ese pobre gnomo acabe por perder el conocimiento.
Una hora más tarde, Regis seguía hablando y Nanfoodle continuaba bebiendo.
—… En todo caso, la Sceptrana y tú habéis venido a comprobar cómo se encuentra Torgar y a reforzar los vínculos que unen a nuestras respectivas ciudades —dijo Regis de pronto, alzando un tanto la voz.
El halfling llevaba rato orientando la conversación en tal sentido, centrándose menos en monstruos y batallas, y más en la relación existente entre Mirabar y Mithril Hall.
—Eso me parece a mí, cuando menos…
Nanfoodle abrió mucho los ojos, tanto como podía abrirlos un gnomo tan ebrio como él.
—¿Eh…? Pues sí, sí… —tartamudeó Nanfoodle—. Para eso hemos venido, claro está.
—Naturalmente —repuso Regis.
El halfling acercó su rostro al de Nanfoodle, echó mano de su collar y empezó a juguetear con el mágico rubí, haciéndolo girar entre sus dedos.
—Está claro que todos queremos lo mismo —agregó Regis, mientras Nanfoodle fijaba la mirada en el rubí—. Queremos que nuestras dos ciudades mantengan buenas relaciones.
—Sí, sí, claro… —respondió el gnomo, cuyos ojos no se apartaban del hipnótico girar del encantado rubí de su interlocutor.
En circunstancias normales, Regis no se habría atrevido a recurrir a un truco así. Torgar y Shingles McRuff le habían informado de que Nanfoodle era un extraordinario alquimista. Si a su evidente inteligencia se le sumaba la natural resistencia que los gnomos exhibían a dejarse hipnotizar, el truco nunca habría funcionado en circunstancias normales.
Pero Nanfoodle estaba borracho.
El gnomo estaba por completo absorto en la contemplación del continuo girar de aquella piedra reluciente.
—Me pregunto qué tiene que ver la relación entre nuestras ciudades con esas exploraciones tuyas de los túneles occidentales de Mithril Hall —añadió Regis, como por casualidad.
—¿Eh? —soltó Nanfoodle.
—Sé que has estado recorriendo esos túneles —repuso Regis con calma, atento a seguir preservando el hechizo de su rubí—. Me lo han dicho varios de los míos. Los enanos encuentran que tus paseos resultan un tanto curiosos, pues en esos túneles no hay nada… ¿O sí que lo hay?
—Nada en absoluto, pues fueron sellados tiempo ha —contestó Nanfoodle en tono ausente.
—En tal caso, ¿qué relación pueden tener esos túneles con vuestra misión? —preguntó el halfling—. Porque, al fin y al cabo, vinisteis a ver a Torgar, ¿o no? Y a mejorar la relación entre Mirabar y Mithril Hall, claro está…
Nanfoodle soltó una risita desdeñosa y meneó la cabeza.
—¡Ojalá se tratara de eso…! —apuntó.
Regis hizo un esfuerzo por mantener la calma. Haciendo girar otra vez el rubí, el halfling mostró un fingido entusiasmo.
—¡Naturalmente! ¡Ojalá se tratara de eso! —exclamó—. Y bien, mi querido gnomo, cuéntame a qué habéis venido en realidad…
A Shoudra Stargleam se le erizaron los cabellos de forma más bien inexplicable cuando un enano la informó de que su amigo llevaba más de dos horas reunido con el regente Regis. La Sceptrana echó a caminar con rapidez por los pasillos, sintiéndose víctima de un creciente desasosiego. Y sin embargo, ¿a qué venía tanto nerviosismo? ¿Acaso Nanfoodle no era un compañero fiable?
Shoudra, por fin, llegó a una antesala en la que tres enanos estaban montando guardia armados hasta los dientes.
—¡Ah…! Adelante —saludó el primero de ellos, invitándola a entrar en la estancia contigua.
Un segundo enano le abrió la puerta. Shoudra oyó que unas risas llegaban del interior y vio el resplandor de un cálido fuego que ardía en el hogar. Con todo, algo en su interior le impedía tranquilizarse; allí había gato encerrado. La mujer se acercó a la puerta y vio que Nanfoodle estaba riendo con expresión estúpida en un sillón, a pocos pasos de Regis, que estaba sentado unos pasos frente a él, con el rostro algo más serio y el brazo todavía en cabestrillo.
—Es estupendo volver a verte, Sceptrana Shoudra —saludó el halfling, invitándola con un gesto a ocupar el sillón vacío.
Shoudra entró en la estancia y dio un respingo cuando la puerta se cerró con fuerza a sus espaldas.
—Nanfoodle y yo estábamos hablando del estado de la relación que mantienen nuestras respectivas ciudades —explicó Regis, quien de nuevo invitó a sentarse a la inmóvil Sceptrana.
Shoudra apenas si oyó esas palabras, pues su atención estaba fija en la extraña decoración de la sala. Tres de sus paredes estaban ornadas con tapices colgantes, y a la mujer no se le escapaba que los tapices exhibían unos curiosos abultamientos. Lo que era más, de sus extremos inferiores emergían las puntas de varios pares de botas.
La Sceptrana volvió su mirada hacia Regis.
—Convendrás conmigo en que tal relación es cuando menos… peculiar —añadió el halfling con un deje de ironía en la voz.
—Todos esperamos reforzarla —respondió Shoudra, cuyos ojos no se apartaban del ebrio Nanfoodle.
—¿Eso dirías? —inquirió Regis.
Shoudra se volvió hacia él.
—¿Te parece que la adulteración del mineral de Mithril Hall es el mejor medio de reforzar una relación? —preguntó el halfling, echando mano de un saquito de piel que arrojó a los pies de Shoudra.
La Sceptrana se agachó y lo recogió. Sabía perfectamente lo que había en el interior: la solución corrosiva elaborada por Nanfoodle. Shoudra volvió el rostro hacia el gnomo, quien estalló en unas estrepitosas carcajadas que a punto estuvieron de hacerle caer de su sillón.
—Mi nuevo amigo Nanfoodle me lo ha contado todo —indicó Regis.
El halfling chasqueó los dedos. De la parte posterior de los tapices salieron tres enanos con caras de pocos amigos. La puerta se abrió en ese momento a espaldas de Shoudra, quien comprendió que los otros tres enanos acababan de cortarle la retirada.
—Nanfoodle me ha contado que el Marchion os ha encomendado el sabotaje de nuestra producción de mineral —repuso Regis—. Que su objetivo consiste en desacreditarnos ante nuestros clientes para que Mirabar salga ganando en la guerra comercial que piensa entablar con nosotros.
Shoudra denegó repetidamente con la cabeza.
—Tienes que entender que… —apuntó.
—¿Entender? —interrumpió Regis—. ¿Que nos veamos con un metal de ínfima calidad en las manos cuando tenemos que hacer frente al asalto de los orcos? ¿Qué es lo que tengo que entender, Sceptrana Shoudra?
—¡Que no sabíamos que estabais en guerra! —soltó ella.
—Ya. Y por esa razón, vuestro espionaje carece de importancia… —observó el halfling con sarcasmo.
—No. Tenéis que entender cuál es el carácter del Marchion Elastul —trató de explicar Shoudra, quien se acercó a Nanfoodle, cuyos hombros rodeó con el brazo en gesto aparentemente casual—. Así es él… El Marchion Elastul tiene miedo de Mithril Hall, motivo por el que nos ordenó venir aquí, para comprobar si Torgar estaba revelando los secretos de Mirabar. Reconocerás que Mithril Hall ha obtenido una inesperada ventaja en nuestro enfrentamiento comercial después de que cuatrocientos de nuestros enanos desertaran de Mirabar para unirse a vuestras filas.
—Una ventaja que resulta irrelevante cuando nos vemos sometidos al masivo asalto de los orcos.
—Nosotros no sabíamos nada de todo esto. —Shoudra respiró con fuerza y agregó—: De hecho, dudo mucho de que Nanfoodle o yo misma hubiéramos osado causaros daño alguno incluso en tiempo de paz. Ni a él ni a mí nos gustan las tácticas del Marchion, como tampoco nos gusta la ojeriza que le tiene al rey Bruenor y a Mithril Hall. Nosotros somos partidarios de arreglar las cosas pacíficamente…
—Eso me lo dices ahora —interrumpió Regis.
Shoudra cerró los ojos, suspiró con fuerza y empezó a murmurar unas palabras en voz baja.
—Prendedlos a ambos y encerradlos. Por separado —instruyó Regis a los enanos.
Los seis enanos dieron un paso hacia los dos de Mirabar, si bien éstos, de pronto, desaparecieron como por ensalmo.
—¡La puerta! —exclamó Regis, y el enano más próximo se apresuró a cerrarla de golpe.
Shoudra y Nanfoodle, cuya expresión era de asombro absoluto, aparecieron en el extremo opuesto de la estancia. Entre rugidos de furia, los enanos se lanzaron al instante a por ellos.
Los dos de Mirabar de nuevo se esfumaron en el aire, para reaparecer un momento después frente al fuego del hogar.
—¡Otra vez está recurriendo a sus hechizos! ¡Detenedla! —exclamó Regis.
—¡Que no os sorprendan con bolas de fuego! —advirtió el enano situado junto a la puerta.
El enano abrió la puerta de golpe. Shoudra y Nanfoodle aparecieron de pronto al otro lado. Atónito, el enano dio un paso atrás y soltó un aullido colérico.
Shoudra agarró del brazo a Nanfoodle, que seguía riéndose estúpidamente. Ambos echaron a correr por la antesala y el pasillo, seguidos de cerca por los enanos.
—¡Maldito gnomo! ¡Si serás tonto! —regañaba Shoudra, sin que Nanfoodle por ello dejara de reír.
Con Nanfoodle en brazos y seguida a poca distancia por los enanos, Shoudra cruzó una puerta, que al momento cerró y aseguró con el pestillo. Tras salir a un nuevo pasillo, los dos fugitivos corrieron hacia la puerta occidental mientras a su alrededor brotaban continuos gritos de alarma.
Los enanos no tardaron en localizarlos otra vez; sus gritos resonaban en todo pasillo por el que se aventuraban. Por fin, los dos fugitivos enfilaron el largo corredor principal que llevaba a una gran sala ornada con las estatuas de los soberanos de Mithril Hall. Tras cruzar la sala a todo correr, bajaron por una escalera que conducía a una estancia de menor tamaño, iluminada por los últimos rayos de luz solar que entraban por las grandes puertas occidentales.
«Las puertas no tardarán en ser cerradas», se dijo Shoudra, pues los enanos ya se aprestaban a moverlas.
—Nos están acorralando —observó Nanfoodle con una risita—. Prepárate a ser torturada hasta la muerte.
—¡No digas majaderías! ¿Cerrarás el pico de una vez?
La Sceptrana miró a su alrededor y, en el último momento, arrastró a Nanfoodle a la penumbra que había tras la estatua más próxima. Justo a tiempo, pues un grupo de enanos apareció corriendo por detrás en el instante preciso en que acababan de ocultarse.
—¡Cerrad bien las puertas! —exhortaban a sus compañeros—. ¡Que no escape nadie!
Nanfoodle ya iba a soltar cualquier nadería cuando Shoudra le tapó la boca con la mano y lo agarró con fuerza. Haciendo acopio de todo su valor, la Sceptrana asomó la cabeza y contempló el panorama. Tras instar otra vez al gnomo a guardar silencio, Shoudra empezó a desgranar un nuevo conjuro. Mientras una sorda letanía brotaba de sus labios, las puntas de sus dos dedos índices adquirieron una tonalidad azul reluciente. Con ellos, la Sceptrana trazó las líneas de una puerta en el aire.
—¡Allí! —exclamó una voz, la voz de Regis.
Shoudra advirtió que el halfling llegaba al frente de un pelotón de enanos y que acababa de detectarlos.
Sin pensárselo dos veces, Shoudra agarró a Nanfoodle como si fuera un muñeco y, en el momento preciso en que el portón occidental de Mithril Hall se cerraba con estrépito, atravesó su propio portal con el gnomo en brazos.
La puerta dimensional se cerró a sus espaldas. Shoudra suspiró con alivio al comprobar que Nanfoodle y ella se encontraban al otro lado de las enormes puertas cerradas, a solas en el Valle del Guardián.
—¡Te las sabes todas! —rió Nanfoodle.
Shoudra fulminó con la mirada al imprudente alquimista.
—Mucho más de lo que piensas —advirtió.
Con el gnomo en brazos, la Sceptrana se alejó de las puertas, encaminándose a una hondonada en la que las sombras de la noche empezaban a enseñorearse. Una vez allí, Shoudra, por fin, se sentó a descansar, no sin dejar antes a Nanfoodle en el suelo. Con el ceño fruncido, la Sceptrana cruzó las piernas sobre el diminuto cuerpecillo del gnomo para inmovilizarlo. Cuando éste hizo amago de protestar, Shoudra se llevó un dedo a los labios y le instó a guardar silencio.
—Pero… —insistió él.
—¡Chsss! —repitió ella. Y con un deje de amenaza en la voz, añadió—: Mejor estate calladito, o yo misma me encargaré de hacerte callar. Conozco otros trucos de magia que te sorprenderían.
Sus palabras devolvieron a la sobriedad a Nanfoodle, quien tragó saliva con nerviosismo y no añadió ninguna palabra.
La noche empezaba a caer sobre el Valle del Guardián.
Y Shoudra no sabía qué hacer.