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LAS CARTAS BOCA ARRIBA

Exhausto, Wulfgar apoyó la espalda en un gran peñasco y contempló el Valle del Guardián y las lejanas puertas occidentales de Mithril Hall.

—Estás pensando en Bruenor —indicó Catti-brie, acercándose a su lado.

—Sí —musitó el robusto bárbaro.

Al mirar a la mujer, a punto estuvo de soltar una risa amarga. Cattibrie tenía los cabellos rojizos impregnados de sangre reseca, y sus ropas y sus botas también estaban empapadas.

—Me temo que tu espada no deja títere con cabeza —apuntó.

Cattibrie se pasó la mano por el pelo impregnado de sangre y se encogió de hombros con resignación.

—Nunca imaginé que un día estaría harta de matar orcos y goblins —indicó—. Y no importa cuántos matemos: esas bestias no hacen más que recibir refuerzos.

Wulfgar asintió con la cabeza y de nuevo contempló el valle.

—Regis ha ordenado a los sacerdotes que dejen de prestar cuidados a Bruenor —recordó ella.

—¿Te parece que estemos a su lado cuando llegue el momento de la muerte? —preguntó él, con un hilillo de voz.

Wulfgar oyó que la mujer se acercaba a su lado, si bien no volvió el rostro hacia ella por temor a romper en sollozos, cosa que no podía permitirse en un momento como aquél.

—No —contestó Catti-brie finalmente, poniendo su mano sobre el hombro del bárbaro. Acercándose más a él, lo estrechó con fuerza y añadió en un susurro—: En realidad, hace mucho que lo hemos perdido, desde el día nefasto en que el torreón de Shallows se desmoronó. Nuestro Bruenor murió aquel día, por mucho que aún no haya exhalado su último suspiro. Los sacerdotes han estado haciendo lo posible para mantenerlo respirando en atención a nosotros, y no al propio Bruenor. Él hace mucho que se ha ido; en estos momentos, sin duda, está sentado a la mesa con Gandalug y Dagnabbit, mofándose de lo blandengues que somos.

Wulfgar puso su manaza sobre la de Cattibrie, cuyas palabras de consuelo agradeció con la mirada. Con todo, el bárbaro no acababa de estar muy convencido, pues le parecía una traición no encontrarse junto a Bruenor en el momento de su muerte. A la vez, Banak y sus muchachos a aquellas alturas no podían permitirse el lujo de prescindir de dos guerreros como él y Catti-brie.

A la vez, estaba claro que el propio Bruenor en aquellos momentos le soltaría un bofetón si lo viera vacilar de un modo semejante.

—Me temo que no podré despedirme de él —se rindió Wulfgar finalmente.

—Cuando te creíamos muerto, cuando pensamos que la Yochlol se te había llevado para siempre, Bruenor sufrió muchísimo durante semanas enteras —explicó ella—. Nunca lo había visto tan afectado. —Catti-brie clavó los ojos en el rostro de Wulfgar y agregó—: Pero Bruenor sabía que la vida seguía y que en aquel momento lo principal era salir del atolladero en que nos habían metido los elfos oscuros. Por muy destrozado que tuviera el corazón, por mucho que sufriera y se lamentara cuando creía que los demás no lo veíamos, Bruenor comprendía que lo primordial era salir adelante.

—Tenemos que ser tan fuertes como él mismo —apuntó Wulfgar, determinado a sobreponerse a las dudas y los temores que le inspiraba aquella situación que había escapado a su control—. Bruenor Battlehammer sólo encontrará la paz junto a sus ancestros cuando sepa que Mithril Hall ya no corre peligro, que su familia y sus amigos lucharon hasta el último aliento en su nombre y por su causa.

Cattibrie lo besó en la frente y volvió a abrazarlo con fuerza. Wulfgar respiró profundamente, algo más tranquilo, y se dijo que su mundo había cambiado mucho en los últimos tiempos y que sin duda volvería a cambiar, y no para mejor, cuando por fin dieran sepultura al rey Bruenor junto a sus ancestros. Las palabras de Catti-brie tenían sentido, y Wulfgar entendía que Bruenor había caído en el campo del honor, como un buen enano, como él mismo habría escogido, combatiendo en la defensa de Shallows.

El razonamiento le aportó un poco de consuelo. Un poco.

—Pero ¿cómo te encuentras tú? —preguntó—. Te muestras muy preocupada por los demás, pero en tus ojos azules también anida la tristeza.

—¿Qué clase de mujer sería yo si no me doliera la suerte del enano que me crió como a una hija? —respondió ella.

Wulfgar se acercó un paso y la agarró por los antebrazos.

—Más bien me estaba refiriendo a Drizzt —aclaró con voz queda.

—Yo no creo que Drizzt haya muerto —contestó ella con firmeza.

Wulfgar asintió con la cabeza, pues eso era lo que él mismo pensaba.

—¿A manos de un puñado de orcos y gigantes? —apuntó—. No, Drizzt sigue con vida, y estoy seguro de que está matando a tantos enemigos nuestros como los propios defensores de esta montaña.

Cattibrie asintió con la determinación pintada en el rostro.

—Pero yo no me estaba refiriendo a eso —añadió Wulfgar—. Todos los que te queremos entendemos que en estos momentos te sientas un tanto confusa…

—No digas tonterías —contestó Catti-brie, tratando infructuosamente de separarse de sus brazos.

—¿Lo quieres? —preguntó él.

—¿Qué responderías tú si fuera yo quien te hiciese esa pregunta?

—Ya me entiendes —insistió Wulfgar—. Está claro que quieres a Drizzt como a un amigo, tanto como lo quiero yo mismo, o Regis, o Bruenor. Gracias a vosotros cuatro dejé de beber y atormentarme, y por eso os querré siempre. Pero ya sabes lo que quiero decir. ¿Lo amas?

Wulfgar soltó a Cattibrie, que dio un paso atrás, aunque sin apartar la mirada en ningún momento de los cristalinos ojos azules del bárbaro.

—Cuando tú no estabas… —apuntó.

Wulfgar se echó a reír ante aquel intento patente de ocultar las propias emociones.

—¡Esto no tiene nada que ver conmigo! —insistió él—. Yo no soy más que un simple amigo para ti; una persona que te aprecia y te quiere. Pero, por favor, no eludas mi pregunta. ¿Lo amas?

Cattibrie suspiró y bajó los ojos.

—Drizzt es una persona muy especial para mí, en mayor medida que los demás compañeros del grupo —reconoció.

—¿Y sois amantes?

Lo personal de la cuestión provocó que la mujer mirase al bárbaro de forma furibunda. Sin embargo, en los ojos de Wulfgar tan sólo anidaba la compasión.

—Hemos pasado años juntos —expuso Catti-brie con calma—. Cuando te perdimos, Drizzt y yo estuvimos varios años juntos a caballo y también navegando con Deudermont.

Wulfgar sonrió y levantó la mano, viniendo a señalar que ya había oído suficiente, que entendía lo que ella quería decirle.

—¿Fue el amor o la amistad lo que os mantuvo unidos durante tantos años? —preguntó Wulfgar.

Cattibrie meditó su respuesta un instante.

—La amistad siempre fue lo primordial entre nosotros —respondió por fin—. La amistad y el compañerismo nos sustentaron en el camino.

—Pero ahora te das cuentas de que no era sólo amistad por tu parte —razonó Wulfgar—. Lo comprendiste por primera vez cuando los orcos estuvieron a punto de acabar contigo.

Cattibrie siguió mirándolo fijamente.

—Dime, pues, ¿tienes intención de abandonar esta nómada existencia de aventuras? —preguntó Wulfgar.

—¡Tengo tan poca intención de hacerlo como la tenía el propio Bruenor! —replicó ella al punto.

Wulfgar sonrió ampliamente, pues las cosas estaban empezando a quedar claras. El bárbaro se dijo que acaso estuviera en disposición de ayudar a su amiga cuando ésta lo necesitara.

—¿Quieres tener hijos? —preguntó.

Cattibrie se lo quedó mirando con incredulidad.

—¿Qué clase de pregunta es ésa?

—La pregunta que te haría un amigo —respondió él, antes de formular otra vez la misma cuestión.

La severa mirada de Cattibrie se fue disipando poco a poco. Wulfgar comprendió que la mujer se estaba haciendo aquella pregunta a sí misma con honestidad, acaso por primera vez.

—No lo sé —respondió ella, por fin—. Siempre pensé que un día me gustaría tener hijos y que no me sería difícil tomar una decisión al respecto. Pero ahora no estoy tan segura, y a la vez me doy cuenta de que el tiempo empieza a correr en mi contra.

—¿Y quieres tener tus hijos con Drizzt?

Un destello de pánico relució en la mirada de Cattibrie. Wulfgar comprendió que la mujer se encontraba en una tremenda disyuntiva, en la clave de su relación con Drizzt. Drizzt Do’Urden era un drow, y no estaba claro que Catti-brie pudiera tener un hijo suyo así como así. La perspectiva de dar a luz un hijo mestizo de drow resultaba en verdad difícil. Las respuestas posibles eran dos: un sí de todo corazón y un no dictado por la lógica.

A Wulfgar se le escapó la risa.

—Te estás burlando de mí —acusó Catti-brie.

El bárbaro no dejó de advertir que, cuando se enfadaba, ¡la mujer tendía a hablar con acento de enano!

—No, no, nada de eso —aseguró él, levantando las manos a la defensiva—. Tan sólo estaba considerando la ironía de la situación. De hecho, me parece curioso que me prestes atención en estos momentos. ¡A mí, que he escogido por esposa a quien tiene el más extraño origen! ¡A mí, que tengo un hijo que ni es mío ni es de mi esposa!

Una sonrisa apareció en el rostro de Cattibrie.

—El nuestro también es un caso curioso: ¡dos humanos criados y educados por un padre enano! —recordó ella.

—¿Y qué me dices de la extravagante carrera del propio Drizzt Do’Urden?

Cattibrie se echó a reír con ganas.

—¡Al final resultará que Regis es el más normal de todos nosotros! —apuntó ella.

—¡Eso sería tremendo! —vociferó Wulfgar con énfasis dramático entre las crecientes risas de Catti-brie—. Es posible que sea precisamente nuestra naturaleza extravagante la que nos lleve a recorrer el mundo en busca de aventuras.

Cattibrie dejó de reír; su rostro adoptó una expresión de melancolía. Wulfgar se dijo que la conversación los había acabado llevando al punto de partida, al estado de Bruenor Battlehammer.

—Es posible —dijo ella, finalmente—. Hasta ahora, pues Bruenor ya no está con nosotros, y Drizzt está muy lejos.

—¡No! —insistió Wulfgar, dando un paso hacia ella—. ¡Ahora igual que siempre!

Cattibrie suspiró, y ya iba a responder cuando Wulfgar añadió:

—Yo no dejo de pensar en mi mujer y mi hija, que están en Mithril Hall. Cada vez que me marcho, entiendo que acaso nunca más volveré a ver a Delly y a Colson. Y sin embargo, sigo con mi camino, pues he nacido para la aventura, lo mismo que tú. Bruenor está a punto de dejarnos para siempre, cierto, y en cuanto a Drizzt…, ¿quién sabe por dónde andará el drow en este momento? ¿Quién sabe si a estas alturas no habrá muerto con el corazón atravesado por la azagaya de un orco? Es cierto que tú y yo seguimos confiando en que nada le ha pasado, en que pronto volveremos a verlo…

»Pero aunque ello no suceda, y aun en el supuesto de que Regis siga siendo regente de Mithril Hall por largo tiempo, o quizá consejero si Banak Buenaforja finalmente se convierte en el nuevo rey, yo no pienso renunciar a la aventura. He nacido para esta vida, para disfrutar de la caricia del viento en mi rostro, para dormir con las estrellas por techo. Tal es mi destino: batallar contra los orcos, los gigantes y todos quienes supongan un peligro para las buenas gentes de esta tierra. Y así pienso seguir, hasta que sea demasiado viejo para recorrer los senderos de las montañas, o hasta que la afilada hoja de un enemigo acabe conmigo para siempre.

«Delly lo sabe y lo acepta. Mi esposa entiende que pase muy poco tiempo a su lado en Mithril Hall». —El bárbaro soltó una risa sardónica y añadió—: «De hecho, no sé si puedo considerar a Delly mi esposa ni a Colson mi hija».

—Está claro que eres un buen padre y un buen marido.

Wulfgar asintió con la cabeza a modo de agradecimiento por tan amables palabras.

—En todo caso, no pienso dejar la aventura —indicó—. Entre otras cosas, porque a la misma Delly Curtie no le gustaría que lo hiciera. Tal es la razón por la que he aprendido a amarla. Por eso mismo confío en que sabrá educar como es debido a la pequeña Colson si un día llego a faltar, en que sabrá conseguir que Colson siga siendo fiel a su propia naturaleza.

—¿A su propia naturaleza?

—La libertad es el valor primordial —afirmó él—. Y siempre es más difícil liberarse de las propias ataduras que de las ataduras que nos han sido impuestas por los demás.

Cattibrie se quedó visiblemente impresionada.

—Lo mismo le dije a un amigo nuestro tiempo atrás… —observó.

—¿Drizzt?

La mujer asintió con la cabeza.

—En ese caso, atente a tus propias palabras —recomendó Wulfgar—. Tú lo amas, del mismo modo que amas esta vida de aventura. No hace falta nada más.

—Pero si un día quiero tener hijos…

—Entonces sabrás que ha llegado el momento de enderezar el rumbo de tu vida de la forma adecuada —afirmó el bárbaro—. También es posible que el destino intervenga de manera inesperada y tome la decisión por ti.

Cattibrie contuvo el aliento un instante.

—Por lo demás, no veo dónde está el problema —añadió él—. Si tuvieras un hijo con Drizzt Do’Urden, al pequeño le bastaría con la mitad de sus recursos y la décima parte de su corazón para convertirse en una de las figuras más legendarias del norte…

Cattibrie suspiró y se pasó la mano por los ojos humedecidos.

—Si Bruenor se las arregló para educar a dos humanos tan rebeldes como nosotros… —agregó Wulfgar con ironía.

Cattibrie rió y le dedicó una cálida sonrisa de agradecimiento.

—Hay que aceptar el amor y el placer como se presentan —afirmó él—. Hay que vivir el momento y no preocuparse demasiado por el futuro. Está claro que junto a Drizzt eres feliz. ¿Qué más quieres?

—Hablas como el propio Drizzt —comentó ella—. Lo mismo se repetía a sí mismo con frecuencia: que lo principal es disfrutar del momento y que lo demás apenas tiene importancia.

—Y sin embargo, seguías teniendo dudas —repuso el bárbaro con una sonrisa maliciosa—. Cuando él ya había resuelto su propio conflicto interno, la aprensión y los temores seguían paralizándote.

Cattibrie denegó con la cabeza, pero Wulfgar se dijo que en el fondo estaba de acuerdo con sus palabras.

—Tienes que seguir el camino que te señale el corazón —agregó él con calma—. Minuto a minuto, día a día. Déjate llevar por la vida; no permitas que unos miedos sin fundamento sean los que rijan tu existencia.

Una ancha sonrisa apareció en el rostro de Catti-brie. El bárbaro intuyó que, por primera vez en mucho tiempo, la mujer se encontraba en paz consigo misma. Wulfgar la había instado a centrarse en el presente y dejar atrás los temores del ayer. ¿Qué sentido tenía sacrificar las alegrías del presente —la aventura incesante, la camaradería de los amigos, el amor de Drizzt— en aras de un impreciso miedo a lo que el futuro pudiera deparar?

—¿Dónde aprendiste todas estas cosas? —inquirió ella.

—En el infierno y fuera de él —respondió Wulfgar—. En el infierno de Errtu, y en mi propio infierno también.

Cattibrie ladeó la cabeza y lo miró fijamente.

—¿Y ahora eres libre? —quiso saber—. ¿Eres libre de veras?

La sonrisa que apareció en el rostro del bárbaro —juvenil, despreocupada y sincera— hablaba de un espíritu efectivamente libre.

—De momento concentrémonos en matar a muchos orcos más —instó de repente.

La invitación resonó como música en los oídos de Cattibrie.