UN NUEVO CAUDILLO
—Un ritual impresionante —reconoció Kaer’lic Suun Wett a su pesar.
A su lado, Tos’un soltó una risita sarcástica. Algo más allá, Donnia y Ad’non estaban sentados en silencio, todavía boquiabiertos.
—No son más que orcos —apuntó el hijo repudiado por la Casa Barrison del’Armgo—. Todo ha sido pura ilusión, pura emoción…
Kaer’lic se lo quedó mirando con irritación. Por un momento, pareció como si fuera a soltarle un bofetón.
—Pues claro —repuso Donnia por fin, con otra risita desdeñosa—. El clima creado por los chamanes, la multitud… La intensidad del momento ha provocado que…
—¡Silencio! —exigió Kaer’lic, de forma tan intempestiva que Donnia y Ad’non por instinto llevaron las manos a las empuñaduras de sus armas—. No podemos subestimar a Obould. Un error así tendría consecuencias fatales. Ese chamán, Arganth, el de la tribu Snarrl…, se hallaba bajo una inspiración divina.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —inquirió Ad’non con calma.
—Hace mucho tiempo presencié un ritual similar en el que aparecieron varias yochlols —indicó Kaer’lic—. Entonces como ahora, se produjo una intervención divina. —Volviéndose hacia Tos’un, preguntó—: ¿Tantas veces te han engañado que eres incapaz de creer en lo que acabas de ver con tus propios ojos?
—Sigo pensando que se ha tratado de una ilusión generada por el clima del momento —respondió Tos’un, con cierta inseguridad en el tono.
—Al toro le rompió el cuello, eso está clarísimo —recordó Kaer’lic—. El animal murió, y de pronto estaba vivo otra vez. Una resurrección de esa clase escapa a los poderes de los chamanes orcos.
—En circunstancias normales —matizó Ad’non—. Quizá sea a Arganth a quien no tendríamos que subestimar.
Kaer’lic denegó con gesto enfático.
—Arganth es un brujo muy capaz; eso también está claro —replicó—. Se muestra frenético en su devoción a Gruumsh y se manejó con mucha astucia en todo lo concerniente a la muerte de Achtel. Pero si en verdad contara con poderes mágicos capaces de devolver a la vida a dos animales muertos, Arganth habría hecho uso de ellos para triunfar en su disputa con la escéptica Achtel, cosa que no hizo.
—¿Te parece que la muerte de Achtel fue una simple y afortunada coincidencia? —preguntó Donnia.
—Quien mató a Achtel fue Drizzt Do’Urden —respondió Kaer’lic—. No cabe duda al respecto. Drizzt fue identificado por numerosos testigos, que hasta describieron sus dos cimitarras. Se presentó en el campamento en mitad de la noche y sembró la muerte y la destrucción antes de desaparecer. Dudo mucho de que fuera un instrumento de Gruumsh. Pero Arganth así se lo explicó a esos orcos estúpidos, y la jugada, muy astuta, le salió bien.
—Y ahora sabemos que Drizzt se ha aliado con los elfos de la superficie —intervino Tos’un.
—¿Hasta qué punto? —preguntó Donnia, que a pesar de cuanto había oído sobre el combate en el río, no acababa de estar convencida.
—Eso ahora no es lo principal —le recordó la sacerdotisa—. ¡Lo que pueda ser de Drizzt Do’Urden no es asunto nuestro!
—Siempre dices lo mismo —subrayó Tos’un.
—A veces parecéis no entenderlo —se desesperó Kaer’lic—. Drizzt no es nuestro problema, como nosotros no somos el suyo, al menos mientras no sepa de nuestra presencia aquí. Drizzt más bien es un problema para Obould y para Gerti, y es mejor que sean ellos quienes se ocupen de él, y más ahora que Obould ha recibido la bendición de Gruumsh.
Los otros seguían mirándola con escepticismo.
—Hacéis mal en subestimarlo —insistió Kaer’lic—. Obould ahora es más fuerte, eso es obvio, y también ha ganado en rapidez. Tos’un, reconocerás que Obould ahora es un enemigo más formidable que nunca.
Tos’un asintió de mala gana.
—Pero Obould siempre ha sido un enemigo formidable —terció Ad’non—. Yo no me hubiera atrevido a enfrentarme a él ni siquiera antes de esta ceremonia, del mismo modo que ninguno de nosotros querría enfrentarse a Gerti Orelsdottr. Pero me pregunto si todos estos chamanes han convertido al rey orco en un ser más despierto e inteligente. Yo lo dudo mucho.
—Lo principal es que le han conferido mucha mayor seguridad en sí mismo, la seguridad que se deriva de saber que su dios lo acompaña en todo momento —alegó Kaer’lic—. Se trata de un detalle crucial. Obould ahora confía en sus propias fuerzas y no tiene dudas ni debilidades que podamos explotar. Se ha convertido en otro. A partir de hoy será mucho menos crédulo y desconfiará de nuestros argumentos cuando éstos no se ajusten a sus propias opiniones. Obould ahora será mucho, mucho más difícil de manejar.
Sus compañeros la miraban entonces con expresión sombría.
—Sin embargo, yo diría que ya lo hemos manejado lo suficiente —matizó Kaer’lic—. Ya no es necesario que sigamos manipulándolo, pues está decidido a llevar la guerra hasta las últimas consecuencias, justo lo que siempre nos interesó. Y ahora está más capacitado para ello.
—¿Sugieres que nos mantengamos al margen y nos contentemos con observar lo que sucede? —preguntó Tos’un.
Kaer’lic se encogió de hombros.
—¿Por qué no? A mí no me parece mal —respondió.
Donnia y Ad’non se miraron, no convencidos del todo.
—¿Y qué me dices de Gerti? —inquirió Ad’non—. Lo más probable es que la giganta se muestre más precavida que nunca después del ritual de esta noche. La nueva estatura de Obould aportará cohesión a las tribus orcas, pero seguramente pondrá a Gerti en guardia. Y es evidente que, por muy poderoso que Obould se haya vuelto, seguirá necesitando de los gigantes de Gerti para devolver a los enanos a sus agujeros y hacerse amo de la región.
—En tal caso, tenemos que conseguir que Gerti siga el camino trazado por Obould —indicó Tos’un.
Los otros tres se lo quedaron mirando con cierto disgusto, a todas luces decepcionados por su cortedad de miras. Tos’un aceptó sus miradas con la debida humildad, pues era el más joven de los cuatro y todavía le quedaba mucho por aprender.
—No se trata de que Gerti siga el camino de Obould —explicó Donnia—. Lo importante es que Gerti siga junto a Obould, y que éste continúe creyendo que la giganta es una igual, no alguien superior.
Los otros asintieron con la cabeza. La distinción era tan sutil como fundamental.
Ad’non y Donnia se pusieron en camino poco después de la puesta de sol. Ambos salieron de la oscura caverna que el pequeño grupo había escogido como residencia temporal, un poco al este de las ruinas de Shallows. Los dos elfos oscuros abrieron y cerraron los ojos repetidamente al salir al exterior, pues aunque la noche era sin luna, la relativa luminosidad de la superficie seguía siendo incómoda.
Donnia miró al este, más allá de las montañas y los precipicios, al Surbrin que seguía su curso hacia el sur mientras la luz de las estrellas se reflejaba en el espejo de sus aguas. Más allá se extendía la oscuridad del Bosque de la Luna, donde vivían la mayoría de los elfos. Que supieran los drows, tan sólo dos se habían entrometido en la campaña de Obould, pues el rey orco, a insistencia de los drows, se había abstenido de desplegar tropas sustanciales al otro lado del Surbrin.
—Es posible que vuelvan a salir de su hogar en el bosque —dijo Ad’non a Donnia, cuyos deseos intuía a la perfección.
El drow esbozó una sonrisa torcida y soltó una risa sardónica.
Ambos esperaban que los elfos salieran de su refugio. Obould sabría dar cuenta de ellos, siempre que su número no fuera excesivo, y sería estupendo disfrutar de la visión de los elfos muertos a los pies de los orcos. Mejor aún sería que algunos elfos fueran hechos prisioneros, y luego entregados a Donnia y los suyos para que se divirtieran un poco.
—Yo diría que Kaer’lic tiene un miedo exagerado a Drizzt —apuntó Ad’non.
—Tos’un está de acuerdo en que ese renegado es un enemigo de lo más peligroso.
—Tos’un también es de Menzoberranzan, así que tendría que saberlo —convino Ad’non—. Sin embargo…
—Kaer’lic últimamente se muestra muy temerosa —dijo Donnia—. Cuando estaba hablando de Obould, pensé que se iba a echar a temblar. ¡Por un simple orco!
—Quizá Kaer’lic lleva demasiado tiempo lejos de los nuestros. Tal vez no le fuera mal volver una temporada a la Antípoda Oscura, a Ched Nasad, o incluso a Menzoberranzan, con la ayuda de Tos’un.
—Una vez allí, no seríamos más que unos renegados marginales, hasta que una matriarca u otra se dignara brindarnos cobijo a cambio de ser una especie de esclavos para ella —repuso Donnia con amargura.
Ad’non se encogió de hombros sin responder, pues sabía que su compañero muy probablemente estaba en lo cierto.
—A Kaer’lic no le gustará saber de nuestra pequeña escapada —observó Donnia al cabo de un instante.
Ad’non de nuevo se encogió de hombros.
—Yo no acepto órdenes de Kaer’lic Suun Wett —contestó.
—¿Aunque tenga razón en lo que dice?
Ad’non consideró la cuestión un segundo.
—En todo caso, nuestro propósito inmediato no es el de dar con Drizzt Do’Urden.
Era cierto, en parte. Los dos elfos habían salido para investigar la naturaleza de los problemas que la retaguardia de Obould había experimentado en los últimos tiempos. Aunque sabían perfectamente que Drizzt Do’Urden tenía que ver con tales problemas, su intención primordial era otra.
Los gigantes de Gerti habían visto a un par de elfos de la superficie que montaban caballos alados… ¡Dos trofeos inmejorables!
Una hora más tarde, ambos drows se encontraron en el escenario del segundo combate, junto al torrente encajonado entre las montañas. Los cadáveres de los orcos seguían en el lugar, pues nadie se había molestado en enterrarlos. Siguiendo el rastro de la matanza, pronto dedujeron el curso seguido por Drizzt. Los cadáveres de varios orcos en círculo les indicaron en qué lugar habían intervenido los dos elfos de la superficie.
¡Fíjate! Tres espadas se bastaron para producir esta masacre, indicó Donnia en lenguaje gestual, pues no querían romper el silencio de la noche.
Drizzt mató a la mayoría antes de la llegada de los otros dos, respondió Ad’non.
Los dos siguieron investigando un rato, examinando las heridas de los muertos con intención de determinar los distintos estilos de lucha del enemigo. Más de una vez, Donnia hizo gestos reveladores de su admiración por aquellos espadachines tan diestros. Ad’non se mostraba de acuerdo. Cuando la mañana empezaba a despuntar, ambos recorrieron el perímetro de la batalla a fin de dar con algún rastro.
Para su sorpresa, pronto dieron con una pista. Las huellas de pisadas y las hierbas aplastadas les indicaron que por allí habían escapado por lo menos dos de los tres enemigos.
Los elfos de la superficie — indicó Ad’non—. Me parece extraño que no se molestaran en borrar sus huellas.
Porque conocían la incapacidad de los orcos —explicó Donnia—. Muy pocos orcos habrían reparado en este rastro que a nosotros nos resulta evidente.
Y que también le resultaría evidente a Drizzt Do’Urden, señaló Ad’non con los dedos.
Con una sonrisa malévola, Donnia se agachó y estudió las pisadas. Sí, su compañero estaba en lo cierto. El rastro era perfectamente visible para unos montaraces tan experimentados como los elfos oscuros, pero resultaba más que dudoso que los estúpidos orcos fueran capaces de reparar en él. Y sin embargo, los elfos siempre se mostraban cuidadosos en extremo, por lo que era muy raro que hubiesen sido tan torpes en esa ocasión. Cuanto más examinaba aquel rastro, más convencida estaba de que Ad’non tenía razón: la pista parecía haber sido dejada a propósito para que Drizzt diera con ella. Enemigos naturales de los orcos, de los goblins y de los gigantes, los elfos de la superficie consideraban a ese drow como a un amigo. Los orcos que habían presenciado la matanza habían asegurado que los elfos y el drow se habían separado después del combate. Quizá los elfos de la superficie querían estar seguros de que Drizzt Do’Urden pudiera dar con ellos en caso de necesidad.
¿Te parece que vayamos a buscar nuestro placer?, sugirió Ad’non con los dedos.
Donnia alzó las manos y, entusiasmada, se frotó los pulgares en señal de acuerdo.
¡Por supuesto!
La tensión era palpable en el ambiente cuando Kaer’lic y Tos’un entraron en la gran tienda de Obould. Con sólo mirar a Gerti —la giganta estaba sentada con las piernas cruzadas entre dos centinelas de expresión ceñuda—, los drows comprendieron que la entrevista no se estaba desarrollando del modo deseado.
—Nesme ha sido conquistada al sur —informó Gerti, después de que los dos recién llegados se sentaran frente a ella, al lado de Obould—. Los repelentes trolls de Proffit han conseguido más que nosotros en mucho menos tiempo.
—Porque sus enemigos eran de menor entidad —replicó Obould—. Esos trolls han estado luchando contra humanos en ciudades de la superficie, mientras nosotros tratamos de desalojar a los enanos de sus profundos túneles.
—¿Profundos túneles? —rugió Gerti—. ¡Todavía estamos muy lejos de Mithril Hall! El inútil de tu hijo y tú tan sólo habéis tenido que combatir contra un puñado de pueblos y una pequeña columna de enanos en campo abierto. Urlgen ni siquiera ha sido capaz de desalojar a los enanos de la montaña. Nuestra campaña está siendo un desastre. Y a todo esto, ese apestoso de Proffit no hace más que acumular conquistas.
¿Proffit?, inquirió Tos’un con un gesto.
El caudillo de los trolls, respondió Kaer’lic, que tal venía a suponer, pues en realidad no tenía mucha idea de lo que estaba aconteciendo en el sur.
Kaer’lic volvió a fijar la mirada en la giganta y el rey de los orcos, cuya expresión era en verdad alarmante.
—El hijo del rey Obould asegura haberse hecho con un trofeo espléndido: la cabeza del rey Bruenor Battlehammer —observó la drow, a fin de quitar un poco de hierro a la situación.
Kaer’lic apenas estaba empezando a hacerse cargo de la transformación sufrida por el señor de los orcos. Si se enfurecía, Obould era muy capaz de desafiar abiertamente a Gerti y hasta de lanzar a sus legiones contra los guerreros gigantescos.
—Pues yo no he visto la cabeza de Bruenor Battlehammer —replicó Gerti al punto.
—Hay muchos testigos de su muerte —insistió Kaer’lic—, cuando el torreón se desplomó.
—En ese caso, mis gigantes son tan responsables de su muerte como el que más.
—Muy cierto —convino Kaer’lic, cuando ya Obould estaba a punto de explotar—. En consecuencia, está claro que nuestras victorias hasta la fecha igualan a las de ese troll… ¿Proffit?
—Proffit —confirmó Obould—, un caudillo que se ha puesto al frente de los trolls y los seres del pantano. Su ejército ha avanzado desde los páramos arrasándolo todo a su paso.
—¿Te parece que tratará de atacar Mithril Hall desde el sur? —preguntó Kaer’lic.
Obould guardó silencio y consideró la cuestión un instante.
—Es más probable que trate de hacerlo a través de los túneles —intervino Tos’un.
Todas las miradas convergieron en él.
—Ya nos va bien que Proffit siga presionando a los enanos —añadió el drow—. Que él y sus huestes se enfrenten a ellos en los túneles, después de que los enanos hayan tenido que replegarse al interior de las murallas. Así estaremos en disposición de hacernos con las tierras de los enanos tranquilamente. Luego ya nos ocuparemos de acabar con ellos para siempre.
Kaer’lic siguió mostrándose impasible, si bien con un gesto de la mano expresó su gratitud a Tos’un por aquella brillante sugerencia.
—Es probable que la caída de Nesme y la presencia de los trolls lleve a intervenir a Luna Plateada —agregó Kaer’lic—, cosa que no nos conviene. Es mejor que Proffit y los suyos se enfrenten a los enanos en los túneles, tal y como sugiere el hijo de Barrison Del’Armgo. En tal caso, nuestros enemigos más detestados seguramente pensarán que Proffit y sus hediondos seguidores se han retirado a los páramos, allí donde ni siquiera las huestes de la Dama Alustriel se atreven a entrar.
Obould asintió ligeramente. Con todo, Kaer’lic no dejó de observar que los ojos azules de Gerti seguían clavados en el rostro del rey de los orcos. La drow se dijo que la rabia de la giganta no sólo se debía a la falta de progresos en el avance hacia Mithril Hall. Saltaba a la vista que Gerti estaba furiosa por la reciente transformación de Obould. ¿Se trataba de celos? ¿Era miedo?
«La tesitura es crucial», pensó Kaer’lic. Un enfrentamiento entre los gigantes y los orcos en ese momento crítico permitiría que los enanos se reagrupasen y reconquistaran el terreno perdido. No obstante y de modo paradójico, Kaer’lic se dijo que la lucha eventual entre los orcos y los gigantes sería todavía más divertida de contemplar que el definitivo aplastamiento de los enanos.
—Una sugerencia interesante —indicó Obould a Tos’un—. Ya volveremos a discutir la cuestión. Por cierto, he indicado a Proffit que tuerza al este cuando llegue al Surbrin y siga hacia el norte, hacia la puerta oriental de Mithril Hall, donde nos reuniremos con él para devolver a los enanos a sus agujeros.
—Es preciso que vayamos derechos al sur y acabemos con quienes se resisten al inútil de tu hijo —exigió Gerti—. Las fuerzas de Urlgen están siendo masacradas. No seré yo quien llore porque hagan pedazos a unos goblins y orcos, pero me temo que las pérdidas están siendo verdaderamente enormes.
Obould se la quedó mirando con profundo desdén. Kaer’lic se preparó para recurrir a un conjuro que les proporcionaría la ocasión de escapar a Tos’un y a ella si el rey orco de pronto se lanzaba contra Gerti.
Sin embargo, Obould se calmó finalmente un poco, por mucho que su mirada siguiera fija en la giganta.
—Mis fuerzas se han triplicado desde la caída de Shallows —recordó el señor de los orcos.
—Los enanos están haciendo estragos entre las filas de tu hijo —replicó Gerti.
—Puede ser, pero los mismos enanos están sufriendo muchas bajas en esos combates —observó Obould—, y empiezan a estar agotados, pues cuentan con muy escasas tropas de refresco. Mientras, al ejército de Urlgen todos los días se le están sumando nuevos contingentes. Si contara con más gigantes, las pérdidas de los enanos serían enormes.
—No pienso sacrificar a mis guerreros así como así.
Obould soltó una risita desdeñosa.
—Mi querida señora Orelsdottr, está claro que en esta campaña morirán gigantes —contestó.
Kaer’lic estudió a Obould con atención. Saltaba a la vista que la ceremonia le había aportado la suficiente seguridad en sí mismo como para dirigirse a Gerti de igual a igual.
—Tú decides —apuntó el rey orco—. Si no quieres sufrir pérdidas, retírate a la Columna del Mundo y quédate en el Brillalbo. Pero si quieres participar del botín, más vale que sigas con nosotros. Los Battlehammer acabarán siendo devueltos a su agujero, y la Columna del Mundo será nuestra. Una vez que hayamos consolidado nuestro dominio, acabaremos con los enanos en su mismo agujero. Y Mithril Hall pasará a llamarse la Ciudadela de Muchaflecha.
Esa declaración de intenciones sorprendió a todos los que no eran orcos. Desde que había hablado con Obould por primera vez, Kaer’lic estaba convencida de que el objetivo principal del rey de los orcos era la reconquista de la Ciudadela Felbarr. Sin embargo, parecía que entonces su propósito inmediato era la captura de Mithril Hall, un lugar bastante más próximo.
—¿Y cómo piensas que reaccionará el rey Emerus Warcrown? —preguntó Gerti con malicia en clara referencia a esa misma cuestión.
—Ahora no estamos en disposición de cruzar el Surbrin —respondió Obould sin la menor vacilación—. Quiero evitar que las principales potencias del norte se alíen contra nosotros. No es el momento. Está claro que la Ciudadela Felbarr enviará tropas y suministros al Clan Battlehammer, pero cuando Mithril Hall caiga por fin, después de la muerte de Bruenor, lo más probable es que los enanos del este acepten en sus túneles a los refugiados de Mithril Hall. El control de los túneles adyacentes, entonces, nos permitirá dominar toda la región que se extiende de las montañas al Surbrin, al sur de los Páramos Eternos.
Obould ahora se conforma con menos, indicó Tos’un a Kaer’lic por señas.
Simplemente se muestra mejor estratega — respondió Kaer’lic—. Ahora antepone el triunfo y la conquista de tierras a la simple venganza contra los enanos.
La propia Kaer’lic no dejaba de estar sorprendida. Aunque bastante astuto para ser un orco, Obould nunca le había parecido una lumbrera en cuestiones de estrategia. Desde que lo conocía, el monarca de los orcos se había referido de forma casi exclusiva a la reconquista de la Ciudadela Felbarr, lo que parecía por completo quimérico tras la solidificación de la alianza entre los tres bastiones de los enanos: Mithril Hall, la Ciudadela Adbar y la propia Ciudadela Felbarr. Al trabajar en la sombra en pro de la actual campaña militar de los orcos y los gigantes, los cuatro astutos elfos oscuros siempre habían contado con que Obould seguiría empeñado en reconquistar la Ciudadela Felbarr y que fracasaría ignominiosamente en su propósito. Seguros de que Obould jamás obtendría un triunfo duradero o decisivo, Kaer’lic y sus compañeros tenían previsto aprovecharse y sacar partido del caos resultante.
¿Era posible que el ritual organizado por el chamán Arganth efectivamente hubiese conferido mayor inteligencia al señor de los orcos? ¿La profanación de la imagen de Gruumsh cometida por los enanos había acrecentado en verdad las probabilidades de victoria de Obould y su ejército, cada vez más nutrido?
Kaer’lic se dijo que en el fondo seguían siendo orcos, por muy numerosos que fueran. El odio visible en la mirada de Gerti era clara muestra de que los planes de Obould podían irse a pique en cualquier momento.
—Cuando llegue el invierno sellaremos por completo nuestros dominios en la región —explicó Obould—. Tras obligar a los enanos a refugiarse en su agujero, bloquearemos toda la superficie que se extiende hasta las montañas. El invierno lo pasaremos combatiendo en los túneles de Mithril Hall.
—Los enanos serán enemigos muy peligrosos en sus corredores subterráneos —objetó Kaer’lic.
—Pero dudo de que puedan combatir durante mucho tiempo —respondió Obould—. El rey Bruenor ha muerto, no lo olvidemos. Y más tarde o más temprano tendrán que salir al exterior, o se quedarán sin comercio.
Kaer’lic se dijo que el razonamiento tenía sentido. En ese caso, los resultados podían ser espléndidos o nefastos. Quizá Obould no se equivocaba. Era aquél un envite en el que podía ganar muchísimo o perderlo todo.
Lo peor era la confirmación de que, a partir de entonces, Obould no se iba a dejar manipular con facilidad por los elfos oscuros.
Obould podía convertirse en un peligro.
Kaer’lic miró a Gerti y comprendió que la giganta venía a pensar lo mismo.