7

MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES DEL TIEMPO

—He oído hablar bastante de vuestra ciudadela —dijo Nanfoodle a Nikwillig.

Mientras inspeccionaba el exterior de la puerta occidental de Mithril Hall, Nanfoodle acababa de tropezarse con quien, como él mismo, era un recién llegado a la fortaleza del Clan Battlehammer erigida sobre un páramo rocoso del Valle del Guardián.

—Mi compadre Tred, en estos momentos, se encuentra allí —informó Nikwillig.

—¿Tienes miedo de lo que pueda ser de él? —inquirió el gnomo.

—¿De Tred? —apuntó el enano, echándose a reír—. Nada de eso, mi pequeño amigo. Por cierto, yo me llamo Nikwillig. ¿Y tú?

—Nanfoodle Buswilligan a tu servicio, mi buen enano —respondió el gnomo, haciendo una pequeña reverencia—. Como tú mismo, hace poco que he llegado a Mithril Hall.

—¿Eres de Luna Plateada?

—De Mirabar —corrigió Nanfoodle—. Soy el alquimista principal del Marchion Elastul —añadió.

—¿Un alquimista? —repitió Nikwillig, cuyo tono daba a entender que no confiaba demasiado en los miembros de tan particular gremio—. Y bien, ¿qué hace un alquimista como tú tan lejos de su ciudad?

La cuestión puso en guardia a Nanfoodle, quien se recordó que la verdadera naturaleza de su misión desaconsejaba mostrarse demasiado explícito. Aunque Torgar y los demás enanos provenientes de Mirabar conocían perfectamente cuál era su labor en la ciudad, no convenía dar demasiadas explicaciones a los desconocidos.

—Me parecería más lógico que el Marchion hubiera enviado a un asesor militar antes que a un alquimista —observó el enano.

—Claro, pero es que ignorábamos que Mithril Hall estaba en guerra. —Como subrayando sus palabras, de lo alto de la montaña llegó una salva de trompetazos seguida por los vítores de los enanos—. Yo he venido con la Sceptrana, siguiendo los pasos de los enanos que se marcharon de Mirabar.

—Eso he oído, sí —repuso Nikwillig.

El gnomo se giró hacia el alto precipicio.

—Tengo entendido que Torgar y sus muchachos se encuentran ahí arriba. Aunque ya no sean súbditos de Mirabar, esos enanos siguen siendo el orgullo de nuestra ciudad —afirmó Nanfoodle.

—Habéis venido con la intención de persuadirlos para que vuelvan, ¿me equivoco?

Nanfoodle denegó con la cabeza.

—Tan sólo queríamos cerciorarnos de que se encuentran bien —dijo el gnomo—, de que habían llegado sin problemas y habían sido bien recibidos. A todo esto, es conveniente que resolvamos las diferencias que hay entre Mirabar y Mithril Hall, unas diferencias que a ninguna de las dos ciudades convienen.

¡A Nanfoodle le hubiera encantado creerse sus propias palabras!

—Ya veo… —murmuró Nikwillig—. Si tal es el caso, no tenéis por qué preocuparos. No hay anfitriones más hospitalarios que el rey Bruenor y los suyos. A no ser, claro está, que uno visite la Ciudadela Felbarr y la corte del rey Emerus Warcrown.

—¿Las gentes de este lugar os han tratado bien?

—¿Cómo piensas que sufrió sus heridas el rey Bruenor? —apuntó Nikwillig—. Yo te lo diré: en combate con los orcos que nos habían atacado a mí y a Tred. Esos brutos repugnantes lo pagaron caro, aunque luego nos superaran claramente en número. Pero sí, no hay mejor amigo que Bruenor Battlehammer.

—¿Cómo piensas que reaccionará vuestro monarca ante el ataque sufrido por Mithril Hall? —inquirió Nanfoodle con curiosidad.

El gnomo era consciente del vínculo estrechísimo que unía a todos los enanos, razón que en su momento lo llevó a advertir al Marchion Elastul de los peligros que entrañaba el mostrarse desdeñoso con Torgar Battlehammer. A Nanfoodle le conmovía que ese enano proveniente de la Ciudadela Felbarr, rival comercial por antonomasia del propio Mithril Hall, se mostrara tan entusiástico al hablar de Bruenor y sus gentes.

Con la vista fija en lo alto del acantilado rocoso, el gnomo se dijo que Tred estaba batallando y jugándose la vida por un reino que no era el suyo; lo mismo que Torgar y Shingles McRuff, que sin duda se estaban batiendo con el mismo arrojo y empeño que pondrían en la defensa de Mirabar.

Nanfoodle se disponía a hacer otra pregunta cuando un enano vestido con una larga túnica hizo inesperada aparición.

—Y bien, ¿cómo se encuentra el rey Bruenor? —preguntó Nikwillig al recién llegado—. ¿Has estado con él?

El enano, todavía joven pero de aspecto cansado y desastrado, alzó los hombros y se metió en el cinto las largas barbas castañas.

—Hola otra vez, Nikwillig de la Ciudadela Felbarr —saludó.

—Te presento a mi nuevo amigo Nanfoodle —indicó Nikwillig.

—De Mirabar, sí —respondió el enano, estrechando con fuerza la manita del gnomo—. Cordio Carabollo, a tu servicio.

—Un sacerdote de Moradin… —reconoció el gnomo.

Cordio saludó sus palabras con una profunda reverencia.

—Y sí… —añadió—, justo acabo de ver al rey Bruenor. De hecho, he pasado toda la jornada junto a su lecho en compañía de otros sacerdotes. Hemos tratado de curarlo mediante nuestros poderes mágicos.

—¿Con éxito? —preguntó Nikwillig.

—Eso pensábamos —contestó el sacerdote con el gesto abatido—. Al principio, el rey Bruenor pronunció algunas palabras, y por un momento creímos que estaba recobrando el conocimiento, hasta que comprendimos que llamaba a su padre y al padre de su padre para advertirlos de la sombra.

—¿De la sombra? —preguntó Nanfoodle.

—De la sombra del dragón, quizá —incidió Cordio.

—El rey Bruenor tenía visiones del pasado —explicó Nikwillig—, de un pasado remoto, anteriores a la expulsión del Clan Battlehammer de Mithril Hall y su éxodo al Valle del Viento Helado.

—Allí donde yo mismo nací —informó Cordio—. No llegué a conocer Mithril Hall hasta que Bruenor volvió a conquistarlo. ¡Aquélla fue una lucha épica! Tuve ocasión de participar en todos y cada uno de los combates junto a Dagnabbit, el guerrero más joven del clan.

—Dagnabbit cayó muerto en la defensa de Shallows —explicó Nikwillig a Nanfoodle.

Con un gesto deferente, el gnomo ofreció sus condolencias a Cordio.

—Ese día maldito perdí a un amigo —admitió—. En todo caso, Dagnabbit murió matando orcos. Un enano no puede pedir más.

Cordio se dio media vuelta y contempló el panorama. Un sinfín de enanos se afanaban en transportar suministros. Mientras unos trepaban por las escalas de cuerda de la pared rocosa y llevaban provisiones a Banak Buenaforja y los defensores de la montaña, otros se dirigían al oeste, allí donde otra columna se aprestaba a fortificar las defensas del Valle del Guardián. Provenientes de la montaña, un tercer grupo de enanos hacía el camino inverso y transportaba a los heridos y muertos a la ciudad.

—Esta tierra está manchada de sangre desde hace siglos —comentó Cordio—. Aquí han muerto muchísimos enanos.

—Y más orcos aún —recordó Nanfoodle—. Y muchos más goblins todavía.

Una sonrisa malévola apareció en el rostro del exhausto sacerdote, a quien Nikwillig propinó una cálida palmada en el hombro.

—En ningún otro sitio han muerto tantos enanos de Mithril Hall como en este lugar en el que te encuentras —explicó Cordio a Nanfoodle.

—¿En la lucha contra los drows? —inquirió Nikwillig.

—No —respondió el sacerdote—, mucho antes de eso. Cuando el padre de mi padre de mi padre. Cuando Gandalug apenas era un chaval.

La revelación sorprendió a sus compañeros. Gandalug Battlehammer era legendario en Mirabar y en la Ciudadela Felbarr, en el norte entero. Gandalug fue el orgulloso y respetado monarca de Mithril Hall muchos siglos atrás, antes de ser víctima de los mágicos manejos de la matrona Baenre de Menzoberranzan. Cuando los drows se lanzaron al asalto de Mithril Hall una década atrás, Bruenor mató a la matrona y liberó a Gandalug de su cautiverio. Bruenor, entonces, regresó al Valle del Viento Helado, el que había sido su hogar durante siglos, y dejó que Gandalug volviera a asumir el trono del Mithril Hall.

—Gandalug solía hablarme de los viejos tiempos —agregó Cordio Carabollo, cuyos ojos grises parecieron sumirse en la contemplación de un tiempo y un espacio infinitos—. A veces salíamos a pasear por este mismo Valle del Guardián, que por entonces no era exactamente un valle… —Cordio se detuvo y, abriendo los brazos, abarcó el valle entero—. Este lugar era la entrada a Mithril Hall, ¡una entrada majestuosa! —Con una risa melancólica, el enano señaló uno de los obeliscos derruidos que había por todo el Valle el Guardián—: Cada uno de ellos estaba cubierto de elaboradas y magníficas inscripciones, unos grabados que se referían a las batallas del ayer, al mismo descubrimiento de Mithril Hall; unas inscripciones que el viento ha borrado para siempre…, del mismo modo que el viento ha borrado el rastro de los muertos para siempre. —Cordio se rió de nuevo y agregó—: Por eso mismo me propongo mantener vivo el recuerdo de enanos como Gandalug o Dagnabbit.

Sentado sin decir palabra, Nanfoodle tenía la vista fija en aquel extraño enano. A todo esto, el gnomo no dejaba de advertir la visible emoción que sus palabras producían en Nikwillig. Nanfoodle entendía cuán sólido era el vínculo existente entre los enanos, tan fuerte como sus característicos apretones de manos o como la hidromiel, que para ellos venía a ser una especie de agua bendita.

Cuando Nikwillig se interesó por las razones que habían producido semejante destrucción en un paraje tan enorme como el Valle del Guardián, Nanfoodle se fijó en la peculiar ausencia de ruinas o vestigios del pasado.

—¿El ataque de unos dragones? —preguntó Nikwillig.

—No —respondió Nanfoodle, anticipándose al propio Cordio.

Ambos enanos miraron al gnomo con interés.

—¿Es que conoces la historia? —inquirió Cordio.

—Aquí antes había túneles y minas —explicó Nanfoodle—. El aire caliente los debió sorprender.

Nanfoodle no tenía que explicar a los enanos, que se habían pasado años y años trabajando en las minas, el catastrófico potencial del aire caliente, las bolsas de gas natural que a veces aparecían en las galerías subterráneas. Los enanos solían hablar durante horas de los muchos peligros que acechaban en la Antípoda Oscura profunda, los goblins y las bestias, los drows y los dragones de las sombras. No obstante, pocos enanos se referían abiertamente al aire caliente, pues era éste un enemigo contra el que nada podían hacer sus martillos y sus hachas.

Nanfoodle apenas acertaba a imaginarse las dimensiones de la catástrofe que estaba en el origen del Valle del Guardián. La enorme bolsa de aire caliente debió ascender de forma fulminante, sin previo aviso. El gnomo pensó en lo que debió de suceder en los últimos instantes, cuando los enanos acaso detectaron la presencia del invisible asesino. La explosión tuvo que ser formidable: una gigantesca bola anaranjada que hizo trizas las rocas. Los parajes que circundaban el Valle del Guardián estaban sembrados de peñascos, y Nanfoodle ya no se engañaba sobre su procedencia.

—Ahora ya no hay minas bajo el Valle del Guardián —explicó Cordio Carabollo—. Las cerramos hace siglos. ¡Para siempre!

Nanfoodle asintió en silencio. Antes de salir al valle había estado paseando por la gran Ciudad Subterránea de Mithril Hall, abundante en forjas y fraguas, y plagada de entradas para los carros que traían el mineral de las minas en activo. Nanfoodle había tenido ocasión de ver varios mapas, nuevos y viejos, y tenía la impresión de que la puerta occidental de Mithril Hall señalaba el límite occidental, no ya de la ciudad, sino también de los túneles del subsuelo.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por los renovados gritos y sonidos de batalla que llegaban de lo alto de la montaña situada al norte. Cordio Carabollo contempló la cima durante largo rato y emitió un suspiro.

—Tengo que marcharme a descansar un poco —dijo—. Me temo que la ciudad entera muy pronto va a necesitar de todos mis poderes.

—Malditos orcos —murmuró Nikwillig.

Nanfoodle contempló al enano de Felbarr durante unos segundos más antes de volver al interior de Mithril Hall. Una vez allí, se dirigió a la Infraciudad, pues tenía intención de revisar los mapas a la luz de lo explicado por Cordio.

Ese mismo día, algo después, Regis se sorprendió al advertir que Torgar Hammerstriker estaba esperando ser recibido en audiencia.

—Buenas noticias, mi querido regente —saludó el enano de Mirabar, haciendo una reverencia.

—¿La batalla se nos presenta favorable?

Torgar se encogió de hombros.

—Los orcos nos están planteando demasiados problemas —respondió—. Yo diría que su propósito más bien estriba en derribar nuestras defensas y evitar que volvamos a erigirlas.

—Estarán a la espera de que lleguen refuerzos —sugirió el halfling.

Torgar asintió con la cabeza.

—Nuestros muchachos han visto un grupo de gigantes que se dirige hacia aquí.

—En ese caso, me sorprende verte tan lejos del campo de batalla.

—Es cuestión de un momento —respondió Torgar—. Quería hablar contigo en privado e informarte de mis planes. Me propongo trasladar a los enanos de Mirabar al flanco derecho de Banak tan pronto como caiga la noche, para proteger los túneles que atraviesan los riscos.

—Así terminaremos de amparar nuestra retaguardia, el extremo occidental del Valle del Guardián —indicó Regis—. En Mithril Hall tan sólo quedan los trabajadores que deben seguir operando en las minas. Todos los demás enanos han sido desplegados por los distintos frentes. En todo caso, yo no trasladaría muchas fuerzas más. Nos han llegado informes de que hay problemas en Nesme, al suroeste, y recordemos que de Nesme salen diversos túneles que conectan con nuestras propias minas.

—Lo primero es proteger Mithril Hall —convino Torgar—. Los soldados que se encuentran en el exterior siempre estarán a tiempo de replegarse tras los muros, si tal medida es precisa.

Regis sonrió con calidez, satisfecho de comprobar que sus decisiones eran recibidas con aprobación. La responsabilidad de la regencia era enorme, por mucho que el halfling entendiera que los verdaderos líderes de Mithril Hall, los curtidos enanos del Clan Battlehammer, en ausencia de Bruenor, jamás acatarían una orden con la que no estuviesen de acuerdo.

—También he venido a hablar de la protección de Mithril Hall —agregó Torgar—. Según tengo entendido, han llegado nuevos visitantes de Mirabar…

—La propia Sceptrana y un gnomo de esa ciudad, sí —confirmó Regis.

—Los conozco y no son mala gente —indicó Torgar—, pero no conviene olvidar que Mirabar está pasando por una situación desesperada desde que tantos enanos nos marchamos de la ciudad. Nanfoodle es un gnomo muy astuto, y Shoudra cuenta con abundantes recursos mágicos.

—¿Te parece que han venido con algún propósito oculto?

—No lo sé —admitió Torgar—, pero cuando Catti-brie me explicó que estaban en la ciudad, lo primero que me dije fue que sería conveniente vigilarlos con discreción.

—Con discreción —repitió Regis.

Torgar asintió con la cabeza.

—Se hará como tú creas conveniente, regente Regis —apuntó. Al halfling le resultó extraño verse llamado por su título—. Pensé que lo mejor era presentarme ante ti y ofrecerte mi punto de vista.

—Punto de vista que es apreciado, mi querido Torgar —respondió Regis al punto—. Más de lo que imaginas. Tú y tus compañeros de Mirabar habéis demostrado ser unos magníficos amigos de Mithril Hall, y estoy seguro de que a Bruenor le agradará saberlo cuando se recupere. Como sabes, nuestro monarca gusta de saludar personalmente a los nuevos miembros de su clan.

Regis supo que sus palabras habían dado en el blanco cuando una ancha sonrisa apareció en el piloso rostro de Torgar.

Una vez que el enano se hubo marchado, Regis se preguntó sobre lo que convenía hacer en relación con Shoudra y Nanfoodle, dos personajes que le habían causado buena impresión en su primer encuentro. Con todo, el regente de Mithril Hall no podía ignorar la posibilidad de que sus intenciones fueran aviesas, lo que podía comportar consecuencias desastrosas para el Clan Battlehammer.

—Espero que entiendas que no has venido aquí a solas —indicó Shoudra Stargleam a Nanfoodle, después de encontrar al gnomo en la Ciudad Subterránea.

Los martillos repicaban incesantemente a su alrededor, y el aire cálido estaba cargado de humo, pues los hornos y las fraguas operaban a pleno rendimiento. A un lado, las enormes piedras de amolar giraban de forma constante, aguzando al máximo los filos de las armas que muy pronto serían entregadas a quienes estaban defendiendo la ciudad de los orcos.

—Tampoco es que me molesten demasiado —respondió el gnomo, en referencia a los dos enanos que lo habían estado siguiendo discretamente por los túneles. Nanfoodle se secó el sudor del rostro y se limpió la roja túnica sucia de hollín—. Es lo normal, ¿no te parece?

—Claro que sí —convino ella—. Personalmente, no puedo quejarme del recibimiento que nos han dispensado en esta ciudad. El regente Regis es un excelente anfitrión. Pero si lo que queremos es cumplir con nuestros objetivos, me temo que tendremos que recurrir a la distracción de la magia, cosa que nos resultará fácil.

Una expresión de disgusto apareció en el rostro de su compañero. La Sceptrana se lo quedó mirando con interés. Sin decir palabra, el gnomo se encogió de hombros y echó a caminar.

—¿Para qué has venido hasta aquí? —inquirió Shoudra, poniéndose a su altura—. ¿No sería mejor operar en las salas situadas a mayor profundidad, allí donde se almacena el mineral?

Visiblemente disgustado, Nanfoodle apretó el paso sin responder.

—¿O acaso has olvidado por qué razón hemos venido a Mithril Hall? —preguntó ella sin más dilación.

—Yo no he olvidado nada —replicó Nanfoodle.

—¿Es que te estás rajando?

—¿Te has fijado en cómo Mithril Hall ha recibido a Torgar y los demás?

—Regis necesita todos los combatientes que pueda recabar —respondió Shoudra—. La llegada de Torgar le ha venido que ni pintada.

Nanfoodle se detuvo y la miró con dureza.

La Sceptrana sonrió con escasa convicción. Shoudra sabía que el gnomo estaba en lo cierto, precisamente porque Torgar y los demás enanos llegados de Mirabar en esos difíciles momentos se estaban batiendo en defensa de la causa. El hecho de que el clan de Bruenor los hubiera integrado en sus filas sin mayores preguntas hablaba de la absoluta confianza que les dispensaban.

—Tengo entendido que has trabado amistad con otro recién llegado a Mithril Hall… —observó ella.

—Nikwillig, de la Ciudadela Felbarr, una población que tiene tantos contenciosos con Mithril Hall como la propia Mirabar —explicó el gnomo—. ¿Has oído su historia?

—Ahora me dirás que Bruenor cayó herido luchando en su defensa —apuntó Shoudra, que estaba en lo cierto sin saberlo.

Llegaron ante una gran mesa de madera y piedra, en uno de cuyos lados había una larga hilera de casillas, con un pergamino en el interior de cada una de ellas. Nanfoodle se agachó y leyó las distintas inscripciones. Finalmente, sacó un mapa de una casilla y lo abrió sobre la mesa. Tras estudiarlo un momento, el gnomo suspiró con frustración y se agachó para echar mano a un segundo mapa.

—¡Estos enanos son unos maestros a la hora de afilar una hacha, pero no saben lo que es confeccionar un mapa inteligible! —se quejó.

Shoudra le puso la mano en el hombro.

—Supongo que sabes que nos están observando —le advirtió.

—Pues claro.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

Nanfoodle abrió el segundo mapa con tranquilidad.

—Estoy tratando de descubrir el mejor modo de ayudar al Clan Battlehammer —respondió con calma.

Shoudra soltó un palmetazo sobre el mapa.

—Bruenor luchó en defensa de los enanos de Felbarr —afirmó el gnomo—. ¡El propio rey Bruenor! No tuvo ningún empacho en salir en defensa de sus rivales. ¿Te parece que el Marchion Elastul sería capaz de una cosa así?

—Eso no tenemos que juzgarlo nosotros.

—¿Ah, no?

Shoudra tuvo dificultad en sostenerle la mirada a su diminuto compañero. Lo cierto era que a ella misma le resultaba difícil justificar su misión. Armados con cierta poción alquímica elaborada por Nanfoodle, habían venido con la intención de estropear buena parte de las reservas de mineral de Mithril Hall, a fin de que los productos resultantes fuesen de mala calidad, lo que acaso contribuiría a arruinar la reputación del material del Battlehammer entre los comerciantes del norte. Si todo salía como estaba previsto, Mirabar acabaría venciendo en la guerra comercial entablada con Mithril Hall.

—¿Cómo podemos ser tan ruines, Shoudra? —preguntó Nanfoodle—. Es cierto que el Marchion me paga bien, pero ¿cómo puedo ignorar lo que estoy viendo en esta ciudad? Estos enanos son tan ecuánimes como valientes. Así lo demuestra el hecho de que recibieran con los brazos abiertos tanto a Torgar como a los dos recién llegados de Felbarr.

—Los enanos tratan así a todos los que son enanos como ellos —contestó Shoudra con escepticismo.

—Y también a los gnomos y a las Sceptranas —replicó Nanfoodle a su vez—. Basta comparar el recibimiento que nos han deparado en esta ciudad con el que Elastul dedicó al rey Bruenor.

—Empiezas a hablar como el mismo Torgar Hammerstriker —comentó la alta y hermosa mujer.

—Que yo sepa, tú no veías las cosas de modo muy distinto al del mismo Torgar.

—No en lo tocante al recibimiento deparado al rey Bruenor —reconoció ella—. Pero sigo sin estar de acuerdo con su marcha de Mirabar. Lo siento mucho, Nanfoodle. Por supuesto que estoy satisfecha de la hospitalidad que nos han brindado y no tengo nada contra Bruenor y su clan, pero antes que nada sigo siendo la Sceptrana de Mirabar, y es a Mirabar a la que debo lealtad.

—No me pidas que estropee el mineral de estas gentes —suplicó el gnomo—; no, en un momento como éste… Te lo pido por favor.

Shoudra lo miró en silencio durante un largo rato antes de apartar su mano del mapa.

—No te lo voy a pedir, claro que no —dijo finalmente. Nanfoodle emitió un audible suspiro de alivio—. Más que dificultar sus operaciones comerciales, el sabotaje seguramente les costaría la vida a muchos de quienes están combatiendo contra esos orcos repulsivos. Me parece que Elastul estaría de acuerdo con la suspensión de nuestra misión… por el momento.

Nanfoodle asintió con una sonrisa. Con todo, su expresión venía a decir que creía tan poco como la misma Shoudra en las palabras que ésta acababa de decir. Por mucho que le pesara, Shoudra era consciente de que el Marchion Elastul más bien se alegraría de saber que la acción de sabotaje contra Mithril Hall había redundado en una catástrofe todavía mayor para el Clan Battlehammer.

—Y bien, ¿qué es lo que andas buscando? ¿Y qué es lo que te propones hacer? —preguntó al gnomo.

Una mirada al mapa que Nanfoodle había desplegado le indicó que se refería a las lindes occidentales de Mithril Hall, a la puerta del Valle del Guardián y a los túneles del subsuelo.

—Todavía no lo sé —reconoció Nanfoodle—, pero quiero utilizar mis conocimientos para contribuir a la victoria de la causa.

—¿Es que quieres acabar siendo contratado por el rey Bruenor? —preguntó Shoudra con una sonrisa traviesa.

Nanfoodle iba ya a protestar cuando reparó en la expresión pintada en el rostro de su compañera.

—Tan sólo llevo un par de días en esta ciudad, pero aquí me siento más a gusto de lo que nunca me he sentido en Mirabar —admitió.

Shoudra prefirió no discutir la cuestión. Aunque no encontraba tan maravillosa aquella ciudad en gran parte subterránea, entendía el punto de vista de su interlocutor.

—Harías bien en estudiar la cuestión conmigo —sugirió Nanfoodle, volviendo a fijar la mirada en el mapa—. Tu dominio de la magia puede resultarle muy útil al Clan Battlehammer en este momento tan difícil.

Shoudra, de nuevo, prefirió no discutir la cuestión.

Aquella noche Cattibrie regresó a Mithril Hall exhausta y con varias heridas más en el cuerpo. Al advertir que los sacerdotes estaban dirigiéndose a toda prisa a la habitación de su padre, la mujer dejó la capa, el arco y la espada en el vestíbulo del edificio y corrió al dormitorio, donde encontró a Pikel Rebolludo y a un puñado de sacerdotes sumidos en un coro de cánticos y letanías, con las manos dispuestas con delicadeza sobre el pecho de Bruenor, a quien trataban de transmitir un poco de su magia curativa.

Al cabo de un rato, Bruenor se movió unos centímetros e incluso tosió levemente, si bien al momento volvió a sumirse en la inconsciencia y la inmovilidad más absolutas.

Cordio Carabollo y Stumpet Lagarra, los dos sacerdotes de mayor rango, examinaron a Bruenor durante unos segundos e intercambiaron una mirada significativa. De nuevo se las habían arreglado para evitar el desastre; de nuevo habían arrancado al monarca de los enanos de las mismas garras de la muerte.

Cattibrie observó con atención a los sacerdotes. Todos seguían con la vista fija en el malherido monarca, y aunque parecían haber obrado un nuevo milagro, ninguno de ellos se mostraba abiertamente optimista, ni siquiera el siempre animoso Pikel.

Poco a poco, empezaron a marcharse de la habitación. Al pasar junto a Cattibrie, fueron varios los que le dieron una palmadita en el hombro.

—Todos los días lo mismo… —observó Cordio Carabollo al encontrarse a solas con ella en el cuarto.

Cattibrie se acercó al lecho y se arrodilló junto a su padre. La mujer tomó su mano y la acercó a su propio pecho. El contacto era frío, como si su energía característica se hubiera disipado casi por entero. Catti-brie miró a su alrededor, a las numerosas velas y los confortables muebles, y se dijo que esa habitación era muy distinta al húmedo y lóbrego túnel situado bajo las ruinas del torreón de Withegroo en Shallows. Con todo, Catti-brie no encontraba que la diferencia esencial fuera tanta: lo principal seguía siendo el estado de la figura que yacía completamente inmóvil en el centro de la estancia.

En aquel momento, Cattibrie se acordó de cuando otro amigo se asomó al mismo borde de la muerte: Drizzt Do’Urden, a quien encontraron al oeste, junto a la Costa de la Espada, agonizante en una sala con una profunda herida en el costado. A pocos pasos de él, asimismo malherida, se encontraba la desdichada Le’lorinel, Ellifain. Drizzt le pidió que echara mano a su mágica poción y salvara antes a la infortunada elfa.

Bruenor tomó la decisión de atenderlo a él primero, y el drow acabó por salvar la vida. No se trató de una decisión fácil para nadie, si bien el resultado final seguramente fue el mejor para todos.

¿Cuál era la situación en esos momentos? ¿No se estarían dejando llevar por un espejismo? ¿No estarían poniendo un empeño excesivo en solventar lo que ya no tenía remedio?

La dedicación absoluta de los sacerdotes seguía manteniendo a Bruenor con vida, en el caso de que a su estado se le pudiera llamar vida. Por lo menos una vez todos los días tenían que hacer ímprobos esfuerzos para evitar un desenlace fatal y devolverlo al mismo estado comatoso de total inconsciencia.

—¿Preferirías que te dejáramos en paz para siempre? —preguntó a Bruenor en un susurro.

—¿Qué le estás diciendo? —inquirió Cordio, acercándose a su lado.

Cattibrie fijó la mirada en el enano y estudió su expresión de desconsuelo.

—Nada de importancia, Cordio —respondió con una sonrisa—. Simplemente estaba llamando a mi padre. —Sus ojos volvieron a posarse en el enfermo—. Por desgracia, no puede oírme…

—Bruenor sabe que estás aquí —musitó el enano, quien puso sus manos sobre los hombros de la mujer.

—¿De veras? A mí no me lo parece —respondió Catti-brie—. Quizá sea ése el problema —añadió. Volviéndose hacia Bruenor, preguntó—: ¿Es que has perdido toda la esperanza? ¿Es que me crees muerta? ¿Piensas que Wulfgar, Regis y Drizzt también han muerto? ¿Sigues bajo la impresión de que los orcos nos mataron a todos en Shallows?

Su mirada siguió fija en Bruenor durante unos segundos antes de posarse otra vez en Cordio, cuya expresión era elocuente.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó una voz desde la puerta.

Regis justo acababa de entrar, secundado por Wulfgar.

Cordio les explicó que Bruenor estaba bien. Antes de marcharse, besó a Cattibrie en la mejilla.

—Sigue hablando con él… —la animó con un susurro.

Cattibrie apretó la mano de Bruenor con fuerza y concentró todas sus energías en el contacto. Ansiaba descubrir un leve estremecimiento, una muestra de que el enano percibía su presencia.

Nada. Su mano seguía tan fría como inmóvil.

Cattibrie respiró con determinación y volvió a apretar con fuerza. Finalmente, renunció y se levantó para hablar con sus amigos.

—Me temo que pronto tendremos que tomar una decisión —repuso con firmeza.

Wulfgar la miró con curiosidad. Más familiarizado con la situación, Regis se contentó con emitir un suspiro.

—Los sacerdotes se muestran cada vez más pesimistas —observó.

—Y su presencia es necesaria en muchos otros sitios —admitió ella, por mucho que le doliera reconocerlo. Sus ojos volvieron a mirar a Bruenor, cuyo aliento era apenas perceptible—. Hay muchos otros heridos que precisan de atención inmediata.

—¿Te parece que estarán dispuestos a abandonar a su rey? —preguntó Wulfgar, con una sombra de rabia en la voz—. Bruenor viene a ser lo mismo que Mithril Hall. Fue Bruenor quien trajo a los suyos aquí y les devolvió el orgullo perdido. Sus súbditos se lo deben absolutamente todo.

—Pero ¿te parece que Bruenor aprobaría una situación como ésta? —preguntó Regis antes de que Catti-brie pudiera intervenir—. Dudo de que le gustase saber que tantos de sus guerreros están sufriendo y muriéndose por falta de cuidados mientras todos los sacerdotes de la ciudad le prodigan unas atenciones que de momento no han servido de mucho.

—¿Cómo puedes decir algo así? —protestó Wulfgar—. Después de todo lo que Bruenor ha hecho…

—Todos lo queremos tanto como tú —cortó Catti-brie, quien se acercó al bárbaro, lo miró fijamente y se abrazó a él con fuerza—. A Panza Redonda y a mí nos duele tanto como a ti.

Cattibrie se abrazó a él con más fuerza todavía, sin que Wulfgar se opusiera.

—Nadie está en disposición de asumir su lugar —apuntó Regis—. En mi condición de regente, yo me limito a expresar los puntos de vista de Bruenor. Sin él, no estaré en disposición de seguir dando órdenes…, y menos aún, a los enanos del Clan Battlehammer.

—Lo mismo que yo, que Wulfgar y que Drizzt —convino Catti-brie, quien finalmente se apartó del atónito bárbaro—. El próximo rey de Mithril Hall tiene que ser un enano, pero, como familiares directos de Bruenor, nosotros tres tendremos mucho que decir sobre la identidad del sucesor. Es una responsabilidad que le debemos a Bruenor.

—Dagnabbit habría sido el sucesor idóneo —opinó Regis.

—¿Su padre, entonces? —aventuró Catti-brie, quien a duras penas podía creerse los sombríos derroteros que estaba tomando la conversación.

Regis denegó con la cabeza.

—No. Dagna no aceptaría —contestó—. Ya se negó a convertirse en regente. Está claro que tendremos que hablar con él, pero me parece obvio que nos dirá que no.

—¿Quién, entonces? —preguntó Wulfgar.

—Cordio Carabollo se ha mostrado como un espléndido caudillo —indicó Regis—. Cordio ha dispuesto la defensa de los túneles de forma ejemplar, del mismo modo que ha organizado bien los turnos de los sacerdotes para que pudieran atender a Bruenor y a los demás heridos al mismo tiempo.

—Pero Cordio no es miembro del Clan Battlehammer —le recordó Catti-brie—. Además, Mithril Hall jamás ha sido dirigida por un sacerdote.

Tras considerar el argumento unos segundos, ambos se mostraron de acuerdo.

—Sólo queda Banak —dijo Regis—, si es que sale vivo de la guerra contra los orcos, claro está.

—Y si… —aventuró Catti-brie, aunque las palabras se le atragantaron en la garganta. Sus ojos volvieron a posarse en Bruenor.

Propondrían a Banak como sucesor al trono de Mithril Hall; por supuesto, después de que su padre, el viejo enano tan querido, que antaño la había adoptado siendo huérfana y la había educado en la dignidad y la esperanza, abandonara su envoltura de carne y de sangre.