5

UN MUNDO MÁS ANCHO Y EXTENSO

Shoudra Stargleam se dirigió hacia la fogata del campamento. La mujer, Sceptrana de la ciudad de Mirabar y hechicera consumada, había salido en busca de unos hongos y raíces que necesitaba para cierto encantamiento. En la fértil comarca que se extendía al sur del Paso Rocoso los había encontrado en abundancia, hasta el punto de que en ese momento volvía a su lugar de acampada con los brazos ocupados en sostener el refajo de su falda, lleno hasta los topes.

Shoudra iba a llamar a su compañero de expedición para que le trajera un saco cuando de pronto se quedó atónita al verlo. Una risa escapó de sus labios, pues el pequeño gnomo ofrecía un aspecto en verdad ridículo, acurrucado como estaba frente al fuego, frotándose las manos de frío y envuelto en su capa con caperuza, una caperuza que no terminaba de esconder la nariz larga y retorcida que era el rasgo físico más característico de Nanfoodle.

—Como te acerques más al fuego, acabarás por quemarte los pelos de la nariz —observó la mujer al acercarse a la fogata.

—Esta noche hace un frío que pela —respondió el gnomo.

—Más de lo habitual, sí —convino ella, ya que todavía era verano, por mucho que el otoño estuviera al caer.

—No sé cómo se te ha ocurrido salir de excursión —murmuró Nanfoodle.

Shoudra de nuevo se echó a reír mientras se sentaba frente al gnomo. La Sceptrana hizo ademán de recoger los hongos y raíces que llevaba en la falda, si bien se detuvo al advertir que Nanfoodle tenía la vista fija en su pierna bien torneada. La situación resultaba grotesca, pues Shoudra era una mujer escultural, de forma que su pierna superaba en altura al diminuto Nanfoodle. Con todo, la Sceptrana no trató de taparse, sino que incluso giró la pierna un poco para que el gnomo pudiera contemplarla mejor.

A Nanfoodle se le caía la baba, y cuando por fin alzó la mirada, se tropezó con una expresión de ironía en las hermosas facciones de la mujer. Nanfoodle enrojeció de golpe y carraspeó varias veces, visiblemente nervioso. A todo esto, Shoudra se desenrolló la falda y dejó que los hongos y las raíces cayeran al suelo en forma de montón.

—¿De veras te encuentras tan incómodo lejos de la ciudad? —preguntó mientras separaba los distintos productos por tipo y tamaño—. ¿No te parece más bien tonificante?

—¿Tonificante? —repitió el gnomo con incredulidad, y cruzando los brazos sobre el pecho, se acercó un poco al fuego.

—¿Es que no tienes sentido de la aventura, mi buen Nanfoodle? —inquirió ella—. ¿Tanto te has acomodado a tus probetas y soluciones que has olvidado el placer que supone asar a un goblin con una bola de fuego?

Nanfoodle se la quedó mirando con expresión de curiosidad.

—El Nanfoodle a quien yo conocí años atrás en la Puerta de Baldur era experto en conjuros… —recordó Shoudra.

—¡Unos conjuros bastante más sofisticados que una burda bola de fuego! —protestó el gnomo con un gesto desdeñoso—. ¡Bolas de fuego! ¡Bah! ¡Sólo falta que ahora te jactes de tu poder de convocar un relámpago! No, Shoudra, no; yo prefiero la magia de la mente al chisporroteo artificioso de las fuerzas elementales.

—Por supuesto —repuso ella—, naturalmente. Está claro que existe un vínculo entre la alquimia y la magia del ilusionismo.

Nanfoodle abrió unos ojos como platos. El gnomo había sido contratado por el Marchion Elastul de Mirabar, el señor a quien la propia Shoudra debía obediencia, a fin de que aplicara sus conocimientos de la alquimia para mejorar la calidad del mineral de la ciudad, claramente inferior al extraído por Mithril Hall. Nanfoodle había tenido que aguantar incontables sarcasmos de Shoudra, pues la alquimia era una ciencia imprecisa y basada en el ensayo y el error. Por desgracia para el gnomo, su labor en Mirabar había estado caracterizada por el error casi permanente, y Shoudra insistía en recordárselo a cada paso.

—¿Qué es lo que estás sugiriendo? —inquirió Nanfoodle sin levantar la voz.

Shoudra se echó a reír otra vez y siguió separando los hongos.

—Tú no crees en la alquimia, ¿verdad? —insistió él.

—¿Alguna vez lo he ocultado?

—Y sin embargo, fuiste tú quien sugirió mi nombre al Marchion Elastul —observó Nanfoodle—. Tenía entendido que fuiste tú quien le habló de mi reputación como alquimista…

—Yo no creo en la alquimia —respondió ella—, pero nunca dije que no creyera en Nanfoodle Buswilligan.

Nanfoodle guardó silencio y siguió mirándola con curiosidad.

—Ya que el Marchion Elastul estaba tan decidido a dejarse los dineros en cuentos de alquimia, mejor era que se los dejara en Nanfoodle… —agregó la Sceptrana con una sonrisa traviesa.

El alquimista asintió con la cabeza, aunque su expresión de perplejidad daba a entender que no sabía si darle las gracias o ponerla verde, lo que a Shoudra le parecía bien.

—Por mucho que nos comamos las provisiones, nuestra carga es cada vez mayor —musitó Nanfoodle con el gesto enfurruñado y la vista fija en la colección de Shoudra.

—¿Nuestra carga? —apuntó ella con sarcasmo—. Mi pequeño Nanfoodle no puede cargar ni con una simple seta.

Dicho esto, la Sceptrana le tiró jugueteando un champiñón blanco. El gnomo levantó el brazo para desviar la trayectoria, pero sólo consiguió que rebotara y fuera a pegar en su narizota. Shoudra, de nuevo, se echó a reír.

Mascullando imprecaciones, el gnomo recogió el champiñón y, a su vez, se lo tiró a Shoudra. Ésta levantó las manos para protegerse, pero de pronto se encontró con que eran media docena los champiñones que volaban hacia ella.

—¡Bien hecho! —aprobó con una carcajada mientras el champiñón de verdad golpeaba en su frente y los cinco restantes, imaginarios, atravesaban su cuerpo limpiamente.

—¡Es mejor no provocar las iras de Nanfoodle! —se jactó el gnomo, sacando pecho bajo su capa demasiado ceñida.

—Podríamos preparar una ensalada con la cena —propuso ella, mostrando distintas setas y raíces—. Si comes lo bastante, nuestra carga entonces será menor. Y yo diría que a ti nunca te ha faltado el apetito…

Nanfoodle iba a replicar cuando el sonido de unos cascos de caballo lo dejó con la palabra en la boca. Shoudra y él volvieron el rostro hacia el camino que discurría al sur de su campamento.

—¡Ese jinete ha visto nuestro fuego! —exclamó el gnomo visiblemente alarmado.

Nanfoodle se movió unos pasos atrás hacia las sombras. Encogiéndose todavía más en su capa, empezó a musitar un conjuro y a hacer pases mágicos con los dedos.

Shoudra lo miró con una sonrisa antes de fijar la vista en el camino. La Sceptrana no tenía verdadero miedo, pues estaba hecha a la aventura y sabía defenderse con armas y conjuros.

Pero en aquel momento todo se tornó borroso, como si un encantamiento se hubiera hecho con el campamento. Shoudra soltó un grito y trató de salir del mágico círculo.

Sin embargo, al momento comprendió que el hechizo era cosa de Nanfoodle. La mujer clavó los ojos en el gnomo, que se limitó a mirarla con una sonrisa malévola en el rostro. Finalmente, Nanfoodle se llevó un dedo a los labios, instándola a guardar silencio.

El jinete, un humano alto y envuelto en una capa gris ajada por el uso, llegó poco después a lomos de su montura, un bayo enorme y musculoso. Tras detener el corcel, el hombre bajó de la silla con agilidad, se limpió el polvo de la capa e hizo una reverencia…, una reverencia dirigida a un árbol que había a unos pasos de Nanfoodle.

El hombre tendría unos cuarenta años, si bien daba la impresión de estar en perfecta forma física. Sus cabellos seguían siendo negros, con un poco de gris en las sienes. En la cadera izquierda llevaba un gran espadón, mientras que una afilada daga pendía a su derecha. Su mano reposaba con aparente descuido sobre la empuñadura del arma corta, un descuido que no engañaba a la perspicaz Shoudra, que reconocía la postura como propia de quien no quiere correr riesgos.

—Buenas noches, mi buen gnomo —saludó aquel hombre alto al árbol.

Shoudra tuvo que contenerse para no echarse a reír. Su mirada se posó en Nanfoodle, cuya sonrisa era todavía más ancha mientras seguía haciendo pases de magia con las manos.

—Soy Galen Firth de Nesme —se presentó el hombre.

—Y yo soy Nanfoodle, el alquimista principal del Marchion de Mirabar —contestó el árbol sometido al conjuro del gnomo—. Dime, mi buen señor, ¿qué te trae por aquí? Lo cierto es que estás muy lejos de tu hogar.

—Lo mismo que vosotros —respondió Galen.

—Muy cierto, pero es nuestro campamento el que ha sido violentado —adujo el árbol escogido por Nanfoodle.

—Hay malas noticias de Nesme —explicó el otro—. Los seres del pantano y los trolls nos están atacando. Nuestra situación es precaria. Ni siquiera sé si mi pueblo sigue resistiendo a estas alturas.

—¡Lo mejor será que vayamos a Mirabar! —dijo una voz a su lado. Se trataba de Shoudra, quien dio unos pasos hacia Galen.

Disipado el encantamiento, Nanfoodle hizo un nuevo pase mágico y suprimió el hechizo por completo. Galen Firth pestañeó con sorpresa mientras intentaba explicarse lo sucedido.

—Soy la Sceptrana de Mirabar —explicó Shoudra, finalmente—. Y propongo que vayamos a Mirabar de inmediato. Una vez allí, trataré de convencer al Marchion Elastul de la conveniencia de enviar a la guardia en vuestro socorro.

—Ya hemos enviado emisarios al Marchion —indicó Galen, todavía más bien confuso—. Mi destino es Mithril Hall y la corte del rey Bruenor Battlehammer.

Su mirada, por fin, se concentró en el verdadero Nanfoodle. Saltaba a la vista que todavía no se explicaba cómo podía haber estado dirigiéndose a un árbol.

—Nosotros también vamos a Mithril Hall —repuso Nanfoodle—. Y disculpa la pequeña ilusión con que te hemos recibido, mi buen jinete de Nesme. Hoy día, toda precaución es poca.

—Muy cierto —convino el otro—, especialmente cuando hay ilusionistas por medio.

Nanfoodle esbozó una sonrisa traviesa e hizo una reverencia.

—Tu caballo reluce de sudor —intervino Shoudra—. Está claro que necesita un poco de descanso. Propongo que compartas nuestra cena y nos refieras en detalle lo que sucede en Nesme. Después te acompañaremos a ver al rey Bruenor. Ten por seguro que haré lo posible por convencer a Bruenor de la importancia de tu causa.

—Eres muy generosa, Sceptrana —respondió Galen.

Galen se alejó unos pasos para amarrar su caballo.

—Esto no me gusta —musitó Nanfoodle a Shoudra cuando se encontraron a solas junto al fuego.

—Espero que el Marchion se muestre más galante con Nesme de lo que últimamente se ha mostrado con los venidos de otras ciudades —indicó ella.

—El rey Bruenor, sin duda, se prestará a enviar ayuda —afirmó Nanfoodle.

—En ese sentido, espero que Bruenor sepa perdonar las viejas ofensas —terció Galen, que había oído las últimas palabras del gnomo.

Ambos se lo quedaron mirando con curiosidad.

—El rey Bruenor visitó la región de Nesme algunos años atrás —explicó el recién llegado, que aceptó la invitación a sentarse en un leño cercano al fuego—. Y me temo que la patrulla de centinelas que yo comandaba no lo trató con mucha amabilidad. —Galen emitió un suspiro, entrecerró los ojos y añadió—: En todo caso, nuestra prevención no se dirigía al propio Bruenor, sino a uno de sus acompañantes, un elfo drow.

—Drizzt Do’Urden —dijo Shoudra—. Es cierto que el séquito de Bruenor, a veces, no resulta muy tranquilizador.

—Confío en que el enano sepa perdonar nuestra pasada descortesía —apuntó Galen—, como confío en que reconozca que le conviene prestar ayuda a Nesme cuando ésta la necesita.

—Conociendo al rey Bruenor, no esperamos menos de él —dijo Nanfoodle.

A su lado, Shoudra asintió en silencio. Asimismo, Galen Firth asintió con la cabeza, si bien su expresión seguía siendo de inquietud.

La noche era cada vez más oscura, y la oscuridad resultaba particularmente inquietante en vista de las noticias que Galen traía de Nesme.

—Tu amigo Panza Redonda se ha portado como un jabato —elogió Banak Buenaforja a Catti-brie.

El pequeño grupo se encontraba al borde del precipicio sembrado de cuerdas que daba al Valle del Guardián. A lo lejos, una sustancial columna de enanos cruzaba el valle en dirección al oeste.

—Una se puede fiar de él —sentenció Catti-brie.

—¡Ajá, ajá! —corroboró Pikel Rebolludo.

—La verdad, estoy más tranquilo al saber que nos van a cubrir las espaldas en el valle —intervino Ivan Rebolludo—. Aunque sigo pensando que esos riscos que hay al oeste nos pueden plantear problemas.

Todas las miradas se volvieron hacia un largo espolón montañoso que había al noroeste, el único terreno elevado que parecía accesible en toda la comarca.

—Los orcos, a veces, se han aliado con los gigantes —explicó Ivan—. No me extrañaría que se les ocurriera disponer a unos cuantos de ellos en esos riscos.

—Aunque así lo hicieran, los gigantes no podrían alcanzarnos desde tan lejos —dijo Banak, quien ya había dicho lo mismo en anteriores discusiones.

—Puede ser, pero se trata de una posición espléndida para ellos —insistió Ivan—. Si dejan un puñado en lo alto, tendrán una vista perfecta de todo el campo de batalla.

—Cierto —convino Torgar Hammerstriker.

—¿Han vuelto ya tus montaraces de esos riscos? —inquirió Banak.

—Por el momento están desiertos —informó Torgar—. Mis muchachos dicen que los riscos están socavados de túneles; hay bastantes, según parece. No sería de extrañar que algunos dieran a las cimas más altas.

—Es muy probable —dijo Ivan.

—Déjame ir a comprobarlo al frente de cien muchachos —pidió Torgar—. Prometo controlar esos túneles.

—¿Y qué ocurrirá si descubren que estáis allí? —preguntó Banak—. Los orcos podrían atacaros en masa. No estoy dispuesto a perder cien guerreros así como así.

—Y no los perderás —aseguró Torgar—. Hay un acceso a esos túneles muy próximo al pie de este precipicio, un poco al oeste de donde estamos. Podemos llegar con rapidez y volver con mayor rapidez todavía.

Banak miró alternativamente a Ivan, Wulfgar y Cattibrie.

—Catti-brie y yo podemos situarnos en la boca del túnel y operar como enlaces —sugirió Wulfgar.

Banak contempló las defensas de que disponía. Éstas habían servido para rechazar en dos ocasiones el asalto de los orcos. Con todo, el segundo ataque había sido bastante menos decidido que el primero. El comandante orco se había limitado a presentarse con sus fuerzas para dificultar el trabajo de los enanos. A todo esto, Banak estaba un tanto impresionado por la singular táctica empleada por el enemigo.

Por lo demás, el segundo asalto no había causado muchos problemas, pues los enanos lo habían rechazado con facilidad, hasta el punto de que muchos ni por un momento habían dejado de excavar en la roca y apilar pedruscos. Las defensas estaban prácticamente a punto: los sólidos muros de piedra construidos por los enanos provocarían que por fuerza los próximos asaltantes vinieran a encontrarse en un cuello de botella. Teniendo en cuenta además que los ingenieros habían terminado de disponer las cuerdas por el precipicio, Banak podía prescindir de cien enanos —y hasta de doscientos— sin comprometer su posición.

De hecho, si los orcos se presentaban en ese mismo momento, buena parte de los enanos tendrían que limitarse a permanecer en la retaguardia, de modo que se perderían toda la diversión.

—Llévate a la mitad de tus muchachos y asegúrate de que por esos túneles no pase ni un ratón —instruyó finalmente a Torgar—. Y cuando llegues a lo alto de esos riscos, observa con atención si vienen más enemigos por el norte.

—Si quieres, te haré un dibujo —contestó Torgar, con una ancha sonrisa en el rostro.

—¡Ji, ji, ji…! —rió Pikel.

—Pero si ves que son demasiados, vuelve de inmediato con tus muchachos —ordenó Banak—. No quiero tener que decirle al rey Bruenor que la mitad de sus nuevos súbditos nunca llegarán a Mithril Hall.

—¡Está claro que no vas a perder a los muchachos de Mirabar a manos de un puñado de orcos pestilentes! —contestó Torgar.

—¡Aunque éstos cuenten con la ayuda de cien gigantes! —insistió Shingles McRuff, el viejo enano curtido en mil batallas.

Shingles guiñó un ojo a Banak y puso su mano sobre el hombro de Torgar. Saltaba a la vista que ambos eran viejos amigos, y de hecho, Shingles llevaba siendo amigo de la familia de Torgar desde muchos siglos antes de que éste naciera.

Después de que el Marchion de Mirabar tratara injustamente a Torgar y lo culpara de la cálida recepción que algunos de los enanos de Mirabar habían dedicado a Bruenor, Shingles había sido el primero en ponerse del lado de Torgar, hasta el punto de que había sido él quien había organizado el éxodo hacia Mithril Hall de más de cuatrocientos enanos de Mirabar.

Entonces se encontraba muy lejos de su ciudad natal, pero a poca distancia de Mithril Hall, de la que tan sólo los separaba el Valle del Guardián. Había sido por pura casualidad que se habían tropezado con la caravana de fugitivos del desastre de Shallows en la que viajaba el malherido rey Bruenor. Torgar, Shingles y los demás enanos de Mirabar se habían batido como leones tras ofrecerse a proteger la retaguardia de la caravana. A pesar del continuo acoso de las huestes orcas, ni uno solo de los enanos de Mirabar se había mostrado partidario de regresar a su antigua ciudad, situada al oeste; ni uno solo.

Y después de la conversación entre Torgar y Banak, ni uno solo de ellos se acobardó ante la perspectiva de conquistar los túneles de aquellos riscos montañosos.

Torgar encomendó a Shingles la elección de la mitad de los guerreros que lo acompañarían en la expedición.

A juzgar por sus rostros, estaba claro que los tres recién llegados no esperaban encontrarse a alguien así en el trono de Mithril Hall. En todo caso, Regis no se dejaba amilanar por las dudas de sus huéspedes.

—Soy el nuevo regente de Mithril Hall —explicó—, el representante temporal del rey Bruenor.

—¿Y dónde está vuestro señor? —inquirió Galen Firth en tono un tanto abrupto e impaciente.

—Recuperándose de sus graves heridas —admitió Regis, confiando en que sus palabras todavía fueran ciertas—. Nuestro rey estaba en primera línea de la batalla cuyo fragor oísteis mientras os escoltaban a través del Valle del Guardián.

Galen ya se disponía a hacer una nueva pregunta, pero el halfling lo miró al momento con toda la severidad que sus facciones de querubín pudieron recabar.

—Me han llegado rumores sobre vuestras personas —indicó—. Habéis venido sin ser invitados…, ¡aunque seguís siendo bienvenidos! Nos encontramos en un momento difícil, y antes de responder a las cuestiones que sin duda os proponéis plantearme, quisiera saber de vuestros propios labios quiénes sois y a qué habéis venido.

—Yo soy Galen Firth, de los Jinetes de Nesme —se presentó Galen, cuya mención a los Jinetes de inmediato provocó que el rostro de Regis se torciera en una mueca de desagrado—. He venido a pedirle al rey Bruenor auxilio para mi ciudad, que en estos momentos se encuentra asediada por los trolls de los páramos. ¡Lo cierto es que estamos en un apuro!

Regis se frotó la barbilla, pensativo, y miró a los enanos del Clan Battlehammer que se encontraban a un lado de la sala. Mithril Hall estaba muy lejos de Nesme. ¿Se podía permitir el lujo de enviar a esa ciudad a algunos de los guerreros de Bruenor? Indeciso, el halfling se limitó a asentir con la cabeza, en señal de que se hacía cargo de las explicaciones de Galen.

—¿Y tú eres la Sceptrana de Mirabar? —preguntó Regis, volviendo la mirada hacia Shoudra—. Eso me han dicho, y la verdad es que te reconozco de cierta visita reciente que hice a tu ciudad.

—Vuestros objetos de marfil fueron muy apreciados en Mirabar, mi buen regente Regis —repuso ella con diplomacia—. Shoudra Stargleam, al servicio de Mithril Hall. Y éste es mi asistente, Nanfoodle Buswilligan.

—¿Al servicio de Mithril Hall? —repitió Regis—. ¿No habrás venido más bien a comprobar cómo se desenvuelven por aquí los enanos inmigrados de vuestra ciudad?

Nanfoodle se estremeció por un segundo, si bien la Sceptrana se limitó a sonreír con placidez.

—Espero que todo le vaya muy bien a Torgar —declaró, sin el menor rastro de inquietud.

—No habréis venido a reuniros con él… —dijo Regis.

Shoudra se echó a reír ante aquella idea en principio absurda.

—Aunque no estoy de acuerdo con la decisión tomada por Torgar y los suyos —respondió—, fui yo quien convenció al Marchion Elastul de que dejara marchar libremente a los enanos si éstos así lo querían. En Mirabar sentimos mucho la partida de Torgar Hammerstriker y sus muchachos.

—Quienes más tarde se presentaron en Mithril Hall —recordó Regis—. Aquí los consideramos como unos hermanos, más aún después de haber batallado con ellos hombro con hombro en los valles y montañas que hay al norte de esta ciudad. Lo cierto es que ahora han pasado a formar parte del Clan Battlehammer. ¿Lo sabías?

—Lo sé, y aunque me entristece, lo acepto —zanjó ella, haciendo una reverencia.

—Entonces, ¿para qué habéis venido?

—Con vuestro permiso, regente Regis —interrumpió Galen—, yo no he venido aquí para ser testigo de un debate sobre las idas y venidas de cierto grupo de enanos. Mi ciudad está siendo asediada, y mi petición es urgente. —A un lado de la sala, varios de los enanos se lo quedaron mirando con expresión de pocos amigos mientras su voz se iba tornando más y más iracunda—. ¿No podéis discutir esas cuestiones con la Sceptrana Shoudra en otro momento?

Regis se detuvo y contempló en silencio a aquel hombre tan alto durante largo rato.

—Ya he oído tu petición —recordó el halfling, por fin—, y siento mucho que Nesme se vea en tan serios apuros. Yo mismo tuve que vérmelas con esos trolls repugnantes cuando me vi obligado a cruzar sus páramos en nuestro camino a Mithril Hall.

Su mirada expresaba con claridad que recordaba perfectamente el trato desdeñoso que los Jinetes de Nesme habían dedicado a Bruenor y sus compañeros en aquella ocasión.

—Sin embargo, no puedo desguarnecer Mithril Hall de combatientes en un momento en que los orcos y los gigantes nos están creando grandes dificultades en el norte —agregó Regis con un poco más de seguridad en sí mismo al ver que los enanos asentían a sus palabras con convicción—. Vuestra situación y vuestra petición serán discutidas en detalle y muy pronto, pero antes de dar por terminada esta entrevista quiero recabar toda la información que me puedan aportar mis invitados, una información que más tarde será evaluada en el Consejo.

—¡Es necesario actuar cuanto antes! —insistió Galen a gritos.

—¡Y yo no estoy en disposición de proporcionarte lo que me pides! —exclamó Regis a su vez. El halfling se levantó del trono y se alzó cuan largo era en el estrado, lo que le permitía mirar a su interlocutor a los ojos—. Yo no soy el rey Bruenor. Soy un simple regente, un consejero. En consecuencia, me propongo debatir vuestra petición en detalle con los enanos que mejor saben lo que Mithril Hall puede o no puede permitirse en un momento en que estamos pasando por tan serias dificultades como la propia Nesme.

—En tal caso, ¿debo entender que mi presencia en esta reunión ya no es necesaria? —inquirió Galen sin pestañear ante la mirada del halfling.

—Así es.

—Me marcho de la sala, pues —dijo Galen—. Entiendo que por lo menos me ofreceréis un lugar en el que reposar…

El «por lo menos» de su interlocutor provocó que Regis se lo quedara mirando muy fijamente y con muy escasa complacencia.

—Por supuesto —respondió finalmente, aunque sus labios apenas se movieron.

El halfling hizo una seña con la cabeza a quienes se encontraban a un lado de la sala. Dos enanos se acercaron a Galen. El humano los saludó con un gesto de la cabeza que fue más desdeñoso que amable y se marchó con ellos, dando enfáticos pisotones con sus pesadas botas sobre el suelo de piedra.

—Tienes que disculparlo. Lo único que le pasa es que está inquieto por lo que pueda ser de su ciudad —indicó Shoudra después de que Galen se hubiera marchado.

—Muy cierto —acordó Regis—. Entiendo perfectamente sus miedos y su impaciencia, pero me temo que los miembros del Clan Battlehammer no piensan en Nesme como en una ciudad amiga, pues Nesme nunca se mostró muy amistosa con las gentes de Mithril Hall. Muchos años atrás, en nuestro camino para dar con Mithril Hall, encontramos a un grupo de los Jinetes de Nesme cerca de los páramos habitados por los trolls. Los Jinetes estaban en apuros muy serios, a punto de ser aniquilados por una partida de seres de los pantanos. Bruenor no dudó en acudir en su rescate, lo mismo que Wulfgar y Drizzt. Yo diría que les salvamos la vida, y sin embargo, luego, nos trataron con desprecio.

—Porque había un elfo drow en vuestras filas —dijo Shoudra.

—Correcto —suspiró Regis. El halfling se encogió de hombros y volvió a sentarse en el trono—. Tampoco es que la cosa tenga nada de especial. Nos han tratado así otras veces.

La clara referencia al recibimiento dispensado en Mirabar a la caravana proveniente del Valle del Viento Helado, cuando a Drizzt Do’Urden le fue denegado el acceso a la ciudad, provocó que la mujer y el gnomo se miraran con embarazo perceptible.

—Poco después de que alcanzáramos Mithril Hall, los guerreros uthgard construyeron la ciudad de Piedra Alzada —añadió el halfling.

—Sí, me acuerdo bien de Berkthgar el Bravo y su gente —apuntó Shoudra.

—Una ciudad cuyas perspectivas en principio parecían buenas —observó Regis—. Era nuestra esperanza que los bárbaros del Valle del Viento Helado acabaran por asentarse allí de modo definitivo. Sin embargo, aunque éstos mantenían una buena relación con Mithril Hall, la materia con la que comerciaban, las pieles, no resultaba muy útil a los enanos que vivían en el subsuelo, allí donde la temperatura se mantiene constante. Si Nesme, la vecina más próxima a este enclave del pueblo de Berkthgar, se hubiera prestado a comerciar con ella, Piedra Alzada hoy seguiría en pie. Pero ahora Piedra Alzada no es sino un conjunto de ruinas junto al paso de la montaña…

—Las gentes de Nesme llevan una existencia muy difícil —adujo Shoudra—. Su ciudad está muy próxima a los peligrosos páramos, de forma que su vida es un batallar casi constante. La trágica experiencia les ha enseñado a no confiar en casi nadie y a depender por entero de sí mismos. No hay una sola familia en Nesme que no haya sufrido la pérdida de un ser querido a manos de esos trolls repulsivos.

—Muy cierto —admitió Regis—. Y lo entiendo. Pero no estoy en disposición de prestarle refuerzos a Galen. No es el momento. Bruenor se debate entre la vida y la muerte, y los orcos están en las mismas puertas de nuestra propia ciudad.

—En ese caso, propongo que le ofrezcas un santuario —sugirió Shoudra—. Explícale que, si las cosas van mal dadas, los suyos siempre pueden buscar refugio y apoyo entre los muros de Mithril Hall.

Regis asintió de manera entusiástica con la cabeza, pues eso era exactamente lo que tenía pensado hacer.

—¿Qué te parece si le ofrezco la escolta de un puñado de guerreros en su camino de vuelta a Nesme? —preguntó el halfling, quien al momento soltó una risita y apuntó—: ¡Mira que pedirle consejo a una desconocida! ¡Valiente regente estoy hecho!

—Los caudillos más sabios son aquellos que se interesan en escuchar la opinión ajena —intervino Nanfoodle al punto.

—¿Te parece que mi pregunta tiene que ver con la sabiduría? —preguntó el halfling con una sonrisa—. ¿No se tratará de simple inquietud por mi parte?

—En tu condición de líder de la ciudad, lo uno viene a ser lo mismo que lo otro —insistió el gnomo.

Regis meditó la respuesta, que encontró consoladora. Sin embargo, el halfling no había conocido un líder mejor que Bruenor Battlehammer, y estaba claro que el enano jamás se había mostrado inseguro a la hora de tomar una decisión.