Un actor que había sido amigo de Sandoz: un subordinado recordó haberlo visto fotografiado con éste y se lo señaló al Jefe como posible autor de la broma telefónica. Puesto que Sandoz sugirió que había descubierto quién era el autor de la broma, ¿cómo no pensar en un profesional? Éste tenía cierta fama en el teatro y en el cine; el Jefe recordó que le había oído imitar muchas voces: desde el catanés gutural de Musco hasta el tono áulico y melodioso de Ruggero Ruggeri. Sin convencimiento, puesto que se había encariñado con la idea de Los hijos del 89, hizo que lo buscaran por toda Italia: al fin lo encontraron donde lo habrían encontrado enseguida si hubieran mirado en la página de espectáculos de los periódicos de la mañana.
Por teléfono, después de que le hubieron explicado sucintamente por qué lo buscaban, el actor admitió que había conocido a Sandoz (lo admitió a desgana, como siempre que se responde a una pregunta de la policía), pero que no tenía tanta confianza con él como para gastarle una broma; y una broma tan estúpida, además. Eso sirvió para confirmarle a la policía, y al juez que ahora se encargaba de dirigir la investigación, que existía una estrecha relación entre las llamadas de Los hijos del 89 y el homicidio. Entretanto, como sucedía siempre que una investigación pasaba de mano, la noticia de Los hijos del 89 había saltado a los periódicos. Y desde luego, puesto que corría el año 1989, casi todos los periódicos lo tomaron como el nombre de un grupo subversivo recién nacido, nuevo, diferente a todos los conocidos. Pero una llamada anónima, que se recibió en el periódico de mayor difusión, tachó de ignorantes a la policía, a la magistratura y a los cronistas, y abonó la hipótesis de 1789.
—Volveremos a sembrar el terror —dijo el comunicante anónimo; añadió que el ajusticiamiento de Sandoz, lamentablemente no con la guillotina, era el primer ensayo. Otra llamada proporcionó el título completo: Hijos del 89, comando Saint-Just.
—Tenía razón usted —dijo el Jefe. Su orgullo salía perdiendo, pero creía ganar en generosidad: la generosidad de un Jefe que da la razón a su Vice.
—Pero no es eso lo que importa. Lo que importa es que Los hijos del ochenta y nueve están naciendo ahora: por mitomanía, por aburrimiento, quizá por vocación para conspirar y delinquir; pero no existían un minuto antes de que la radio, la televisión y los periódicos diesen la noticia. Son producto del cálculo del que ha matado o hecho matar a Sandoz, quien precisamente calculó que así al menos lograría confundirnos, pero quizá también que, con un poco de suerte, algún imbécil podía responder a la llamada y declararse hijo del ochenta y nueve.
—Ya no lo sigo, no puedo seguirlo en esta especie de novela.
—Entiendo. Por lo demás, aunque estuviese de acuerdo conmigo sólo seríamos dos —se había decretado duelo nacional por la muerte del abogado Sandoz, quien recibiría honras fúnebres oficiales: ¿ahora quién se atrevería a colocar en una sepultura más humilde a aquella víctima de la delincuencia política, de la furia antidemocrática, de la locura subversiva?
—Me agrada que lo reconozca: sólo seríamos dos, suponiendo que su novela me mereciese algún atisbo de fe.
—Pero siguiendo con la novela… Estamos ante un problema grave, un dilema considerable: ¿Los hijos del ochenta y nueve han sido creados para matar a Sandoz o a Sandoz lo han matado para crear a Los hijos del ochenta y nueve?
—Dejaré que lo resuelva usted. En cuanto a mí, y en cuanto a este departamento, prefiero basarme en los hechos: Sandoz recibió llamadas amenazadoras de Los hijos del ochenta y nueve; Sandoz fue asesinado; Los hijos del ochenta y nueve se declararon autores del homicidio. Nuestra tarea consiste en encontrarlos, y consignarlos, como suele decirse, a la justicia.
—Los hijos del ochenta y nueve.
—Eso, Los hijos del ochenta y nueve. Y mire usted: de su dilema, abstractamente, por juego, por mero placer literario, yo me quedaría con la primera posibilidad que ya habíamos considerado: que Los hijos del ochenta y nueve hayan sido creados para matar más fácilmente a Sandoz, para obstaculizar o incluso impedir nuestra tarea de dar con el culpable o los culpables. En cuanto a la otra posibilidad, la de que Sandoz habría sido asesinado para crear a Los hijos del ochenta y nueve, la dejo para usted. Que se divierta.
—En más de medio siglo la policía y los carabineros hemos tragado tanta quina que ya tendríamos derecho a divertirnos un poco; además de la que yo personalmente llevo tragada en los casi treinta años de servicio aquí.
—Trago más, trago menos… Bueno, si le parece que también este asunto se presenta como otra cucharada de quina que se tiene que tragar, pues prepárese a tragarla.