DAY
Al principio no les caí demasiado bien a los médicos. El sentimiento era mutuo, por supuesto: mi experiencia con los hospitales no había sido muy positiva.
Hace dos días, cuando por fin me sacaron de la Torre del Capitolio y lograron calmar a la multitud, me metieron en una ambulancia y me llevaron derecho al hospital. Mientras comprobaban si estaba herido, le rompí las gafas a un médico y derribé varias bandejas metálicas llenas de instrumental.
—Si me ponéis la mano encima —les amenacé—, os romperé el cuello.
Tuvieron que amarrarme a la camilla. No dejaba de gritar que soltaran a Eden, que me dejaran verlo si no querían que prendiera fuego al hospital. Exigí a gritos que me trajeran a June, que me dieran pruebas de que habían soltado a los Patriotas; pedí que me dejaran ver el cuerpo de Kaede y supliqué que le ofrecieran un entierro digno.
Retransmitieron todo en directo porque el gentío concentrado frente al hospital exigía saber qué me estaban haciendo. Poco a poco me tranquilicé y, al ver que seguía vivo, la muchedumbre también se calmó.
Hoy el jefe del equipo médico entra en mi habitación con una actitud mucho más relajada, aunque sé que sigo sin caerle bien. Se acerca a mí y me entrega una camisa y unos pantalones militares. Sus ojos apenas se distinguen tras el brillo de sus gafitas redondas.
—Lo que voy a decirte no significa que no vayamos a vigilarte de cerca —dice, procurando no mover los labios para que las cámaras de seguridad no capten sus palabras—. Pero has recibido el perdón del Elector, y tu hermano Eden llegará en cualquier momento al hospital.
Me quedo callado: después de todo lo que ha pasado desde que Eden contrajo la peste, me cuesta creer que la República vaya a devolverme a mi hermano. Lo único que hago es dirigirle una sonrisa forzada al médico, que él devuelve con menos ganas que yo. Mientras me examina, comenta los resultados de mis análisis y me explica dónde voy a vivir cuando acabe todo esto. Se alegra de perderme de vista, pero no lo dice en voz alta para que no lo graben los micrófonos. Miro por el rabillo del ojo la pantalla del cuarto de June: le están haciendo las mismas pruebas que a mí. Parece encontrarse bien, pero no logro deshacer el nudo de ansiedad que me atasca la garganta.
—Hay una última cosa que desearía comentarte en privado —dice el médico interrumpiendo mis reflexiones—. Es importante. Hemos descubierto algo en tus radiografías que deberías saber.
Me inclino para prestarle atención, pero en ese instante se enciende el piloto de su intercomunicador.
—Eden Bataar Wing está aquí, doctor —dice una voz—. Por favor, informe a Day.
Eden. Eden está aquí.
En este momento, los resultados de mis análisis no podrían importarme menos. Eden está ahí fuera, al otro lado de la pared. El médico intenta decirme algo, pero le empujo, abro la puerta y salgo corriendo por el pasillo.
Al principio no le veo: hay demasiados enfermeros en la sala. Después distingo una silueta menuda que balancea las piernas en uno de los bancos. Su tez muestra un saludable tono sonrosado, y sus rizos rubios están limpios y peinados. Lleva unas botas recias y un uniforme escolar que le queda grande. Me da la impresión de que ha crecido, aunque tal vez se deba a que al fin tiene fuerzas para erguirse. Cuando se gira hacia mí veo que lleva unas gafas de montura negra. Sus ojos tienen un brillo lechoso y purpúreo; me recuerdan a los del chico que vi en el tren aquella noche terrible.
—Eden —le llamo con voz ronca.
No enfoca la mirada, pero en su rostro aparece una sonrisa contagiosa. Se levanta e intenta acercarse a mí, pero se detiene al no localizar exactamente dónde estoy.
—¿Daniel? ¿Eres tú? —pregunta con un temblor de duda.
Corro hacia él, le levanto en brazos y le estrecho fuerte.
—Sí —susurro—. Soy yo.
Eden rompe a llorar; todo su cuerpo se estremece con los sollozos. Me rodea el cuello con los brazos y no me suelta. Tomo aire para contener las lágrimas. La peste le ha dejado casi ciego, pero está aquí, vivo, lo bastante fuerte para caminar y hablar. Es suficiente para mí.
—Me alegro de verte, Eden —consigo decir mientras le acaricio el pelo—. Te he echado de menos.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así. ¿Minutos? ¿Horas? No importa. Pasan los segundos, uno tras otro, y disfruto del momento alargándolo tanto como puedo. Es como si estuviera abrazando a toda mi familia. Es lo más importante que tengo. Al menos me queda Eden.
Oigo un carraspeo a mi espalda.
—Day —me llama el doctor, apoyado en el marco de la puerta.
A la luz del fluorescente, su expresión parece aún más sombría de lo habitual. Dejo a Eden con suavidad en el suelo y le pongo una mano en el hombro.
—Necesito que me acompañes un momento, Day. Te aseguro que no tardaremos nada. Y… esto… —se para y mira a Eden—. Te recomiendo que tu hermano no esté presente. Seré muy breve. En unos minutos podrás reunirte de nuevo con él, y luego los dos podréis marcharos a vuestra nueva vivienda.
Me quedo donde estoy. No me fío de él.
—Te lo aseguro —repite—. Si te miento… Bueno, me temo que ahora tienes suficiente poder como para hacer que el Elector me arreste.
Eso es cierto. Reflexiono un instante, y luego me muerdo el interior de la mejilla y le acaricio la cabeza a Eden.
—Ahora mismo vuelvo, ¿vale? Quédate en el banco. No te muevas de ahí. Si alguien te dice que te vayas, grita. ¿De acuerdo?
Eden se frota la nariz y asiente. Le llevo hasta el banco y regreso a mi habitación con el médico. La puerta se cierra con un chasquido.
—¿Qué pasa? —pregunto sin apartar la mirada de ella, como si fuera a desaparecer de la pared si dejara de vigilarla.
En la pantalla de la esquina veo a June esperando en su habitación, sola.
El médico ya no parece molesto conmigo. Conecta su transmisor y pide en un susurro que quiten el sonido de las cámaras. Luego se vuelve hacia mí.
—Como te iba a decir antes de que llegara tu hermano, te hemos escaneado el cerebro para comprobar que no te han hecho nada raro en las Colonias. No hemos encontrado nada de eso, pero sí otra cosa.
Se gira, pulsa un botón en la pared y señala una pantalla que acaba de iluminarse. En ella se ve una imagen de mi cerebro. Frunzo el ceño: no entiendo adónde quiere ir a parar. Entonces se acerca y señala una sombra en la parte inferior.
—Hemos detectado esto a la izquierda de tu hipocampo. Parece llevar tiempo ahí, seguramente años, y ha ido creciendo poco a poco.
Lo observo perplejo durante un instante y luego me vuelvo para mirar al doctor. No me parece que tenga ninguna importancia, especialmente cuando Eden está ahí fuera esperándome. Cuando pronto volveré a ver a June.
—¿Y…? ¿Qué más?
—¿Has sufrido jaquecas fuertes últimamente, tal vez desde hace unos años?
Sí. Claro que sí. He tenido dolores de cabeza desde la noche en que experimentaron conmigo en el hospital de Los Ángeles, la noche en que me dieron por muerto, cuando conseguí escapar. Asiento con la cabeza y el doctor cruza los brazos.
—Nuestros archivos muestran que… que después de que suspendieras la Prueba, los equipos médicos realizaron algunos experimentos contigo. Hicieron test en tu cerebro y… esto… —tose y lucha por encontrar las palabras adecuadas—. Se supone que deberías haber muerto entonces, pero sobreviviste. Bueno, parece que lo que hicieron entonces está dando la cara finalmente —baja la voz hasta convertirla en un susurro—. Nadie sabe nada de esto, ni siquiera el Elector. No queremos que se produzca una revuelta en todo el país. Al principio pensamos que podíamos curarte con cirugía y medicamentos. Pero cuando examinamos la zona, nos dimos cuenta de que el problema está tan adherido a las partes sanas del hipocampo que perjudicaríamos de forma grave tu capacidad cognitiva.
—¿Y eso qué significa? —pregunto tragando saliva.
El doctor se quita las gafas y suspira.
—Significa, Day, que te estás muriendo.