JUNE

Han pasado dos días (para ser más precisa, cincuenta y dos horas y ocho minutos) desde que Day subió a la Torre del Capitolio y anunció su apoyo al Elector. Cada vez que cierro los ojos creo volver a verlo allí: su pelo brillante como un faro en medio de la noche, su voz fuerte y clara resonando en toda la ciudad y el país. Cuando me quedo dormida, noto el ardor de su último beso y recuerdo el fuego y el miedo que había en sus ojos. Toda la República le oyó esa noche. Tuvo la voluntad del pueblo en sus manos y le cedió el testigo a Anden.

Es el segundo día que paso en la habitación de un hospital a las afueras de Denver. El segundo día sin Day a mi lado. Está en otra habitación, pasando por las mismas pruebas que yo: quieren asegurarse de que nos encontramos bien y de que las Colonias no nos han implantado ningún dispositivo de control o rastreo. Se reunirá con su hermano de un momento a otro.

Acaba de venir un médico para comprobar que me estoy recuperando. Su visita será cualquier cosa menos privada. Cuando examiné ayer el techo de la habitación, descubrí cámaras de seguridad por todas partes que retransmiten mi imagen en directo. La República no quiere que la gente albergue la más mínima duda de que nos están atendiendo bien.

En la pared de mi cuarto, de hecho, hay una pantalla que muestra la habitación de Day. Es el único motivo por el que accedí a separarme de él durante tanto tiempo. Pero echo de menos hablar con él. En cuanto dejen de ponerme sensores y hacerme radiografías, pienso pedir que nos instalen unos micrófonos.

—Buenos días, señorita Iparis —me saluda el médico mientras un enfermero me coloca seis sensores en diferentes partes del cuerpo.

Murmuro una respuesta, sin despegar los ojos de la pantalla donde Day habla con su médico. Tiene los brazos cruzados en actitud desafiante y mantiene una expresión escéptica. De vez en cuando dirige la mirada a la pared; me pregunto si él tendrá una pantalla como la mía.

El doctor se da cuenta de lo que me está distrayendo y responde en tono fatigado a la pregunta que todavía no he formulado.

—Pronto podrá verle, señorita Iparis. Se lo prometo. Ahora ya sabe lo que tiene que hacer: cierre los ojos y respire hondo.

Me trago la frustración y obedezco. Distingo un resplandor a través de los párpados cerrados, y luego noto un hormigueo helado que me recorre el cráneo y la espina dorsal. Unas manos frescas me ponen una máscara de tacto sedoso que se ajusta sobre mi boca y mi nariz. Tengo que luchar por no ponerme histérica durante las pruebas, por vencer la claustrofobia y la sensación de ahogo. Solo es una prueba, me repito a mí misma. Quieren comprobar que los médicos de las Colonias no han instalado ningún dispositivo en mi cerebro, para asegurarse de que el Elector —la República— puede confiar en mí plenamente. Nada más.

Pasan varias horas. Cuando al fin acaba todo, el médico me dice que puedo volver a abrir los ojos.

—Bien hecho, señorita Iparis —me dice mientras teclea algo en su dispositivo—. Es posible que la tos persista un tiempo, pero creo que ya está casi recuperada. Puede quedarse más tiempo si lo desea… —sonríe al ver mi cara de exasperación—, pero supongo que preferirá que le dé el alta hoy para ir a su nuevo apartamento. En cualquier caso, nuestro glorioso Elector está deseando hablar con usted antes de que se vaya.

—¿Cómo se encuentra Day? —pregunto, conteniendo apenas la impaciencia—. ¿Cuándo podré verlo?

El médico frunce el ceño.

—¿No se lo he dicho hace un rato? Day recibirá el alta poco después que usted; antes tiene que ver a su hermano.

Examino su rostro con atención. Ha titubeado antes de responder, y no es la primera vez que lo hace. Pasa algo raro con la recuperación de Day, algo que delata el rictus del médico cada vez que le pregunto por él. No me lo está contando todo.

Salgo de mi ensimismamiento al ver que el médico deja la tableta a un lado, se endereza y me dedica una sonrisa forzada.

—Bueno, eso es todo por hoy. Mañana se celebrará su reingreso oficial en la República y será asignada a un nuevo puesto. El Elector llegará dentro de unos minutos, así que tiene algo de tiempo para recuperarse de las pruebas.

Los enfermeros recogen los sensores y las máquinas y me dejan sola.

Me siento en la cama y observo la puerta. A pesar de la suave manta roja que me cubre los hombros, me encuentro destemplada. Cuando Anden llega, estoy temblorosa.

Entra en la habitación con paso ágil, sin hacer ruido al andar a pesar de sus pesadas botas negras, vestido de uniforme y con una bufanda negra. Su pelo ondulado está impecable, como siempre, y lleva unas gafas de montura fina. Me saluda con un gesto relajado, y su actitud me recuerda tanto a Metias que me doblo sobre mí misma como si me hubiera golpeado. Por suerte, creo que ha pensado que le estaba haciendo una reverencia.

—Elector —le saludo.

Sonríe y me observa con sus ojos verdes.

—¿Cómo te encuentras, June?

Le devuelvo la sonrisa.

—Bastante bien.

Él asiente y da un paso hacia delante, pero no hace ademán de sentarse en la cama. Aún noto el deseo en sus ojos, en la forma en que parece beberse cada palabra que digo y cada movimiento que hago. ¿Habrá oído rumores acerca de mi relación con Day? Aunque lo sepa, no comenta nada al respecto.

Carraspea y vuelve a mirarme.

—June —dice en tono más formal—, me complace comunicarte que la República ha decidido devolverte el rango que ocupabas. Volverás a ser una agente, ahora con destino en Denver.

Así que no regreso a Los Ángeles. Lo último que he oído de la ciudad es que Anden ha ordenado que se levante la cuarentena.

Al parecer, también ha abierto una investigación sobre los últimos sucesos: muchos senadores han sido arrestados por traición, al igual que Razor (o más bien el comandante DeSoto) y la comandante Jameson. No me atrevo a imaginar lo mucho que debe de odiarnos Jameson a Day y a mí; solo pensar en su rostro desfigurado por la ira me provoca escalofríos.

—Gracias —contesto al cabo de unos instantes—. Muchas gracias.

Anden hace un aspaviento para restarle importancia.

—No hay por qué darlas. Day y tú me prestasteis un gran servicio.

Me cuadro de forma rápida e informal.

Ya se nota la influencia de Day: tras su improvisado discurso, el Senado y el ejército obedecieron las órdenes de Anden, permitieron que los manifestantes regresaran a su casa sin tomar represalias y soltaron a los Patriotas arrestados tras el atentado (aunque los han sometido a un régimen de libertad vigilada). El Senado teme a Day más que nunca: saben que podría iniciar una revolución con solo unas palabras.

—Sin embargo… —Anden baja la voz y se cruza de brazos—. Sin embargo, tengo una propuesta diferente que hacerte. Creo que merecerías un puesto más elevado que el de agente.

Recuerdo la proposición tácita que no llegó a pronunciar cuando estuvimos en el tren.

—¿Qué clase de puesto?

Suspira y por fin se sienta en el borde de la cama. Ahora está tan cerca que noto el roce de su aliento contra mi piel y distingo la sombra de la barba en su mandíbula.

—June, la República nunca ha estado en una posición tan precaria como la actual. Day rescató al país del colapso, pero siguen siendo tiempos difíciles para gobernar. Muchos de los senadores se enfrentan soterradamente por el poder, y cantidad de gente por todo el país desearía verme dar un paso en falso —Anden guarda silencio un momento—. El gesto de Day no va a garantizarme eternamente el apoyo del pueblo, y yo solo no me veo capaz de mantener unido el país.

Sé que está diciendo la verdad. Su rostro refleja un profundo agotamiento, sumado a la ansiedad de sentirse responsable de la nación.

—Cuando mi padre era joven, mi madre y él gobernaban juntos: el Elector y su Prínceps. Nunca volvió a ser tan fuerte como entonces. Me gustaría tener a alguien a mi lado, alguien fuerte e inteligente en quien pueda confiar más que en nadie del Senado.

Mi respiración se acelera mientras pienso en lo que va a pedirme.

—June —continúa—, necesito una persona que pueda tomar el pulso al pueblo, alguien con un talento extraordinario que comparta mis ideas sobre la nación. Por supuesto, no puedes pasar de agente a Prínceps en un día: si aceptaras, tendrías que atravesar un largo proceso de aprendizaje. A lo largo de años, décadas incluso, pasarías de ser senadora a dirigir el Senado, y de ahí a tu puesto definitivo. No es una formación que se pueda tomar a la ligera, especialmente para alguien carente de experiencia política. Además, por supuesto, habría otros candidatos a ocupar el puesto de Prínceps —hace una pausa y eleva el tono—. ¿Qué opinas?

Meneo la cabeza, abrumada. Me está ofreciendo la posibilidad de convertirme en Prínceps, un puesto solo superado por el de Elector. Pasaría casi todo el tiempo con Anden: sería su sombra durante al menos diez años. Apenas podría ver a Day. Su oferta hace que la vida que me había imaginado se tambalee.

Y además, no sé qué pensar. ¿Me ha elegido Anden por mis capacidades, o está permitiendo que sus emociones nublen su mente, ya que de esa forma podría pasar más tiempo a mi lado? ¿Y cómo podría competir con los otros candidatos al cargo de Prínceps? Muchos me sacarán al menos diez años y seguramente ya sean senadores. Inspiro profundamente e intento preguntárselo de forma diplomática.

—Elector —comienzo—, no creo que…

—No quiero presionarte —me interrumpe. Traga saliva y me lanza una sonrisa vacilante—. Tienes total libertad para rechazar mi propuesta. Además, puedes ser Prínceps sin… —¿se acaba de sonrojar?—. No hace falta llegar a… a una conexión personal. En cualquier caso, yo… la República… te lo agradecería mucho si aceptaras.

—No sé si poseo el talento necesario —respondo—. Para ese puesto hace falta alguien mucho más competente de lo que yo puedo llegar a ser.

Anden me agarra las manos.

—Has nacido para cambiar la República. June, no hay nadie mejor que tú.