DAY

Cuando la soldado y yo cerramos el balcón y volvemos junto a June, le pido que aposten algunos hombres en la puerta de la habitación (Buena idea, responde ella antes de marcharse. Nunca se sabe por dónde pueden salir los fans). Luego pido más mantas y medicamentos para June e intento acomodarme para pasar el resto de la noche. Ver a Kaede me ha inquietado.

Los gritos se van apagando poco a poco, y al cabo de un rato reina el silencio. Ahora June y yo estamos solos, sin contar a los hombres que montan guardia frente a la puerta.

Observo a June desde los pies de la cama y me pregunto si no sería mejor que nos marcháramos esta misma noche. He registrado la habitación y no he encontrado nada que pueda utilizar como arma. Si vamos a huir, confío en no tener que enfrentarme a nadie.

Me asomo un momento al balcón. Solo se ve la nieve sucia y pisoteada. Kaede ya no está, claro.

Contemplo el desconcertante panorama de las Colonias durante un rato, reflexionando sobre su pancarta. ¿Para qué querrá que regrese a la República? ¿Me está tendiendo una trampa, o intenta avisarme de un peligro? Pero si quiere perjudicarnos, ¿por qué golpeó a Baxter y nos dejó marchar en Pierra? Incluso nos gritó que huyéramos antes de que llegaran los demás Patriotas.

Vuelvo junto a June, que sigue dormida. Ahora respira de forma más acompasada y no está tan congestionada como hace unas horas. Aun así, no me atrevo a molestarla.

Pasan unos minutos. Aguardo por si vuelve a aparecer Kaede. Después de la velocidad a la que se ha precipitado todo últimamente, me parece extraño esperar sin hacer nada. De pronto me sobra el tiempo.

Algo golpea el cristal del balcón y me pongo en pie de un salto. Puede que sea una rama o un trozo de teja desprendido por la nieve… Escucho, alerta. Durante un rato no pasa nada. Y entonces suena otro golpe.

Echo un vistazo a la calle sin abrir el balcón. No hay nadie. Examino el suelo de la terraza y veo dos piedras menudas, una de las cuales está envuelta en una hoja de papel.

Abro un resquicio, saco la mano y agarro la piedra con la nota. Vuelvo a cerrar y la desdoblo. Las palabras están garabateadas a toda prisa.

Sal a la calle. Estoy sola. Es una emergencia.

Quiero ayudaros. Tenemos que hablar. K.

Emergencia… Arrugo la nota en la mano. ¿Qué pensará que es una emergencia? ¿Acaso no lo es todo ahora mismo? Puede que nos haya ayudado a escapar, pero eso no significa que confíe en ella.

No ha pasado ni un minuto cuando suena un tercer golpe en el cristal. Esta vez, la nota dice:

Si no hablas conmigo ahora, te arrepentirás. K.

La amenaza me pone furioso, pero tengo que tomármela en serio: Kaede podría delatarnos por haber saboteado los planes de los Patriotas. Reflexiono durante unos segundos y después releo las dos notas. Solo será un minuto, me digo a mí mismo. Lo justo para averiguar qué quiere. Después volveré.

Me pongo un abrigo que me ha traído la soldado, inspiro profundamente y me acerco al balcón. Abro el pestillo sin hacer ruido. El viento helado me golpea el rostro en cuanto salgo. Agachándome, junto las puertas de forma que el pestillo caiga en su sitio al cerrarlas y empujo con suavidad. Si alguien quisiera colarse para hacerle algo a June, tendría que romper los cristales y eso alertaría a los guardias. Salto la barandilla, me doy la vuelta y me agarro a los barrotes. Desciendo hasta quedar entre el segundo piso y el primero, y entonces salto. La nieve se aplasta bajo mis botas con un suave crujido. Echo un último vistazo a nuestro balcón, memorizo la situación del hospital en la calle, me oculto el pelo bajo el cuello del abrigo y me pego a la pared.

Las calles están vacías y silenciosas. Espero un minuto. Vamos, Kaede. Mi aliento dibuja nubes de vaho. Observo atentamente los rincones que hay a mi alrededor por si hubiera alguien escondido, pero no veo a nadie. ¿No querías hablar conmigo? Pues bien, aquí estoy.

—Vamos, Kaede… —musito mientras avanzo pegado a un edificio, pendiente por si aparece alguna patrulla. Pero las calles están desiertas.

De pronto, paro en seco y me tenso. En un callejón cercano hay una figura agazapada entre las sombras.

—Sal —musito lo bastante alto para que me oiga—. Sé que estás ahí.

Es Kaede. Se acerca a la luz y me hace un gesto.

—Ven conmigo —susurra—. Date prisa.

Se escabulle por un callejón estrecho que se abre algo más allá. Avanzamos hasta desembocar en otra calle más ancha y Kaede dobla la esquina rápidamente. Me apresuro a seguirla, mirando alrededor para detectar los puntos por los que podría trepar si alguien me persiguiera. Tengo el pelo de la nuca erizado por la tensión. Kaede reduce la velocidad para que me coloque a su altura. Lleva los mismos pantalones y botas que vestía por la mañana, pero ha sustituido la guerrera por una capa de lana y una bufanda y se ha borrado la franja de pintura negra de la cara.

Me aseguro de mantenerme a cierta distancia por si le da por jugar con cuchillos o algo parecido. No parece haber traído a nadie con ella, lo cual me tranquiliza, pero no quiero apartarme demasiado de las calles principales, por las que podría huir con más facilidad si fuera necesario. Nos cruzamos con algunos trabajadores que caminan con la cabeza gacha, iluminados por las luces de neón de los edificios.

—Date prisa —mascullo—. No quiero dejar sola a June más tiempo. ¿Qué haces aquí?

Kaede me mira. En sus ojos hay una expresión de ansiedad cercana al pánico, algo muy extraño en ella.

—No podía trepar hasta la habitación —dice; su voz suena amortiguada y confusa por la bufanda, así que se la baja de un tirón—. Esos malditos guardias me habrían oído. Además, no soy ninguna corredora… De todos modos, te juro que no he venido a hacerle daño a tu querida June. Si está sola ahí arriba, estará bien. Esto va a ser muy rápido.

—¿Nos seguiste por el túnel?

—Digamos que siempre viene bien conocer algún atajo —asiente.

—¿Dónde están los demás?

—¿Por qué supones que todo el mundo sabe de mis atajos? —replica; se echa el aliento en los dedos, gruñe algo sobre el frío que hace y luego se vuelve hacia mí, repentinamente seria—. Tenía que advertirte —dice.

Noto una sensación de malestar en el estómago.

—¿De qué? ¿Le ha pasado algo a Tess?

Kaede deja de frotarse las manos y me clava un dedo en las costillas.

—El atentado fracasó —levanta las palmas antes de que la interrumpa—. Ya, ya, ya sé que lo sabías. Han arrestado a un montón de Patriotas. Algunos consiguieron huir: Tess lo logró, junto a algunos pilotos y corredores. Pascao y Baxter también se libraron.

Suelto una maldición entre dientes. Tess… De repente siento la necesidad imperiosa de seguirla, de asegurarme de que está a salvo. Luego recuerdo lo último que me dijo. Kaede sigue avanzando, y aprieto el paso para no quedarme atrás.

—No sé dónde está Tess, pero sé algo que tú ignoras —prosigue Kaede—. Me enteré justo antes de que June y tú evitaseis el atentado. Lo descubrió Jordan, la corredora menudita. ¿Te acuerdas de ella? Se enteró de todo, sacó los datos de un disco duro y se los pasó a uno de nuestros hackers —toma aire profundamente y baja la vista—. Day, Razor ha jugado con todos nosotros —dice con una voz quebradiza que nunca le había oído—. Ha mentido a los Patriotas y los ha entregado a la República.

Me quedo helado.

—¿Qué?

—Razor decía que las Colonias nos habían contratado para matar al Elector y provocar una revolución. Pero no es cierto. El día del atentado descubrimos que nos financiaba el Senado de la República —menea la cabeza—. Cuesta creerlo, ¿verdad? La República contrató a los Patriotas para matar a Anden.

Estoy atónito. Las palabras de June se repiten en mi mente: me dijo que el Senado se oponía al nuevo Elector y que sospechaba que Razor mentía. Lo que nos ha dicho no tiene sentido, dijo.

—La cosa nos ha pillado a todos por sorpresa… Salvo a Razor, claro —dice Kaede al ver que no contesto—. Los senadores quieren ver muerto a Anden. Pensaron que podían utilizarnos y eliminarnos a continuación.

El corazón me late tan deprisa que apenas me oigo hablar.

—¿Pero por qué iba a vender Razor a los Patriotas? ¿No llevaba con vosotros más de una década? Además, cuesta creer que el Senado desee provocar una revolución.

Kaede se encoge de hombros y suelta una bocanada de vaho.

—Le atraparon hace un par de años. Al parecer hizo un trato con el Senado: él se encargaría de que los Patriotas mataran a Anden, el joven idealista y exaltado, y la República olvidaría todas sus traiciones. Al final, Razor acabaría convirtiéndose en el nuevo Elector y, gracias a tu apoyo y al de June, pasaría a ser considerado como una especie de héroe del pueblo. La gente pensaría que los Patriotas habían dado un golpe de estado, y todo continuaría como siempre. Razor no quiere unificar los Estados Unidos: quiere salvar el cuello, y se unirá al bando que le resulte más conveniente para lograrlo.

Cierro los ojos. Todo me da vueltas. June me lo advirtió. ¿Llevo todo este tiempo trabajando para los senadores de la República? Ellos son los que quieren ver muerto a Anden. No me extraña que las autoridades de las Colonias ignoren en qué andan metidos los Patriotas.

—Pero ha fallado —digo abriendo los ojos—. Anden sigue vivo.

—Anden sigue vivo —repite Kaede—. Por suerte para todos nosotros.

Debería haber confiado en June. La rabia que sentía hacia el joven Elector se tambalea y empieza a desvanecerse. Entonces… entonces, ¿habrá liberado realmente a Eden? ¿Estará mi hermano sano y salvo? Miro a Kaede fijamente.

—¿Y has venido hasta aquí para decirme eso? —susurro.

—Claro. ¿Sabes por qué? —se acerca hasta que su nariz casi roza la mía—. Anden va a perder el control de la nación. La gente está a esto de rebelarse contra él —junta las yemas del índice y el pulgar—. Si fracasa, nos costará muchísimo evitar que Razor se haga cargo de la República. Ahora mismo, Anden está luchando por controlar el ejército, mientras Razor y la comandante Jameson intentan evitarlo. El gobierno está a punto de dividirse en dos bandos.

—Espera… ¿La comandante Jameson?

—En el disco duro de Jordan también había grabada una conversación entre Razor y ella. ¿Recuerdas que nos la encontramos a bordo del DR Dynasty? Razor nos dijo que no tenía ni idea de que estaría allí, pero no era verdad. De hecho, creo que te reconoció. Supongo que querría comprobar con sus propios ojos que seguías vivo y formabas parte de los planes de Razor —Kaede hace una mueca—. Debería haberme dado cuenta de que Razor tramaba algo. Y también estaba equivocada acerca de Anden.

—¿Por qué te importa lo que le pase a la República? —le pregunto. El viento sacude los copos de nieve, haciéndose eco de la frialdad de mi tono—. ¿Y por qué ahora?

—Vale, lo admito: me metí en esto por el dinero —Kaede menea la cabeza y aprieta los labios hasta convertirlos en una línea—. Pero, en primer lugar, no he cobrado porque el plan no ha funcionado. Y en segundo, no me comprometí a destruir una nación para entregársela en bandeja a un nuevo Elector aún peor que los anteriores —baja la voz y sus ojos se vuelven brumosos—. No sé… En el fondo, puede que al unirme a los Patriotas buscara un objetivo más noble que ganar dinero. Unir a estas dos naciones… Habría estado bien.

El viento me corta la cara. No hace falta que Kaede me diga por qué ha venido a hablar conmigo. Ahora lo sé. Recuerdo lo que me dijo Tess en Lamar: La gente está pendiente de ti, Day. Todos esperan tu próximo movimiento. Puede que yo sea la única persona capaz de ayudar a Anden en este momento. Soy el único al que escuchará el pueblo de la República.

De pronto vemos dos soldados que se acercan a la carrera, haciendo saltar la nieve bajo las suelas de sus botas. Nos escondemos entre las sombras hasta que se desvían por la misma calle que hemos tomado para llegar hasta aquí. ¿Adónde irán?

Kaede se tapa la cara con la bufanda y sigue andando.

—¿Y las Colonias? —le pregunto.

—¿Qué pasa con ellas? —murmura con la voz ahogada por la tela.

—¿No querías que la República se hundiera y que las Colonias la conquistaran? ¿Qué pasa con esa idea?

—Yo nunca he querido que las Colonias ganen. Se suponía que los Patriotas luchábamos para reconstruir los Estados Unidos.

Kaede tuerce por una bocacalle y avanzamos dos manzanas antes de detenernos ante un bloque ruinoso.

—¿Qué es esto? —pregunto, pero ella no contesta.

Observo el edificio: tendrá unos treinta pisos, y se extiende a lo largo de varias manzanas. Cada diez metros hay un portal diminuto y oscuro. Las paredes están salpicadas de manchurrones negruzcos de moho y humedad, y el agua gotea por las ventanas y los balcones maltrechos. Es enorme: desde el cielo debe de parecer un bloque de hormigón gigantesco.

Trago saliva. Tras haber visto los luminosos rascacielos de las Colonias, me sorprende encontrar algo así. Supongo que estará deshabitado: en la República se desalojaban edificios en mucho mejor estado que este. Las ventanas y los portales son tan estrechos que es imposible que entre suficiente luz. Me asomo a uno de ellos, pero está tan oscuro que no veo nada. En el interior resuenan ecos de gotas y pasos. De vez en cuando parpadea un resplandor, como si alguien alumbrara con una linterna.

Me alejo un poco y examino las plantas superiores. Casi todos los cristales están hechos añicos o son directamente inexistentes. Algunos, los más cuidados, están pegados con cinta aislante. En casi todos los balcones hay latas y bidones para recoger el agua de lluvia, y en algunos veo ropa colgada. Mi primera impresión era errónea: ahí dentro vive gente. La idea me estremece. Vuelvo la vista hacia los rascacielos que resplandecen a nuestra espalda y luego contemplo esta estructura de cemento podrido.

Un alboroto al final de la calle me llama la atención. Aparto la vista del edificio; una manzana más abajo hay una mujer de mediana edad, vestida con botas de hombre y un abrigo raído. Sigue a dos hombres ataviados con unos pesados uniformes de algún material plástico y cascos de visores transparentes, hablándoles como si les suplicara algo.

—Presta atención —murmura Kaede conduciéndome a una de las entradas del edificio.

Nos ocultamos y escuchamos. Aunque está un poco lejos, la voz de la mujer rasga el aire frío de la noche.

—… solo me salté un pago este año —está diciendo—. Puedo ir al banco a primera hora de la mañana y darles todo el dinero que tengo…

Uno de los dos hombres la interrumpe.

—Es la política de DesCon, señora. No podemos investigar un crimen si el cliente no ha ingresado puntualmente sus pagos a la policía local.

La mujer rompe a llorar y se retuerce las manos con tanta fuerza como si quisiera arrancarse la piel.

—¡Hagan algo, por favor! —solloza—. ¿No habrá otro departamento de policía que…?

El segundo hombre niega con la cabeza.

—Todos los departamentos comparten la política de DesCon. ¿Cuál es su corporación?

—Cloud —dice la mujer, esperanzada, como si esa información pudiera persuadirlos para que la ayudaran.

—La Corporación Cloud desaprueba que sus empleados salgan de sus hogares después de las once de la noche —hace un gesto hacia el edificio—. Si no regresa a su casa, DesCon informará a Cloud y puede que pierda su empleo.

—¡Pero me han robado todo lo que tenía! —gime la mujer—. ¡Han derribado la puerta de mi casa y se han llevado toda la ropa y la comida! ¡El que lo ha hecho vive en la misma planta! Por favor, si vienen conmigo pueden atraparlo… Sé cuál es su apartamento…

Los dos hombres ya se alejan. La mujer echa a correr tras ellos e insiste, aunque está claro que no va a sacar nada en claro.

—Pero mi casa… Si no me ayudan, ¿cómo voy a…? —se lamenta.

Cuando se pierden de vista, me giro hacia Kaede.

—¿Qué ha sido eso?

—¿No es evidente? —replica con sarcasmo—. La clase trabajadora lleva las de perder en todas partes, ¿verdad? Mira, Day: las Colonias son mejores que la República en algunas cosas. Pero, lo creas o no, hay otras en las que son peores. La estúpida utopía con la que fantaseabas no existe, Day. No hubiera servido de nada decírtelo antes: tenías que verlo con tus propios ojos.

Emprendemos el camino de vuelta al hospital. Otros dos soldados nos adelantan a paso ligero sin prestarnos atención. Un millón de pensamientos se me agolpan en el cerebro. Mi padre no debió de pisar las Colonias o, si lo hizo, no vio más que la superficie, como June y yo cuando llegamos. Se me hace un nudo en la garganta.

—¿Confías en Anden? —pregunto al cabo de unos minutos—. ¿Merece la pena salvarlo? ¿Merece la pena salvar a la República?

Kaede dobla la esquina y se detiene frente a un escaparate con un montón de pantallas pequeñas: es una tienda parecida a la que vimos al llegar a la ciudad. En cada pantalla hay un programa distinto. Nos ocultamos en un callejón lateral, al amparo de la oscuridad.

—Las Colonias siempre están retransmitiendo noticias que capturan de los canales de la República —explica Kaede señalando una pantalla—. Tienen una cadena dedicada solo a eso. Y desde que fracasó el atentado, emite esta noticia sin parar.

Leo los titulares, al principio con la mirada perdida. Cuando logro centrarme, veo que la noticia no trata del frente, sino del Elector de la República. Ver a Anden en la pantalla me produce disgusto, pero hago un esfuerzo por oír lo que dice, preguntándome cómo se interpretarán en las Colonias los sucesos de la República.

Y entonces aparece un subtítulo que me deja sin aliento.

EL ELECTOR LIBERA AL HERMANO MENOR

DEL FAMOSO REBELDE DAY, ASÍ COMO A OTROS PACIENTES

EXPERIMENTALES. MAÑANA EXPONDRÁ SUS REFORMAS

EN UN DISCURSO PRONUNCIADO DESDE LA TORRE

DEL CAPITOLIO.

Me froto los ojos y releo los subtítulos. Es lo que pone, no me he equivocado. El Elector ha liberado a Eden.

De pronto ya no siento el frío. No siento nada. Me tiemblan las piernas y el corazón me late muy deprisa. No puede ser. El Elector ha debido de hacer ese anuncio público para atraerme de nuevo a la República, para que me ponga a su servicio. Está intentando engañarme y quedar bien ante el pueblo. Es imposible que haya liberado por su propia voluntad a Eden y a los demás enfermos… A Sam, el chico que vi en el tren. No puede ser.

¿Es imposible? ¿A pesar de todo lo que me dijo June, de lo que me acaba de contar Kaede? ¿A pesar de todo, sigo sin confiar en Anden? ¿Pero qué me pasa?

Sigo mirando la pantalla. El plano se corta y ahora aparece Eden saliendo de un edificio oficial, escoltado por dos soldados. No lleva esposas y va vestido como un niño de clase alta. Sus rizos rubios están bien peinados y, aunque su actitud delata que está ciego, va sonriendo. Cojo un puñado de nieve y lo estrujo en un intento de calmarme. Eden tiene buen aspecto y parece estar sano. ¿Cuándo filmaron esto?

La noticia termina y aparecen en pantalla imágenes del atentado fallido. Los titulares son muy distintos a los que se verían en la República.

DISTURBIOS GRAVES EN LA REPÚBLICA.

FRACASA UN ATENTADO CONTRA EL NUEVO ELECTOR PRIMO.

En la esquina de la pantalla pone: NOTICIAS PATROCINADAS POR EVERGREEN ENT. Debajo aparece el símbolo circular que ya empieza a resultarme familiar.

—Deberías cambiar de opinión sobre Anden —murmura Kaede, parando para quitarse los copos de nieve que se le han acumulado en las pestañas.

Me he equivocado. La certeza se me asienta en el estómago como un peso muerto, mientras recuerdo las cosas horribles que le dije a June en el subterráneo cuando ella intentó explicarme todo esto. Pienso en los anuncios extraños e inquietantes que he visto, en la vida miserable de los pobres aquí, en la decepción de ver que las Colonias no son el paraíso que imaginaba mi padre. Su sueño de rascacielos resplandecientes y una vida mejor no era más que eso: un sueño.

Recuerdo lo que pensaba hacer cuando todo hubiera terminado: huir a las Colonias con June, Tess y Eden. Empezar una nueva vida, dejar atrás la República. Tal vez quisiera escapar al lugar equivocado, huir de algo equivocado. Recuerdo todas las veces que me enfrenté a los soldados y el odio que sentía hacia el Elector y la gente de clase alta. Luego recuerdo el suburbio en el que crecí. Odio a la República, ¿no? Quiero que se hunda, ¿verdad? Pero ahora soy capaz de distinguir: odio las leyes de la República, pero amo a la República. Amo a las personas que viven en ella. No pienso hacer nada por el Elector: lo haré por la gente.

—¿Aún siguen trucados los sistemas audiovisuales de la Torre del Capitolio para transmitir a la nación entera? —le pregunto a Kaede.

—Que yo sepa, sí. No creo que hayan tenido tiempo de retirar el cableado, con todo lo que ha pasado en las últimas cuarenta y ocho horas.

Subo la vista a los tejados y miro los aviones de combate que esperan en las azoteas.

—¿Eres tan buena piloto como dices?

Kaede se encoge de hombros, sonriente.

—Mejor.

Se me está ocurriendo una idea.

Otros dos soldados pasan corriendo y, como los anteriores, se desvían por el callejón que tomamos para venir. Los observo, estremecido por un presentimiento oscuro. Me aseguro de que no se acerquen más por detrás y echo a correr en la misma dirección. No, no. Ahora no.

Kaede me sigue.

—¿Qué te pasa ahora? Estás blanco como el papel.

La he dejado sola en un sitio que creía seguro. Está enferma, indefensa. La he abandonado a su suerte. Si le pasara algo por mi culpa…

Apuro el paso.

—Creo que se dirigen al hospital —digo—. Van a por June.