DAY
June ha tardado media hora en quedarse dormida, a pesar de la inyección que le puso la enfermera al llegar. No dejaba de llorar por su hermano, tan desolada como si se hubiera hundido en un pozo y fuera incapaz de salir, como si le hubieran arrancado el corazón y lo hubieran dejado a la vista de todos. Sus ojos negros, normalmente tan fuertes, mostraban una expresión… rota. Me estremezco: sé lo que es perder a un hermano mayor.
Los ojos de June se mueven bajo los párpados cerrados. Debe de estar sumida en otra pesadilla de la que no puedo sacarla, así que hago lo mismo que ella me hacía: le acaricio el pelo y le beso la frente húmeda, las mejillas y los labios. No parece servir de mucho, pero lo hago de todas formas.
El hospital está bastante silencioso, pero los pocos sonidos que llegan a la habitación me ayudan a relajarme: el zumbido tenue de las luces del techo, el alboroto lejano de la calle… Como en la República, hay una pantalla en la pared que retransmite noticias del frente. Al contrario que en la República, las noticias están salpicadas de anuncios de cosas que no entiendo, igual que las calles. Al cabo de un rato, dejo de prestarles atención y recuerdo cómo mi madre consolaba a Eden cuando se contagió de la peste, cómo le susurraba palabras tranquilizadoras y le acariciaba la cara con las manos vendadas, cómo John le llevaba platos de sopa a la cama.
Lo siento muchísimo, ha dicho June.
Unos minutos después, una soldado entra en la habitación del hospital y se acerca a mí. Es la misma que nos trajo a este hospital. Se para delante de mí y me saluda con una inclinación de cabeza extrañamente formal, como si yo fuera un oficial o algo así. Me sorprende que no haya más soldados vigilándonos. Está claro que las Colonias ya no nos ven como una amenaza. No nos han esposado, no hay guardias en la puerta… ¿Sabrán que hemos saboteado el atentado contra el Elector? Si están financiando a los Patriotas, lo descubrirán tarde o temprano. Pero, por ahora, puede que ni siquiera sepan que trabajábamos para ellos. Razor nos incluyó en el plan bastante tarde.
—Tu amiga Sarah está estabilizada, ¿no? —echa un vistazo a June y yo asiento; prefiero no revelar su verdadera identidad—. Hasta que no mejore y pueda valerse por sí misma, tendrá que permanecer ingresada. Puedes quedarte con ella o, si lo prefieres, la Corporación DesCon estará encantada de financiar una habitación extra para ti.
La Corporación DesCon: más jerigonza de las Colonias que no entiendo. Pero nada más lejos de mi intención que cuestionar de dónde viene tanta generosidad. Si soy lo bastante famoso para obtener un tratamiento especial, acepto encantado.
—Gracias —contesto—. Aquí estoy bien.
—De acuerdo: te traeremos una cama supletoria —dice—. Por la mañana volveremos a ver cómo estás.
Me inclino de nuevo sobre June. Al ver que la soldado no se marcha, la miro enarcando las cejas y ella se pone roja.
—¿Necesitas algo más? —le digo.
Ella se encoge de hombros e intenta parecer indiferente.
—No. Solo… Bueno, tú eres Daniel Altan Wing, ¿no? —pronuncia mi nombre como si no estuviera convencida de poder decirlo en voz alta—. Evergreen Ent no deja de sacar noticias sobre ti. El rebelde de la República, el Fantasma, el Impredecible… Cada día aparecían un nuevo nombre y una nueva foto tuya. Dicen que escapaste tú solo de la prisión de Los Ángeles. Oye, ¿de verdad salías con la cantante Lincoln?
La idea es tan absurda que me entra la risa. No sabía que en las Colonias conocieran a los cantantes aprobados oficialmente por la República.
—Lincoln es un poquito mayor para mí, ¿no te parece?
Mi carcajada rompe la tensión, y la soldado se ríe conmigo.
—Bueno, sí, pero la gente nunca sabe qué esperar de ti… La semana pasada, Evergreen Ent dijo que habías esquivado las balas de un pelotón de fusilamiento.
Vuelve a reírse, pero yo me quedo callado.
No, no esquivé ninguna bala. Permití que mataran a mi hermano mayor en mi lugar.
Al ver mi expresión, la soldado deja de reírse y carraspea.
—Hemos sellado el túnel por el que vinisteis. Es el tercero que sellamos en un mes. De vez en cuando llegan refugiados de la República como vosotros, y la gente de Tribune empieza a estar harta de ocuparse de ellos. A nadie le gusta que aparezcan civiles de un territorio enemigo en su ciudad natal. Normalmente los llevan al frente para que vuelvan como puedan a su casa; la verdad es que tenéis suerte de que os hayan permitido quedaros. Pero claro, ¿cómo iban a echar a Day? —suspira—. Hace tiempo, todo esto era parte de los Estados Unidos de América. ¿Lo sabías?
De pronto, el cuarto de dólar que llevo al cuello parece quemarme.
—Sí.
—¿Y sabes lo de las inundaciones? Todo fue muy rápido: en menos de dos años, toda la costa sur desapareció. Sitios que un republicano como tú seguramente no haya oído nombrar jamás: Louisiana, Florida, Georgia, Alabama, Mississippi, Carolina del Norte y del Sur… Desaparecieron tan rápido como si nunca hubieran existido. Lo único que queda de esos estados son las puntas de los rascacielos que asoman a lo lejos, en el océano. Mi familia era de esa zona.
—¿Por eso vinisteis aquí?
—Sí: a los estados del oeste les afectaron menos las inundaciones. Así que empezó una auténtica marea humana… Millones de personas se habían quedado sin un lugar en el que vivir, y querían establecerse en regiones más seguras. Pero entonces, los estados del oeste se independizaron y construyeron una muralla desde el norte de Dakota hasta Tejas —se da un puñetazo en la palma—. Y entonces, la gente empezó a cavar túneles para entrar. ¡Había miles! Luego estalló la guerra y la República empezó a usar los túneles para atacarnos por sorpresa, así que los cegamos. De eso hace muchos años… La cosa es que, al final, las inundaciones remitieron, nuestras tierras se estabilizaron y nos convertimos en las Colonias de América —dice sacando pecho—. La guerra no durará mucho más: hace tiempo que vamos ganando.
Recuerdo que Kaede me dijo lo mismo cuando llegamos a Lamar. No había pensado demasiado en eso porque, al fin y al cabo, era la opinión de una sola persona. Pero a juzgar por las palabras de esta soldado, parece que es cierto.
Dejamos de hablar cuando el alboroto de la calle se hace más fuerte. Inclino la cabeza a un lado para escuchar mejor. Al poco de que llegáramos al hospital, se empezó a oír fuera un rumor confuso de voces, pero no me había parado a analizarlo. Ahora me parece oír mi nombre.
—¿Sabes qué pasa ahí fuera? —pregunto—. ¿Podríamos llevar a mi amiga a una habitación más tranquila?
La soldado se cruza de brazos.
—¿Quieres ver lo que pasa? —me hace un gesto para que la siga y abre el balcón que hay en el fondo del cuarto.
Me asomo, estremecido por el aire helado, y de pronto oigo una ovación ensordecedora. Cierro los ojos, cegado por el resplandor de los flashes, y por un instante soy incapaz de moverme. A pesar del frío y de lo tarde que es, frente al hospital se concentran cientos de personas. Noto el peso de sus ojos en mí.
Muchos sostienen pancartas. BIENVENIDO A NUESTRO LADO, dice una. EL FANTASMA VIVE, pone en otra. ABAJO LA REPÚBLICA, leo en una tercera. Hay docenas. DAY, NUESTRO COLONO DE HONOR. ¡BIENVENIDO A TRIBUNE, DAY! ¡ESTA ES TU CASA!
Saben quién soy.
La soldado me señala y sonríe a la multitud.
—¡Este es Day! —grita.
Todos estallan en aplausos. Yo aferro la barandilla de metal, petrificado. ¿Qué habrá que hacer ante un montón de personas que gritan tu nombre como locas? No tengo ni la menor idea, así que levanto la mano y saludo. Increíblemente, eso hace que chillen más aún.
—Aquí eres muy famoso —me dice la soldado, que parece mucho más contenta que yo por lo que está pasando—. Eres el único rebelde al que la República parece incapaz de echar el guante. Créeme: mañana la noticia aparecerá por todas partes. Evergreen Ent está deseando entrevistarte.
Sigue hablando, pero ya no la escucho. Hay una pancarta que me llama la atención. La lleva una chica con la cara oculta tras una bufanda.
Pero no me hace falta verle la cara para saber que es Kaede.
La cabeza me da vueltas mientras pienso en la alarma del búnker, el aviso de que alguien se acercaba al refugio. Luego recuerdo mi sensación de que alguien nos seguía al llegar a las Colonias. ¿Sería Kaede? ¿Habrá por aquí otros Patriotas?
Su pancarta queda oculta tras las demás.
Pero yo ya la he leído. Pone: TIENES QUE VOLVER. AHORA.