JUNE

Cuando tenía cinco años, Metias me llevó a visitar la tumba de nuestros padres. Era la primera vez que iba desde el funeral: creo que no soportaba recordar lo que había pasado. A la mayoría de los civiles de Los Ángeles, incluida casi toda la elite, se les asigna un nicho de treinta centímetros en una de las paredes del cementerio y una simple caja de cristal opaco donde guardar las cenizas de los seres queridos. Pero Metias pagó una sepultura de dos metros con una losa de cristal grabado. Los dos nos quedamos un buen rato ante la lápida, con nuestras ropas blancas de luto y dos ramos de flores igual de blancas. Yo no dejaba de mirar a Metias. Todavía recuerdo cómo apretaba la mandíbula, su pelo cuidadosamente peinado, sus mejillas húmedas y brillantes. Pero lo que más recuerdo es la tristeza de sus ojos, demasiado maduros para un chico de diecisiete años.

Day tenía esa mirada cuando se enteró de que su hermano había muerto. Y ahora, mientras avanzamos por el túnel para huir de Pierra, sus ojos muestran la misma expresión.

Corremos por el túnel húmedo y oscuro durante cincuenta y dos minutos. (¿O cincuenta y uno? No estoy segura. Me siento febril, como si flotara). Durante un rato oímos gritos de rabia al otro lado de la montaña de escombros que nos separa de los Patriotas y de los soldados, pero poco a poco se desvanecen y nos hundimos en el silencio. Tal vez estén intentando despejar los escombros. Es muy posible, así que seguimos avanzando.

Ahora solo oímos nuestros jadeos, el chapoteo de las botas contra los charcos y el goteo del agua helada que resbala por las paredes y cae del techo. Day me aprieta la mano con fuerza mientras corremos. Tiene los dedos congelados, empapados de sudor, pero no dejo de estrechárselos. Está tan oscuro que apenas veo su silueta.

¿Qué le habrá pasado a Anden? ¿Habrán conseguido matarlo los Patriotas? La idea hace que los latidos del corazón me resuenen en los oídos. La última vez que acepté convertirme en agente doble, alguien acabó muerto. Anden confió en mí y por ese motivo ha estado a punto de perder la vida… si es que no la ha perdido. Parece que la gente paga caro cruzarse en mi camino.

Esa idea me lleva a otra: ¿Por qué no ha venido Tess con nosotros? Quiero preguntárselo a Day, pero no ha dicho una palabra desde que entramos en el túnel. Parecían haber discutido. Espero que se encuentre bien. ¿Habrá decidido quedarse con los Patriotas?

Por fin Day se detiene ante un muro. Me invade una oleada de pánico mezclado con alivio. Deberíamos correr más, pero estoy agotada. ¿Hemos llegado a un punto muerto? ¿Se habrá derrumbado parte del túnel y estaremos atrapados?

Pero Day pasa la mano por la superficie.

—Podemos descansar aquí —musita; son las primeras palabras que le oigo decir desde que nos encontramos—. Me alojé en uno de estos sitios en Lamar.

Recuerdo que Razor mencionó en una ocasión los túneles de los Patriotas. Day palpa la pared en vertical y encuentra lo que buscaba: una palanca que sobresale de una ranura de unos treinta centímetros. Tira de ella y la puerta se abre con un chasquido.

Al principio no veo más que un agujero negro. Por el eco de nuestros pasos, debemos de encontrarnos en una sala de techo poco más alto que el propio túnel (tres metros o tres y medio). Rozo la pared con la mano y descubro que la pared sube en vertical. Nos encontramos en una sala rectangular.

—Aquí está —murmura Day. Aprieta un interruptor y la estancia se ilumina—. Recemos por que no haya nadie.

No es una sala muy grande, pero en ella cabrían cómodamente veinte o treinta personas, y hasta cien apretadas. Al fondo hay dos puertas que conducen a unos pasillos oscuros. Las paredes están llenas de pantallas gruesas y pesadas, con los bordes mal rematados, de un diseño más tosco que las que utiliza la República. Me pregunto si las instalarían los Patriotas o si se tratará de tecnología antigua, restos de cuando se construyeron los túneles.

Day desenfunda la pistola y se interna en el primero de los pasillos. Yo me dirijo al segundo. A los lados se abren dos habitaciones más pequeñas, con cinco literas en cada una. Al fondo veo una puerta que da a un túnel oscuro. Estoy segura de que la sala donde está Day también tiene una salida al túnel. Mientras voy recorriendo litera por litera, paso la mano por la pared donde la gente ha grabado su nombre e iniciales. Este camino es el de la salvación. J. D. Edward, dice una inscripción. La única salida es la muerte. María Marques, dice otra.

—¿Todo despejado? —pregunta Day a mi espalda.

—Despejado —asiento—. Creo que estamos a salvo de momento.

Suspira, hunde los hombros y se pasa la mano por el pelo enredado. Solo han transcurrido unos días desde que le vi por última vez, pero parece mucho más tiempo.

Me acerco a él y me mira como si me viera por primera vez. Debe de tener miles de preguntas que hacerme, pero acerca la mano y me aparta un mechón de la frente. No sé si el mareo que siento es por la fiebre o por la intensidad del momento. Casi había olvidado cómo me hace sentir su contacto. Querría hundirme en la pureza de Day, beberme su sinceridad, su corazón abierto de par en par.

—Eh —murmura.

Nos abrazamos con fuerza. Cierro los ojos y Day me envuelve con su cuerpo. Me dejo llevar, me sumerjo en la calidez de su aliento contra mi cuello. Me acaricia el pelo y la espalda, sujetándome como si tuviera miedo de perderme. Se aparta un poco para mirarme a los ojos, se acerca como si fuera a besarme… Y entonces, por alguna razón, se detiene y vuelve a abrazarme. Tenerlo entre mis brazos es reconfortante, pero aun así…

Algo ha cambiado.

Nos dirigimos a la cocina (unos veinte metros cuadrados, suelo de baldosas), buscamos algunas latas de comida y botellas de agua y nos sentamos en la encimera. Day no dice una palabra. Aguardo expectante mientras compartimos una lata de pasta con salsa de tomate, pero no abre la boca. Parece estar pensando. ¿En el plan frustrado? ¿En Tess? Aunque puede que tenga la mente en blanco, que todavía no haya reaccionado. Yo tampoco hablo. Prefiero no obligarle a decir nada.

—Vi tu señal por la cámara de seguridad —dice finalmente, al cabo de diecisiete minutos—. No sabía qué querías que hiciera exactamente, pero me hice más o menos a la idea.

Me doy cuenta de que no menciona el beso que nos dimos Anden y yo, aunque estoy segura de que lo ha visto.

—Gracias —de pronto, lo veo todo borroso y tengo que pestañear para enfocar la vista; puede que necesite más medicamentos—. Yo… siento haberte puesto en un brete. Intenté que los todoterrenos tomaran otra ruta en Pierra, pero no lo conseguí.

—Cuando fingiste que te desmayabas para ganar tiempo, ¿no? Tenía miedo de que te hubiera pasado algo.

Mastico durante unos segundos, pensativa. La comida me debería saber bien, pero no tengo hambre. Me gustaría decirle que Eden ha sido liberado, pero algo en su tono —una promesa de tormenta— me aconseja que no lo mencione aún. ¿Habrán oído los Patriotas la conversación que mantuve con Anden?

Si es así, Day ya lo sabe.

—Razor nos ha mentido —digo—. No nos ha explicado por qué quiere que muera el Elector. Todavía no sé cuál es el motivo, pero lo que nos ha dicho no tiene sentido.

Hago una pausa y me pregunto si Razor ya habrá sido arrestado por los oficiales de la República. Si no ha pasado ya, sucederá pronto, en cuanto averigüen que dio la orden de que la comitiva siguiera la ruta prevista llevando a Anden a la boca del lobo.

Day se encoge de hombros y sigue comiendo.

—Quién sabe qué habrá sido de Razor y los Patriotas —murmura.

Me pregunto si estará pensando en Tess. La forma en que ella le miró antes de que huyéramos por el túnel… Decido no preguntarle qué ha pasado entre ellos. Aun así, recuerdo de pronto lo cómodos y felices que parecían juntos cuando encontramos a los Patriotas en Vegas: la cabeza de Day recostada contra el regazo de Tess… Se me encoge el estómago. Pero no ha venido, recuerdo. ¿Qué les habrá pasado? Me los imagino discutiendo sobre mí.

—Bueno —dice Day con voz sorda—. Cuéntame por qué decidiste que debíamos traicionar a los Patriotas. ¿Averiguaste algo acerca del Elector?

No sabe nada de Eden. Dejo la botella de agua y frunzo los labios.

—El Elector ha liberado a tu hermano.

El tenedor de Day se queda congelado a medio camino de la boca.

—¿Cómo?

—Anden lo ha liberado. Lo ordenó al día siguiente de que yo te hiciera la señal. Eden se encuentra en Denver, bajo custodia federal. Anden no está de acuerdo con lo que la República le hizo a tu familia, y quiere recuperar nuestra confianza: la tuya y la mía.

Trato de agarrarle la mano, pero él la aparta. Suelto un suspiro de decepción: no sabía cómo se tomaría la noticia, pero esperaba que se sintiera… no sé, algo más feliz.

—Anden se opone a la política de su padre —continúo—. Quiere acabar con la Prueba y con los experimentos de la peste —vacilo un instante; Day contempla la lata de pasta, pero ha dejado de comer—. Le gustaría llevar a cabo un giro radical, pero necesita ganarse el apoyo del pueblo. Y para eso necesita que le ayudemos.

Me mira y me doy cuenta de que está temblando.

—¿Y eso es todo? ¿Por eso decidiste hacer que fracasara el plan de los Patriotas? —masculla con amargura—. ¿Así que el Elector quiere mi ayuda a cambio de un soborno? Será una broma. ¿Cómo sabes que dice la verdad, June? ¿Tienes alguna prueba de que haya soltado a Eden?

Le pongo la mano en el brazo. Es justo lo que temía, pero Day tiene todo el derecho a albergar sospechas. ¿Cómo le voy a explicar la sensación que tengo sobre Anden, la honradez que he visto en su mirada? Sé que ha liberado al hermano de Day. Lo sé. Pero Day no estaba presente cuando me lo dijo. No conoce a Anden, no tiene motivos para confiar en él.

—Anden es distinto. Tienes que creerme, Day. Ha liberado a Eden, y no solo porque espera que hagamos algo a cambio.

—Repito: ¿tienes alguna prueba?

Sus palabras suenan frías y distantes. Suspiro y aparto la mano.

—No —admito—. No la tengo.

Él hunde el tenedor en la lata, con tanta fuerza que el mango se dobla.

—Te ha tomado el pelo. Es increíble que te hayas dejado engañar. La República nunca va a cambiar. El Elector es un joven prepotente, un idiota que solo quiere que la gente le tome en serio. Dirá lo que haga falta y, en cuanto las cosas se calmen, se quitará la careta. Te lo garantizo. No es distinto a su padre: no es más que un maldito niño rico, podrido de dinero y mentiroso.

Me molesta que Day piense que soy tan crédula.

—¿Joven y prepotente? —le doy un pequeño empujón intentando quitarle hierro al asunto—. Eso me recuerda a alguien.

Sé que normalmente se habría reído ante eso, pero ahora se limita a mirarme con fijeza.

—Encontré a un chico en Lamar —susurra—. Tenía la edad de mi hermano; por un instante, creí que era él. Lo tenían encerrado dentro de un tubo de cristal gigante, como si fuera un experimento. Intenté sacarle, pero no lo conseguí. Están usando la sangre de ese niño como arma biológica contra las Colonias —saca el tenedor y lo lanza al fregadero—. Eso es lo que tu querido Elector le está haciendo a mi hermano. ¿Sigues pensando que le ha liberado?

Le agarro la mano.

—El Senado envió a Eden al frente antes de que Anden se convirtiera en Elector. Pero te aseguro que le soltó el otro día.

Day sacude la cabeza y me dirige una mirada de frustración. Se remanga la camisa hasta los codos.

—¿Por qué confías tanto en ese tipo?

—¿A qué te refieres?

—Me refiero —se va encendiendo según habla— a que solo hubo una razón por la que no rompí la ventana del coche de tu Elector y le rebané la garganta con el cuchillo. Lo hice por ti, porque pensaba que tendrías un motivo de peso para querer evitarlo. Pero me da la impresión de que estaba equivocado. Él te ha llenado la cabeza de cuentos y tú te los has creído. ¿Qué ha pasado con esa lógica tuya?

No me gusta que Day llame a Anden mi Elector, como si estuviéramos en bandos opuestos.

—Te estoy diciendo la verdad —murmuro—. Además, por lo que yo sé, tú no eres un asesino.

Él me da la espalda y masculla algo. Me cruzo de brazos.

—Day, recuerda que yo confié en ti aunque todo lo que conocía me decía que eras mi enemigo. Te otorgué el beneficio de la duda, lo sacrifiqué todo por esa convicción. Te aseguro que matar a Anden no resolvería nada. Él es lo que necesita la República: alguien que está dentro del sistema y que tiene el poder suficiente para cambiar las cosas. Además, ¿de verdad podrías vivir con el peso de una muerte en tu conciencia? Anden no es mala persona, Day.

—¿Qué más da eso? —me pregunta con frialdad, aferrando el borde de la encimera con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos—. Bueno o malo, ¿qué importa? Es el Elector.

Estrecho los ojos.

—¿Eso es lo que piensas de verdad?

Day sacude la cabeza y se ríe sin alegría.

—Los Patriotas quieren provocar una revolución. Eso es lo que necesita este país, no un nuevo Elector. Ningún Elector es bueno, June. La República está destrozada y no se puede arreglar. Las Colonias se encargarán de ella.

—Ni siquiera sabes cómo son las Colonias.

—Sé que serán mejores que este infierno.

Me doy cuenta de que no solo está enfadado conmigo, pero este comportamiento infantil me está empezando a molestar. Vuelvo a ponerle la mano en el brazo y él se tensa. Aun así le acaricio suavemente, notando el tacto de una cicatriz al otro lado de la tela.

—¿Sabes por qué accedí a ayudar a los Patriotas? Porque quería ayudarte, Day. Crees que todo ha sido por mi culpa, ¿no? Es culpa mía que estén llevando a cabo experimentos con tu hermano. Es culpa mía que hayas dejado a los Patriotas. Es culpa mía que Tess no haya querido venir.

—No… —baja el tono y se retuerce las manos—. No todo es culpa tuya. Lo de Tess… lo de Tess es cosa mía.

Su rostro muestra una expresión de auténtico dolor, pero no puedo precisar el motivo. Han pasado demasiadas cosas. De pronto, una punzada de resentimiento me hace sentir colérica y avergonzada a la vez. No es justo que me ponga celosa: al fin y al cabo, Day conoció a Tess hace años, mucho antes que a mí. ¿Cómo no va a sentirse unido a ella? Y ella es tan dulce, tan compasiva, tan desinteresada… Yo no lo soy. Claro que sé por qué le ha abandonado Tess. Ha sido por mí.

Le observo con atención.

—¿Qué ha pasado entre Tess y tú?

Day está mirando la pared, ensimismado. Le doy un toque con el pie para devolverlo a la realidad.

—Me besó —murmura—. Y siente que la he traicionado… contigo.

Me ruborizo. Cierro los ojos y me esfuerzo por no imaginarlos besándose. Esto es ridículo, June. Tess le conoce desde hace mucho tiempo; tiene todo el derecho a besarle. ¿Acaso no me ha besado a mí el Elector? ¿No me gustó?

Pero es como si Anden estuviera a miles de kilómetros de distancia, como si no me importara lo más mínimo: no puedo pensar en otra cosa que no sea Day y Tess juntos. Es como un puñetazo en el estómago. Estamos en una situación crítica. No seas absurda.

—¿Por qué me cuentas esto?

—¿Preferirías que lo mantuviera en secreto? —frunce los labios, avergonzado.

No sé por qué, pero Day siempre consigue que me sienta idiota. Trato de fingir que no me importa.

—Tess acabará por perdonarte —digo.

Intento sonar madura y razonable, pero mis palabras parecen falsas. Pasé la prueba del detector de mentiras sin problemas… ¿Por qué me cuesta tanto lidiar con esto?

—¿Qué piensas del Elector? Con sinceridad —murmura Day al cabo de un rato.

—Creo que va en serio —digo, contenta de que cambiemos de conversación y un poco sorprendida ante la serenidad de mi tono—. Es idealista y compasivo, aunque tal vez poco práctico. Definitivamente, no es el dictador brutal que describen los Patriotas. Es joven y necesita que el pueblo esté de su lado. Y va a necesitar ayuda para cambiar las cosas.

—June, apenas hemos conseguido escapar de los Patriotas. ¿Me estás diciendo que deberíamos ayudar a Anden más todavía? ¿Que deberíamos arriesgar la vida por ese maldito niño rico?

El veneno de sus ojos cada vez que pronuncia la palabra rico me provoca un estremecimiento. Es como si me estuviera insultando a mí también.

—¿Qué tiene que ver su nivel social con todo esto? —ahora estoy enfadada yo—. ¿Me estás diciendo que te alegraría verle muerto?

—Sí, claro que me alegraría —masculla—. Me alegraría ver muertos a todos los miembros del gobierno, si con eso consiguiera recuperar a mi familia.

—Tú no eres así. La muerte de Anden no arreglaría nada —insisto, preguntándome cómo hacer que lo entienda—. No puedes meter a todo el mundo en el mismo saco, Day. No todos los que trabajan para la República son malvados. Si fuera así, ¿cómo encajo yo en todo esto? ¿Y mi hermano o mis padres? Hay buena gente en el gobierno, y ellos serán los que puedan llevar a cabo los cambios en la República.

—¿Cómo puedes defender al gobierno después de todo lo que ha hecho? ¿Cómo es posible que no quieras que se hunda?

—Bueno, pues no quiero —replico, irritada—. Quiero que cambie a mejor. Al principio, la República tenía sus razones para empezar a controlar al pueblo…

—¡Eh! Espera un minuto. —Day levanta las manos. Sus ojos brillan de rabia. Nunca le había visto así—. Repite eso. Atrévete a repetirlo. ¿La República tenía sus razones al principio? ¿Te parecen razonables las medidas de la República?

—Tú no sabes cómo comenzó la República. Anden me contó que el país se formó en medio del caos y la destrucción, y que la gente…

—¿Ahora te crees cada palabra que dice? ¿Me estás intentando decir que es culpa de la gente el que la República sea como es? —Day eleva la voz—. ¿Que nosotros tenemos la culpa de toda esta mierda? ¿Así justificas que el gobierno torture a los pobres?

—No, no intento justificar eso… —No sé por qué, pero la historia que me contó Anden suena ahora mucho menos creíble.

—¿Y piensas que Anden lo va a arreglar todo con sus estúpidas ideas? ¿El niño rico nos va a salvar a todos?

—¡Deja de llamarle así! Nos salvarán sus ideas, no su dinero. El dinero no lo es todo cuando…

Day me señala con un dedo.

—No vuelvas a decirme eso a la cara en tu vida. El dinero lo es casi todo.

Me ruborizo.

—No, no lo es.

—Porque nunca te ha faltado.

Desesperada, quiero responderle que no, explicarle que no me refería a eso. El dinero no me define a mí, ni a Anden ni a nadie. ¿Por qué no he dicho eso? ¿Por qué me resulta imposible argumentar de forma coherente con Day?

—Day, por favor… —comienzo.

Salta de la encimera.

—¿Sabes una cosa? Puede que Tess tuviera razón sobre ti.

—¿Perdón? —balbuceo—. ¿En qué tenía razón?

—Puede que hayas cambiado un poco en las últimas semanas, pero en el fondo sigues siendo una soldado de la República hasta el tuétano. Todavía eres leal a esos asesinos. ¿Se te ha olvidado cómo murieron mi madre y mi hermano? ¿No recuerdas quién mató a tu familia?

Me enciendo de cólera. ¿Es que te niegas a propósito a ver las cosas desde mi punto de vista? Salto al suelo y me encaro con él.

—¡No se me olvida nada! Estoy aquí por ti, Day: lo he abandonado todo por ti. ¿Cómo te atreves a meter en esto a mi familia?

—¡Tú metiste a la mía! —grita—. ¡Tú y tu querida República! ¿Cómo puedes defenderlos, como te atreves a justificarlos? Para ti es muy sencillo decir estas cosas: al fin y al cabo, llevas toda la vida viviendo en un palacio. Apuesto a que no te parecería tan fácil usar la lógica si hubieras tenido que escarbar en la basura para comer. ¿Me equivoco?

Estoy tan furiosa y dolida que me cuesta hasta respirar.

—Eso no es justo, Day. Yo no escogí el tipo de vida que tuve. Nunca quise hacer daño a tu familia.

—¡Pues se lo hiciste! —su mirada me hace temblar—. Tú condujiste a los soldados hasta la puerta de mi casa. Por tu culpa están muertos.

Me da la espalda y sale de la cocina como un vendaval. Me quedo sola, en silencio, totalmente perdida; por una vez en mi vida, no sé qué pensar. Tengo en la garganta un nudo que me ahoga. No veo nada entre las lágrimas.

Day piensa que estoy siguiendo ciegamente al Elector en lugar de emplear la lógica. Que no es posible que esté de su lado y aun así siga siendo leal al Estado. Y bien, ¿sigo siendo leal? ¿Era cierto lo que respondí al final de la prueba del detector? ¿Estoy celosa de Tess? ¿Celosa porque es mejor persona que yo?

Y entonces me invade una certeza tan dolorosa que apenas soy capaz de soportarla. No importa lo mucho que me han enfadado sus palabras: tiene razón. No puedo negarlo. Es culpa mía que Day haya perdido todo lo que le importaba.