DAY
Por fin ha llegado el día en que mataremos al Elector. Es como si se avecinara un huracán que traerá consigo todo lo que espero y temo. Lo que espero: la muerte del Elector. Lo que temo: la señal de June.
O puede que sea al contrario.
Sigo sin saber qué pensar de su actitud. Debería estar exultante por lo que va a ocurrir hoy, pero me siento confuso. Tamborileo sin parar contra la empuñadura de mi cuchillo. Ten cuidado, June. Es lo único en lo que pienso. Ten cuidado. Por tu bien y por el nuestro.
Estoy encaramado en una ventana de un edificio ruinoso, a cuatro plantas de altura, oculto a la mirada de los viandantes. Además del cuchillo, llevo al cinto tres granadas y una pistola. Voy vestido con una guerrera negra de la República, y me he pintado la franja negra en los ojos; de lejos, parezco un soldado. Lo único que nos diferencia a los Patriotas de los soldados normales es el brazalete blanco que llevamos en el brazo izquierdo, y no en el derecho. Desde aquí diviso las vías del tren, que dividen la ciudad de Pierra en dos mitades. A mi derecha, tres edificios más allá, está el callejón desde el que se accede al túnel de los Patriotas. El refugio subterráneo está ahora vacío. No hay nadie más que yo en este edificio, aunque estoy convencido de que Pascao puede verme desde su posición en el tejado de enfrente. No me extrañaría que también pudiera oír los latidos de mi corazón.
Por enésima vez, me pregunto por qué June querrá impedir el atentado. ¿Habrá descubierto algo que los Patriotas no me han dicho? ¿O nos habrá traicionado, como vaticina Tess? Aparto la idea de mi mente: June nunca haría eso. No después de lo que la República le hizo a su hermano.
Tal vez quiera evitar el atentado porque se ha enamorado del Elector. La imagen de los dos besándose me viene a la mente, y cierro los ojos. Imposible. June nunca sería tan sentimental.
Todos los Patriotas están en sus puestos: los corredores en los tejados, con los explosivos dispuestos; los hackers en un edificio cercano a la entrada del túnel, preparados para grabar y transmitir la muerte del Elector; los luchadores a lo largo de la calle, disfrazados de militares… En la zona también hay unos cuantos médicos dispuestos a llevarse a los heridos por el túnel. Tess está escondida en una callejuela a la izquierda de mi edificio. Después del atentado, cuando escapemos, la buscaré para ayudarla.
Y luego estoy yo. Según el plan, se supone que June tiene que alejar al Elector de su escolta. Cuando veamos que su coche pasa en solitario, los corredores le cortaremos todas las vías de escape con explosivos. Después bajaré a la calle y, cuando los Patriotas saquen a Anden del todoterreno, le mataré de un tiro.
Es media tarde, pero las nubes oscurecen el día y le dan una luz siniestra. Me acerco la muñeca a la cara para mirar el reloj, que he puesto en modo cronómetro. Cuando llegue a cero, el coche del Elector doblará la esquina.
Quedan quince minutos.
Estoy temblando. Me parece inconcebible que el Elector vaya a morir dentro de un cuarto de hora… y por mi mano. ¿Funcionará el plan? Si todo sale como está previsto, ¿cuándo me ayudarán a rescatar a Eden los Patriotas? Le conté a Razor lo del niño que vi en el tren, y él me dio una palmada en el hombro y me dijo que ya habían empezado a buscar a mi hermano. No tengo más remedio que creerle. Intento imaginarme la República sumida en el caos, las pantallas de todo el país retransmitiendo la muerte del Elector. Si la gente ya ha empezado a rebelarse, no sé qué harán cuando me vean disparar al Elector. Y después, ¿qué pasará? ¿Aprovecharán las Colonias para invadir la República?
Un nuevo gobierno. Un nuevo orden. Me estremezco, incapaz de contener el nerviosismo.
Vuelvo a recordar la señal de June, la incógnita de toda esta ecuación. Intento doblar los dedos. Tengo las manos pegajosas, empapadas en sudor frío. No tengo ni la menor idea de qué va a pasar hoy.
Oigo un zumbido de estática en el auricular y distingo algunas palabras sueltas de Pascao.
—Calles Óscar Eco, despejado —eleva la voz—. ¿Day?
—Te recibo.
—Quince minutos. Repaso rápidamente: la avanzadilla de corredores se encargará de la primera explosión. Cuando la comitiva llegue a su calle, lanzarán la granada. June se habrá encargado de separar el coche del Elector de los demás. Luego le tocará el turno a Baxter, y luego a mí: lanzaré la granada de forma que el coche gire por la calle donde estás tú. Lanza la tuya en cuanto lo veas para desviarlo hacia el callejón de la izquierda y luego baja al suelo. ¿Entendido?
—Entendido —respondo—. Y ahora muévete, Pascao, que aún no estás en tu puesto.
Esta espera me revuelve el estómago. Me recuerda a la noche en que vigilé la casa de mi madre, esperando a que la patrulla antipeste llamara a su puerta. Por mala que fuera esa noche, era mejor que esta situación: al menos mi familia estaba viva, y Tess y yo nos llevábamos bien. Respiro despacio hasta que se me pasan las náuseas. En menos de quince minutos, el coche del Elector aparecerá en esta calle. Acaricio las granadas que llevo en el cinto.
Pasa un minuto. Otro.
Tres minutos. Cuatro. Cinco. Cada uno se arrastra con mayor lentitud que el anterior. Se me acelera la respiración. ¿Qué hará June? ¿Y si tiene razón? Creo que estoy preparado para matar al Elector. Llevo días haciéndome a la idea. Hasta he llegado a sentirme emocionado por la perspectiva. ¿Seré capaz de salvarle la vida a alguien en quien soy incapaz de pensar sin sentirme rabioso?
Y sin embargo, ¿seré capaz de mancharme las manos de sangre? ¿Qué sabe June que yo no sepa? ¿Qué ha podido averiguar para querer salvarle ahora?
Ocho minutos.
De pronto, oigo la voz de Pascao.
—Espera. Tenemos un retraso.
Me tenso de inmediato.
—¿Por qué?
Se produce un largo silencio.
—A June le ha pasado algo —murmura—. Se ha desmayado cuando salía del juzgado. No te asustes: Razor dice que se encuentra bien. Vamos a retrasar la cuenta dos minutos. ¿Entendido?
Cambio ligeramente de postura. June ha jugado sus cartas. Noto un hormigueo en la nuca, una especie de sexto sentido que me indica que mis próximos movimientos —mi vida— dependen enteramente de lo que June haga a continuación.
—¿Por qué se desmayó? —pregunto.
—No lo sé. Los exploradores dicen que parece mareada.
—¿Pero están en camino o no?
—Parece que seguimos adelante con el plan.
¿Seguimos adelante con el plan? ¿Habrá fallado la jugada de June? Me incorporo, doy un par de pasos y vuelvo a ponerme en cuclillas. Algo no va bien. Si seguimos adelante con el plan, ella vendrá en el todoterreno como estaba previsto… ¿en contra de su voluntad? ¿Sabrán los Patriotas que ha intentado sabotear su plan? Tengo un mal presentimiento, que no desaparece. Algo va realmente mal.
Pasan otros dos minutos con una lentitud agónica. Estoy tan nervioso que he pelado el esmalte del mango del cuchillo, y tengo el pulgar lleno de escamas negras.
Suena un estruendo a varias calles de distancia: la primera granada. El edificio tiembla y del techo cae una nube de polvo. La comitiva del Elector ya ha hecho acto de presencia.
Abandono mi posición en la ventana, me dirijo al hueco de la escalera y salgo al tejado, agachándome para que no me descubran. Desde aquí veo mejor dónde se ha producido la explosión y oigo los gritos de los soldados.
El coche se encuentra a tres manzanas. Varios guardias entran corriendo en la calle y me tumbo sobre las tejas para ocultarme. Gritan algo incomprensible; supongo que estarán pidiendo refuerzos. Demasiado tarde: cuando quieran llegar, el todoterreno del Elector ya habrá doblado la esquina por la que queremos que pase.
Saco una granada, la sostengo con precaución y recuerdo cómo funciona. Si la arrojo en el momento adecuado, iré en contra de la advertencia de June.
Es una granada de impacto, me explicó Pascao hace un rato. Una vez la actives, estallará al chocar con cualquier objeto. Solo tienes que apretar la palanca, tirar de la anilla, lanzarla y ponerte a cubierto.
Otra explosión, esta algo más cerca. Se levanta una humareda. Baxter se encargaba de esa, y ahora estará escondido en algún callejón.
Dos manzanas. El Elector está a punto de llegar.
La tercera explosión me sobresalta. Ha sonado mucho más fuerte que la anterior. El todoterreno debe de estar a una manzana de distancia. Me incorporo, olvidando ya todas las precauciones, y lucho por mantener el equilibrio en el tejado, que aún tiembla por la onda expansiva. Pronto me tocará a mí. ¿Dónde estás, June? Si hace algo inesperado, ¿cómo debo reaccionar?
La voz apremiante de Pascao suena en el intercomunicador.
—Prepárate, Day.
Dos todoterrenos entran en mi calle.
Y entonces veo algo que me hace olvidar todo lo que les he prometido a los Patriotas: la puerta del segundo vehículo se abre y por ella salta una chica con el pelo negro recogido en una coleta. Rueda, tropieza y consigue ponerse en pie. Alza la vista y empieza a hacer aspavientos frenéticos.
Es June. Está aquí. Y no quiere que yo detenga el coche del Elector. Vuelvo a escuchar la voz de Pascao.
—Sigue el plan —musita—. Ignora a June. Sigue el plan, ¿me oyes?
No sé lo que me pasa. Noto un calambrazo que me recorre la espina dorsal. No, June, no puedes parar esto ahora, dice una parte de mí. Quiero ver muerto al Elector. Quiero recuperar a Eden. Pero luego veo cómo agita los brazos en medio del peligro, cómo arriesga su vida para avisarme. No sé cuál será el motivo, pero tiene que ser de mucho peso. Tiene que serlo. ¿Qué hago? Confía en ella, me dice una voz que me surge de muy dentro. Aprieto los ojos y agacho la cabeza.
Cada segundo que pasa es un puente entre la vida y la muerte.
Confía en ella.
Doy un salto y echo a correr por el tejado. Pascao grita furioso en el auricular, pero le ignoro. Cuando los coches pasan junto a mi posición, tiro de la anilla y lanzo la granada hacia el callejón de la izquierda.
—¡Day! —chilla Pascao fuera de sí—. ¡No! ¿Qué estás…?
La granada choca contra el asfalto. Me tapo los oídos y casi pierdo pie cuando la explosión hace estremecerse el edificio. Los coches de la comitiva derrapan al frenar; solo el todoterreno del Elector intenta esquivar los escombros, pero se le pincha una rueda y tiene que detenerse. He bloqueado la calle por la que debía pasar el Elector para que los Patriotas lo emboscaran. Además, toda su escolta sigue con él. June se precipita hacia el todoterreno de Anden; si está intentando salvarle, no tengo tiempo que perder. Me acerco al alero de un salto, me cuelgo de un canalón y bajo por él hacia el suelo. A medio camino, la tubería se suelta y se separa de la pared, pero consigo sujetarme a una ventana. Aterrizo en la cornisa del segundo piso, salto al suelo y aterrizo rodando para amortiguar el golpe.
En la calle reina el caos. Los soldados de la República corren gritando hacia el coche del Elector, casi oculto por el humo. Algunos son Patriotas disfrazados que no saben qué hacer, confundidos por la explosión a destiempo. Es demasiado tarde para separar al Elector del resto de la comitiva: una marea de militares llena la calle.
Me siento aturdido, tan desconcertado como ellos: todavía no tengo claro por qué estoy haciendo lo contrario de lo que había planeado.
—¡Tess! —grito al verla clavada en su puesto, entre las sombras de mi edificio. Llego hasta ella y la agarro de los hombros.
—¿Qué está pasando? —grita.
—¡A la entrada del túnel! ¡No preguntes! —apremio señalando hacia el búnker de los Patriotas.
Ella asiente, con la cara desencajada por el pánico, y desaparece rápidamente de mi vista.
Se produce otra explosión a mi espalda: otro de los corredores ha tirado una granada. Aunque no tengan al Elector donde esperaban, están intentando encerrarlo en esta calle para acabar con él. Hay Patriotas por todas partes; como me atrapen me van a matar, y no en sentido figurado. Tess y yo tenemos que llegar al túnel antes de que nos pillen.
Alcanzo a June justo al lado del coche del Elector. Dentro hay un hombre con el pelo ondulado y negro, y ella le grita algo mientras golpea el cristal. Se oye otra explosión y June cae de rodillas. Me lanzo al suelo para protegerla y noto una lluvia de gravilla en la espalda. Un cascote de cemento me golpea el hombro y me hace gritar de dolor. Los Patriotas están intentando recuperar el tiempo perdido, pero el retraso les ha salido muy caro. Si no ven otra salida, estoy convencido de que olvidarán la retransmisión del atentado y se limitarán a volar el todoterreno del Elector. Los soldados de la República llenan la calle; ya deben de haberme visto. Ruego para mis adentros que Tess haya llegado a un lugar seguro.
—¡June!
Ella me mira, aturdida, pero me reconoce. No hay tiempo para saludos.
Una bala pasa silbando por encima de mi cabeza. Me agacho de nuevo sobre June y veo cómo uno de los soldados que nos rodean recibe un disparo en la pierna. Por favor, por lo que más quieras, por favor, que Tess haya llegado sana y salva al túnel. Me giro y me enfrento a los ojos del Elector a través del cristal. Así que este es el tipo que besó a June. Es alto, atractivo y rico, y acabará siguiendo los pasos de su padre. Este joven dictador simboliza todo lo que es la República: la guerra contra las Colonias que provocó la enfermedad de Eden, las leyes que condujeron a mi familia a la pobreza y la muerte, las que decretaron mi ejecución por haber suspendido un estúpido examen cuando tenía diez años… Este hombre es la República. Debería matarlo ahora mismo.
Pero entonces pienso en June. Si tiene un motivo para protegerlo de los Patriotas, si cree en él lo bastante como para arriesgar su vida y la mía, no voy a cuestionar su decisión. Tengo que confiar en ella; si no lo hiciera, rompería para siempre los lazos que nos unen. ¿Podría vivir sin June? Solo de pensarlo se me hiela el alma. Me incorporo y hago algo que jamás pensé que haría:
—¡Rodead el coche! —les grito a los soldados que hay a mi espalda—. ¡Levantad una barricada en la calle! ¡Proteged al Elector! —me vuelvo hacia los que están más cerca y sigo chillando, frenético—. ¡Sacadlo del todoterreno! ¡Lo van a volar!
De pronto, June me empuja al suelo. Una bala pasa silbando cerca de nosotros y se hunde en el asfalto.
—¡Vamos! —le grito levantándome de un salto, y ella me sigue.
Un grupo de soldados rodea el coche del Elector, y él sale a toda prisa y se aleja protegido entre ellos. Llueven las balas. ¿Le han dado en el pecho? No, ha sido en un brazo. Dejo de verlo, oculto entre la marea de militares. Creo que lo han montado en otro coche.
Se ha salvado. Me cuesta respirar. No sé si me siento feliz o rabioso: después de toda la preparación, el atentado ha fracasado por culpa mía. Y de June.
¿Qué he hecho?
—¡Es Day! —grita alguien—. ¡Está vivo!
Aprieto la mano de June sin girarme y los dos echamos a correr entre el humo y los escombros.
Tardamos poco en toparnos con el primer Patriota: Baxter. Se queda parado un instante cuando nos ve y después agarra a June del brazo.
—¡Tú! —escupe.
Me lanzo sobre él y June aprovecha para librarse del agarrón. Baxter se separa un poco y me mira, con los ojos brillantes y los músculos tensos en posición de ataque, pero alguien lo derriba de un puñetazo en la cara antes de que pueda reaccionar. Me encuentro con los ojos ardientes de Kaede.
—¡Poneos a cubierto antes de que os encuentren los demás! —chilla.
Parece perpleja. ¿Estará aturdida por el fracaso del plan? ¿Sabrá que ha sido por culpa nuestra? Tiene que saberlo. ¿Por qué traiciona ella también a los Patriotas? Se aleja corriendo y la sigo con la mirada durante un instante. Ya no se ve a Anden por ninguna parte, y los soldados de la República no dejan de disparar a los tejados.
Ya no se ve a Anden por ninguna parte, me repito. ¿Significa esto que el atentado ha fracasado definitivamente?
Seguimos corriendo hasta salir del escenario de la explosión. De pronto veo Patriotas por todas partes: algunos corren hacia la refriega, aún obsesionados con matar al Elector, y otros corren detrás de nosotros hacia el túnel.
Otra explosión sacude la calle: han debido de localizar el nuevo coche del Elector. ¿Habrán conseguido volarlo? ¿Dónde estará Razor? ¿Querrá vengarse de nosotros? Me imagino su rostro sereno y paternal encendido por la rabia.
Por fin llegamos al callejón donde está la entrada del túnel. Tess está acurrucada contra la pared, entre las sombras. Me entran ganas de gritar. ¿Qué hace ahí? ¿Por qué no se ha metido en el túnel?
—¡Entra, vamos! —grito—. ¡No deberías haberme esperado!
Pero ella no se mueve del sitio. Se queda delante de nosotros, con los puños apretados. Sus ojos van de June a mí. Me acerco corriendo, le agarro la mano y tiro de ella hasta llegar a la rejilla metálica que hay junto a la pared. Oigo las pisadas de los Patriotas a nuestra espalda: se acercan. Por favor, suplico mentalmente. Por favor, que seamos los primeros en llegar al escondite.
—Ya casi están aquí —dice June con los ojos fijos en la entrada del callejón.
—Que intenten atraparnos… —mascullo mientras paso las manos por el borde de la rejilla, frenético.
Consigo abrirla de un tirón, pero los Patriotas están muy cerca. Me levanto.
—Apartaos —les digo a Tess y a June.
Saco una granada del cinto, tiro de la anilla y la lanzo hacia atrás. Nos arrojamos al suelo y nos cubrimos la cabeza con las manos.
¡BAM! Una explosión ensordecedora. Eso debería parar a los Patriotas, pero veo a unos cuantos que esquivan los escombros y avanzan corriendo hacia nosotros.
June se acerca a la entrada del túnel y desaparece de un salto. Yo le tiendo la mano a Tess.
—¡Vamos, Tess! ¡No tenemos mucho tiempo!
Ella me mira la mano extendida y da un paso atrás. En ese instante, el mundo entero parece quedarse congelado. No va a venir con nosotros. En su rostro menudo se mezclan la ira, la sorpresa, la culpa y la tristeza.
—¡Vamos! —insisto—. Por favor, Tess… No puedo dejarte aquí.
Ella me atraviesa con la mirada.
—Lo siento, Day —jadea—. Pero puedo cuidar de mí misma. No intentes venir a buscarme.
Aparta la vista y echa a correr hacia los Patriotas. ¿Va a volver con ellos? La veo alejarse, aturdido, incapaz de decir nada. Mi mano sigue extendida. Los Patriotas están muy cerca.
Recuerdo a Baxter: llevaba días advirtiéndole a Tess que yo acabaría por traicionarlos. Y lo he hecho. He hecho justo lo que Baxter predijo, y Tess tendrá que vivir con ello. La he defraudado.
Es June la que me salva en ese instante.
—¡Day, salta! —grita sacándome de mi estupor.
Despego los ojos de Tess y me lanzo al agujero. Mis botas chapotean contra el agua helada justo cuando oigo los pasos del primer Patriota. June me agarra la mano.
—¡Vamos! —sisea.
Corremos por el túnel oscuro. Alguien aterriza en el suelo del túnel a nuestra espalda. Después otro, y otro más. Vienen todos a por nosotros.
—¿Te quedan más granadas? —jadea June.
Me llevo la mano al cinto.
—Una.
Tiro de la anilla. Si la lanzo, no habrá vuelta atrás. Podríamos quedarnos atrapados aquí, pero no hay alternativa y June lo sabe.
Grito para advertirles del peligro y lanzo la granada. El Patriota que está más cerca me ve arrojarla, para en seco y chilla a los demás que vuelvan atrás. June y yo seguimos corriendo hasta que la onda expansiva nos hace perder el equilibrio. Golpeo el suelo y resbalo en el agua helada durante unos segundos. Me zumban los oídos. Me aprieto las sienes con fuerza, pero no consigo nada: el dolor me atraviesa el cráneo y me impide pensar. Cierro los ojos. Uno, dos, tres…
Pasan los segundos. La cabeza me palpita como si me dieran martillazos. Me esfuerzo por respirar.
Por fin, el dolor empieza a desvanecerse. Abro los ojos en la oscuridad. El suelo ya no tiembla y, aunque se oyen voces a nuestra espalda, suenan amortiguadas como si estuvieran al otro lado de una puerta gruesa. Me incorporo lentamente hasta quedar sentado. June está apoyada en la pared, frotándose el brazo. Los dos miramos atrás.
Hace unos segundos, aquí había un túnel. Ahora solo se ve una pila de escombros que sellan el camino.
Lo hemos logrado, pero yo me siento vacío.