DAY

El grupo de Pascao y yo pasamos todo el día siguiente ocultándonos. Nos escabullimos por callejones solitarios y tejados de casas abandonadas, huyendo de los soldados que nos buscan por las inmediaciones de la estación. Solo encontramos la oportunidad de volver a la base de los Patriotas al atardecer, y aun entonces lo hacemos de uno en uno. Ni Pascao ni yo hablamos de lo que sucedió en el tren. Jordan, la corredora de las trenzas cobrizas, me pregunta un par de veces si me pasa algo. Me limito a encogerme de hombros.

Sí, me pasa algo. Por decirlo suavemente.

Al llegar al búnker vemos que todo el mundo está preparándose para salir de Pierra. Algunos se dedican a destruir documentos, otros borran archivos informáticos… Cuando Pascao me llama, agradezco oírle por una vez: necesito distraerme.

—¡Bien hecho, Day! —exclama.

Está sentado frente a una mesa apoyada en la pared del fondo. Se abre la chaqueta; dentro de ella lleva una docena de granadas que ha robado del tren. Las deposita cuidadosamente en una caja de huevos vacía y me señala con un gesto el monitor de la derecha, que muestra una plaza grande. Un grupo de gente se apiña frente a una pintada.

—Mira eso —dice.

Me fijo en lo que hay escrito en la pared. La misma frase se repite tres o cuatro veces: DAY ESTÁ VIVO.

Los espectadores vitorean; algunos de ellos sostienen pancartas con la misma frase. Si no estuviera tan preocupado por el paradero de Eden, por la misteriosa señal de June y por Tess, me emocionaría ver lo que he provocado.

—Gracias —respondo con sequedad—. Me alegro de que les gustara nuestro numerito.

Pascao canturrea entre dientes sin prestar atención a mi tono.

—Mira a ver si puedes echarle una mano a Jordan.

Mientras me dirijo al pasillo, me cruzo con Tess. Baxter va a su lado, y tardo un instante en darme cuenta de que está intentando pasarle el brazo por los hombros mientras le murmura algo al oído. Tess le aparta en cuanto me ve. Estoy a punto de decirle algo cuando Baxter me da un empujón en el hombro que me hace retroceder un par de pasos. Mi gorra va a parar al suelo y el pelo me cae sobre los hombros. Baxter sonríe; la pintura negra de los soldados aún le oscurece la mitad de la cara.

—Deja sitio —me suelta—. ¿Te crees que este lugar es tuyo?

Aprieto los dientes, pero los ojos de Tess hacen que me contenga. Es inofensivo, me digo.

—Quítate de en medio —replico con voz tensa, rodeándole.

Él masculla algo, y yo me detengo y me encaro con él.

—Repite eso —le digo entrecerrando los ojos.

Sonríe, se mete las manos en los bolsillos y alza el mentón.

—He dicho: Qué, ¿celoso de que tu chica ande tonteando con el Elector?

Casi consigo pasárselo por alto. Casi. Pero en ese instante, Tess rompe el silencio y empuja a Baxter.

—Oye, déjale en paz, ¿quieres? Ha tenido un día duro.

Baxter gruñe, irritado, y de pronto le devuelve el empujón a Tess sin miramientos.

—Eres imbécil por confiar en este defensor de la República, niña.

La cólera me ciega. Nunca me he metido en peleas; siempre he intentado mantenerme lejos de los líos en las calles de Lake, pero toda la rabia que he ido acumulando estalla de pronto cuando veo que Baxter le pone las manos encima a Tess.

Me abalanzo sobre él y le propino un puñetazo en la mandíbula con todas mis fuerzas. Él retrocede, atontado, tropieza con una mesa y cae al suelo. Los demás empiezan a dar gritos y se acercan a la carrera. Antes de que Baxter se incorpore, le embisto y le pego otros dos puñetazos en la cara. Él suelta un rugido, se revuelve y me empuja. Pesa más que yo, y eso le da ventaja. Salgo despedido contra una mesa, y él aprovecha para agarrarme de la chaqueta y estamparme contra la pared. Me alza en vilo y me da un puñetazo en el estómago que me deja sin aliento.

—No eres uno de los nuestros. Eres uno de ellos —sisea—. ¿Reventaste la acción del tren a propósito? —me clava una rodilla en el costado—. ¿Sabes qué? Te voy a matar, niñato de mierda. Te voy a despellejar vivo.

Estoy tan rabioso que ni siquiera siento el dolor. Me las ingenio para doblar una pierna y propinarle una patada que le hace retroceder. Por el rabillo del ojo veo que los Patriotas están apostando: una pelea de skiz improvisada.

De pronto, Baxter me recuerda a Thomas, y por mi mente desfila una avalancha imparable de imágenes: mi casa de Lake; Thomas apuntando a mi madre; los soldados arrastrando a John hasta el todoterreno, atando a Eden a la camilla, arrestando a June, haciendo daño a Tess… Lo veo todo rojo.

Salto contra Baxter con la intención de golpearle la cara, pero él está preparado. Bloquea mi brazo y me embiste con todo su peso. Caigo de espaldas al suelo, y él sonríe, me agarra del cuello y se dispone a darme un puñetazo brutal.

Cierro los ojos y espero el golpe, pero Baxter me suelta repentinamente y se levanta. En cuanto deja de aplastarme el pecho, tomo aire y me agarro la cabeza. Parece que va a darme una jaqueca de las mías, y el dolor es agudísimo. Oigo a Tess gritándole a Baxter que me deje en paz. Todo el mundo habla a la vez. Uno… dos… tres… Cuento mentalmente con la esperanza de distraerme del dolor. Normalmente me resulta más fácil esquivar mis jaquecas; puede que Baxter me haya golpeado en la cabeza sin que yo me diera cuenta.

—¿Te encuentras bien? —Tess me agarra el brazo y me ayuda a levantarme.

Estoy mareado, pero se me ha pasado el enfado. Noto un pinchazo agudo en las costillas.

—Sí —contesto con voz ronca—. ¿Te ha hecho daño?

Pascao está reprendiendo a Baxter, que me fulmina con la mirada. El corro se ha disuelto y todos continúan con lo que estaban haciendo, seguramente decepcionados porque la pelea haya durado tan poco. Me pregunto a quién considerarán ganador.

—Estoy bien —contesta Tess pasándose la mano por el pelo corto—. No te preocupes.

—¡Tess! —grita Pascao—. Hazle una cura a Day si la necesita. ¡Apura!

Tess me conduce hasta una habitación que se usa como enfermería y cierra la puerta. Estamos rodeados de estanterías con cajas de medicamentos y vendas. En medio de la estancia, ocupando casi todo el espacio libre, hay una mesa. Me apoyo en ella mientras Tess se sube las mangas.

—¿Te duele algo? —me pregunta.

—Estoy bien —repito, pero en cuanto lo digo me estremezco y me agarro el costado—. Bueno, un poco dolorido.

—Déjame ver —exige Tess con firmeza.

Me aparta la mano y me desabotona la camisa. No es la primera vez que me ve desnudo de cintura para arriba (he perdido la cuenta de las veces que me ha tenido que curar), pero ahora noto una sensación rara, una especie de tirantez entre los dos. Se sonroja mientras me pasa la mano por el pecho y el estómago antes de palparme el costado. Suelto un jadeo cuando toca un punto sensible.

—Sí, ahí me clavó la rodilla.

Tess me examina con atención.

—¿Tienes náuseas?

—No.

—No deberías haberlo hecho —comenta—. Abre la boca.

La obedezco y ella me examina los dientes y la garganta. Luego me acerca una gasa a la nariz, me mira los oídos y se aleja para volver al momento con una bolsa de hielo.

—Toma, póntela en el golpe.

—Estás hecha una profesional.

—He aprendido mucho de los Patriotas —contesta sosteniéndome la mirada—. A Baxter no le gusta tu… tu relación con una antigua soldado de la República —murmura—. Pero no dejes que te vuelva a provocar, ¿vale? No quiero que te pase nada.

Cada vez que recuerdo cómo Baxter intentó rodear el cuello de Tess con el brazo, vuelvo a ponerme furioso. Siento la necesidad de protegerla como hacía cuando vivíamos en la calle.

—Oye, hermana —musito—. Siento de verdad lo que te dije antes. Lo de… ya sabes.

Tess se ruboriza mientras yo me esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas.

—No necesitas que cuide de ti —añado con una risa avergonzada, y le doy un toque en la nariz—. Tú me has sacado de apuros miles de veces. Siempre he necesitado tu ayuda mucho más que tú la mía.

Tess se acerca más y baja la mirada con un gesto tímido que me conmueve. A veces se me olvida lo agradable que es sentirme envuelto por su cariño, sólido como una roca incluso en los peores momentos. Nuestra vida en Lake era una lucha constante por sobrevivir; sin embargo, comparada con esto, parece fácil. Me sorprendo echando de menos aquellos tiempos en que lo compartíamos todo. Si June hubiera estado aquí, ¿qué habría hecho? Seguramente habría atacado a Baxter por su cuenta… y lo habría hecho mucho mejor que yo, como todo. No me habría necesitado.

Las manos de Tess siguen apoyadas en mi pecho, pero ya no buscan contusiones. Cobro conciencia de lo cerca que está de mí. Miro sus ojos enormes, castaños… y, al contrario que los de June, fáciles de leer. La imagen de June besando al Elector me pasa por el cerebro y se me retuerce en las tripas como un cuchillo. Antes de que me dé cuenta, Tess se inclina hacia delante y aprieta sus labios contra los míos. Se me queda la mente en blanco. Noto un ligero hormigueo.

Estoy tan aturdido que la dejo besarme.

De pronto, vuelvo en mí y me aparto bruscamente. Tengo las manos sudorosas. ¿Qué ha pasado? Tendría que haberlo visto venir, debería haberlo parado. Le pongo las manos en los hombros. Al ver el dolor en sus ojos, me doy cuenta del enorme fallo que he cometido.

—No puedo, Tess.

Ella resopla con irritación.

—¿Qué pasa, que ahora estás casado con June?

—No. Es que… —las palabras parecen caer de mis labios, tristes e impotentes—. Lo siento, Tess. No puedo. Ahora no, al menos.

—¿Y qué pasa con June? ¡Ha besado al Elector! ¿De verdad vas a serle fiel a alguien que ni siquiera está contigo?

June. Siempre June. Por un instante, la odio. Tal vez fuera mejor no haberla conocido.

—Esto no tiene nada que ver con June —replico—. June está actuando, Tess —me separo de ella hasta quedar a una distancia prudente—. No estoy preparado para esto. Eres mi mejor amiga: no quiero liar las cosas cuando ni siquiera sé lo que quiero.

Tess alza los brazos, enfadada.

—¡Te has enrollado con un montón de desconocidas sin pensártelo dos veces! ¿Y ni siquiera…?

—Tú no eres ninguna desconocida —la corto—. Eres Tess.

Sus ojos relampaguean. Frustrada, se muerde el labio tan fuerte que se hace sangre.

—Te juro que no te entiendo, Day —dice, pronunciando cuidadosamente cada palabra—. No te entiendo, pero voy a ayudarte a pesar de todo. ¿De verdad no te das cuenta de que tu querida June te ha destrozado la vida?

Cierro los ojos y me aprieto las sienes.

—Ya vale, Tess.

—Crees que estás enamorado de una chica a la que conoces desde hace menos de un mes. Un chica que es responsable de la muerte de tu madre. De la de John.

No me puedo creer que vuelva a la carga con eso.

—Maldita sea, Tess. No fue culpa suya…

—¿No? —casi me grita ella—. ¡Day, si dispararon a tu madre fue por su culpa! ¿Y tú sigues pensando que la quieres? ¡Yo no he hecho otra cosa que ayudarte! He estado a tu lado desde el día que te conocí. ¿Crees que me estoy comportando como una cría? Pues vale, no me importa. Nunca he dicho ni una palabra cuando has estado con otras, pero no soporto que elijas a una chica que te ha hecho tanto daño. ¿Te ha pedido perdón por lo que pasó, al menos? ¿Se ha esforzado para que la perdonaras? ¿Se puede saber qué te pasa? —al ver que no respondo, me pone la mano en el brazo—. Day, ¿la quieres? —murmura—. ¿Te quiere ella a ti?

¿La quiero? Eso fue lo que le dije en el baño de Vegas, y lo decía en serio. Pero no respondió, ¿verdad? Es posible que ella no sienta lo mismo por mí; tal vez me esté engañando.

—¡No lo sé, Tess! —respondo, en un tono más brusco de lo que pretendía.

Ella asiente, me quita la bolsa de hielo del costado y me abotona la camisa con manos temblorosas. El abismo que se ha abierto entre nosotros se ensancha cada vez más, y me pregunto si seré capaz de saltar al otro lado.

—Te pondrás bien —dice dándome la espalda.

Antes de salir, se detiene y me mira.

—Créeme, Day: te lo digo por tu bien. June te romperá el corazón. Lo estoy viendo. Te lo romperá en mil pedazos.