DAY
Otro sueño.
Hoy cumplo ocho años, y me despierto muy temprano. La luz comienza a entrar por las ventanas disipando los tonos azules y grisáceos de la noche. Me incorporo en la cama y me froto los ojos. En la vieja mesilla hay un vaso de agua medio vacío. La única planta que tenemos —una mata de hiedra que Eden recogió de la basura— está en el rincón, y sus zarcillos se extienden por el suelo en busca de luz. John ronca con fuerza en su esquina. Los pies le sobresalen por el borde de la manta remendada. No veo a Eden: debe de estar con mi madre.
Normalmente, cuando me despierto temprano me quedo tumbado y pienso en cosas relajantes, como pájaros o lagos, hasta que consigo volver a dormirme. Pero hoy no lo logro. Saco las piernas de la cama y me pongo unos calcetines desparejados.
En cuanto entro en el cuarto de estar me doy cuenta de que algo va mal. Mi madre se ha dormido en el sofá con Eden en brazos, arropada con una manta. Pero mi padre no está. Recorro la habitación con la mirada. Ayer por la noche regresó del frente, y por lo general se queda en casa tres o cuatro días. Es demasiado pronto para que se haya marchado.
—¿Papá? —susurro.
Mi madre se remueve y yo me quedo quieto. Entonces oigo el leve crujido de la puerta. Me acerco a ella sigilosamente y me asomo al aire fresco de la calle.
—¿Papá? —repito.
Al principio no veo a nadie, pero de pronto distingo su silueta entre las sombras. Mi padre.
Me echo a correr, ignorando las punzadas de los guijarros en las plantas de los pies. La figura avanza un poco más, pero luego me oye y se gira. Claro que es mi padre: veo su pelo castaño claro, sus ojos rasgados del color de la miel, su barba de dos días, su alta figura llena de una gracia instintiva. Mi madre siempre dice que parece recién salido de alguna antigua leyenda asiática. Mis zancadas se hacen aún más rápidas.
—¡Papá! —exclamo, y él se agacha y me levanta en brazos—. ¿Ya te marchas?
—Lo siento, Daniel —susurra con voz cansada—. Debo regresar al frente.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
—¿Tan pronto?
—Tienes que meterte en casa. No quiero que la policía ciudadana te vea montar una escena.
—Pero si acabas de volver —protesto—. Hoy es mi cumpleaños y…
Mi padre me deja en el suelo y me pone las manos en los hombros. En sus ojos brilla una advertencia, y entiendo lo que querría decirme en voz alta: Me gustaría quedarme, pero no puedo. Ya sabes lo que tienes que hacer, hijo: no hables de esto con nadie.
—Entra en casa, Daniel —susurra—. Dale un beso a tu madre de mi parte.
Me tiembla la voz, pero sé que tengo que ser valiente.
—¿Cuándo volverás?
—Pronto. Te quiero —se agacha y me acaricia el pelo—. Regresaré antes de que te des cuenta. Tú espérame, ¿de acuerdo?
Asiento. Se queda a mi lado un instante antes de levantarse y reemprender la marcha.
Yo vuelvo a casa.
Esa fue la última vez que lo vi.
Llevo un día aquí. Estoy sentado en la litera que me han asignado los Patriotas, examinando mi colgante. El pelo me cae sobre la cara, y me parece mirar el cuarto de dólar a través de un velo de luz. Cuando fui a ducharme, Kaede me entregó un champú para quitarme el tinte. Para la siguiente fase del plan, dijo.
Alguien llama a la puerta.
—¿Day? —dice una voz amortiguada, y tardo un instante en regresar a la realidad y reconocer a Tess.
Esta noche he tenido una pesadilla: he soñado con el día en que cumplí ocho años, y ahora la escena me parece tan reciente como si hubiera sucedido ayer. Tengo los ojos hinchados de llorar. Cuando desperté, empezaron a desfilarme por la mente imágenes de Eden amarrado a una camilla, gritando mientras los técnicos le inyectaban quién sabe qué; de John con los ojos vendados ante el pelotón de fusilamiento; de mi madre…
Soy incapaz de pensar en otra cosa, y me estoy poniendo muy nervioso. Aunque logre encontrar a Eden, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo demonios se lo voy a arrebatar a la República? Tengo que confiar en que Razor me ayudará a rescatarlo. Y para que eso suceda, debo asegurarme de que el Elector muere.
Me duelen los brazos. Me he pasado casi toda la mañana aprendiendo a disparar un arma bajo la supervisión de Kaede y Pascao.
No te preocupes si fallas y no le aciertas al Elector, comentó Pascao, acariciándome el antebrazo, mientras yo intentaba afinar mi puntería. No importa: habrá otros que rematen la faena. Razor solo necesita que te graben apuntando al Elector. ¿No te parece perfecto? El Elector muere tiroteado en el frente, donde ha ido a dar un discurso para elevar la moral de las tropas. ¡Qué ironía! Me dedicó una de sus sonrisas deslumbrantes. El héroe del pueblo mata al tirano: menuda historia.
Sí. Toda una historia, ya lo creo.
—¿Day? —pregunta Tess desde fuera—. ¿Estás ahí dentro? Razor quiere hablar contigo.
Por un momento me había olvidado de ella.
—Sí, sí, entra —respondo.
—Hola —saluda asomando la cabeza—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí dentro?
Sé bueno con ella, me dijo Kaede. Hacéis buena pareja.
—Ni idea —contesto con una sonrisa—. Quería descansar un rato. Debo de llevar un par de horas.
—Razor pregunta por ti. Están en la sala principal; tienen conexión directa con June.
¿Conexión directa? Lo ha conseguido. No le ha pasado nada. Salto de la litera, contento de recibir noticias suyas. La expectativa de volver a verla, aunque sea en la imagen borrosa de una cámara de seguridad, hace que me sienta un poco mareado.
—Voy enseguida.
Los Patriotas que nos encontramos por el pasillo saludan a Tess, y ella les sonríe e intercambia bromas y carcajadas como si los conociera desde siempre. Un par de chavales le dan palmadas en el hombro.
—¡Daos prisa, chicos! No hagáis esperar a Razor —dice alguien a nuestra espalda.
Nos damos la vuelta y vemos que Kaede se acerca corriendo. Se para a nuestro lado, rodea el hombro de Tess con el brazo bueno, le revuelve el pelo y le planta un beso amistoso en la mejilla.
—Te juro que eres la más lenta del grupo, cariño.
Tess se ríe y le da un empujón, y Kaede le guiña el ojo y sigue corriendo hasta desaparecer por un recodo. Me sorprende que Kaede se muestre así de afectuosa: no me lo esperaba de ella. No me había parado a pensarlo, pero Tess parece muy cómoda con los Patriotas. Siempre se ha hecho querer; ya lo hacía cuando vivíamos en las calles. Esa es su fuerza, sin lugar a dudas. Tess cura. Tess alivia el dolor.
Entonces nos cruzamos con Baxter. Saluda a Tess con la cabeza y le roza el brazo con la yema de los dedos. Tess baja la vista, y él se encoge de hombros y me fulmina con la mirada.
—¿A este qué le pasa? —pregunto en un susurro en cuanto desaparece de nuestra vista.
Ella se encoge de hombros y me acaricia el brazo.
—No le hagas caso —replica, repitiendo lo que me advirtió Kaede cuando entré en el túnel—. Tiene cambios de humor.
No me digas, pienso con expresión sombría.
—Si se mete contigo, dímelo —murmuro.
—No pasa nada, Day —Tess vuelve a encogerse de hombros—. Me las arreglo bien sola.
De pronto me siento un poco idiota por ofrecerle ayuda como un caballero de brillante armadura, cuando Tess tiene un montón de amigos nuevos dispuestos a echarle una mano. Sí, a veces se me olvida que se basta a sí misma.
Al llegar a la sala principal veo un grupo de gente ante la pantalla más grande, en la que aparecen imágenes de una cámara de seguridad. Razor está delante, con los brazos cruzados en una postura relajada. Kaede y Pascao, situados tras él, se vuelven en cuanto nos oyen llegar.
—Day —me saluda Razor apretándome el hombro—. Me alegro de verte. ¿Te encuentras bien? Me han dicho que esta mañana parecías un poco deprimido.
Agradezco su tono cariñoso: me recuerda a la forma en que mi padre hablaba conmigo.
—Estoy bien —contesto—. Algo cansado del viaje.
—Es comprensible. Ha sido un vuelo agotador —señala la pantalla—. Nuestros hackers han conseguido imágenes de June. El audio está separado, pero pronto lo montaremos. Aun así, creí que te gustaría ver el vídeo.
No puedo apartar la vista de la pantalla. La imagen es muy nítida, a color; es como si lo presenciáramos todo desde un extremo de la habitación. El vídeo muestra un comedor muy decorado, con una elegante mesa en el centro y una hilera de soldados en cada pared. El joven Elector se sienta a un extremo y June al otro. Me quedo asombrado al ver que lleva puesto un vestido espectacular. Cuando la República me aprisionó, me dieron una paliza y me encerraron en una celda mugrienta; comparado con eso, el encarcelamiento de June es de un lujo sorprendente. Me alivia comprobar que no le ha pasado nada, pero al mismo tiempo noto una sensación amarga: aunque haya traicionado a la República, parece que la gente de clase alta recibe un trato de favor mientras al resto nos toca sufrir.
Todo el mundo me mira.
—Me alegro de que esté bien —digo, disgustado por haber pensado esas cosas.
—Ha sido muy inteligente por su parte hablar con el Elector sobre sus años universitarios en Drake —comenta Razor, resumiendo el audio según avanza el vídeo—. Ha dicho lo que tenía que decir. Supongo que ahora la someterán a un detector de mentiras, y si consigue pasar la prueba tendrá vía libre con Anden. Creo que mañana emprenderemos sin problemas la próxima fase del plan.
Si consigue pasar la prueba. Una presunción arriesgada.
—Bien —respondo, intentando no traslucir mis pensamientos.
El vídeo avanza. De pronto, Anden ordena a los soldados que se marchen, y se me hace un nudo en la garganta al verlo. Ese tipo es puro poder, autoridad y clase. Le dice algo a June, y los dos se ríen y beben champán. Me los puedo imaginar juntos. Encajan.
—Lo está haciendo muy bien —comenta Tess sujetándose un mechón de pelo tras la oreja—. El Elector está colado por ella.
Me gustaría contradecirla, pero Pascao se me adelanta.
—Tess tiene toda la razón. ¿Veis cómo le brillan los ojos? Lo tiene en el bote, lo digo en serio. Nuestra chica se lo ha camelado; le doy dos días para que lo tenga completamente a su merced.
Razor asiente, pero no muestra mucho entusiasmo.
—Cierto —dice—. Pero debemos asegurarnos de que Anden no la manipula: es un político nato. Tengo que encontrar la forma de contactar con June.
Me alegro de que exprese sus reservas, pero tengo que apartar la mirada de la pantalla. Nunca había considerado la idea de que el Elector pudiera manipular a June.
Los comentarios se van apagando y yo dejo de escuchar. Tess tiene razón, evidentemente: el deseo es obvio en la expresión del Elector. Ahora se levanta y se acerca a la silla donde June está encadenada. Me estremezco. ¿Cómo va a resistirse a los encantos de June? Es perfecta en tantos aspectos… Entonces advierto que lo que me molesta no es que Anden se sienta atraído por ella —al fin y al cabo, pronto estará muerto—, sino que June no parezca estar actuando. Da la impresión de que disfruta realmente de la conversación. Se desenvuelve de maravilla con hombres así: está acostumbrada a una vida de clase alta. ¿Cómo podría ser feliz conmigo? Yo no tengo nada más que un puñado de clips en los bolsillos.
Me doy media vuelta y me alejo del grupo. Ya he visto todo lo que quería ver.
—¡Espera!
Echo un vistazo por encima del hombro y veo que Tess se me acerca a la carrera.
—¿Estás bien? —pregunta al llegar a mi altura.
—Claro. ¿Por qué no iba a estarlo? Todo va a pedir de boca —respondo con despreocupación forzada.
—Vale, solo quería asegurarme —dice ella, y me dedica una sonrisa llena de hoyuelos que me ablanda por dentro.
—Estoy bien, hermana. En serio. Tú estás a salvo, yo estoy a salvo, el plan de los Patriotas va bien y me van a ayudar a encontrar a Eden. ¿Qué más puedo pedir?
Su rostro se ilumina y pone una mueca burlona.
—¿Sabes que están empezando a correr rumores sobre ti?
Enarco las cejas.
—¿En serio? ¿De qué tipo?
—Todos dicen que estás vivo y coleando; el rumor se está extendiendo como un incendio. No se habla de otra cosa. Hay pintadas con tu nombre por todas partes, incluso encima de los retratos del Elector. ¿Te lo puedes creer? Han empezado a estallar revueltas por todo el país: la gente se manifiesta gritando tu nombre —la sonrisa de Tess se apaga—. También en Los Ángeles, a pesar de que la ciudad entera está en cuarentena.
La miro, asombrado. Sabía que los sectores Gema estaban en cuarentena, pero nunca había oído hablar de un cierre a una escala tan grande.
—¿Han cercado Los Ángeles? ¿Por la peste? —pregunto.
—No es por la peste —Tess pestañea con nerviosismo—. En realidad es por los disturbios. Oficialmente es una cuarentena médica, pero la verdad es que la ciudad entera se ha rebelado contra el nuevo Elector. Cuentan que te está persiguiendo con todos los efectivos que tiene a su disposición, y algunos Patriotas han difundido el rumor de que fue Anden quien ordenó que… que tu familia… —Tess titubea y se pone colorada—. De todas formas, los Patriotas están intentando hacer que Anden parezca peor que su padre. Razor dice que los disturbios de Los Ángeles son una gran oportunidad. La capital ha tenido que enviarles tropas de refuerzo.
—Una gran oportunidad… —murmuro recordando la forma en que la República sofocó la última protesta.
—Sí. Y todo es gracias a ti, Day, al rumor de que estás vivo. Tu huida sirve de inspiración a la gente, y todos están furiosos por la forma en que te trataron. Parece que eres lo único que la República no puede controlar. La gente está pendiente de ti, Day. Todos esperan tu próximo movimiento.
Trago saliva. Me cuesta creerlo. ¿Habrá crecido tanto la rebelión como para que la República pierda el control de una de sus mayores ciudades? ¿Será verdad? ¿Habrá conseguido la gente sobreponerse a los militares? ¿Se están rebelando por mi causa?
Esperan tu próximo movimiento, ha dicho Tess. Lo malo es que no tengo ni idea de cuál va a ser. Yo solo quiero buscar a mi hermano, nada más. Meneo la cabeza, intentando controlar una oleada de miedo. Quería poder para oponerme a ellos, ¿no? Eso es lo que llevo tantos años intentando hacer, ¿verdad? Y ahora que tengo ese poder, no sé qué hacer con él.
—Ya, claro —consigo responder—. ¿Me tomas el pelo? Yo no soy más que un gamberro callejero de Los Ángeles.
Tess me propina un codazo de complicidad.
—Sí, pero un gamberro muy famoso —contesta, con una sonrisa tan contagiosa que me sube el ánimo de inmediato—. Venga, Day. ¿Por qué crees que los Patriotas querían reclutarte? Razor dice que podrías ser tan poderoso como el propio Elector. Todo el mundo sabe quién eres, y a la mayoría les caes bien. Es algo de lo que estar orgulloso, ¿no?
Entre unas cosas y otras, hemos llegado al dormitorio sin que me dé cuenta. Me dejo caer en mi cama. Ni siquiera me doy cuenta de que Tess se sienta a mi lado.
—Esta te importa de verdad, ¿no? —dice, repentinamente seria, alisando las sábanas con la mano—. No es como las chicas con las que tonteabas en Lake.
—¿Qué? —replico, confuso por un instante.
La miro: está ruborizada. De pronto me siento incómodo por estar a solas con ella, con sus ojos enormes clavados en los míos. Si me quedaban dudas sobre lo que Tess siente por mí, esto las elimina. Siempre se me ha dado bien manejar estas situaciones, pero hasta ahora solo me han ocurrido con chicas a las que no conocía bien, que entraban y salían de mi vida sin consecuencias. Tess es distinta. No sé cómo tomarme la idea de que podamos ser algo más que amigos.
—Bueno, ¿qué quieres que te diga? —contesto, y en cuanto lo digo me entran ganas de abofetearme a mí mismo.
—No te preocupes. Estoy convencida de que le irá bien —dice, escupiendo la última palabra con auténtico veneno. Después se queda callada.
Sí, definitivamente respondí lo que no debía.
—No me uní a los Patriotas porque me apeteciera, ¿sabes? —Tess se levanta y me mira, con la espalda rígida y los puños apretados—. Me uní a los Patriotas por ti. Porque estaba muerta de miedo cuando June te condujo a una trampa y te arrestó. Creía que podría convencerlos de que te salvaran, pero yo no tengo el poder de persuasión de June. Haga lo que haga esa chica, tú la perdonarás. Y lo mismo ocurre con las autoridades de la República: se lo perdonan todo —Tess alza la voz—. Cuando June necesita algo, cualquier cosa, lo consigue. En cambio, si yo necesito algo, mis necesidades valen menos que un cubo de sangre de cerdo. Tal vez me prestaras más atención si yo fuera la niña mimada de la República.
Cada palabra que dice se me clava como un cuchillo.
—Eso no es cierto —me levanto y le agarro las manos—. ¿Cómo puedes hablar así? Los dos hemos crecido juntos en la calle. ¿No te das cuenta de lo que eso significa para mí?
Tess aprieta los labios y sube la mirada. Se nota que está conteniendo las lágrimas.
—Day —murmura—, ¿te has preguntado por qué te gusta tanto June? Quiero decir… teniendo en cuenta que te arrestó y todo lo demás…
Sacudo la cabeza.
—¿A qué te refieres?
Tess toma aire profundamente antes de hablar.
—Lo oí en un programa de las pantallas. Hablaban de los soldados que caían en poder de las Colonias. Decían que muchos quedaban fascinados por sus captores y acababan por unirse a ellos.
Frunzo el ceño. La Tess que conozco está desapareciendo entre una nube de sospechas y pensamientos oscuros.
—¿Crees que June me atrae porque me arrestó? ¿De verdad piensas que estoy tan mal de la cabeza?
—Day… —murmura Tess—. June te traicionó.
Le suelto las manos.
—No quiero hablar de esto.
Ella menea la cabeza tristemente, con los ojos brillantes por las lágrimas.
—Mató a tu madre, Day.
Doy un paso atrás como si me hubiera abofeteado.
—No fue ella.
—Da lo mismo que no apretara el gatillo: fue por culpa suya.
—¿Ya has olvidado que me ayudó a escapar? —replico cerrándome en banda—. June me salvó. Mira, estás…
—Yo te he salvado un montón de veces. Si te hubiera traicionado y hubiera hecho que mataran a tu familia, ¿me perdonarías?
Trago saliva.
—Tess, yo te perdonaría cualquier cosa.
—¿Incluso si fuera la responsable de la muerte de tu madre? No, no lo harías —sus ojos se clavan en los míos; su voz es ahora áspera y dura como el acero—. A eso me refiero: tratas a June de forma distinta.
—Eso no significa que tú no me importes.
Tess ignora mi respuesta y vuelve a la carga.
—Si tuvieras que escoger entre salvarme a mí o salvar a June y no tuvieras tiempo que perder, ¿qué harías?
Noto que estoy congestionado. Esto no me puede estar pasando.
—¿A quién salvarías? —insiste Tess. Se frota los ojos con la manga y espera mi respuesta.
Suelto un suspiro. Dile la verdad de una vez, Day.
—A ti, ¿de acuerdo? Te salvaría a ti.
Tess se ablanda y, en un instante, los celos y el odio que retorcían su rostro desaparecen. No hace falta más que un poco de cariño para que vuelva a parecer un ángel.
—¿Por qué?
—No lo sé —me paso la mano por el pelo, frustrado por no ser capaz de controlar esta conversación—. Porque June no necesitaría mi ayuda.
Idiota. Estúpido. No creo que pudiera haber dicho nada peor. Lo he soltado sin pensar y ahora es demasiado tarde para arrepentirme. Y ni siquiera es la verdad. Salvaría a Tess porque es ella, porque no soporto pensar que le pase algo malo. Pero ella no deja que se lo explique. Se da media vuelta y se aleja de mí.
—Gracias por tu compasión —murmura.
Intento agarrarle la mano, pero ella se libera de un tirón.
—Lo siento, Tess. No quería decir eso. No es que me des lástima, es que…
—Déjalo —me corta—. Es la verdad, punto. Bueno, pronto volverás a ver a June… a no ser que decida quedarse con la República, claro —sabe bien lo duras que son sus palabras, pero no intenta suavizarlas lo más mínimo—. Baxter está seguro de que nos vas a traicionar; por eso no le caes bien. Lleva intentando convencerme de ello desde que me uní a los Patriotas. No sé… Puede que tenga razón.
Miro cómo se aleja por el pasillo, notando cómo la culpa se me hinca en la carne y me rasga las venas. Una parte de mí está furiosa. Quiere defender a June, explicarle a Tess que ella ha renunciado a todo por mí.
Pero… ¿y si Tess tuviera razón? ¿Y si me estoy engañando?