DAY
Los Patriotas me disfrazan antes de que nos vayamos. Kaede me corta el pelo a la altura de los hombros y lo tiñe de castaño rojizo, usando un espray que puede quitarse con un disolvente especial. Razor me entrega unas lentillas marrones que ocultan por completo mis ojos azules. Una vez puestas, lo único que podría delatarme son las minúsculas motas moradas que salpican mis iris. Estas lentillas son un auténtico lujo: los ricos las utilizan para cambiarse el tono de los ojos por simple diversión. Me habrían venido bien en la calle, la verdad. Kaede me añade una cicatriz sintética en la mejilla y completa el disfraz con un uniforme de cadete de las fuerzas aéreas, un traje negro con rayas rojas en las perneras.
Por último, me entrega un diminuto auricular de color carne que queda disimulado en la oreja y un micrófono que se acopla dentro de la mejilla.
Razor va vestido de oficial de la República, y Kaede lleva un uniforme impecable de las fuerzas aéreas: mono negro con franjas que forman dos alas plateadas en las mangas, a juego con sus guantes Condor de piloto y sus gafas. No en vano es piloto de los Patriotas; según dice, es capaz de ejecutar acrobacias aéreas mejor que nadie. No creo que tenga problemas para hacerse pasar por una piloto de combate de la República.
Tess ya se ha ido. Se la llevó hace media hora un soldado, otro Patriota, según Razor. Vestía una sencilla camisa marrón y pantalones del mismo color. Como es demasiado joven para pasar por cadete, la única forma de que entre en el DR Dynasty es hacerse pasar por una de los cientos de trabajadores que se ocupan de las calderas del dirigible.
Y luego está June.
Observa en silencio mi disfraz desde el sofá. No ha dicho nada desde que hablamos antes, en mi habitación. Su aspecto es el de siempre: sin maquillaje, con los ojos oscuros y penetrantes y el pelo recogido en una cola de caballo. Aún lleva el uniforme liso de cadete que le dio Razor anoche. La verdad es que está idéntica a la foto de su tarjeta de identificación militar. Por razones obvias, es la única que no lleva micrófono y auricular. Busco su mirada varias veces mientras Kaede le da los últimos toques a mi disfraz, pero sus ojos parecen rehuir los míos.
En menos de una hora, estamos recorriendo la franja de Vegas en el todoterreno oficial de Razor. Pasamos junto a las primeras pirámides: Alexandria, Luxor, Cairo, Sphinx… Todas las torres de despegue reciben sus nombres de una civilización anterior a la República, o al menos eso es lo que me enseñaron cuando aún iba al colegio. Por el día, con las balizas y las luces de las aristas apagadas, parecen tumbas gigantescas en medio del desierto. Cientos de soldados entran y salen por sus puertas. Me alegra ver tanta actividad: así nos resultará más fácil mezclarnos entre la multitud. Vuelvo a contemplar nuestros uniformes impecables. No me acabo de acostumbrar a ir vestido así, aunque June y yo llevamos semanas haciéndonos pasar por soldados. El cuello de la guerrera me pica y noto las mangas rígidas. No sé cómo June aguantará ir así todo el tiempo. ¿Le gustará cómo me sienta? Parece que me hace los hombros un poco más anchos.
—Deja de toquetear tu uniforme —me susurra cuando me ve tirar del dobladillo de la guerrera—. Lo vas a arrugar.
Es lo primero que le oigo decir desde hace una hora.
—Estás tan nerviosa como yo —digo.
Ella se gira con la mandíbula apretada, como si se estuviera mordiendo la lengua.
—Solo quería ayudar —murmura.
Al cabo de unos instantes, le agarro la mano y ella me devuelve el apretón.
Finalmente llegamos a la pirámide Pharaoh, donde se encuentra el DR Dynasty. Razor nos hace salir del coche y nos indica que esperemos en posición de firmes. La única que se sale de la fila es June, que se para detrás de Razor y mira al otro lado de la calle. La observo discretamente.
Un instante después, un soldado se destaca entre la multitud, le hace un gesto con la cabeza a Razor y se vuelve hacia June. Ella endereza los hombros y echa a andar hacia él. Los dos desaparecen entre la muchedumbre. Suelto el aire que estaba reteniendo. Ahora que June no está, me siento vacío.
No volveré a verla hasta que esto haya terminado, y solo si todo sale bien.
No pienses así. Claro que saldrá bien.
Pasamos junto a la marea de soldados que entra y sale de la pirámide Pharaoh. Por dentro parece gigantesca: su interior vacío asciende hasta el vértice abierto, en el que flota el DR Dynasty. Distingo figuras diminutas que suben y bajan por un laberinto de pasarelas y rampas. Hay hileras de puertas en todos los niveles de la pirámide, y por las paredes se sucede una corriente interminable de textos luminosos que indican los horarios de los dirigibles. Los ascensores suben en diagonal desde las esquinas de la pirámide hasta la cúspide.
Razor se adelanta bruscamente y gira para confundirse entre la muchedumbre uniformada. Kaede sigue andando sin titubear, pero baja el ritmo hasta situarse a mi altura. Apenas la veo mover los labios, pero su voz se transmite con claridad por el auricular.
—Razor embarcará en el Dynasty junto a los demás oficiales. Nosotros no podemos subir con los soldados porque nos identificarían, así que la mejor opción es colarnos como polizones.
Subo la vista hasta el dirigible y examino los recovecos y grietas que se abren en su base. Recuerdo la ocasión en que me colé en uno recién aterrizado y robé dos bolsas de latas de comida. O cuando hundí otro en el lago de Los Ángeles… En ambos casos encontré una forma sencilla de entrar sin que nadie se diera cuenta.
—El conducto de la basura —murmuro a través del micrófono.
Kaede me dirige una sonrisa de aprobación.
—Digno de un auténtico corredor.
Nos abrimos paso hasta uno de los ascensores y nos mezclamos con el grupo que espera a que se abran las puertas. Kaede apaga el micrófono con un chasquido y finge conversar conmigo, mientras yo intento que mis ojos no se crucen con los de los demás soldados. Parecen más jóvenes de lo que esperaba; la mayor parte son poco mayores que yo, y muchos ya están lisiados: algunos muestran prótesis metálicas como la mía; otros tienen las manos llenas de cicatrices, a otros les falta una oreja… Subo la vista hacia el Dynasty y me fijo en las aberturas que hay a los lados del casco. Si vamos a colarnos en el dirigible, tendremos que ser muy rápidos.
El ascensor se abre y montamos en él. Tras un ascenso vertiginoso, aguardamos a que los demás salgan y se dirijan a las rampas de entrada. Kaede se gira hacia mí.
—Nos queda un tramo más —dice señalando una escalera estrecha que hay al fondo de la plataforma.
La escalera parece conducir al vértice; seguramente dé acceso al tejado. Entre las vigas se divisa un laberinto de andamios metálicos, casi ocultos por la sombra del dirigible. Si somos capaces de saltar el último tramo de escaleras hasta llegar a las vigas, podremos avanzar en la oscuridad sin que nos detecten y trepar por el costado del casco. Las salidas de aire hacen un ruido atronador, ahora que estamos tan cerca; entre ese estruendo y el bullicio de la base, no nos oirán por mucho jaleo que armemos.
Ruego para mis adentros que mi nueva pierna aguante. Doy un par de pisotones para probar: no me duele, pero noto una ligera presión en el lugar donde se unen la carne y el metal, como si no estuvieran completamente fundidos. Aun así, no puedo evitar una sonrisa.
—Esto va a ser divertido, ¿eh? —comento.
Por un momento, me encuentro en mi salsa: voy a hacer lo que mejor se me da.
Ascendemos por las escaleras en penumbra; al llegar al final, tenemos que saltar para encaramarnos al entramado de vigas y andamios. Kaede abre la marcha. Aunque el vendaje del brazo entorpece sus movimientos, logra aferrarse a la viga tras un momento de incertidumbre. Luego me toca a mí. Salto sin esfuerzo y me oculto entre las sombras. La pierna me responde perfectamente, y Kaede me mira con expresión aprobadora.
—Este trasto funciona de maravilla —susurro.
—Ya lo veo.
Avanzamos en silencio. El colgante se me sale un par de veces por el cuello de la camisa, y tengo que pararme para devolverlo a su sitio. A ratos miro hacia abajo, al rellano que da acceso al dirigible, repleto de militares de diferentes rangos. Los pasajeros que traía el Dynasty ya han desembarcado, y los nuevos forman en largas colas junto a las rampas de subida. En cada una de ellas, varios soldados comprueban su identificación y les escanean el cuerpo. Muy por debajo de nosotros, en la base, más cadetes se concentran ante las puertas de los ascensores.
Me detengo en seco.
—¿Pasa algo? —pregunta Kaede.
Alzo un dedo. Tengo los ojos fijos en el suelo, clavados en una figura que se abre paso entre la multitud.
Thomas.
Ese sádico asqueroso nos ha seguido desde Los Ángeles. Se detiene de vez en cuando para hacer preguntas a los soldados, aparentemente al azar. A su lado camina un perro enorme, tan blanco que destaca igual que un foco. Me froto los ojos para asegurarme de que no es una alucinación. Pero no: sigue ahí, avanzando entre la multitud con una mano posada en la culata de la pistola y la otra alzada para sostener la correa del chucho. Le sigue una pequeña comitiva de soldados. Me quedo paralizado por un instante. Solo veo a Thomas alzando la pistola para apuntar a mi madre, a Thomas machacándome en la sala de interrogatorio de la intendencia. Todo se vuelve rojo.
Kaede se da cuenta de que algo me ha llamado la atención y baja la vista. Su voz me devuelve a la realidad.
—Está aquí por June —musita—. No te pares.
Continúo gateando, aunque me tiembla todo el cuerpo.
—¿June? —repito, notando que me invade la cólera—. ¿No se os ocurrió otro al que poner tras su pista?
—Tenemos nuestros motivos.
—¿Y cuáles son?
Kaede suspira con impaciencia.
—Thomas no le hará daño.
Tranquilo, tranquilo, tranquilo. Me obligo a avanzar; no me queda más remedio que confiar en Kaede. Mira al frente. No te pares. Las manos me tiemblan mientras lucho por tranquilizarme, por contener la ira. No soporto la idea de que Thomas le ponga las manos encima a June. Si pienso en eso, seré incapaz de concentrarme.
Tranquilízate.
Por debajo de nosotros, la patrulla de Thomas serpentea entre la gente. Se van acercando poco a poco a una esquina.
Llegamos a un punto desde el que se distinguen claramente las colas de soldados que aguardan frente a los ascensores. En ese momento oigo el primer ladrido del perro blanco. Thomas y sus hombres se encuentran junto a las puertas del ascensor en el que hemos subido. El perro no deja de ladrar y de menear el rabo, con el hocico pegado a la puerta. Vista al frente. No te pares.
Thomas se lleva la mano a la oreja; debe de tener un auricular como el mío. Se queda inmóvil unos segundos, como si estuviera tratando de entender lo que oye. Entonces, de pronto, lanza una orden a sus hombres. Todos se alejan del ascensor y se funden entre la multitud de soldados.
Deben de haber localizado a June.
Nos deslizamos entre las sombras del techo hasta llegar al final de la viga. La nave se encuentra a unos cuatro metros de distancia, y delante de nosotros hay una escalerilla metálica que asciende en vertical por su costado. Kaede se agarra a la viga y se gira hacia mí.
—Salta tú primero —me indica—. Se te da mejor que a mí.
Es mi turno. Kaede se aparta un poco para dejarme espacio. Afianzo los pies confiando en que mi pierna aguante, flexiono las rodillas, doy un par de pasos y pego un salto que me sorprende a mí mismo. Cuando choco contra los barrotes de la escalerilla, tengo que apretar los dientes para contener un grito. Una puñalada parece traspasarme la pierna, y aguardo unos segundos a que el dolor se disipe antes de continuar trepando. Desde aquí no veo a la patrulla; espero que tampoco ellos puedan vernos a nosotros. O, mejor aún, espero que se hayan ido. Kaede salta y se agarra a la escalerilla por debajo de mí.
Por fin llegamos a la salida de desperdicios. Me agarro al borde del conducto y me aúpo hasta introducirme en él. Siento otro estremecimiento de dolor, pero mi pierna late llena de energía, fuerte por primera vez desde hace mucho tiempo. Me sacudo el polvo y me incorporo. Lo primero que noto es la frialdad del aire: deben de haber refrigerado el dirigible antes de despegar.
Un instante después, Kaede aparece a mi lado. Suelta un quejido y se frota el brazo antes de acusarme con un dedo.
—No te pares así en medio de una escalada —me espeta—. Tienes que avanzar sin pausas. No te puedes dejar llevar por un impulso, ¿me oyes?
—Pues no me deis razones para hacerlo —replico—. ¿Por qué no me dijisteis que Thomas iba a venir a por June?
—Sabemos que tienes razones para guardarle rencor —contesta Kaede, estrechando los ojos antes de empezar a ascender por el conducto—. Razor pensó que no te vendría bien preocuparte por el asunto.
Estoy a punto de replicar cuando ella me hace un gesto de advertencia. Me trago la ira con esfuerzo e intento recordar por qué estoy aquí. Esto es por Eden. Si Razor piensa que June estará más segura bajo la custodia de Thomas, que así sea. Pero ¿qué van a hacer con ella cuando la atrapen? ¿Y si algo sale mal, y el Senado o los tribunales reaccionan de una manera que Razor no haya previsto? ¿Cómo puede estar tan seguro de que todo saldrá bien?
Nos internamos por la rampa hasta llegar al nivel más bajo del Dynasty. Una vez ahí, salimos del conducto y nos ocultamos detrás de una escalera, junto a una sala de máquinas secundaria que está desierta. Al cabo de un rato, los pistones se encienden y comienzan a arrojar vapor. Notamos la presión del aire cuando el dirigible asciende y se separa de la plataforma. Los cables de amarre se sueltan de los costados con un chasquido estrepitoso, y la tripulación suelta un rugido unánime para celebrar el despegue.
Después de media hora, cuando ya he conseguido tranquilizarme, salimos de nuestro escondite. Avanzamos por un corredor desierto hasta llegar a una bifurcación. Según los letreros, una de las galerías conduce a los motores principales y la otra a los pisos inferiores.
—Vamos por aquí —murmura Kaede señalando la que lleva a los motores—. A veces hacen inspecciones por sorpresa; seguramente tengamos menos problemas en la sala de máquinas.
Se para un instante, se lleva una mano a la oreja y frunce el ceño, concentrada.
—¿Qué pasa?
—Razor nos espera en su despacho. Sígueme —contesta.
La pierna ha empezado a dolerme un poco y camino con una leve cojera. Al llegar a una escalera descendente, nos cruzamos con un par de soldados. En el rellano inferior hay un 6 pintado en el suelo. Continuamos hasta llegar a una portezuela con un letrero que indica: SALAS DE MÁQUINAS A, B, C, D.
Ante ella monta guardia un soldado encorvado. Alza la vista y se endereza.
—¿Qué hacéis aquí?
—Nos han ordenado que vengamos —miente Kaede—. Tenemos que dar un mensaje a alguien que trabaja en la sala de máquinas.
—¿En serio? ¿A quién? —le dirige a Kaede una mirada de reproche—. ¿Tú eres piloto? Deberías estar en la cubierta superior: están haciendo una inspección.
Kaede abre la boca para contestar, pero la interrumpo. Esbozo una sonrisa tímida y digo lo único que puede colar en este momento.
—Vale, vale. De soldado a soldado —murmuro, tras echarle una mirada de soslayo a Kaede—. Bueno, a ver… estábamos buscando un sitio para… ya sabes. Hemos pensado que en la sala de máquinas podríamos… —le dirijo un guiño de disculpa—. Llevo semanas intentando liarme con esta chica, pero me tuvieron que operar de la pierna y… —hago una pausa y exagero mi cojera.
El guardia sonríe de pronto y suelta una carcajada, como si le hiciera mucha gracia servir de cómplice.
—Ajá, ya veo —me mira la pierna con compasión y luego dirige la vista hacia Kaede—. No está mal, no.
Me río con él mientras Kaede pone los ojos en blanco, siguiéndome el juego.
—Como tú mismo has dicho, voy a llegar tarde a la inspección, así que no tardaremos mucho —comenta Kaede mientras el guardia nos abre la puerta—. Subiremos a cubierta en unos minutos.
—Que os vaya bien, chavales —se despide él mientras entramos.
—Buena coartada —me susurra Kaede cuando la puerta se cierra a nuestra espalda—. ¿Se te ha ocurrido a ti solito? —sonríe con picardía y me mira de arriba abajo—. Es una pena que me haya tocado un compañero tan feo.
—Es una pena que me haya tocado una compañera tan mentirosa —replico, subiendo las manos en un gesto burlón.
Avanzamos por un corredor cilíndrico bañado en luz roja. Incluso aquí hay pantallas que muestran una corriente ininterrumpida de noticias y datos actualizados. Una de ellas muestra un listado del tráfico aéreo: contiene los nombres de todos los dirigibles en funcionamiento dentro de la República, con el lugar al que se dirigen y sus horarios. Al parecer, en este momento hay doce en el aire.
Busco con la mirada los datos del DR Dynasty.
DIRIGIBLE DE LA REPÚBLICA DYNASTY | SALIDA: 08:51,
HUSO HORARIO OCEÁNICO, 13 DE ENERO, TORRE PHARAOH,
LAS VEGAS, NEVADA | LLEGADA: 17:04,
HUSO HORARIO FRONTERIZO, 13 DE ENERO, TORRE BLACKWELL,
LAMAR, COLORADO
Lamar: una ciudad del frente. Un paso más hacia Eden, me recuerdo a mí mismo. Seguro que June se las arregla para hacer su parte. Esta misión acabará pronto.
La sala de máquinas es gigantesca. Hay filas y filas de calderas con ventiladores, rodeadas de docenas de trabajadores. Unos vigilan la temperatura mientras otros echan paletadas de algo que parece carbón blanco en los hornos; todos van vestidos como Tess cuando nos despedimos de ella frente al Venetian. Pasamos de largo y nos encaminamos a la salida del lado opuesto, que conduce a la cubierta inferior del Dynasty.
El dirigible es enorme. No es la primera vez que subo a uno, claro: he robado comida de sus cargamentos en múltiples ocasiones, y he destrozado los motores de un par de ellos. Cuando tenía trece años, me colé hasta la plataforma de aterrizaje del DR Pacífica, robé el combustible de los tres aviones F-170 que transportaba y lo vendí en el mercado negro por muy buen precio. Sin embargo, es la primera vez que estoy dentro de una nave tan grande.
Kaede abre la puerta y me indica que pase. Nos encontramos en una sala amplia, una especie de explanada de suelo metálico desde la que se distinguen todas las plantas que hay por encima de nosotros. Hay soldados por todas partes. Avanzamos entre ellos procurando no llamar la atención. Varios pelotones efectúan maniobras de entrenamiento, moviéndose con disciplina para no chocar a pesar de lo reducido del espacio. Nos acercamos a una escalera lateral y ascendemos por las galerías salpicadas de puertas que recorren las paredes. Cada cuatro puertas hay una pantalla sobre la que cuelga el retrato del nuevo Elector. Tengo que reconocer que esta gente es rápida.
Al llegar a la cuarta cubierta, Kaede se detiene ante una puerta con un sello plateado de la República y llama dos veces. La voz de Razor nos invita a pasar. Kaede entra rápidamente, cierra con cuidado a nuestra espalda y se pone en postura de firmes. Yo sigo su ejemplo, taconeando contra el suelo de madera. Mientras examino las elaboradas lámparas esféricas y el retrato del Elector que cuelga en la pared del fondo, percibo un leve aroma a jazmín. Hace mucho frío aquí dentro.
Razor está de pie detrás del escritorio, con las manos a la espalda, muy elegante con su uniforme de comandante. Habla con una mujer vestida de la misma forma.
Tardo un instante en darme cuenta de que esa mujer es la comandante Jameson.
Kaede y yo nos quedamos helados. Tras la sorpresa de ver a Thomas, supuse que Jameson se encontraría en algún lugar de la pirámide, controlando los progresos de su capitán. No se me ocurrió que pudiera haber subido al dirigible. ¿Para qué irá al frente?
Razor hace un gesto y Kaede y yo nos cuadramos.
—Descansen —nos dice, y continúa hablando con Jameson.
Me doy cuenta de que Kaede está tensa, y mis instintos de superviviente callejero se ponen en marcha. Si ella está nerviosa, es que los Patriotas no contaban con la presencia de la comandante. Miro la puerta de soslayo y pienso cómo escapar en caso de necesidad: tendría que girar el pomo, abrir la puerta y saltar la barandilla para llegar a la cubierta inferior. Recorro mentalmente el dirigible como si fuera un mapa tridimensional, tensando los músculos por si la comandante me reconoce. Ya tengo clara mi vía de escape.
—Me han pedido que esté alerta —le dice Jameson a Razor, que la mira con actitud relajada y una sonrisa en los labios—. Usted también debería estarlo, DeSoto. Si nota algo extraño, avíseme.
—Por supuesto —Razor inclina la cabeza en dirección a la comandante aunque, a juzgar por sus insignias, él es de mayor rango que ella—. Le deseo lo mejor, a usted y a la ciudad de Los Ángeles.
Intercambian un saludo y la comandante Jameson se acerca a la puerta. Me obligo a no mover un músculo, aunque nada me apetece más que salir corriendo. La comandante se detiene a mi lado y aguardo en silencio mientras me examina de los pies a la cabeza. Por el rabillo del ojo observo el rictus duro de su rostro y la fina línea de sus labios pintados de rojo. Detrás de su expresión gélida no hay nada, y su ausencia de emoción me produce una mezcla de odio y de miedo. Me doy cuenta de que lleva una mano vendada. Es un recuerdo mío, de cuando le clavé los dientes hasta el hueso mientras estaba prisionero en la intendencia de Batalla.
Sabe quién soy, pienso, y una gota de sudor me corre por la espalda. Tiene que saberlo. Estoy seguro de que me ha reconocido a pesar de mi disfraz, del pelo oscuro y cortado por los hombros, de la cicatriz falsa y las lentillas marrones. De un momento a otro dará la voz de alarma. Levanto ligeramente los talones, disponiéndome a salir disparado. La pierna me late.
Pero al cabo de una fracción de segundo, la mirada de la comandante Jameson se aleja de mí. Se acerca a la puerta y yo siento que se cierra el abismo que había a mis pies.
—Llevas el uniforme arrugado, soldado —me dice con disgusto—. Si yo fuera el comandante DeSoto, te haría dar una docena de vueltas a la explanada como castigo.
Abre la puerta y se marcha. Kaede la cierra, hunde los hombros y suelta un suspiro de alivio.
—Fenomenal —le dice a Razor con sarcasmo mientras se deja caer en el sofá.
Razor me invita a sentarme.
—Kaede, todos debemos agradecerte lo bien que has disfrazado a nuestro joven amigo —dice, y ella sonríe ante el cumplido—. Lamento esta desagradable sorpresa: al enterarse del arresto de June en la pirámide de despegue, la comandante Jameson decidió subir al dirigible para comprobar que todo marchaba bien —se sienta junto al escritorio—. En cuanto llegue, tomará un avión de regreso a Vegas.
Me siento débil. Me derrumbo en el sofá junto a Kaede, pero no puedo dejar de mirar el cristal de la puerta por si Jameson regresa de pronto. Es de vidrio esmerilado. ¿Podrá vernos alguien desde fuera?
Kaede, relajada de nuevo, comenta con Razor nuestros siguientes movimientos: cuándo aterrizaremos, cómo nos reagruparemos en Lamar, qué medidas tomaremos para organizar el falso atentado… Yo solo puedo pensar en la expresión de la comandante Jameson. De entre todos los oficiales de la República con los que me he cruzado, solo Chian y ella consiguen dejarme petrificado.
Intento no recordar cómo ordenó que mataran a mi madre, que ejecutaran a John.
Si Thomas ha arrestado a June, ¿qué hará Jameson con ella? ¿De verdad Razor puede protegerla? Cierro los ojos y formulo un deseo silencioso.
Cuídate, June. Quiero volver a verte cuando haya acabado todo esto.