JUNE
05:45
Venetian
Primer día integrada en los Patriotas
He decidido no estar presente durante la operación.
Tess se ha quedado para ayudar a la doctora, pero yo no pinto nada allí. Además, la imagen de Day inconsciente sobre la mesa, pálido e inexpresivo, me recordaría demasiado a la noche en que examiné el cadáver de Metias en la parte trasera del hospital. Prefiero que los Patriotas no conozcan mis debilidades, así que me quedo fuera, sentada en un sofá de la sala.
Además, quiero estar un rato tranquila para reflexionar sobre los planes que Razor ha diseñado para mí.
Voy a ser arrestada por los soldados de la República.
Voy a conseguir una audiencia privada con el Elector, durante la cual tendré que ganarme su confianza.
Voy a revelarle un falso complot para asesinarlo, pidiendo a cambio que perdone todos los crímenes que he cometido contra la República y me indulte.
Y luego voy a conducirlo al matadero.
Ese es mi papel. Pensarlo es una cosa; hacerlo es otra muy distinta. Contemplo mis manos y me pregunto si estoy dispuesta a mancharlas de sangre, si estoy preparada para matar a alguien. ¿Qué era lo que Metias decía siempre? Es raro tener un buen motivo para matar, June. Pero también recuerdo lo que me dijo Day en el baño: Librarse de la persona que está al mando de todo este maldito sistema es un precio pequeño a cambio de la revolución.
Las manos me tiemblan. Intento tranquilizarme. El apartamento está en completo silencio. Razor se ha marchado (salió a las 03:32, impecablemente uniformado) y Kaede dormita en el otro extremo del sofá. Si dejara caer un alfiler en el pavimento de mármol, creo que el ruido me haría daño en los oídos. Me vuelvo hacia la pantalla pequeña que hay en la pared. Aunque tiene el sonido apagado, muestra el desfile habitual de noticias: avisos de inundaciones, victorias contra las Colonias en el frente… A veces me pregunto si serán inventadas, si estaremos ganando o perdiendo la guerra. Los titulares se suceden. Aparece un aviso de que cualquier civil que lleve un mechón de pelo teñido de rojo será arrestado inmediatamente.
Las noticias se cortan de forma abrupta. Me enderezo de pronto: el nuevo Elector se dispone a ofrecer su primer discurso.
Titubeo y le echo un vistazo a Kaede, que parece dormir profundamente. Me incorporo, cruzo la habitación y rozo la pantalla para subir el volumen. Lo pongo muy bajo, lo justo para oírlo yo. Veo a Anden (o, más bien, el Elector Primo) caminar con elegancia hasta un atril. Asiente en dirección al grupo de periodistas designados por el gobierno para hacerle preguntas. Tiene el mismo aspecto que recuerdo, como si fuera la versión joven de su padre. Lleva gafas de montura fina y viste un uniforme de gala dorado y negro, con una doble fila de botones relucientes.
—Ciudadanos de la República: nos encontramos en un momento de grandes cambios —comienza—. Nuestra determinación se está poniendo a prueba más que nunca, y la guerra ha llegado a un punto culminante —habla como si su padre no hubiera muerto, como si él hubiera sido siempre el Elector Primo—. Nuestras tres últimas batallas en el frente nos han permitido ocupar otras tantas ciudades de las Colonias. Estamos al borde de la victoria: la República no tardará mucho en extenderse hasta el océano Atlántico. Ese es nuestro destino.
Continúa hablando sobre el poder de nuestras fuerzas armadas y sobre las reformas que desea poner en práctica. Quién sabe si lo que dice será verdad… Examino su rostro con atención. Su voz es parecida a la de su padre, pero posee un matiz de sinceridad que me atrae. Solo tiene veinte años; tal vez se crea de verdad lo que está diciendo, o puede que esté esforzándose por ocultar sus dudas. Me pregunto qué pensará de la muerte de su padre, qué le hará sentir, cómo será capaz de mantener así el tipo y representar su papel. Sin duda, el Senado estará deseoso de manipular a un Elector tan joven; sus componentes intentarán gobernar en la sombra, manejarlo como si fuera una pieza de ajedrez. A juzgar por lo que dijo Razor, la tensión entre ellos debe de ser casi insoportable. Y si Anden se niega a escuchar a los senadores, tal vez sea muestra de que le gusta el poder tanto como a su padre.
De hecho, ¿se diferenciará en algo de él? ¿Qué opinará Anden sobre cómo debe ser la República? Y, lo más importante, ¿cómo pienso yo que debe ser?
Le quito el sonido a la pantalla y me alejo. No te plantees cómo es Anden. No puedo permitirme pensar en él como si fuera una persona de carne y hueso.
Finalmente, cuando empieza a amanecer y los rayos de sol iluminan la estancia, Tess sale del dormitorio para darnos la noticia: Day está despierto y consciente.
—Se encuentra bien —le dice a Kaede—. Ahora mismo está sentado, y creo que podrá caminar en un par de horas —me mira y su sonrisa se desvanece—. Puedes… puedes ir a verlo si quieres.
Kaede se encoge de hombros y se da media vuelta para seguir durmiendo. Yo le dirijo a Tess la sonrisa más amable que consigo esbozar, respiro hondo y me encamino a la habitación.
Day está rodeado de almohadas y cubierto hasta el pecho con una gruesa manta. Tiene que sentirse exhausto, pero me guiña un ojo cuando me ve entrar y el corazón se me acelera. Su pelo se desparrama sobre las sábanas en un círculo brillante. Tiene unos cuantos clips doblados en el regazo (los ha sacado de las cajas de la esquina, así que supongo que se ha levantado). Debía de estar haciendo algo con ellos. Se me escapa un suspiro de alivio al ver que no parece dolorido.
—Hola —le saludo—. Me alegro de verte vivo.
—Yo también me alegro —contesta, y sigue mis movimientos con la mirada hasta que me siento en la cama—. ¿Me he perdido algo?
—Sí, a Kaede roncando en el sofá. Para ser una chica que siempre está huyendo de la justicia, duerme como un tronco.
Day se ríe un poco y me asombra lo alegre que está. Hace días que no le veo así. Paseo la mirada hasta la pierna cubierta por la manta.
—¿Cómo está la herida?
Day se destapa y veo unas placas de metal pulido (una aleación de acero y titanio) donde antes estaba la herida. La doctora ha reemplazado su rodilla mala, y ahora un tercio de la pierna de Day es artificial. Silbo entre dientes: esa médico debe de estar muy familiarizada con las heridas de guerra. En cuanto a la prótesis, han debido de conseguirla gracias a los contactos de Razor, porque tiene que ser carísima. Extiendo la mano y Day me la aprieta.
—¿Qué sientes?
Él sacude la cabeza, incrédulo.
—Nada. Ni la noto —esboza una sonrisa pícara—. Ahora verás a qué velocidad puedo escalar un edificio, hermana. Ya no tengo una rodilla medio averiada que me retrase. ¡Esto sí que es un regalo de cumpleaños!
—¿Es tu cumpleaños? No lo sabía. Felicidades atrasadas, Day —sonrío y me quedo mirando los clips que tiene en el regazo—. ¿Qué estabas haciendo?
—Ah —Day acaricia uno que parece doblado en forma de círculo—. Nada, solo mataba el tiempo —lo sostiene en alto y luego me lo entrega—. Toma, un regalo.
Lo examino con más atención. En realidad son cuatro clips, retorcidos cuidadosamente en forma de espiral y unidos hasta formar un anillo diminuto. Simple y bonito. Incluso artístico. Observo el cuidado con el que ha doblado el metal, los giros del alambre alisado una y otra vez con los dedos hasta darle la forma correcta. Lo ha hecho para mí. Me lo pongo en el dedo: encaja perfectamente. Es precioso. Me sonrojo, callada. No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien fabricó algo para mí.
Day parece decepcionado por mi reacción, pero lo esconde con una carcajada.
—Supongo que los ricos tendréis un montón de tradiciones elegantes, pero en los sectores pobres, el amor y las promesas de fidelidad suelen expresarse así.
¿Amor? El corazón se me dispara y no puedo evitar sonreírme.
—¿Con anillos de clips? —digo.
Me maldigo de inmediato: es una pregunta nacida de la simple curiosidad, y no me he dado cuenta de que sonaría sarcástica hasta que la he dicho en voz alta.
Day se sonroja un poco, y me pongo furiosa conmigo misma por haber vuelto a meter la pata.
—Con algo hecho a mano —puntualiza al cabo de un instante. Tiene los ojos bajos, como si estuviera avergonzado—. Perdona, es una estupidez —murmura—. Ojalá pudiera hacerte algo más bonito.
—No, no —le interrumpo—. Me gusta de verdad —recorro con las yemas el anillo, con los ojos clavados en el metal para no mirar a Day.
¿Habrá pensado que lo desprecio? Di algo, June. Lo que sea. Suelto una retahíla sin pensar:
—Alambre de acero galvanizado: un material excelente, ¿sabes? Más resistente que otras aleaciones, maleable e inoxidable. Es… —me paro en seco al notar la mirada de Day—. Me gusta —repito.
Qué respuesta más idiota, June. ¿Qué tal si de paso le atizas un puñetazo en la cara, ya que estás? Me pongo todavía más nerviosa cuando recuerdo que ya lo he hecho: hace unos días, que me parecen eternos, le di un culatazo con mi pistola. Qué romántico.
—De nada —dice, y se guarda un par de clips en los bolsillos.
Se produce un largo silencio. No sé qué debería haberle dicho, pero estoy segura de que no he dado en el clavo. Me acerco a él y apoyo la cabeza en su pecho. Se estremece como si no se lo esperara y luego me rodea con el brazo. Eso es, mucho mejor. Cierro los ojos. Me acaricia el pelo con suavidad, y la carne se me pone de gallina. Me permito fantasear un poco e imagino que me acaricia la barbilla con un dedo y que acerca mi rostro al suyo.
—¿Qué opinas del plan? —susurra en mi oído.
Me encojo de hombros, decepcionada. Seré estúpida… ¿Cómo puedo fantasear con que me bese en un momento como este?
—¿Te han contado lo que tienes que hacer? —le pregunto.
—No, pero supongo que se las arreglarán para transmitir de algún modo por las pantallas que sigo vivo. Tengo que continuar dando guerra, ¿eh? Hacer que la gente se vuelva loca —suelta una carcajada sin alegría—. Lo que haga falta para llegar hasta Eden, supongo.
—Supongo —repito.
Me agarra de los hombros y me aparta un poco para mirarme a los ojos.
—No sé si podremos estar en contacto —murmura, en voz tan baja que apenas le oigo—. El plan suena bien, pero si algo se tuerce…
—Estarán pendientes de mí, estoy segura —le interrumpo—. Razor es un oficial de la República: encontrará la forma de rescatarme si algo no funciona. Y respecto a estar en contacto… —me muerdo el labio, pensativa—. Ya se me ocurrirá algo.
Day me acaricia la barbilla y acerca su cara a la mía hasta que nuestras frentes se rozan.
—Si algo va mal, si cambias de idea, si necesitas ayuda… envíame una señal, ¿me oyes?
Su tono hace que un escalofrío me recorra la nuca.
—De acuerdo —susurro.
Él asiente y se deja caer sobre la almohada. Yo suelto lentamente el aliento.
—¿Estás preparada? —me pregunta.
En esa pregunta hay implícito algo más, pero no llega a decirlo en voz alta: ¿Estás preparada para asesinar al Elector?
Fuerzo una sonrisa.
—Tan preparada como siempre.
Nos quedamos en silencio un rato, hasta que la luz llena la habitación y el juramento de la mañana resuena por las calles de la ciudad. Finalmente oigo el ruido de la puerta y luego la voz de Razor. Al oír que sus pasos se acercan al dormitorio, me incorporo.
—¿Cómo tienes la pierna? —pregunta Razor desde la puerta. Su rostro está tan tranquilo como de costumbre, y sus ojos parecen inexpresivos detrás de sus gafas.
—Bien —responde Day asintiendo con la cabeza.
—Excelente —Razor sonríe con amabilidad—. Espero que hayas podido pasar algún tiempo con él, June. Nos vamos dentro de una hora.
—La doctora dijo que tengo que descansar durante… —protesta Day.
—Lo siento —replica Razor dándose media vuelta—. Tenemos que tomar un dirigible. Procura no forzar demasiado la rodilla.