DAY

La doctora aparece después de la medianoche y me prepara para la operación sin decir nada. Razor arrastra una de las mesas del salón a un dormitorio en el que se apilan cajas de suministros: comida, clavos, cantimploras, material de oficina… Tiene de todo.

La médico y Kaede extienden un grueso mantel de plástico bajo la mesa, me indican que me tumbe y me sujetan con correas. Luego, la doctora prepara el instrumental médico. Me ha quitado el vendaje de la pierna, y la herida no deja de sangrar. A mi lado, June escruta todo lo que hace como si su supervisión pudiera impedir que cometa errores. Aguardo impaciente: cada instante que pasa hace que estemos más cerca de encontrar a Eden.

Cuando pienso en lo que ha dicho antes Razor, algo se me agita por dentro. Tal vez debería haberme unido a los Patriotas hace años.

Tess se afana por la habitación, ayudando a la médico con gestos eficientes. Sale un momento para lavarse las manos y vuelve con ellas enguantadas para manejar el instrumental. Cuando no tiene nada que hacer, observa atentamente lo que hace la doctora. Se las ingenia para evitar a June. Su expresión muestra que está muy nerviosa, pero no dice una palabra al respecto. Mientras los demás cenaban, ella y yo charlamos sin problemas en el sofá. Pero noto que algo ha cambiado entre nosotros. Si no supiera que es imposible, juraría que se está enamorando de mí. La idea me resulta extrañamente inquietante, así que procuro desterrarla de mi mente. ¿Tess, que es casi como mi hermana? ¿La niña huérfana que encontré en el sector Nima?

Salvo que ya no es una niña. Ahora me doy cuenta de que sus rasgos han cambiado, se han hecho más adultos. Su cara ya no es rellenita como la de un bebé: tiene los pómulos más marcados y los ojos menos redondeados. Me pregunto por qué no me habré dado cuenta antes. Ha bastado con dejar de verla durante dos semanas para que me resulte evidente. Mira que soy lento…

—Respira, Day —me dice June, y toma una bocanada de aire como si quisiera demostrarme cómo se hace.

Dejo de dar vueltas a lo de Tess y me doy cuenta de que he estado conteniendo el aliento.

—¿Cuánto tiempo tardará? —le pregunto a June.

Me acaricia la mano con dulzura al notar la tensión de mi voz, y me siento un poco culpable. Si no fuera por mí, ella ya estaría camino de las Colonias.

—Un par de horas —contesta, y se interrumpe ante la entrada de Razor.

La doctora y él se apartan a un lado de la habitación. Chocan los cinco y, luego, un fajo de billetes cambia de manos. Tess ayuda a la doctora a ponerse la mascarilla y me hace un gesto con el pulgar hacia arriba.

—¿Por qué no me dijiste que te habían presentado al Elector? —le pregunto a June en un susurro—. Hablabas de él como si fuera un completo desconocido.

—Lo es —replica ella, y aguarda un instante como si estuviera pensando qué decir a continuación—. No veía motivos para contártelo. Solo le vi durante unos minutos, y no albergo ningún interés especial hacia él.

Me viene a la mente el beso de antes, pero el recuerdo se interrumpe cuando me imagino el retrato del nuevo Elector. Me parece ver a una June adulta, de pie junto a él como Prínceps del Senado. Del brazo del hombre más rico de la República. ¿Y yo, que soy un sucio vagabundo con los bolsillos vacíos, me creo capaz de retener a esta chica después de haber pasado quince días con ella? June proviene de la elite. Se relacionaba con gente como el joven Elector en banquetes de lujo mientras yo revolvía en los contenedores de basura de Lake. ¿Cómo puedo haber pasado todo esto por alto? De pronto me siento muy estúpido por haberle dicho que la quería, como si pudiera obligarla a enamorarse de mí para devolverme el favor. No, June no es una de esas chicas con las que he tonteado durante los últimos años. De todas formas, ella no ha dicho que me quisiera.

¿Por qué se me ocurre esto ahora? No debería dolerme tanto, ¿no? ¿Es que no tengo cosas más importantes en las que pensar?

La doctora se acerca a mí. June me estrecha la mano y yo me resisto a soltársela. Tal vez vengamos de mundos distintos, pero lo ha abandonado todo por mí. ¿Cómo puedo dudar de ella, después de que haya arriesgado la vida para salvarme? Podría abandonarme en cualquier momento, pero no lo ha hecho. Esto es lo que elijo, me ha dicho antes.

—Gracias —susurro; no soy capaz de decir más.

Ella me observa con atención y después deposita un beso suave en mis labios.

—Todo habrá terminado antes de que te des cuenta. Después podrás escalar edificios y trepar tan rápido como siempre —me aprieta la mano por última vez; luego se levanta, se despide con la cabeza de Tess y de la doctora y se marcha.

Cierro los ojos y tomo aire con un estremecimiento cuando la doctora se acerca. Desde aquí no veo a Tess. Por duro que sea esto, no creo que duela más que un tiro en la pierna, ¿no?

La médico me tapa la boca con un paño húmedo. Tardo solo unos segundos en internarme por un túnel largo y oscuro.

Veo destellos, recuerdos de un lugar lejano.

Estoy sentado junto a John en nuestra diminuta sala de estar, a la luz temblorosa de tres velas. Yo tengo nueve años y él catorce. La mesa es tan inestable como siempre: una de las patas se está pudriendo, y cada dos o tres meses intentamos alargarle la vida forrándola de cartones. John tiene delante un libro grueso y frunce las cejas en un gesto de concentración. Lee una línea más, se atasca en un par de palabras y pasa pacientemente a la siguiente.

—Pareces agotado —le digo—. Deberías irte a la cama. Mamá se va a enfadar si se da cuenta de que sigues despierto.

—Vamos a terminar la página —murmura sin escucharme—. A no ser que quieras irte a la cama, claro.

Me pongo derecho.

—No estoy cansado —replico.

Nos volvemos a inclinar sobre el libro y John lee la siguiente línea en voz alta.

—En Denver —silabea despacio—, después de la… finalización… del muro del norte, el Elector Primo… declaró… declaró…

—Oficialmente —le ayudo.

—Oficialmente… que era un… un crimen —John se detiene unos segundos, menea la cabeza y suspira.

—Contra —leo.

John frunce el ceño, con los ojos clavados en la página.

—¿Estás seguro? No puede poner eso. Vale, venga. Contra… contra el Estado entrar en la… —John se interrumpe, se recuesta en el sillón y se frota los ojos—. Tienes razón, Danny: debería irme a la cama.

—¿Qué te pasa?

—Todas las letras parecen iguales —suspira sin despegar el índice del papel—. Me estoy empezando a marear.

—Venga. Paramos después de esta línea —la señalo y encuentro la palabra que se le ha atravesado—. Capital. Un crimen contra el Estado entrar en la capital sin haber obtenido autorización militar.

John esboza una sonrisa al oírme leer la frase entera de un tirón.

—Lo vas a hacer de maravilla en la Prueba —comenta cuando acabo—. Y Eden también. Yo pasé por los pelos; tú la harás con los ojos cerrados. Tienes la cabeza muy bien amueblada, chaval.

Me encojo de hombros.

—Tampoco es que me entusiasme la idea de ir al instituto.

—Pues debería. Al menos tú tendrás la oportunidad de hacerlo. Y si se te da bien, puede que la República te asigne una universidad y acabes en el ejército. Eso sí que sería emocionante, ¿no crees?

De pronto, alguien llama a la puerta. Me levanto de un brinco y John se coloca delante de mí.

—¿Quién es? —pregunta.

Los golpes se hacen tan fuertes que tengo que taparme los oídos. Mi madre entra en el cuarto de estar, con Eden dormido en brazos, y nos pregunta qué está pasando. John da un paso adelante como si fuera a abrir, pero antes de que lo haga, la puerta estalla y por el hueco entra una patrulla de la policía ciudadana. Al frente hay una chica con la melena negra recogida en una cola de caballo. Sus ojos oscuros despiden reflejos dorados. Su nombre es June.

—Estáis arrestados —dice—. Por el asesinato de nuestro glorioso Elector.

Levanta la pistola y dispara a John. Luego se vuelve hacia mi madre.

Estoy gritando a pleno pulmón, tanto que creo que se me van a romper las cuerdas vocales. Todo se vuelve negro.

Me recorre una punzada de dolor. Ahora tengo diez años. Estoy en el laboratorio del hospital central de Los Ángeles, encerrado con no sé cuántos chicos más, todos amarrados a las camillas y cegados por los fluorescentes. Varios médicos con mascarillas se inclinan sobre mí y estrecho los ojos. ¿Por qué me mantienen despierto? La luz es tan brillante que me siento… pesado. Mi mente vaga en un océano brumoso.

Veo los bisturíes que sostienen los médicos y escucho un murmullo confuso. Noto un tacto frío y metálico en mi rodilla. De pronto, un dolor insoportable me sacude en un espasmo. Intento gritar, pero no emito ningún sonido. Quiero pedirles que dejen de cortarme la rodilla, pero algo se hunde en mi nuca y el dolor hace que deje de pensar. No veo más que una luz cegadora.

Cuando abro los ojos, me encuentro tumbado en un sótano oscuro. Estoy vivo de milagro. La rodilla me duele tanto que tengo ganas de llorar, pero sé que debo guardar silencio. Veo siluetas oscuras a mi alrededor, la mayoría tiradas en el suelo, inmóviles. Algunos adultos con batas de laboratorio deambulan por la sala e inspeccionan los bultos del suelo. Aguardo en silencio, con los ojos cerrados, hasta que salen de la estancia. Después hago fuerza para levantarme y rasgo un pedazo de la pernera de mi pantalón para atármelo a la rodilla, que me sangra. Voy trastabillando en la oscuridad, palpando las paredes hasta que encuentro una salida y me arrastro por un callejón mugriento. Avanzo hacia la luz y veo que June me espera, serena, sin miedo. Me tiende la mano.

—Vamos —susurra agarrándome de la cintura, y yo la abrazo con fuerza—. Estamos juntos en esto, ¿no? Los dos juntos.

Avanzamos hasta dejar atrás el laboratorio del hospital. La gente con la que nos cruzamos tiene el pelo muy rubio y ensortijado, igual que Eden. Entre sus tirabuzones se distingue una franja escarlata, una herida abierta.

Todas las puertas muestran una enorme equis con una línea vertical en el centro. La peste —un brote mutado— se ha extendido por la ciudad. June y yo vagamos por las calles durante lo que parecen días, respirando un aire tan espeso como el puré. Buscamos la casa de mi madre. A lo lejos se distinguen las ciudades resplandecientes de las Colonias: parecen llamarme, prometerme un mundo mejor, una vida mejor. Tengo que llevar a John, a Eden y a mi madre hasta allí; solo así escaparemos a las garras de la República.

Por fin llegamos a mi casa, pero cuando abro la puerta veo que el comedor está desierto. Mi madre no está. John ha muerto. Le fusilaron, recuerdo de pronto. Vuelvo la mirada, pero June ha desaparecido y me encuentro solo ante la puerta. Solo queda Eden, acostado en la cama. Cuando me acerco lo suficiente para que oiga mis pasos, abre los párpados y extiende las manos hacia mí.

Pero sus ojos no son azules. Son negros porque le sangran los iris.

Despacio, muy despacio, voy recuperando el sentido. Me late el cuello igual que cuando sufro una jaqueca. Sé que he soñado con algo, pero no recuerdo más que una sensación de miedo persistente, como si hubiera algo horrible acechándome al otro lado de una puerta cerrada. Noto una almohada bajo la nuca y un tubo cuyo extremo se hunde en mi brazo. Todo está brumoso. Me esfuerzo por enfocar la visión, pero no consigo ver más que la alfombra y el borde de la cama. Una chica sentada en el suelo apoya la cabeza en el colchón. ¿Y si no es una chica? ¿Y si los Patriotas han conseguido rescatar a Eden y traerlo hasta aquí?

La figura se mueve y me doy cuenta de que es Tess.

—Hola —murmuro con voz pastosa—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está June?

Tess se levanta para agarrarme la mano, tropezando por las prisas.

—¡Estás despierto! ¿Cómo te encuentras?

—Ido —intento tocarle la cara; no estoy seguro de que sea real.

Tess lanza una mirada a la puerta para asegurarse de que no hay nadie cerca y se lleva un dedo a los labios.

—No te preocupes —dice en voz baja—. Te despejarás enseguida. La doctora parecía muy satisfecha. Pronto estarás como nuevo y podremos ir al frente para matar al Elector.

Cierro los ojos: me resulta chocante que Tess hable de matar a alguien con tanta tranquilidad. De repente me doy cuenta de que la pierna ya no me duele. Intento incorporarme para echarle un vistazo y Tess me baja la almohada hacia la espalda para ayudarme. Casi no me atrevo a mirar la herida.

Tess se sienta a mi lado y retira las vendas. Bajo la gasa distingo un brillo metálico. Cuando la pierna queda al descubierto, veo que en la rodilla mala hay una prótesis mecánica que asciende hasta la mitad del muslo. Boquiabierto, contemplo las piezas de metal que se funden con la carne. Están perfectamente moldeadas y unidas a mi piel, con una pequeña hinchazón en los bordes. Se me nubla la vista.

Tess tamborilea con los dedos en las sábanas, expectante. Se muerde el labio superior.

—¿Y bien? ¿Qué se siente?

—Yo… no siento nada. No me duele en absoluto —acerco un dedo tembloroso al metal, intentando acostumbrarme a la sensación de tener un cuerpo extraño metido en la pierna—. ¿Ella sola me ha puesto esto? ¿Cuándo volveré a caminar? ¿De verdad se ha curado tan rápido?

Tess parece hincharse de orgullo.

—Yo la ayudé. No deberías moverte demasiado durante las próximas doce horas: los medicamentos tienen que hacer efecto —sonríe, y las comisuras de los ojos se le arrugan de una forma que me resulta muy familiar—. Es una operación normal para los heridos en el frente. Impresiona, ¿eh? Cuando te repongas podrás usar la pierna perfectamente, igual que antes o incluso algo mejor. La doctora es muy famosa en los hospitales del frente, pero también trabaja para el mercado negro. Es una suerte. Mientras estuvo aquí, me enseñó cómo arreglarle el brazo a Kaede para que se cure más rápido.

Me pregunto cuánto les habrá costado a los Patriotas esta intervención. He visto soldados con prótesis metálicas alguna vez, desde un cuadradito de metal en el antebrazo hasta una pierna entera. No puede ser una operación barata; además, a juzgar por el aspecto de mi pierna, la doctora ha empleado medicamentos reservados para el personal militar. Me pregunto cuánta fuerza tendré en esta pierna cuando me recupere, con qué rapidez podré moverme. ¿Me ayudará a avanzar en mi búsqueda de Eden?

—Es increíble —le digo a Tess.

Estiro un poco el cuello para mirar la puerta, pero el movimiento me marea. Una punzada en la cabeza me hace dar un respingo, pero aun así distingo voces que vienen del recibidor.

—¿Qué hacen los demás? —pregunto.

Tess echa un vistazo por encima del hombro antes de volverse hacia mí.

—Están discutiendo la primera fase del plan. Como yo no estoy involucrada, no tengo que estar presente.

Me ayuda a tumbarme y nos quedamos callados, en un silencio incómodo. No me acostumbro al nuevo aspecto de Tess. Ella nota que la miro fijamente, titubea y sonríe avergonzada.

—Cuando todo esto haya terminado —comienzo—, quiero que vengas conmigo a las Colonias —Tess esboza una sonrisa y estira las sábanas con nerviosismo—. Si todo sale como está previsto y la República se hunde de verdad, no quiero que nos quedemos atrapados en el caos. Nos iremos Eden, June, tú y yo. ¿De acuerdo, hermana?

La sonrisa de Tess se desdibuja. Vacila antes de responderme.

—No lo sé, Day —murmura, y se vuelve hacia la puerta.

—¿Por qué? ¿Tienes miedo de los Patriotas?

—No, qué va. Hasta ahora se han portado muy bien conmigo.

—Entonces, ¿por qué no quieres venir? —insisto en voz baja. Me siento débil; lo que me rodea se hace borroso por momentos, a pesar de mis esfuerzos—. Cuando estábamos en Lake, siempre decíamos que acabaríamos huyendo a las Colonias en cuanto tuviéramos la oportunidad. Mi padre decía que en las Colonias había…

—Libertad y oportunidades. Lo sé —sacude la cabeza—. Lo que pasa es que…

—¿Qué?

Tess me agarra una mano. Me la imagino de nuevo como una niña, como era cuando la encontré hurgando en un contenedor del sector Nima. ¿De verdad es la misma persona? Sus manos ya no son tan menudas como antes, aunque todavía caben perfectamente en las mías.

—Day… —eleva la vista—. Estoy preocupada por ti.

Pestañeo.

—¿A qué te refieres? ¿A la operación?

Ella menea la cabeza con expresión impaciente.

—No. Lo que me preocupa es tu relación con June.

De pronto me doy cuenta de lo mucho que ha cambiado su voz. Me suena extraña: hay algo en ella que no reconozco. Tomo aire y espero a que siga hablando. Me temo que sé lo que va a decir.

—Si June viene con nosotros… —empieza—. Sé que estás muy unido a ella, pero hace solo dos semanas era una soldado de la República. ¿No ves la cara que pone de vez en cuando? Como si echara de menos la República, como si quisiera regresar o algo así. ¿Y si sabotea el plan o te traiciona mientras intentamos llegar a las Colonias? Los Patriotas están tomando precauciones…

—Ya basta —la interrumpo.

Me sorprende lo irritada que suena mi voz. Jamás le había hablado así a Tess, y lo lamento al instante. Los celos de Tess hacia June son evidentes: cada vez que pronuncia su nombre, lo masculla como si no viera el momento de olvidarse de él.

—Mira, Tess: todo ha ocurrido muy rápido. ¿Cómo no va a tener June momentos de duda? Pero aun así, ya no es fiel a la República, y estaremos en peligro vayamos con ella o no. Además, cuenta con habilidades que no poseemos ninguno de los dos. Tess, esa chica me sacó de la intendencia de Batalla. Puede ayudarnos a sobrevivir.

Ella hace un mohín.

—Bueno, ¿y qué opinas de la misión que le han encomendado los Patriotas? ¿Qué te parece que entable una relación con el Elector?

—¿Una relación? —alzo las manos débilmente, fingiendo que no me importa—. Es parte del plan. Ni siquiera le conoce.

—Pronto le conocerá —Tess se encoge de hombros—. Cuando tenga que acercarse a él lo suficiente para manipularle… —baja la vista—. Yo… te acompañaré, Day. Te acompañaré siempre allá donde vayas. Solo quería decirte lo que opino de ella por si acaso no lo habías pensado.

—Todo irá bien —consigo decir—. Confía en mí.

La tensión desaparece por fin. El rostro de Tess recupera su dulzura habitual, y mi enfado se desvanece tan rápido como apareció.

—Siempre cuidas de mí —le sonrío—. Gracias, hermana.

—Alguien tiene que hacerlo, ¿no crees? —se ríe ella, y señala mi chaqueta remangada—. Me alegro de que te valga el uniforme, por cierto. Me parecía que te iba a quedar grande, pero te sienta bien.

Sin previo aviso, se inclina, me da un beso rápido en la mejilla y se aparta como impulsada por un resorte. Sus mejillas están ruborizadas. No es la primera vez que me da un beso en la mejilla: lo ha hecho muchas veces cuando era más pequeña, pero en esta ocasión noto algo más. Intento hacerme a la idea de que ha dejado atrás la infancia y se ha convertido en una joven. Carraspeo, incómodo; esta nueva relación me resulta rara.

Ella se levanta, me suelta la mano y echa otro vistazo a la puerta.

—Perdona: debería dejarte descansar. Luego vengo a ver cómo estás. Intenta dormir un rato.

En ese momento caigo en la cuenta de que tuvo que ser Tess quien dejó los uniformes en el baño. Tal vez viera cómo June y yo nos besábamos. Trato de poner en orden mis pensamientos; quiero decirle algo más, pero antes de que consiga decidir qué, ella sale de la habitación y desaparece de mi vista.