JUNE
No confío en Razor.
No confío en él porque no entiendo cómo puede permitirse el lujo de mantener un refugio tan agradable: los aposentos de un oficial, y nada menos que en Vegas. Cada una de estas alfombras cuesta por lo menos veintinueve mil billetes (están fabricadas con un terciopelo sintético muy caro). Hay diez lámparas en una sola habitación, y están todas encendidas. Viste un uniforme nuevo e impecable. Incluso lleva una pistola personalizada al cinto: de acero inoxidable, seguramente muy ligera, con la empuñadura decorada. Mi hermano tenía armas de ese tipo, y sé que cada una costaba dieciocho mil billetes. Por si fuera poco, la pistola tiene que estar trucada: si los servicios de control de la República rastrearan su localización o las huellas digitales de su usuario, hace tiempo que habrían apresado a Razor. ¿De dónde han sacado los Patriotas el dinero y los conocimientos técnicos para trucar un equipo tan avanzado?
Solo hay dos posibilidades.
Una: Razor es un alto cargo de la República, un agente doble. Si no, ¿cómo puede residir en este cuartel sin que lo detecten?
Dos: los Patriotas reciben financiación de alguien muy rico. ¿Las Colonias? Es probable.
A pesar de mis reticencias, no vamos a recibir una oferta mejor que la suya. Carecemos de dinero para comprar la ayuda que necesitamos en el mercado negro, y nosotros solos no tenemos ninguna posibilidad de encontrar a Eden ni de llegar a las Colonias. Además, no estoy convencida de que podamos rechazar la oferta. No es que nos hayan amenazado, pero no creo que nos hubieran dejado salir tranquilamente de aquí si nos hubiéramos cerrado en banda.
Miro a Day de soslayo y veo que está esperando a que yo añada algo. Sus labios están blancos como el papel y en su rostro hay un rictus de dolor: está a punto de desvanecerse. A estas alturas, su vida depende de que aceptemos el trato.
—Matar al nuevo Elector —repito—. Hecho.
Mi voz suena distante, como si fuera la de una extraña. Me viene a la cabeza mi encuentro con Anden y su padre en la fiesta por la captura de Day. Pienso en cómo será matarle y se me encoge el estómago. Ahora es el Elector de la República. Después de todo lo que le ha pasado a mi familia, la perspectiva de matarlo debería alegrarme. Pero no es así, y eso me confunde.
Si Razor ha notado mi vacilación, no lo demuestra. En vez de eso, asiente con la cabeza.
—Voy a llamar a un médico para que venga cuanto antes. Aun así, no creo que llegue hasta la medianoche, cuando cambian los turnos. Es imposible conseguir uno con tan poco margen de tiempo. Mientras, quitaos esa ropa. Vamos a buscaros algo más presentable —le echa un vistazo a Kaede, que está tirada en el sofá masticando un mechón de pelo con el rostro ceñudo y aire ausente—. Enséñales dónde está la ducha y proporciónales uniformes limpios. Después cenaremos y entraremos en los detalles del plan —extiende los brazos—. Bienvenidos a los Patriotas, amigos míos. Estamos encantados de contar con vosotros.
Y sin más, ya formamos parte de ellos de manera oficial. Puede que no sea tan malo; tal vez no debería haber discutido tanto con Day sobre este asunto.
Kaede nos indica con un gesto que la sigamos a la habitación contigua. Cuando abre la puerta, veo un amplio cuarto de baño con azulejos de mármol, un espejo, un lavabo, un retrete y una bañera con mamparas de cristal esmerilado. No puedo evitar el asombro; es mucho más lujoso que el de mi apartamento del sector Ruby.
—No os tiréis toda la noche —advierte Kaede—. Duchaos por turnos o apretaos un poco, si así vais más rápido. Os quiero listos en media hora.
Me lanza una sonrisa que no llega a sus ojos, y luego mira a Day y levanta el pulgar. Se da media vuelta antes de que pueda responder nada: parece que no me ha perdonado todavía que le rompiera el brazo.
Day casi se derrumba en cuanto Kaede nos deja solos.
—¿Me ayudas a sentarme? —susurra.
Bajo la tapadera del váter y le siento encima con cuidado. Estira la pierna buena y aprieta la mandíbula mientras intenta enderezar la otra. Se le escapa un gemido.
—He de admitir que he estado mejor —masculla.
—Por lo menos, Tess está a salvo.
Eso hace que el dolor de sus ojos se suavice un poco.
—Sí —suspira profundamente—. Al menos ella está a salvo.
Siento una punzada de culpabilidad. Tess es tan dulce, tan bondadosa… y se tuvieron que separar por culpa mía.
¿Soy yo bondadosa? No sé qué pensar.
Ayudo a Day a quitarse la gorra y la chaqueta. Su larga cabellera se derrama sobre mis brazos.
—Voy a echarle un vistazo a tu pierna.
Me arrodillo, saco un cuchillo del cinto y corto el pantalón hasta la mitad del muslo. Me tiemblan las manos mientras recorro la pierna delgada y musculosa. Con cautela, aparto la tela y dejo la herida a la vista. Los dos contenemos el aliento: en la venda hay un círculo enorme de sangre negruzca, y la carne de alrededor está inflamada y supurante.
—Espero que el médico llegue pronto —musito—. ¿Estás seguro de que puedes ducharte tú solo?
Day aparta la vista y se ruboriza.
—Claro que puedo.
—Pero si no te tienes en pie.
—Bueno… —vacila, con las mejillas cada vez más encendidas—. Supongo que me vendría bien un poco de ayuda.
Trago saliva.
—Bien. Entonces, lo mejor es que te bañes en lugar de ducharte. Vamos allá.
Abro el grifo y lleno la bañera de agua caliente. Con el cuchillo voy cortando despacio las vendas empapadas en sangre. Trabajo callada, sin mirarle a los ojos. La herida está peor que nunca: es una masa informe de carne sanguinolenta. Day evita posar los ojos en ella.
—No hace falta que hagas esto —murmura, rotando los hombros para relajarse.
—Ya, claro —le dirijo una sonrisa sarcástica—. Mejor me quedo esperando ante la puerta del baño y entro a ayudarte cuando resbales y pierdas el conocimiento.
—No —repone él—. Me refiero a que no hace falta que te unas a los Patriotas.
Mi sonrisa se desvanece.
—Tampoco es que tenga más opciones, ¿no crees? La oferta de Razor nos incluía a los dos.
Me roza el brazo por un instante y dejo de desatar los cordones de sus botas.
—¿Qué piensas de su plan?
—¿Asesinar al nuevo Elector?
Bajo la vista y me centro en aflojar los cordones con la mayor suavidad que puedo. Todavía no me lo he planteado, así que prefiero no contestar.
—¿Y tú qué opinas? —pregunto a mi vez—. Vas a contravenir todas tus convicciones, ¿no? Hasta ahora, siempre has evitado hacer daño a la gente. Supongo que esto tiene que ser muy fuerte para ti.
Me quedo de una pieza cuando Day se limita a encogerse de hombros.
—Hay un momento y un lugar para cada cosa —su voz es fría y mucho más dura de lo normal—. Nunca le encontré sentido a matar soldados de la República. Vale, los odio, pero ellos no son los culpables. Solo obedecen las órdenes de sus superiores. Sin embargo, el Elector… No sé. Librarse de la persona que está al mando de todo este maldito sistema es un precio pequeño a cambio de la revolución, ¿no crees?
Suspiro. Lo que dice tiene mucho sentido, pero aun así me pregunto si hubiera contestado lo mismo hace unas semanas, antes de todo lo que le sucedió a su familia. No me atrevo a contarle que conozco en persona a Anden. Hacerse a la idea de que vas a matar a alguien a quien conoces —y a quien creíste que admirabas— cuesta mucho más que plantearse matar a un desconocido.
—Sea como sea, no creo que tengamos más remedio que aceptar —concluyo.
Day aprieta los labios. Sabe que no estoy diciendo todo lo que pienso.
—Debe de ser duro para ti volverte contra tu Elector —murmura con los brazos caídos.
Tiro de las botas y las dejo en el suelo. Day se quita la chaqueta y empieza a desabotonarse el chaleco. De pronto, recuerdo algo que me extrañó cuando le conocí en las calles de Lake. Por aquel entonces, se quitaba la camiseta todas las noches para que Tess la usara de almohada. Esas fueron las ocasiones en que más desnudo lo vi. Ahora, se abre la camisa y deja al descubierto la garganta y el comienzo del pecho. Observo su colgante: una moneda de un cuarto de dólar de los Estados Unidos, oculta bajo una funda lisa de metal. En el primer vagón en el que nos refugiamos, me contó que se la había traído su padre desde el frente.
Hace una pausa cuando desabrocha el último botón y cierra los ojos. Al ver el dolor que crispa su rostro, se me saltan las lágrimas: el criminal más buscado de la República no es más que un chico. Está sentado delante de mí, vulnerable de pronto, mostrando toda su debilidad ante mis ojos.
Me incorporo y, al agarrar su camisa, le rozo la piel de los hombros. Intento controlar la respiración, mantenerme alerta. Pero cuando le ayudo a quitarse la prenda y le veo los brazos y el pecho desnudo, dejo de pensar con lógica. Day es esbelto y musculoso. Su piel es asombrosamente lisa, salvo por unas cuantas cicatrices (cuatro bastante antiguas en el pecho y la cintura, una fina línea en diagonal que va de la clavícula izquierda al hueso de la cadera y una herida reciente pero ya cerrada en el brazo). Su mirada me envuelve. Sería difícil describir cómo es Day a alguien que no lo haya visto nunca: es exótico, único, abrumador.
Estamos muy cerca, tanto como para distinguir la pequeña imperfección que emborrona el azul del océano de uno de sus ojos. Su aliento es tibio y suave. Noto que me estoy ruborizando, pero no quiero apartar la mirada.
—¿Estamos juntos en esto, entonces? —musita—. ¿Tú y yo? ¿Quieres estar aquí?
Noto un fondo de mala conciencia en sus palabras.
—Sí —respondo—. Esto es lo que elijo.
Day me rodea con los brazos y me acerca a él hasta que nuestras frentes se tocan.
—Te quiero.
El corazón me da un brinco al notar el deseo que hay en su voz, pero al mismo tiempo la parte analítica de mi cerebro se pone en marcha. Es poco probable, replica en tono burlesco. Hace un mes, ni siquiera me conocía.
—No, no me quieres —repongo—. Todavía no.
Day frunce el entrecejo como si le hubiera hecho daño.
—Lo digo en serio —insiste, con sus labios muy cerca de los míos.
El dolor de su tono me deja callada. Mi voz interior, sin embargo, no se silencia. Solo son las palabras de un chaval que se deja llevar por la emoción del momento. Intento obligarme a decirle que yo también le quiero, pero las palabras se me quedan congeladas en los labios. ¿Cómo puede estar tan seguro? Yo ni siquiera entiendo el cúmulo de sensaciones extrañas que se amontonan en mi interior. ¿Estoy con él porque le quiero… o porque se lo debo?
Sin esperar mi respuesta, Day me pasa la mano por la cintura y me acerca a él hasta sentarme sobre su pierna buena. Se me escapa un jadeo. Entonces me besa y yo me dejo llevar. Su otra mano me acaricia el rostro y el cuello con movimientos que son torpes y delicados a la vez. Mueve los labios despacio para besarme la comisura de la boca, la mejilla, la mandíbula… Su pecho se pega al mío y mi muslo roza el suave borde de su cadera. Cierro los ojos: mis pensamientos van a la deriva, como si estuvieran envueltos en una niebla cálida. La parte práctica de mi mente lucha por salir a la superficie.
—Kaede se ha ido hace ocho minutos —jadeo—. Tenemos que estar listos dentro de veintidós minutos.
Hunde los dedos en mi pelo y tira suavemente hacia atrás hasta dejar mi cuello al descubierto.
—Que esperen —murmura.
Siento sus labios contra mi garganta: cada beso es más ansioso que el anterior, más impaciente, más hambriento. Regresa a mi boca y noto que los restos de autocontrol que le quedaban le están abandonando y en su lugar aparece algo instintivo, salvaje. Te quiero, intentan decirme sus besos. Me siento tan débil que podría caerme al suelo si él no me sujetara. He besado a unos cuantos chicos, pero Day me hace sentir como si esta fuera la primera vez. Es como si el mundo entero se derritiera a mi alrededor y dejara de ser importante.
De pronto suelta un gruñido de dolor. Aparta la cara, y le veo apretar los párpados y tomar aire profundamente con un estremecimiento. El corazón me late desbocado contra las costillas. El calor que sentía se desvanece lentamente y consigo pensar con claridad: recuerdo dónde estamos y lo que tenemos que hacer. Se me había olvidado que el agua estaba corriendo. Me echo hacia atrás y cierro la llave de paso: la bañera está casi llena. Noto el frío de las baldosas contra mis rodillas. El cuerpo entero me hormiguea.
—¿Listo? —pregunto intentando tranquilizarme.
Day asiente en silencio, con los ojos apagados. El momento ha pasado.
Vierto un chorro de gel en la bañera y remuevo el agua hasta que brota espuma. Alcanzo una toalla que está colgada y le cubro la parte inferior del cuerpo con ella. Ahora viene lo complicado: Day empieza a bajarse los pantalones por debajo de la toalla y yo le ayudo a tirar de ellos. Aunque está tapado, aparto la vista.
Al final logra desnudarse: no lleva puesto nada más que la toalla y el colgante. Le ayudo a ponerse en pie y, con esfuerzo, conseguimos que meta la pierna buena en la bañera y se deslice despacio hasta entrar en el agua. Me aseguro de mantener la pierna mala en alto, pero Day aprieta la mandíbula para contener un grito de dolor. Cuando consigue meterse del todo, sus mejillas están humedecidas por las lágrimas.
Le lleva quince minutos enjabonarse y lavarse el pelo. Le ayudo a incorporarse y cierro los ojos mientras agarra la toalla para envolverse la cintura. La simple idea de abrir los ojos en este instante y verle desnudo hace que la sangre me lata desbocada en las venas. No es extraño que estés nerviosa, June: nunca has visto un chico desnudo tan de cerca. Me siento molesta; el rubor de mis mejillas debe de ser evidente.
Al fin, Day termina de secarse. Le ayudo a salir de la bañera y, cuando ya está sentado sobre la tapadera del váter, me acerco a la puerta del baño. Alguien la ha entreabierto sin que yo me diera cuenta y nos ha dejado unos uniformes del ejército de tierra. Los botones muestran el escudo de Nevada. Me va a resultar extraño vestir el uniforme de la República una vez más, pero supongo que no nos queda más remedio.
Day me dedica una sonrisa débil.
—Gracias. Es un alivio sentirse limpio.
El dolor parece haberle recordado lo peor que le ha sucedido últimamente, y su rostro transmite abiertamente sus emociones. Su sonrisa es la mitad de amplia de lo normal; es como si la mayor parte de su felicidad hubiera desaparecido la noche en que perdió a John, y solo le quedara una pizca reservada para Eden y Tess. Y —casi no me atrevo a pensarlo— para mí también.
—Date la vuelta y vístete —le digo—. Espérame fuera del baño. No tardo nada.
Regresamos al salón con siete minutos de retraso. Razor y Kaede nos esperan de pie. Tess está sentada en el borde del sofá, con las piernas dobladas y el mentón apoyado en la barbilla. Nos contempla con expresión cautelosa. Un segundo después, percibo un delicioso aroma a pollo asado. Dirijo la vista hacia la mesa del comedor: hay cuatro platos dispuestos, rebosantes de comida. Intento permanecer inexpresiva, pero mi estómago ruge.
—Excelente —declara Razor sonriente mientras me examina de arriba abajo—. Limpios estáis aún más guapos —se vuelve hacia Day y menea la cabeza—. Hemos conseguido que nos suban algo de comida, pero dado que te van a operar dentro de unas horas, tienes que permanecer en ayunas. Lo siento, supongo que estarás hambriento. June, por favor, sírvete.
Day no aparta la vista de la comida.
—Genial —murmura.
Me uno a los demás mientras Day se estira en el sofá procurando encontrar una postura cómoda. Estoy a punto de agarrar el plato y sentarme a su lado, pero Tess se me adelanta y se sienta en el borde del sillón de forma que su espalda toque el costado de Day. Mientras Razor, Kaede y yo comemos en silencio, echo miradas ocasionales al sofá. Day y Tess hablan y se ríen con la confianza de dos viejos amigos. Me centro en la comida, aunque el calor de nuestro encuentro en el baño todavía me arde en los labios.
He contado mentalmente cinco minutos cuando Razor da un sorbo de su copa y se reclina en la silla. Lo examino atentamente, preguntándome cómo es posible que uno de los líderes de los Patriotas —una organización que siempre he asociado con la barbarie— sea tan educado.
—Señorita Iparis —dice—. O mejor June, si no te importa que te tutee… ¿Qué sabes de nuestro nuevo Elector?
—Me temo que no mucho.
Kaede suelta un bufido y sigue comiendo.
—Sin embargo, le conoces —indica Razor, revelando lo que yo esperaba mantener en secreto—. Te lo presentaron durante la fiesta con la que se celebró la captura de Day, ¿no? Tengo entendido que incluso te besó la mano.
Por el rabillo del ojo veo que Day se queda callado de repente. Siento un escalofrío, pero Razor no parece darse cuenta de mi malestar.
—Anden Stavropoulos es un joven interesante —continúa—. Su padre le tenía mucho afecto. Pero ahora que se ha convertido en el nuevo Elector, los senadores parecen inquietos. El pueblo está enfadado: la gente no tiene paciencia para comprobar si Anden es diferente a su predecesor. Por muchos discursos que pronuncie para congraciarse con ellos, lo único que verá el pueblo es un joven rico que no tiene ni idea de cómo paliar su sufrimiento. Están furiosos con el Elector por haber permitido la ejecución de Day, por haberle dado caza, por no haber dicho una palabra contra las decisiones políticas de su padre, por haber puesto precio a tu cabeza, June… Y la lista sigue. El Elector fallecido controlaba las fuerzas armadas con mano de hierro. Pero ahora la gente solo ve a un niño que ha ascendido al poder y que acabará por convertirse en otra versión de su padre. Estas son las debilidades que queremos usar a nuestro favor, lo cual nos conduce al plan que hemos puesto en marcha.
—Parece que sabes mucho acerca del nuevo Elector, y también estás enterado de lo que sucedió en el baile de celebración —replico, incapaz de contener mis sospechas—. Supongo que es porque estuviste presente esa noche. Debes de ser un oficial de la República, aunque no creo que tengas un rango lo bastante alto para conseguir audiencia directa con el Elector —observo las lujosas alfombras de terciopelo y las encimeras de granito—. Este es tu alojamiento oficial, ¿me equivoco?
Razor parece un poco molesto por mi comentario sobre su rango (algo que he dicho como una simple constatación, pero que ha herido a mi interlocutor, como me ocurre a menudo). Sin embargo, se contiene y suelta una carcajada.
—No se te escapa nada, niña prodigio. De acuerdo: soy el comandante Andrew DeSoto y tengo a mi cargo tres patrullas de la capital. El alias de Razor se lo debo a los Patriotas. Llevo algo más de una década planificando casi todas sus acciones.
Day y Tess nos miran y escuchan con atención.
—Eres un oficial de la República —murmura Day sin quitarle los ojos de encima, como si no se lo acabara de creer—. Un comandante de la capital. ¿Por qué ayudas a los Patriotas?
Razor apoya los codos en la mesa y enlaza las manos.
—Supongo que debería empezar explicando los detalles de nuestro modo de trabajo. Los Patriotas llevamos casi tres décadas en activo. Lo que comenzó como un grupo disperso de rebeldes se ha transformado durante los últimos quince años en un intento de organizarse por una causa justa.
—Todo el mundo dice que la llegada de Razor lo cambió todo —interviene Kaede—. Hasta entonces, los Patriotas cambiaban continuamente de líder y carecían de financiación estable. Los contactos de Razor con las Colonias nos proporcionaron al fin los fondos que necesitábamos.
Me viene a la cabeza lo ocupado que estuvo Metias durante los últimos dos o tres años con los ataques de los Patriotas en Los Ángeles.
—Nuestro objetivo es unificar las Colonias y la República —asiente Razor mirando a Kaede— para devolver la gloria perdida a los Estados Unidos —sus ojos adquieren un brillo de determinación—. Y estamos dispuestos a hacer lo que sea para alcanzar nuestro objetivo.
Los antiguos Estados Unidos, pienso mientras Razor continúa hablando. Day me los mencionó durante nuestra fuga, pero yo me mostré escéptica. Hasta ahora.
—¿Cómo funciona la organización? —pregunto.
—Estamos siempre ojo avizor, buscando personas que posean los talentos y habilidades que necesitamos e intentando reclutarlos —responde Razor—. No solemos tener problemas para conseguirlo, aunque algunos se nos resisten más que otros —hace una pausa e inclina la copa en dirección a Day—. Yo soy uno de los dirigentes de la organización; tenemos un grupo pequeño de gente que trabaja desde dentro de la República y planifica nuestras acciones. Kaede, aquí presente, es una piloto —ella saluda con la mano sin dejar de engullir—. Se unió a nosotros después de que la expulsaran de una academia de vuelo en las Colonias. La doctora que operará a Day forma parte de nuestro equipo médico, y la joven Tess es médico en prácticas. También contamos con luchadores, corredores, exploradores, hackers, escoltas… June, me gustaría que fueras una luchadora, aunque tus habilidades abarcan varios puestos. Y Day, por supuesto, es el mejor corredor que he visto en mi vida —Razor sonríe y apura la copa—. En realidad, vosotros dos deberíais formar una categoría nueva: famosos. Por ese motivo vais a sernos de gran utilidad, y por eso no os he puesto de patitas en la calle.
—Muy amable por tu parte —gruñe Day—. ¿Cuál es el plan?
En vez de contestarle directamente, Razor se dirige a mí.
—Si te he preguntado antes qué sabías de nuestro nuevo Elector, es porque hoy han llegado a mis oídos algunos rumores interesantes. Al parecer, Anden se quedó prendado de ti en el baile. Algunos le oyeron decir que quería transferirte a una patrulla de la capital. Se rumorea incluso que desea que recibas instrucción para ser la nueva Prínceps del Senado.
—¿La nueva Prínceps? —sacudo la cabeza, abrumada ante la idea—. Tiene que ser un cotilleo infundado. Hacen falta más de diez años de preparación para acceder a ese puesto.
Razor se echa a reír.
—¿Qué es un Prínceps? —pregunta Day, molesto—. No todos conocemos al dedillo la jerarquía de la República.
—Es el líder del Senado —contesta Razor sin girarse siquiera en su dirección—. En otras palabras, la mano derecha del Elector. Su segundo al mando… Y a veces, más que eso. Al fin y al cabo, la madre de Anden fue la última Prínceps.
Me vuelvo hacia Day. Tiene la mandíbula apretada y ni siquiera pestañea. Lo conozco lo suficiente para comprender que preferiría no oír todo esto.
—Rumores infundados —insisto después de aclararme la garganta, tan incómoda con la conversación como el propio Day—. Y aunque fueran ciertos, yo solo sería una más de los muchos candidatos a Prínceps. Estoy segura de que el resto serían senadores con experiencia. En todo caso, ¿qué interés tiene eso para vuestro plan? ¿No estaréis pensando que voy a…?
Kaede me interrumpe con una carcajada.
—Te has puesto colorada, Iparis —dice—. ¿Te gusta la idea de que Anden esté colado por ti?
—¡No! —replico, tal vez demasiado rápido.
Es verdad que me noto las mejillas congestionadas, aunque estoy convencida de que es porque Kaede me está sacando de mis casillas.
—No seas tan arrogante —repone—. Anden es un tipo atractivo, con mucho poder y un futuro brillante. Es normal que te sientas halagada; seguro que Day lo entiende.
—Kaede, por favor —la corta Razor, ceñudo.
Ella hace una mueca y sigue comiendo. Vuelvo la vista hacia el sofá. Day está mirando al techo.
—Bien, prosigamos —dice Razor—. A pesar de todo lo que ha ocurrido, Anden no acaba de creerse que te hayas enfrentado a la República por tu propia voluntad. Por lo que él sabe, puede que el día en que Day escapó te tomaran como rehén. Por eso ha insistido en que el gobierno te incluya en la lista de personas desaparecidas y no en la de traidores a la República. En suma: Anden está interesado en ti, y eso significa que puedes convencerle más fácilmente de tu inocencia.
—Entonces, ¿pretendéis que regrese a la República? —digo, y escucho mis propias palabras como si hicieran eco.
Por el rabillo del ojo veo que Tess se revuelve incómoda en el asiento. Sus labios tiemblan como si quisiera decir algo.
—Exacto —asiente Razor—. Pensábamos usar a los espías infiltrados en mis patrullas de la República para acercarnos a Anden, pero ahora tenemos una alternativa mucho mejor: tú. Le dirás al Elector que los Patriotas quieren matarle y le contarás un plan que servirá de señuelo. Mientras todo el mundo esté distraído con ese complot falso, llevaremos a cabo la auténtica estrategia y acabaremos con él. Nuestro objetivo no es solo matar a Anden, sino volver al país en su contra para que el régimen quede condenado incluso si nuestro plan fracasa. Nos hemos enterado de que el nuevo Elector se acercará al frente en un par de semanas para animar a las tropas y recabar información de los coroneles. El DR Dynasty despega mañana por la tarde en dirección al frente, y mis escuadrones irán en él. Day, Kaede y Tess me acompañarán. Organizaremos el atentado contra el Elector mientras tú guías a Anden hasta la trampa.
Razor se cruza de brazos y nos mira, aguardando nuestra reacción. Day consigue tomar aliento y alza la voz.
—Todos los riesgos del plan recaen en June —indica mientras se endereza en el sillón—. ¿Cómo puedes estar seguro de que llegará hasta el Elector después de que los militares la atrapen? ¿Cómo sabes que no la torturarán para sacarle información?
—Confía en mí: sé cómo evitar que ocurra eso —repone Razor—. Y tampoco me he olvidado de tu hermano… Si June consigue acercarse lo bastante al Elector, es muy posible que averigüe dónde se encuentra —los ojos de Day se iluminan al escuchar eso y Tess le aprieta el hombro—. En cuanto a ti, Day, jamás había visto una manifestación igual a la que hubo en tu apoyo. ¿Sabías que se ha puesto de moda teñirse de color rojo un mechón de pelo como forma de protesta? —Razor se ríe y le señala con un gesto—. Eso es poder. Ahora mismo tienes tanta influencia sobre la gente como el Elector; puede que más. Si manejamos tu prestigio con habilidad, cuando el Elector muera, el Senado será incapaz de detener la revolución.
—¿Y qué pensáis conseguir con esa revolución? —pregunta Day.
Razor se inclina hacia delante y nos mira con expresión firme, incluso esperanzada.
—¿Quieres saber por qué me uní a los Patriotas? Por las mismas razones que tienes tú para oponerte a la República. Los Patriotas sabemos lo que has sufrido: hemos visto los sacrificios de tu familia, el dolor que te ha causado este régimen.
Day alza la vista al techo al oírle hablar de su familia. Tiene los ojos secos, pero cuando Tess le agarra la mano, le aprieta los dedos con fuerza. Razor se vuelve hacia mí y yo me estremezco: no quiero que me recuerde lo que le pasó a Metias.
—June, sé que tú también has sufrido —dice—. Tus padres y tu hermano murieron traicionados por la nación a la que amabais. He perdido la cuenta del número de Patriotas que han pasado por lo mismo —suspira—. Puede que el mundo exterior a la República no sea perfecto, pero al menos en él hay libertad y oportunidades. Lo único que tenemos que hacer es permitir que esa luz llegue al interior de la República. Nuestro país está listo: lo único que necesita es un empujón —se levanta de la silla y se lleva una mano al pecho—. Y nosotros se lo vamos a dar. Si estalla una revolución, la República se desmoronará, y podremos reconstruir la nación junto a las Colonias y convertirla en algo grande. Volveremos a ser los Estados Unidos. La gente vivirá en libertad. Day, tu hermano podrá crecer en un lugar mejor. Es algo por lo que merece la pena arriesgar la vida. Es algo por lo que merece la pena morir. ¿No crees?
El discurso de Razor parece calar en Day. En sus ojos aparece un brillo que me sorprende por su intensidad.
—Algo por lo que merece la pena morir… —repite.
Supongo que yo también debería estar emocionada, pero todavía siento una especie de náusea cuando pienso en destruir la República. No sé si es por los años que llevan adoctrinándome, pero esa sensación persiste junto a un torrente de vergüenza y de odio contra mí misma.
Todo lo que me resultaba familiar ha desaparecido.