DAY

El Elector Primo ha muerto.

Ha sido un tanto decepcionante, ¿no? Lo lógico sería pensar que su muerte iría seguida de un funeral espectacular, que reinaría el pánico en las calles, que se decretaría un día de luto nacional y que habría pelotones de soldados disparando salvas al cielo. Deberían celebrar un banquete impresionante, con las banderas a media asta y crespones blancos en todos los edificios. Algo así, más o menos.

Pero yo no he vivido tanto como para presenciar la muerte de un Elector. Sé que designa a su sucesor y que se celebra una elección de pega para ratificarlo, pero no tengo ni idea de cómo va el asunto.

Supongo que la República se limita a fingir que no ha pasado nada y salta al siguiente Elector. Recuerdo haber leído algo sobre ello en el colegio: Cuando llega el momento de que ascienda al poder un nuevo Elector Primo, la nación debe recordar que hay que centrarse en lo positivo. El duelo trae consigo caos e incertidumbre. Lo único que se puede hacer es mirar hacia delante. Ya, ya. Lo que pasa es que al gobierno le aterroriza mostrar debilidad ante los civiles.

No le dedico más que un segundo a este asunto; apenas termina el nuevo juramento, me invade una oleada insoportable de dolor. Sin poder evitarlo, tropiezo y caigo sobre la rodilla buena. Unos soldados vuelven la cabeza y me miran; suelto una carcajada tan potente como puedo para disimular las lágrimas, confiando en que crean que lloro de risa. June me sigue el juego, pero veo su expresión de terror.

—Vamos —susurra, asustada.

Me pasa un brazo delgado en torno a la cintura e intento agarrarle la mano. La gente que pasa por la calle empieza a fijarse en nosotros.

—Day, tienes que levantarte —insiste.

Necesito echar mano de todas mis fuerzas para mantener la sonrisa. Céntrate en June. Intento incorporarme y vuelvo a caer. Ya no soporto el dolor; no veo más que una luz cegadora que me hace daño en los ojos. Respira, me digo a mí mismo. No puedes desmayarte en mitad de la Franja de Vegas.

—¿Va todo bien, soldado?

Un cabo joven de ojos castaños se cruza de brazos delante de nosotros. Me da la impresión de que lleva prisa, pero al parecer no lleva tanta como para pasarme por alto.

—¿Te encuentras bien? —insiste enarcando una ceja—. Estás blanco como la leche, chico.

¡Corre! ¡Huye de aquí! Todavía hay tiempo. Quiero gritárselo a June, pero ella se me adelanta.

—Tendrá que perdonarle, señor —dice—. Nunca había visto beber tanto a un cliente del Bellagio —menea la cabeza con pesar y le hace un gesto con la mano—. Creo que debería alejarse un poco; me parece que está a punto de vomitar.

Me sorprende una vez más la facilidad con la que June adopta un papel y finge ser otra persona. Igual que me engañó a mí en las calles de Lake.

El cabo le dirige una mirada ambigua antes de volver la vista hacia mí. Se fija en mi pierna herida. Aunque queda oculta bajo los gruesos pantalones, la estudia con atención.

—Me parece que tu acompañante no sabe lo que está diciendo, muchacho. Yo creo que deberías acercarte al hospital.

Levanta la mano y le hace una señal a un furgón médico que pasa por la calle.

—Gracias, señor, pero no es necesario —sacudo la cabeza y consigo esbozar una débil sonrisa—. Esta preciosidad me estaba haciendo reír demasiado; lo único que necesito es recuperar el aliento y luego irme a dormir la mona. Íbamos…

Pero no me presta atención. Maldita sea… Si nos llevan al hospital, nos tomarán las huellas y descubrirán quiénes somos: los dos fugitivos más buscados de la República. No me atrevo a mirar a June, pero sé que está buscando la forma de escapar.

Detrás del cabo aparece una chica con unas gafas de piloto colgadas al cuello. June y yo la reconocemos de inmediato, aunque nunca la había visto vestida con uniforme de la República. Rodea al cabo y se detiene frente a mí con una sonrisa indulgente.

—¡Ajá! —exclama—. ¡Sabía que eras tú! Te he visto hacer eses como un loco por toda la calle.

El cabo observa cómo la chica me levanta y me da una fuerte palmada en la espalda. Me estremezco, pero le dedico una sonrisa como si la conociera de toda la vida.

—Te echaba de menos —le digo.

—¿Lo conoces? —le pregunta el cabo con impaciencia a la recién llegada.

Ella se sacude el pelo negro cortado a lo paje y le dedica la sonrisa más coqueta que he visto en mi vida.

—¿Que si lo conozco, señor? Estábamos en el mismo escuadrón el primer año de instrucción —me guiña el ojo—. Así que ya has vuelto a montarla en un club, ¿eh?

El cabo resopla con desinterés y pone los ojos en blanco.

—Niñatos de las fuerzas aéreas… Ocúpate de que no monte más escándalo. He estado a punto de avisar a su comandante.

De pronto parece recordar el motivo por el que llevaba prisa y se marcha apresuradamente.

Resoplo de alivio. Hemos estado muy cerca.

Mientras el cabo se aleja, la chica me dedica una sonrisa encantadora. Aunque lleva manga larga, me doy cuenta de que tiene un brazo escayolado.

—Mi cuartel está cerca —dice, con una voz acerada que sugiere que no se alegra tanto de vernos como parece—. ¿Qué tal si vienes y descansas un rato? —hace un gesto en dirección a June—. Puedes traerte a tu juguete nuevo si quieres.

Kaede no ha cambiado nada desde el día que la conocí. En aquel momento la tomé por una camarera llena de tatuajes. Más tarde me enteré de que era una Patriota.

—Llévame —le pido.

Las dos chicas me agarran, cada una de un lado, y avanzamos así una manzana más. Luego, Kaede se detiene ante las puertas profusamente decoradas del cuartel Venetian. Pasamos delante de un guardia con aspecto aburrido y entramos al recibidor del edificio. El techo es tan alto que me mareo al mirarlo, y en cada una de las columnas de piedra se ven banderas de la República y retratos del Elector. Varios guardias se afanan en sustituir los viejos por los nuevos. Kaede nos guía, hablando por los codos de tonterías. Tiene el pelo mucho más corto que cuando la conocí, y lleva los ojos maquillados de un azul marino intenso. No me había dado cuenta de que somos casi igual de altos. Los soldados vienen y van como un enjambre, y no puedo sacudirme la sensación de que nos van a reconocer a June y a mí a pesar de nuestros disfraces, o de que van a darse cuenta de que Kaede no es una auténtica soldado. Si alguien da la alarma aquí dentro, no tendremos la menor oportunidad.

Pero nadie nos detiene, y lo cierto es que mi cojera nos ayuda a pasar inadvertidos entre los numerosos soldados con brazos y piernas escayolados. Kaede nos lleva hasta los ascensores, y me sorprendo al ver que el cuartel dispone de electricidad. Subimos hasta la octava planta, donde hay muchos menos soldados. Cuando entramos en un pasillo desierto, Kaede abandona su expresión de felicidad y deja de fingir.

—Parecéis un par de ratas de alcantarilla —masculla antes de llamar con suavidad a una puerta—. Todavía te molesta la pierna, ¿eh? Mira que eres cabezón. Venir hasta aquí a buscarnos… —se vuelve hacia June—. Esas malditas luces de tu ropa casi me dejan ciega.

June busca mis ojos; sé exactamente lo que está pensando. ¿Cómo es posible que una organización criminal resida en uno de los mayores cuarteles de Vegas?

La puerta se abre con un chasquido y Kaede abre los brazos.

—Bienvenidos a nuestro humilde hogar —declara, abarcando la estancia con un gesto—. Al menos, durante unos días. No está mal, ¿eh?

No sé qué esperaba encontrarme; puede que un grupo de adolescentes o una sala llena de gente y tecnología casera.

Pero en la estancia solo hay dos personas. Miro a mi alrededor, sorprendido. Aunque es la primera vez que entro en un cuartel de la República, sé que esta no puede ser la habitación de un soldado raso. Si tuviera que aventurar algo, diría que es un apartamento de lujo para uno o dos oficiales. En primer lugar, no hay literas. La luz es eléctrica, con focos en el techo y lámparas de pie. El pavimento es de mármol gris y crema, las paredes están pintadas en tonos hueso y granate intenso, y bajo los sofás y las mesas hay gruesas alfombras rojas. En una de las paredes, un monitor pequeño con el sonido quitado muestra las mismas noticias que las pantallas del exterior.

Dejo escapar un silbido.

—No está mal —murmuro, pero mi sonrisa se desvanece cuando le echo un vistazo a June.

A pesar del tatuaje del fénix, su tensión es evidente. Sus ojos apenas revelan sus sentimientos, pero es obvio que no está muy contenta de encontrarse aquí y no parece ni la mitad de impresionada que yo. Bueno, ¿y por qué iba a sorprenderse? Apuesto a que su apartamento es tan agradable como este. Contempla la habitación de forma metódica examinando detalles en los que yo no me fijaría nunca, penetrante y calculadora como una buena soldado de la República. Mantiene una mano en la cintura, donde guarda un par de cuchillos.

Me fijo en una chica que está de pie tras el sofá del centro, estrechando los ojos como si no viera bien. De pronto, abre la boca en una expresión de sorpresa, y sus labios forman un círculo. Su pelo corto cae en mechones desordenados. Un segundo. El corazón me da un vuelco. No la había reconocido sin sus trenzas.

Tess.

—¡Estás aquí! —grita, y antes de que pueda reaccionar, corre hacia mí y se lanza a abrazarme.

Tropiezo hacia atrás y lucho por mantener el equilibrio.

—¡De verdad eres tú, Day! —exclama—. No me lo puedo creer… ¡Estás aquí! ¡Estás bien!

Soy incapaz de pensar con claridad. Por un segundo, hasta se me olvida el dolor de la pierna. Lo único que hago es estrechar a Tess, hundir el rostro en su hombro y cerrar los ojos. Las rodillas me tiemblan de alivio.

Tomo aire profundamente, reconfortado por su calidez y por el dulce aroma de su pelo. Aunque no nos habíamos separado desde que yo tenía doce años, he tenido que dejar de verla dos semanas para darme cuenta de que ya no es la niñita que encontré en un callejón. Parece distinta. Mayor. Siento que algo se agita en mi pecho.

—Me alegro de verte, Tess —susurro—. Tienes buen aspecto.

Ella me abraza con más fuerza y me doy cuenta de que está conteniendo la respiración para no romper a llorar.

Kaede es la que interrumpe el momento.

—Ya vale —nos corta—. Esto no es un maldito culebrón.

Nos echamos a reír, avergonzados, y Tess se seca las lágrimas con el dorso de la mano. Le dedica a June una sonrisa forzada y después se acerca corriendo a un hombre que espera sentado en el sillón.

Kaede abre la boca para seguir hablando, pero el hombre la interrumpe con un gesto de su mano enguantada. Eso me sorprende: con lo mandona que es, daba por sentado que estaría a cargo del grupo. No me la imagino recibiendo órdenes.

Sin embargo, frunce los labios y se deja caer en el sillón mientras el hombre se levanta y se acerca a nosotros. Aparenta poco más de cuarenta años, es alto, tiene la piel oscura y el pelo ensortijado recogido en una coleta corta. Unas gafas de montura negra descansan en el puente de su nariz.

—Así que tú eres Day —dice—. Hemos oído hablar mucho sobre ti. Encantado de conocerte.

Me gustaría poder acercarme a él en vez de quedarme aquí quieto, encorvado por el dolor.

—Lo mismo digo. Gracias por recibirnos.

—Perdona que no os trajéramos a Vegas —añade él en tono de disculpa—. Sé que parece cruel, pero no me gusta poner en peligro a mi gente si no es estrictamente necesario —vuelve la mirada hacia June—. Supongo que tú eres la niña prodigio de la República.

June inclina la cabeza, en un gesto propio de la clase alta que rezuma distinción.

—Tu disfraz de acompañante es muy convincente, la verdad. Me gustaría realizar una pequeña prueba para comprobar tu identidad. Por favor, cierra los ojos.

June vacila un segundo y después obedece.

El hombre señala un punto de la habitación.

—Ahora lanza el cuchillo contra la diana de la pared.

Pestañeo y examino los muros. ¿Una diana? Ni siquiera la había visto hasta ahora. Pero ahí está, con tres círculos concéntricos, colgada junto a la puerta por la que hemos entrado. Sin un solo titubeo, June se saca un cuchillo del cinto, se da la vuelta y lo lanza con los ojos cerrados.

La hoja se clava en la diana, apenas a un par de centímetros del centro.

El hombre aplaude. Incluso a Kaede se le escapa un gruñido de aprobación antes de poner los ojos en blanco.

—Por favor… —murmura.

June se vuelve hacia nosotros y aguarda la respuesta del hombre. Yo continúo petrificado, en silencio. Nunca había visto a nadie manejar el cuchillo de esa manera. Aunque la he visto realizar cosas asombrosas, es la primera vez que presencio su habilidad con un arma. Me estremezco: esta escena me ha traído a la cabeza cosas que preferiría mantener a buen recaudo, pensamientos que necesito apartar de mi mente para centrarme y seguir adelante.

—Encantado de conocerla, señorita Iparis —saluda el hombre, con las manos a la espalda—. Ahora, decidme: ¿qué os trae por aquí?

June me hace un gesto y respondo en su lugar.

—Necesitamos vuestra ayuda —comienzo—. He venido principalmente para ver a Tess, pero también quiero encontrar a mi hermano Eden. La República lo ha encerrado, pero no sé dónde ni para qué; sin embargo, estoy seguro de que vosotros tenéis información al respecto. Además, me temo que necesito que me operen la pierna.

Trago saliva al notar otro espasmo de dolor. El hombre baja la vista hacia mi pierna y frunce el ceño.

—Esas son muchas cosas —contesta—. Deberías sentarte: me da la impresión de que no te tienes en pie.

Espera pacientemente a que yo lo haga, pero al ver que no muevo un músculo, se aclara la garganta y prosigue.

—Bueno. Ya que os habéis presentado, me parece adecuado hacer lo mismo. Me llamo Razor y soy el líder actual de los Patriotas. Llevo varios años al frente de la organización, desde antes de que tú empezaras a trastear por las calles de Lake. Y aunque ahora solicites nuestra ayuda, creo recordar que declinaste nuestra propuesta de unirte a nosotros. Varias veces.

Se vuelve y contempla las paredes acristaladas de las pirámides que bordean la Franja. Las vistas desde aquí son impresionantes. Los dirigibles planean en círculos en el cielo nocturno. Algunos se acoplan en los vértices de las pirámides como piezas diminutas de un puzle. De vez en cuando, una escuadra de aviones de combate, angulosos como aves de presa, despega o aterriza en las pistas de las afueras. Es un torrente imparable de actividad. Mis ojos van de un edificio a otro; no creo que fuera difícil escalar las pirámides de despegue utilizando como asideros las hendiduras entre los cristales y sus bordes escalonados.

Razor sigue esperando a que le conteste.

—El número de bajas que se atribuye a vuestra organización me echaba para atrás —declaro finalmente.

—Ya. Pero ahora no te importa —dice Razor; aunque sus palabras son duras, su tono es comprensivo. Une las puntas de los dedos y apoya en ellas los labios—. Porque nos necesitas, ¿me equivoco?

Eso no puedo discutírselo.

—Lo siento —me excuso—. Nos estamos quedando sin alternativas. Si nos echáis de aquí sin ayudarnos, lo entenderé. Solo os pido que no nos echéis en brazos de la República —añado con una sonrisa forzada.

Él suelta una risita: parece hacerle gracia mi sarcasmo. Me fijo en el puente torcido de su nariz y me pregunto si se la habrá roto.

—Al principio estuve tentado de dejaros a vuestra suerte en Vegas hasta que os atraparan —dice con el tono suave de un aristócrata culto y carismático—. Voy a ser sincero contigo, Day: tus habilidades ya no me resultan tan valiosas como hace un tiempo. Con el paso de los años hemos reclutado a otros corredores, y siento decirte que no consideramos prioritario añadir uno más a nuestro equipo. Tu amiga sabe perfectamente —hace una pausa e inclina la cabeza hacia June— que los Patriotas no somos una organización benéfica. Nos estás pidiendo mucho: ¿qué nos ofreces a cambio? No pareces disponer de muchos fondos.

June me dirige una mirada inquisitiva. Ya me lo había advertido durante el viaje en tren, pero me niego a rendirme a estas alturas. Si los Patriotas nos dan la espalda, estaremos completamente solos.

—Apenas tenemos dinero —admito—. No hablaré en nombre de June, pero por mi parte, si hay algo que pueda hacer a cambio de vuestra ayuda, solo tenéis que decirlo.

Razor se cruza de brazos y pasea hasta la barra de bar que hay al fondo. El mostrador es de granito labrado, y en los estantes hay docenas de botellas de todas las formas y tamaños. Se prepara una bebida con calma y todos esperamos en silencio a que acabe. Con la copa en la mano, se vuelve a acercar a nosotros.

—Hay algo que puedes ofrecerme a cambio —comienza—. Afortunadamente, habéis llegado a Vegas en una noche muy interesante —toma un sorbo y se sienta en el sofá—. Como ya habréis deducido por lo que ha pasado en la calle, el Elector Primo ha muerto hoy. Es algo que la elite de la República ya veía venir. En todo caso, su hijo, Anden, es ahora el nuevo Elector. Dado que es poco más que un niño, los senadores de su padre no lo ven con muy buenos ojos —se inclina hacia delante, sopesando cada palabra que dice—. Pocas veces la República ha sido tan vulnerable como ahora: es el momento perfecto para una revolución. Y aunque tus habilidades físicas ya no nos resultan tan útiles, posees dos cosas con las que no cuentan nuestros corredores: la primera es tu fama, tu condición de héroe del pueblo. Y la segunda —señala con el vaso hacia June— es tu encantadora amiga.

Me pongo rígido, pero aguanto hasta escuchar el resto de su proposición.

—Estoy dispuesto a acogeros, y os aseguro que cuidaríamos bien de vosotros. Puedo conseguirte un buen doctor para que te opere y te deje la pierna como nueva, Day. En cuanto a tu hermano, ignoro dónde se encuentra, pero puedo ayudarte a localizarlo y, si lo deseas, llevarte con él hasta las Colonias. A cambio requiero vuestra colaboración en mi nuevo proyecto, sin protestas ni quejas. Antes de que os revele ningún detalle sobre lo que estamos planeando, tenéis que jurar lealtad a los Patriotas. Esos son mis términos. ¿Qué opináis?

Los ojos de June se cruzan con los míos y después con los de Razor. Levanta la barbilla.

—Cuenta conmigo: estoy dispuesta a jurar lealtad a los Patriotas.

Hay una ligera vacilación en su tono, como si se diera cuenta de que este es un punto de no retorno en su relación con la República. Trago saliva con dificultad; no esperaba que aceptara tan rápidamente. Creí que tendría que persuadirla para que aceptara unirse a una organización a la que odiaba hace solo unas semanas. El hecho de que haya dicho que sí hace que se me encoja el corazón: si June está dispuesta a unirse a los Patriotas es porque se ha dado cuenta de que no tenemos otra opción. Y lo está haciendo por mí.

Alzo la voz.

—Yo también.

Razor sonríe, se incorpora y levanta la copa como si hiciera un brindis en nuestro honor. Después la deposita sobre la mesa y nos da un fuerte apretón de manos a cada uno.

—Bien, entonces queda confirmado: vais a ayudarnos a matar al nuevo Elector Primo.