Las dos guardias alzaron aún más sus armas, cuyas anchas y redondas bocas apuntaban a los tres chicos.
—No nos hagáis usar esto —dijo una de las mujeres—. No tenéis margen para errores: un movimiento en falso y apretaremos el gatillo.
Los tres hombres se colocaron la correa de sus lanzagranadas sobre el hombro y se adelantaron hacia los clarianos rebeldes, uno frente a cada chico. Thomas seguía sintiendo una extraña calma, que venía en parte de la profunda determinación de luchar hasta que no pudiera más, y una sensación de satisfacción al comprobar que CRUEL necesitaba a cinco guardias armados para vigilar a tres adolescentes.
El tipo que le había agarrado del brazo era dos veces más corpulento que él, de complexión fuerte. Cruzó la puerta con brío y entró en el pasillo, tirando de Thomas tras él. Este se volvió y vio a otro guardia que medio arrastraba a Minho por el suelo para que le siguiera. Newt estaba justo detrás de ellos, resistiéndose en vano.
Llevaron a los chicos por muchos pasillos donde lo único audible eran los sonidos que provenían de Minho: gruñidos, gritos y maldiciones. Thomas intentó decirle que parara, que tan sólo empeoraba la situación, que seguramente se iba a ganar un disparo, pero Minho le ignoró y luchó con uñas y dientes hasta que el grupo por fin se detuvo enfrente de una puerta.
Una de los guardias armados utilizó una tarjeta para abrirla. Al empujarla, reveló una pequeña habitación con dos literas y una cocina pequeña con una mesa y sillas en un rincón en el otro extremo. Desde luego, no era lo que Thomas se esperaba. Se había imaginado que los llevarían a algo parecido al Trullo del Claro, con el suelo sucio y una silla medio rota.
—Adentro —ordenó la mujer—. Os traeremos algo de comida. Podéis estar contentos de que no os matemos de hambre durante unos días por cómo os habéis portado. Mañana tenéis unas pruebas, así que será mejor que durmáis algo esta noche.
Los tres hombres metieron a los clarianos en la habitación de un empujón y cerraron la puerta; el chasquido de la cerradura resonó en el cuarto.
Inmediatamente todas las sensaciones de cautividad que Thomas había soportado en la prisión blanca volvieron a inundarle. Cruzó la habitación hasta la puerta y giró el pomo, tiró y empujó con todo su peso. La golpeó con ambos puños, gritando lo más fuerte que pudo para que alguien lo sacara de allí.
—Corta ya el rollo —dijo Newt detrás de él—. Nadie va a venir a arroparte.
Thomas empezó a andar de un lado a otro, pero, cuando vio a su amigo delante de él, se detuvo. Minho habló antes de que pudiera pronunciar palabra:
—Supongo que hemos perdido nuestra oportunidad —se dejó caer en una de las literas del fondo—. Seremos ancianos o estaremos muertos antes de que tu momento mágico venga rodado, Thomas. No es que lo vayan a anunciar a lo grande: «Ahora sería la ocasión perfecta para escapar, porque estaremos ocupados los próximos diez minutos». Tenemos que arriesgarnos un poco.
Thomas odiaba admitir que sus amigos tuviesen razón, pero así era. Deberían haber echado a correr antes de que se presentaran los guardias.
—Lo siento. No me parecía todavía el momento adecuado. Y en cuanto nos pusieron esas armas en la cara, creí que no tenía sentido esforzarse por intentar nada.
—Sí, bueno —fue todo lo que dijo Minho, y después añadió—: Tú y Brenda tuvisteis un bonito reencuentro.
Thomas respiró hondo.
—Me dijo algo.
Minho se incorporó en la cama.
—¿A qué te refieres con que te dijo algo?
—Me dijo que no confiáramos en ellos, que confiáramos sólo en ella y en una ministra llamada Paige.
—Bueno, ¿de qué foño va esa? —preguntó Newt—. ¿Trabaja para CRUEL? ¿Qué, no era más que una maldita actriz en la Quemadura?
—Sí, no parece ser mejor que el resto —opinó Minho.
Thomas no estaba de acuerdo; ni siquiera podía explicárselo a sí mismo, así que mucho menos a sus amigos.
—Mirad, yo también trabajaba para ellos, pero confiáis en mí, ¿verdad? Eso no significa nada. Quizá no le quedaba otra opción, quizás ha cambiado. No sé.
Minho entrecerró los ojos como si estuviera reflexionando, pero no respondió. Newt se limitó a sentarse en el suelo, de brazos cruzados, y se puso de morros como un niño.
Thomas negó con la cabeza; estaba harto de no entender nada. Se acercó al pequeño frigorífico y lo abrió; su estómago rugía de hambre. Encontró unos palitos de queso y unas uvas, y los repartió; luego, prácticamente engulló su parte antes de beberse una botella entera de zumo. Los otros dos también se zamparon lo suyo y nadie dijo ni una palabra.
Una mujer apareció poco después con unos platos de chuletas de cerdo y patatas, y también se los comieron. Era última hora de la tarde, según el reloj de Thomas, pero no se imaginaba durmiendo a esas horas. Se sentó en una silla, de cara a sus amigos, preguntándose qué deberían hacer. Todavía se sentía un poco disgustado, como si fuera culpa suya que no hubiesen intentado nada aún, pero no ofreció ninguna idea.
Minho fue el primero en hablar desde que llegó la comida:
—A lo mejor deberíamos ceder ante esos cara fucos, hacer lo que quieren. Y un día estaremos todos sentados sin hacer nada, gordos y contentos.
Thomas sabía que no lo decía en serio.
—Sí, quizás encuentres a una chica guapa que trabaje aquí, sientes la cabeza, te cases y tengas hijos. Justo a tiempo de que el mundo acabe en un mar de lunáticos.
Minho continuó:
—CRUEL va a conseguir ese programa y viviremos todos felices para siempre.
—No tiene ni pizca de gracia —dijo Newt de mal humor—. Aunque encontraran una cura, ya habéis visto lo que hay en la Quemadura. Va a pasar mucho tiempo antes de que el mundo vuelva a ser normal. Aunque fuera posible, nunca lo veremos.
Thomas se percató de que lo único que estaba haciendo era permanecer allí sentado, con la vista clavada en el suelo.
—Después de todo lo que nos han hecho, no me creo nada —no podía dejar pasar de largo la noticia sobre Newt, su amigo, que haría todo lo posible por cualquiera. Le habían sentenciado a muerte con una enfermedad incurable sólo para ver qué ocurriría—. El Janson ese cree que lo tiene todo solucionado —prosiguió—; piensa que todo se hace por el bien común. O se deja que la raza humana la palme o se hacen cosas horribles para salvarla. Incluso los pocos inmunes probablemente no duremos mucho en un mundo donde el noventa y nueve coma nueve por ciento de la población se convierte en monstruos psicópatas.
—¿Qué quieres decir? —masculló Minho.
—Lo que quiero decir es que, antes de que me borraran la memoria, creo que me tragaba toda esa basura. Pero ya no.
Y lo que más le aterrorizaba ahora era que, si recuperaba los recuerdos, podía cambiar de opinión respecto a aquello.
—Pues entonces no desperdiciemos nuestra oportunidad, Tommy —dijo Newt.
—Mañana —añadió Minho—. Ya encontraremos la manera.
Thomas los miró un buen rato.
—Vale, ya encontraremos la manera.
Newt bostezó y los otros dos le imitaron.
—Será mejor que dejemos de darle a la lengua y durmamos un poco.