Capítulo 72

De alguna manera, Thomas consiguió mantener el equilibrio pese a que la sala entera se agitaba por las explosiones. La mayoría de los estantes caían, los objetos salían volando por la habitación. Esquivó un trozo astillado de madera y saltó por encima de una pieza redonda de maquinaria que pasó rodando a su lado.

Gally, que estaba junto a él, tropezó y se cayó; Thomas le ayudó a levantarse. Continuaron cargando. Brenda se resbaló, pero recuperó el equilibrio.

Chocaron con los otros como si fueran la primera fila de soldados en una antigua batalla a pie. Thomas se topó de frente con el Hombre Rata, por lo menos treinta centímetros más alto que él y aún armado con aquel cuchillo, que bajó en arco hacia su hombro. Sin embargo, Thomas alzó el cable rígido y le golpeó en la axila. Janson gritó y dejó caer su arma cuando un chorro de sangre salió de la herida; se la tapó con la otra mano y retrocedió, fulminándole con una mirada llena de odio.

A derecha e izquierda, todos luchaban. La cabeza de Thomas estaba llena de los sonidos del metal contra el metal, de gritos y de gruñidos. Algunos se habían unido para luchar dos contra uno. Minho terminó peleando con una mujer que parecía el doble de fuerte que el resto de hombres. Brenda se hallaba en el suelo, enfrentándose a un hombre flaco, intentando quitarle un machete de las manos. Thomas vio todo aquello en una ojeada rápida y después volvió su atención a su enemigo.

—No me importa si muero desangrado —dijo Janson con una mueca— mientras muera después de que tú te hayas ido.

Otra explosión sacudió el suelo bajo sus pies. Thomas se tambaleó hacia delante y dejó caer su arma, que le dio a Janson en el pecho, provocando que ambos acabaran en el suelo. Thomas se esforzaba por quitarse al hombre de encima con una mano mientras intentaba pegarle lo más fuerte posible con la otra. Le alcanzó la mejilla izquierda con el puño y vio cómo la cabeza rebotaba a un lado y de la boca le salía sangre. Hizo ademán de volver a golpearle, pero el hombre arqueó bruscamente el cuerpo para sacárselo de encima y le aplastó la espalda.

Antes de que pudiera moverse, Janson se había abalanzado sobre él y le rodeaba el torso con las piernas, sujetándole los brazos con las rodillas. Thomas se retorció para soltarse a la vez que el hombre le asestaba puñetazos sin cesar en la cara desprotegida. El dolor le invadió. Después, la adrenalina aumentó en todo su cuerpo. No moriría allí. Presionó los pies contra el suelo y lanzó el estómago hacia arriba.

Apenas se separó un par de centímetros del suelo, pero bastó para liberar los brazos de las rodillas del hombre. Bloqueó el siguiente puñetazo con sendos antebrazos y llevó los puños arriba, donde impactaron contra la cara de Janson. El Hombre Rata perdió el equilibrio; Thomas se lo quitó de encima y le pateó con las piernas flexionadas, estrellando los pies contra su costado una y otra vez. El cuerpo del hombre se alejaba con cada patada. Pero cuando Thomas volvió a empujarle con las piernas, Janson súbitamente se dio la vuelta y se precipitó sobre él, apartándole los pies con un manotazo para luego volver a aplastarle.

Thomas se sentía como si estuviera enloqueciendo. Daba patadas, puñetazos y se retorcía para quitarse al hombre de encima. Rodaban, ganaban ventaja una fracción de segundo y volvían a perder. Los puños volaban y los pies golpeaban… Balas de dolor acribillaban el cuerpo de Thomas. Janson arañaba y mordía. Continuaban rodando y atizándose hasta quedar ambos casi sin sentido.

Por fin, Thomas consiguió un buen ángulo para estamparle el codo en la nariz, lo que pilló desprevenido al hombre; acto seguido, se llevó ambas manos a la cara. Un arranque de energía invadió a Thomas; saltó sobre Janson, le rodeó el cuello con los dedos y empezó a apretar. Janson pataleó y sacudió los brazos, pero Thomas seguía con aquella furia salvaje, agarrándole. Se inclinó hacia delante con todo su peso para aplastarlo sin dejar de apretar cada vez más con las manos. Notó algo que se partía, empujaba y se rompía. Janson tenía los ojos desorbitados y la lengua fuera.

Una mano le palmeó la cabeza; sabía que le estaban diciendo palabras, pero no las oía. El rostro de Minho apareció ante el suyo: gritaba algo. Thomas se hallaba dominado por una sed de sangre atroz. Se limpió los ojos con la manga y volvió a concentrarse en la cara de Janson. El hombre hacía rato que había muerto; estaba quieto, pálido y maltrecho. Thomas miró otra vez a Minho.

—¡Está muerto! —vociferaba su amigo—. ¡Está muerto!

Thomas se obligó a soltarlo, a quitárselo de encima, y Minho le ayudó a ponerse de pie.

—¡Los hemos dejado a todos fuera de servicio! —le gritó Minho al oído—. ¡Tenemos que marcharnos!

Dos explosiones sacudieron simultáneamente ambos lados del almacén y las paredes cayeron hacia dentro, arrojando trozos de ladrillo y cemento por todas partes. Los escombros llovían sobre Thomas y Minho. El polvo enturbiaba el aire y unas figuras imprecisas rodeaban a Thomas, se bamboleaban, caían y volvían a levantarse. Thomas estaba de pie y avanzaba hacia la sala de mantenimiento.

El techo se desmoronaba a trozos, que chocaban contra el suelo y se reventaban. Los ruidos eran espantosos, ensordecedores. El suelo se agitaba con violencia; las bombas continuaban detonando sin cesar, al parecer en todas partes a la vez. Thomas se cayó y Minho tiró de él hasta ponerlo de pie. Unos segundos más tarde, Minho se cayó y Thomas tiró de él y lo arrastró hasta que ambos echaron a correr de nuevo. De pronto, Brenda apareció delante de Thomas con los ojos inundados de terror. Creyó ver a Teresa por allí cerca; todos ellos luchaban por mantener el equilibrio conforme avanzaban.

El sonido de algo partiéndose resonó tanto que Thomas volvió la vista y la desvió hacia arriba, donde una enorme parte del techo se había soltado. Observó, hipnotizado, cómo caía en su dirección. Por el rabillo del ojo distinguió a Teresa, una imagen apenas perceptible en el aire obstruido; su cuerpo chocó contra el suyo y le empujó hacia la sala de mantenimiento. Dejó de pensar mientras retrocedía a trompicones y se caía, justo cuando un enorme escombro iba a parar sobre Teresa y le inmovilizaba el cuerpo. Tan sólo la cabeza y un brazo sobresalían de debajo.

—¡Teresa! —gritó Thomas, un sonido sobrenatural que pareció elevarse sobre todo lo demás.

Se acercó a ella como pudo. La sangre le surcaba el rostro y el brazo parecía aplastado. Volvió a gritar su nombre y en su mente vio a Chuck, que caía al suelo, cubierto de sangre, y los ojos desorbitados de Newt. Tres de sus amigos más íntimos, y CRUEL se los había llevado a todos.

—Lo siento mucho —musitó, sabiendo que no podía oírle—. Lo siento mucho.

La boca de la chica se movía, intentando hablar, y él se inclinó para captar sus palabras.

—Yo… también —susurró—. A mí sólo… me preocupabas…

Y entonces alguien le puso de pie, tiró de él y lo apartó de ella. Thomas no tenía energía ni la voluntad para resistirse. Teresa se había ido. Le dolía todo el cuerpo y tenía punzadas en el corazón. Brenda y Minho le arrastraron para que se incorporara. Los tres siguieron adelante, tratando de abrirse camino. Comenzó un incendio en un agujero provocado por las explosiones. El humo se arremolinaba junto con el polvo espeso. Thomas tosió, pero sólo oía el estruendo en sus oídos.

Otro estallido retumbó. Thomas volvió la cabeza mientras corría para ver cómo explotaba la pared del fondo del almacén y se desmoronaba, hecha añicos, al tiempo que las llamas se avivaban en los espacios abiertos. Lo que quedaba del techo comenzó a derrumbarse de una vez por todas.

Llegaron a la puerta de la sala de mantenimiento y entraron justo a tiempo de ver cómo Gally desaparecía por el Trans Plano. El resto ya se había marchado. Thomas avanzó a trompicones con sus amigos por el corto pasillo entre las mesas. En cuestión de segundos, morirían. El sonido de cosas chocando y derrumbándose se hizo fortísimo. Estallidos, crujidos, chirridos metálicos y el crepitar de las llamas… Todo se elevó a un extremo inimaginable. Thomas se negó a mirar, aunque sentía que todo se venía abajo, a apenas unos pasos de él, tan cerca que un soplo le rozó el cuello. Empujó a Brenda hacia el Trans Plano y el mundo se derrumbó en torno a Minho y él.

Juntos, saltaron hacia la helada pared gris.