Capítulo 71

Al menos doscientas personas habían conseguido salir del Laberinto, pero por algún motivo habían dejado de moverse. Thomas sorteó a la gente en el pasillo abarrotado, abriéndose paso hasta la parte delantera. Zigzagueó entre hombres, mujeres y niños hasta que por fin localizó a Brenda. La chica se abrió camino hasta él y le dio un abrazo y un beso en la mejilla. Deseaba de todo corazón que aquello terminara en ese momento, que pudieran estar a salvo y no fuera necesario seguir adelante.

—Minho me dijo que me marchara —le contó ella—. Me obligó y prometió ayudar si lo necesitabas. Me dijo que sacar a todo el mundo era muy importante y vosotros podríais con el lacerador. Debería haberme quedado. Lo siento.

—Yo se lo dije —respondió Thomas—. Hiciste lo correcto, lo único que se podía hacer. Pronto saldremos de aquí.

Ella le dio un pequeño empujoncito.

—Pues démonos prisa para que así sea.

—Vale.

Le apretó la mano y luego se reunieron con Teresa, otra vez delante del grupo.

El pasillo estaba todavía más oscuro que antes. Las luces que funcionaban eran tenues y parpadeaban. La gente junto a la que pasaban estaba apiñada en silencio, esperando con ansiedad. Thomas vio a Fritanga, que no dijo nada, pero hizo lo que pudo por dedicarle una sonrisa de ánimo, que, como siempre, parecía más bien de suficiencia. A lo lejos, un estallido esporádico retumbó y el edificio tembló. Las explosiones aún parecían distantes, pero Thomas sabía que el complejo no aguantaría mucho.

Cuando Brenda y él llegaron delante, se encontraron con que el grupo se había detenido en una escalera, indeciso sobre si ir hacia arriba o hacia abajo.

—Tenemos que ir hacia arriba —dijo Brenda.

Thomas no vaciló: hizo unas señas para que el grupo le siguiera y comenzó a subir los peldaños con Brenda a su lado. Se negaba a sucumbir al cansancio. Cuatro tramos, cinco, seis. Se detuvo en un rellano para coger aliento, miró abajo y vio que los demás le seguían. Brenda le condujo por una puerta y recorrió otro largo pasillo; izquierda, derecha y subió otro tramo de escaleras. Otro pasillo y luego bajaron otras escaleras. Un paso tras otro. Thomas sólo esperaba que la ministra hubiera dicho la verdad respecto al Trans Plano.

Sonó una explosión por encima de su cabeza, que sacudió todo el edificio y le tiró al suelo. El polvo obstruía el aire, pequeños fragmentos del techo le cayeron en la espalda. Crujidos de cosas que se rompían inundaron el aire. Finalmente, tras varios segundos de sacudidas, todo volvió a la calma.

Buscó a Brenda para asegurarse de que no se había hecho daño.

—¿Está todo el mundo bien? —gritó por el pasillo.

—¡Sí! —respondió alguien.

—¡Seguid avanzando! ¡Ya casi hemos llegado!

Ayudó a Brenda a ponerse en pie y continuaron; entretanto, él rezaba para que el edificio se mantuviera de una pieza un rato más.

Thomas, Brenda y los que les seguían por fin llegaron a la parte del edificio que la ministra había marcado en el mapa: la sala de mantenimiento. Para entonces habían detonado varias bombas más, cada una más cerca que la anterior; pero nada lo bastante fuerte para detenerlos, y ahora casi habían llegado.

La sala de mantenimiento estaba situada tras un enorme almacén. La pared de la derecha estaba cubierta de filas de estantes metálicos llenos de cajas, y Thomas cruzó a ese lado de la habitación y empezó a hacer señas para que entrara todo el mundo. Quería reunidos a todos antes de atravesar el Trans Plano. Había una puerta al fondo que debía de llevar a la sala que estaban buscando.

—Que sigan llegando, prepáralos —le dijo a Brenda.

Luego echó a correr hacia la puerta. Si la ministra Paige había mentido respecto al Trans Plano o si alguien de CRUEL o el Brazo Derecho se había imaginado lo que estaban haciendo, estaban acabados.

La puerta llevaba a una pequeña habitación llena de mesas que estaban cubiertas de herramientas y piezas de máquinas. Al otro lado, una enorme lona colgaba de la pared. Thomas corrió hacia ella y la retiró. Detrás encontró un muro gris que brillaba débilmente, enmarcado por un rectángulo plateado y, al lado, un control de mandos.

Era el Trans Plano. La ministra había dicho la verdad.

Thomas soltó una carcajada al pensarlo. CRUEL, la líder de CRUEL, le estaba ayudando.

A menos que… Se dio cuenta de que necesitaba saber una última cosa. Tenía que probarlo para ver a dónde llevaba antes de que todos pasaran por allí. Thomas respiró hondo. Ya estaba.

Se obligó a cruzar la helada superficie del Trans Plano. Y salió a una sencilla cabaña de madera, con la puerta abierta de par en par enfrente de él. Más allá vio… verde. Mucho verde. Césped, árboles, flores y arbustos. Le bastó.

Volvió a la sala de mantenimiento, lleno de júbilo. Lo habían conseguido, estaban casi a salvo. Salió a la zona de almacenaje.

—¡Vamos! —gritó—. ¡Que todo el mundo entre, funciona! ¡Deprisa!

Una explosión sacudió las paredes y las estanterías metálicas. El polvo y los escombros llovían del cielo.

—¡Deprisa! —repitió.

Teresa ya había puesto a la gente en marcha y la guiaba hasta Thomas. Él se quedó dentro de la puerta de la sala de mantenimiento y, cuando la primera persona cruzó el umbral, asió a la mujer del brazo y la llevó a la pared gris del Trans Plano.

—Sabes qué es esto, ¿no? —le preguntó.

La mujer asintió, tratando de ocultar su impaciencia por salir de allí.

—No salí ayer del cascarón, chaval.

—¿Puedo confiar en ti para que te asegures de que todos cruzan al otro lado?

Al principio, ella palideció, pero luego asintió con la cabeza.

—No te preocupes —la tranquilizó—. Tan sólo quédate hasta que puedas.

En cuanto mostró su conformidad, él corrió hacia la puerta.

La gente estaba llenando la pequeña sala y Thomas tuvo que retroceder.

—Es por allí. ¡Haced espacio al otro lado!

Se abrió camino por entre la muchedumbre para regresar al almacén. Allí se habían colocado en fila y avanzaban hacia la sala de mantenimiento. Y al final de la multitud estaban Minho, Brenda, Jorge, Teresa, Aris, Fritanga y unos cuantos miembros del Grupo B.

Gally también se encontraba allí. Thomas se abrió camino hasta sus amigos.

—Será mejor que se den prisa ahí delante —dijo Minho—. Las explosiones están cada vez más cerca.

—Este lugar se cae a pedazos —añadió Gally.

Thomas recorrió el techo con la vista como si esperara que sucediese en ese mismo instante.

—Lo sé. Ya les he dicho que se den prisa. Estaremos todos fuera de aquí en…

—Mira qué tenemos aquí —gritó una voz al fondo de la habitación.

Se oyeron unos cuantos gritos ahogados al darse la vuelta y ver quién había hablado. El Hombre Rata acababa de entrar por la puerta del pasillo y no estaba solo: le rodeaban varios guardias de seguridad de CRUEL. Thomas contó siete en total, lo que significaba que él y sus amigos seguían teniendo ventaja.

Janson se detuvo y ahuecó las manos para gritar por encima del estruendo de otra explosión:

—¡Qué lugar más extraño para esconderse cuando todo se viene abajo!

Unos trozos de metal cayeron del techo y repiquetearon en el suelo.

—¡Ya sabes qué hay aquí! —contestó Thomas—. Es demasiado tarde… ¡Ya nos vamos!

Janson sacó el largo cuchillo de antes y se lo mostró. Justo en ese momento, los otros revelaron armas similares.

—Pero podemos conservar a unos cuantos —replicó Janson—. Y por lo visto, tenemos delante a los más fuertes e inteligentes. ¡Hasta nuestro Candidato Final, nada menos! El que nos hace más falta, aunque se niega a cooperar.

Thomas y sus amigos se habían desplegado entre la multitud de prisioneros, que disminuía en número, y los guardias. Los demás de su grupo buscaban en el suelo cualquier cosa que les sirviera de arma: tuberías, tornillos largos o el filo irregular de una rejilla metálica. Thomas vio un trozo combado de un grueso cable que terminaba en una punta de alambre rígido, de aspecto tan mortífero como una lanza. Lo cogió justo cuando otra explosión sacudió la sala y envió un gran trozo de metal de las estanterías al suelo.

—¡Jamás había visto tal manojo de matones! —gritó el Hombre Rata, pero su rostro estaba enloquecido y la boca contraída en una expresión desdeñosa—. ¡Debo admitir que estoy aterrorizado!

—¡Cierra el fuco pico y terminemos con esto! —bramó Minho.

Janson clavó su fría y demencial mirada en los adolescentes que tenía delante.

—Con mucho gusto —respondió.

Thomas ansiaba atacar por todo el miedo, el dolor y el sufrimiento que habían definido su vida durante tanto tiempo.

—¡Vamos! —gritó.

Ambos grupos cargaron uno contra el otro, pero sus gritos de batalla quedaron ahogados por la repentina sacudida del edificio que provocó la siguiente ronda de explosivos.