El Hombre Rata volvió antes de que Newt o Minho pudieran responder, pero, por sus expresiones, Thomas supo que estaban de acuerdo. Al cien por cien.
Más gente entraba en la sala, y Thomas centró su atención en lo que acontecía. Todos los recién llegados iban vestidos con un traje de una sola pieza, suelto y verde, con CRUEL escrito en el pecho. Le sorprendió lo bien que se había pensado cada detalle de aquel juego, de aquel experimento. ¿Podía ser que el nombre usado para su organización hubiera sido una de las Variables desde el principio? Una palabra con una evidente amenaza, aunque se trataba de una entidad en apariencia buena. Probablemente era otro golpe para ver cómo reaccionaban sus cerebros, qué sentían.
Era todo un acertijo. Lo había sido desde el principio.
Cada médico —supuso que lo eran por lo que había dicho el Hombre Rata— se colocó junto a una cama. Toquetearon las máscaras que colgaban del techo, ajustaron los tubos y comprobaron botones e interruptores que Thomas no alcanzaba a ver.
—Ya os hemos asignado una cama a cada uno —dijo el Hombre Rata, mirando los papeles de una tablillas que llevaba consigo—. Los que se quedan en esta habitación son… —dijo de un tirón algunos nombres, incluyendo Sonya y Aris, pero no Thomas ni ninguno de los otros clarianos—. Si no he dicho vuestro nombre, por favor, seguidme.
La situación se había vuelto extraña, demasiado informal y corriente para la seriedad de lo que ocurría. Eran como unos gánsteres pasando lista antes de matar a un grupo de traidores llorones. Thomas no sabía qué hacer, pero continuaría hasta que se le presentara el momento adecuado.
En silencio, salieron de la habitación tras el Hombre Rata y siguieron por otro pasillo largo y sin ventanas antes de pararse ante otra puerta. Su guía volvió a leer la lista, en la que esta vez estaban incluidos Newt y Fritanga.
—No voy a hacerlo —anunció Newt—. Has dicho que podíamos elegir y esta es mi maldita decisión —intercambió una mirada furiosa con Thomas que parecía insinuar que o hacían algo pronto o se volvería loco.
—Muy bien —respondió el Hombre Rata—, cambiarás de opinión muy pronto. Quédate conmigo hasta que hayamos terminado de distribuir al resto.
—¿Qué pasa con Fritanga? —preguntó Thomas, tratando de ocultar su sorpresa al ver que el Hombre Rata había transigido con Newt tan fácilmente.
El cocinero de pronto pareció avergonzado.
—Yo… creo que voy a dejar que lo hagan.
Thomas se quedó estupefacto.
—¿Estás loco? —exclamó Minho.
Fritanga negó con la cabeza, poniéndose un poco a la defensiva.
—Quiero recordar. Tomad vuestras propias decisiones y dejad que yo tome la mía.
—Sigamos —dijo el Hombre Rata.
Fritanga desapareció en la habitación deprisa, probablemente para evitar más discusiones. Thomas sabía que tenía que dejarlo; por ahora, se preocuparía sólo de sí mismo y de encontrar una salida. Tenía la esperanza de rescatar a todo el mundo cuando lo consiguiera.
El Hombre Rata no llamó a Minho, Teresa y Thomas hasta que llegaron a la última puerta, junto con Harriet y otras dos chicas del Grupo B. Hasta entonces, Newt había sido el único en negarse a seguir el procedimiento.
—No, gracias —dijo Minho cuando el Hombre Rata les indicó que entraran en la sala—, pero aprecio la invitación. Chicos, que os lo paséis muy bien ahí dentro —hizo como si se despidiera.
—Yo tampoco voy a hacerlo —anunció Thomas. Estaba empezando a sentir un presentimiento. Tenían que arriesgarse pronto a hacer algo.
El Hombre Rata se quedó mirándole un buen rato, inexpresivo.
—¿Está bien, señor Hombre Rata? —preguntó Minho.
—Soy el subdirector Janson —respondió con una voz baja y tensa, como si le costara permanecer en calma, y sin apartar la vista de Thomas—. Aprende a mostrar respeto por tus mayores.
—Cuando dejéis de tratar a la gente como animales, puede que me lo plantee —replicó Minho—. ¿Y por qué estás mirando a Thomas con los ojos desorbitados?
Al fin, el Hombre Rata, Janson, miró a Minho.
—Porque hay muchas cosas que tener en cuenta —hizo una pausa y se irguió—. Pero muy bien: hemos dicho que podíais elegir vosotros mismos y mantendremos nuestra palabra. Que entre todo el mundo y comenzaremos con los que deseen participar.
Una vez más, Thomas notó que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Estaba llegando el momento, lo sabía. Y por la cara de Minho, él también lo sabía. Se hicieron una ligera señal con la cabeza y entraron con el Hombre Rata a la habitación.
Era exactamente igual que la primera, con seis camas, las máscaras colgantes y lo demás. La máquina que sin duda lo hacía funcionar todo ya estaba zumbando y chirriando. Algunos individuos, vestidos con el mismo traje verde que los médicos de la primera sala, se hallaban al lado de cada cama.
Thomas miró a su alrededor y contuvo el aliento. Junto a una cama al final de la fila, vestida de verde, se encontraba Brenda. Parecía mucho más joven que el resto de personas y tenía el pelo y la cara notablemente más limpios que en la Quemadura. Le saludó con un gesto rápido de la cabeza y miró al Hombre Rata; luego, antes de que Thomas supiera lo que pasaba, cruzó corriendo la habitación, se aferró a él y le dio un fuerte abrazo. Él se lo devolvió; estaba conmocionado, pero no quería soltarse.
—Brenda, ¿qué estás haciendo? —gritó Janson—. ¡Vuelve a tu puesto!
La chica apretó los labios contra su oreja y susurró tan bajo que apenas pudo oírla:
—No confíes en ellos. No confíes en ellos. Tan sólo en mí y en la ministra Paige. Nunca. En nadie más.
—¡Brenda! —gritó prácticamente el Hombre Rata.
Entonces se apartó y se alejó.
—Lo siento —murmuró—. Tan sólo me he alegrado de ver que ha pasado la Fase 3. He perdido el control.
Regresó a su puesto y se volvió para mirarlos de nuevo, inmutable. Janson la reprendió:
—Apenas tenemos tiempo para esas cosas.
Thomas no podía apartar la mirada de ella, no sabía qué pensar ni sentir. Ya no confiaba en CRUEL, así que sus palabras los colocaban a ambos en el mismo bando. Pero, entonces, ¿por qué trabajaba con ellos? ¿No estaba enferma? ¿Y quién era esa ministra Paige? ¿Era este otro control? ¿Otra Variable?
Una emoción intensa le había invadido al abrazarse. Recordó cuando Brenda le habló mentalmente después de que lo encerraran en la habitación blanca: le advirtió de que la situación iba a empeorar. Todavía no entendía cómo había podido hacerlo… ¿de verdad estaba de su parte?
Teresa, que había estado callada desde que habían dejado la primera sala, se acercó a él e interrumpió sus pensamientos.
—¿Qué está haciendo aquí? —susurró con un rencor evidente en su voz. Todo lo que hacía o decía Teresa ahora le molestaba—. Creía que era una rara.
—No lo sé —masculló Thomas, y su mente se vio invadida de fragmentos relativos al tiempo que había pasado con Brenda en la ciudad en ruinas. En cierto modo, echaba de menos aquel lugar. Echaba de menos estar a solas con ella—. Quizá sólo está… lanzando una Variable.
—¿Crees que era parte del espectáculo y que la enviaron a la Quemadura para ayudar a que las cosas funcionaran?
—Probablemente.
Aquello le dolía. Tenía sentido que Brenda formara parte de CRUEL desde el principio, pero eso significaba que le había mentido una y otra vez. Deseaba con todas sus fuerzas que hubiera algo diferente en ella.
—No me gusta —dijo Teresa—. Parece… retorcida.
Thomas tuvo que contenerse para no gritar a Teresa o reírse en su cara. En su lugar, le contestó tranquilo:
—Ve a que jueguen con tu cerebro.
Quizá su desconfianza en Brenda era la mejor señal de que debía confiar en Brenda.
Teresa le fulminó con la mirada.
—Júzgame todo lo que quieras. Tan sólo hago lo que creo que está bien.
Luego se alejó y se situó a la espera de las instrucciones del Hombre Rata.
Janson asignó una cama a cada paciente voluntario mientras Thomas, Newt y Minho observaban, renuentes. Thomas echó un vistazo a la puerta y se preguntó si no deberían echar a correr. Estaba a punto de darle un codazo a Minho, cuando el Hombre Rata habló como si le hubiera leído la mente:
—A vosotros tres, rebeldes, os están vigilando. No intentéis hacer nada. Unos guardias armados vienen de camino en estos momentos.
Thomas tuvo la inquietante idea de que, de hecho, a lo mejor alguien le había leído la mente. ¿Podrían interpretar sus verdaderos pensamientos a partir de los patrones cerebrales que recogían con tanto esfuerzo?
—Eso es un montón de clonc —susurró Minho cuando Janson centró su atención en colocar a la gente en las camas—. Creo que deberíamos arriesgarnos, a ver qué pasa.
Thomas no respondió y miró a Brenda. La muchacha tenía la vista clavada en el suelo, al parecer perdida en sus pensamientos. De pronto, se dio cuenta de lo mucho que la añoraba y de que sentía una conexión que no acababa de comprender. Lo único que quería era hablar con ella a solas, y no sólo por lo que le había dicho.
En ese momento se oyeron unos pasos apresurados por el pasillo. Tres hombres y dos mujeres irrumpieron en la sala, todos vestidos de negro, con un equipo echado a la espalda: cuerdas, herramientas y munición. Todos sujetaban algún tipo de arma enorme. Thomas no podía dejar de mirar las armas; removían en su cabeza recuerdos perdidos de los que no sacaba nada en claro, pero a la vez era como si las viera por primera vez. Los artefactos despedían un brillo azul, sin duda provocado por un tubo transparente que, situado en el centro, se hallaba repleto de brillantes granadas metálicas que chisporroteaban y silbaban por la electricidad. Los guardias apuntaban a Thomas y a sus dos amigos.
—Hemos esperado demasiado, maldita sea —masculló Newt entre susurros.
Thomas sabía que pronto se les presentaría una oportunidad.
—Nos habrían cogido ahí fuera de todas formas —respondió calmado, sin apenas mover los labios—. Tened paciencia.
Janson se aproximó a los guardias y señaló una de las armas.
—Esto son lanzagranadas. Los guardias no dudarán en disparar si alguno de vosotros causa problemas. Las armas no os matarán, pero creedme cuando digo que os harán pasar los cinco minutos más incómodos de vuestra vida.
—¿Qué ocurre? —preguntó Thomas, sorprendido por el poco miedo que sentía—. Acabas de decir que podemos elegir. ¿A qué viene este ejército?
—A que no me fío de vosotros —Janson hizo una pausa y pareció escoger sus palabras con cuidado—. Esperábamos que lo hicierais voluntariamente cuando recuperaseis la memoria. Todo sería más fácil. Pero nunca dije que ya no os necesitáramos.
—¡Menuda sorpresa! —exclamó Minho—. Habéis vuelto a mentir.
—No he mentido en nada. Habéis tomado vuestra decisión, ahora ateneos a las consecuencias —Janson señaló la puerta—. Guardias, escoltad a Thomas y a los demás a sus habitaciones, donde podrán reflexionar sobre su error hasta las pruebas de mañana por la mañana. Usad la fuerza si es necesario.