Capítulo 61

El pecho de Thomas se estrechó y su garganta pareció hincharse. Estaba en peligro, pero se quedó paralizado.

Janson comenzó a dar órdenes:

—Doctor Christensen, rápido. Quién sabe qué trama esa gente, pero ahora no podemos perder ni un segundo. Iré a decirle al personal de operaciones que no cedan terreno, cueste lo que cueste.

—Esperad —intervino Thomas con voz ronca—, no sé si puedo hacerlo —las palabras le parecieron vanas. Sabía que a aquellas alturas no se detendrían.

El rostro de Janson enrojeció. En vez de responderle, se volvió hacia el doctor.

—Haga lo que sea necesario para abrir a este crío.

Justo cuando Thomas abría la boca para hablar, algo afilado le pinchó el brazo y envió sacudidas de calor por su cuerpo. Las piernas le flaquearon y cayó en la camilla. Estaba dormido del cuello hacia abajo; el terror estalló en su interior. El doctor Christensen se inclinó sobre él y le pasó a una enfermera la jeringuilla usada.

—Lo siento mucho, Thomas. Tenemos que hacerlo.

El médico y la enfermera le colocaron en la cama, levantando las piernas para tumbarle bocarriba. Podía mover levemente la cabeza de un lado a otro, pero eso era todo. El repentino cariz que había tomado la situación le abrumó mientras asimilaba las consecuencias. Estaba a punto de morir. A menos que de alguna manera el Brazo Derecho entrara allí enseguida, iba a morir.

Janson se colocó en su campo de visión, asintió en señal de aprobación y le dio unas palmaditas al doctor en el hombro.

—Hágalo.

Luego se dio la vuelta y desapareció; Thomas oyó que alguien gritaba en el pasillo antes de que la puerta se cerrara.

—Tengo que realizar antes unas pruebas —explicó el doctor Christensen—. Luego te llevaremos a la sala de operaciones —se dio la vuelta y comenzó a toquetear unos instrumentos que había detrás.

Parecía que el hombre le hablara desde kilómetros de distancia. Thomas yacía impotente, con la cabeza dándole vueltas mientras el doctor le sacaba sangre y medía su cráneo. El hombre trabajaba en silencio, apenas pestañeaba, pero las gotas de sudor que perlaban su frente revelaban que iba a contrarreloj para adelantar a quién sabía qué. ¿Tardaría una hora? ¿Varias horas?

Thomas cerró los ojos. Se preguntó si el dispositivo que inutilizaba las armas habría hecho su trabajo. Se preguntó si alguien le encontraría. Entonces se dio cuenta de que no sabía si quería que lo hicieran. ¿Era posible que CRUEL estuviera a punto de hallar la cura? Se obligó a respirar con normalidad, a concentrarse en intentar mover sus extremidades. Pero no sucedió nada.

De pronto, el médico se enderezó y le sonrió.

—Creo que ya estamos. Vamos a llevarte a la sala de operaciones.

Cruzó una puerta y alguien empujó la camilla de Thomas por el pasillo. Incapaz de moverse, tumbado, miraba las luces del techo al pasar. Al final tuvo que cerrar los ojos.

Le habían dormido. El mundo se desvanecía. Y moriría.

Volvió a abrir los ojos de repente. Los cerró. El corazón le latía con fuerza; las manos cada vez le sudaban más y se percató de que estaba agarrado a las sábanas de la camilla con los puños. El movimiento volvía poco a poco. Abrió los ojos de nuevo. Las luces pasaban zumbando. Otro giro, otro. La desesperación amenazaba con extraer su vida antes de que los médicos lo hicieran.

—Yo… —comenzó a decir, pero no salió nada más.

—¿Qué? —preguntó Christensen, echándole un vistazo.

Thomas se esforzó por hablar, pero, antes de que pudiera pronunciar una palabra, un atronador estruendo sacudió el pasillo y el doctor tropezó. Su peso empujó hacia delante la camilla al tiempo que trataba de impedir su caída, y esta salió disparada a la derecha y chocó contra la pared; luego rebotó y giró hasta que dio en el otro lado. Thomas intentó moverse, pero estaba paralizado, indefenso. Pensó en Chuck y Newt, y una tristeza sin igual le oprimió el corazón.

Se oyó un grito de donde provenía la explosión, seguido de otros chillidos. Luego todo volvió a quedar en silencio y el médico se puso en pie. Echó a correr hacia la camilla para enderezarla y volvió a empujarla. Cruzaron unas puertas batientes y aparecieron en una blanca sala de operaciones repleta de gente vestida con uniformes de quirófano.

Christensen comenzó a dar órdenes:

—¡Tenemos que darnos prisa! Todos a sus puestos. Lisa, sédalo del todo. ¡Ya!

Una mujer bajita respondió:

—No hemos hecho todos los prep…

—¡No importa! Por lo que sabemos, el edificio se está incendiando.

Colocó la camilla junto a la mesa de operaciones y varias manos levantaron a Thomas para moverlo antes siquiera de que la camilla se parara del todo. Lo colocaron bocarriba y se esforzó por ver algo en el trajín de médicos y enfermeras; había al menos nueve o diez. Notó un pinchazo en el brazo, bajó la vista y vio que la mujer baja le inyectaba una intravenosa. En todo momento, el único movimiento que conseguía era el de las manos.

Dispusieron las luces justo encima de él y le clavaron otras cosas en varias partes de su cuerpo. Los monitores comenzaron a pitar; se oían el zumbido de una máquina y las conversaciones de la gente; la sala se inundó de movimiento, como una danza orquestada.

Y las luces, tan brillantes… La sala daba vueltas, aunque estaba muy quieto. El terror por lo que le hacían aumentó. Sabía que todo se acababa allí mismo.

—Espero que funcione —consiguió decir por fin.

Unos segundos más tarde, las drogas surtieron efecto y todo desapareció.