Capítulo 57

En el claro había troncos desperdigados de árboles caídos hacía mucho tiempo. Los altos y gruesos pinos que rodeaban a Thomas se alzaban hacia el cielo como una pared de torres majestuosas. Se protegió los ojos del fuerte viento mientras el iceberg aumentaba la potencia de los propulsores y se elevaba en el aire, y observó cómo desaparecía hacia el suroeste.

El aire era frío y vigorizante y el bosque transmitía una sensación fresca, como si estuviera ante un mundo recién creado, un lugar no alcanzado por la enfermedad. Estaba seguro de que no había mucha gente que viera algo parecido aquellos días y se sintió afortunado.

Se ajustó la mochila y se dirigió hacia donde Lawrence le había indicado, decidido a llegar allí lo más rápido posible. Cuanto menos tiempo tuviera para pensar en lo que le había hecho a Newt, mejor. Y sabía que estar allí solo, en la naturaleza, le daría demasiado tiempo. Dio los últimos pasos para salir del claro nevado y entró en la oscuridad de los densos pinos. Dejó que su agradable e irresistible aroma le inundara e hizo todo lo posible para acallar su mente y, así, evitar pensar.

Iba bastante bien, concentrado en el camino, en las vistas y los sonidos de los pájaros, las ardillas e insectos, en los maravillosos olores. Sus sentidos no estaban acostumbrados a aquellas cosas, puesto que la mayor parte de lo que recordaba de su vida había transcurrido entre paredes. Por no mencionar el Laberinto y la Quemadura. Mientras caminaba por el bosque, le costaba creer que un lugar tan distinto —la Quemadura— pudiera existir en el mismo planeta. Su mente divagó. Se preguntó cómo sería la vida para aquellos animales si los humanos desaparecieran para siempre.

Llevaba andando más de una hora cuando por fin llegó a la linde del bosque y a una amplia extensión de tierra rocosa y yerma. Unas islas de tierra parda, carentes de vegetación, salpicaban el terreno sin árboles donde el viento se había llevado la nieve. Aquí y allá había piedras escarpadas de todos los tamaños que daban a una súbita caída, a un enorme precipicio. Más allá se veía el océano, cuyo azul oscuro terminaba en el horizonte, donde con una marcada línea se transformaba en el azul claro del cielo brillante. Y erigida en el borde del edificio, en torno a un kilómetro de él, estaba la sede de CRUEL.

El complejo era enorme, compuesto de amplios y sencillos edificios interconectados; las paredes estaban salpicadas de estrechas rendijas en el cemento blanco, donde se hallaba alguna ventana aislada. Un edificio redondo se alzaba en medio de los demás como una torre. El duro clima de la región, unido a la humedad del mar, había afectado las fachadas de los edificios —las grietas se abrían como telarañas en los exteriores del complejo—, pero aquellas estructuras parecían ir a perdurar eternamente, persistentes ante cualquier acción del hombre o del clima. El edificio le trajo a la memoria un recuerdo efímero sobre algo que aparecía en un libro de cuentos, una especie de asilo encantado. Era el lugar perfecto para alojar a la organización que intentaba evitar que el mundo se convirtiera en un manicomio. Una larga y estrecha carretera se alejaba del complejo y desaparecía en el bosque.

Se puso en marcha para atravesar el tramo de tierra con rocas esparcidas. Un silencio casi inquietante reinaba en el lugar. Lo único que podía oír, aparte de sus pisadas y su propia respiración, era el sonido de las olas distantes que rompían al final del acantilado, e incluso aquello era muy débil. Estaba seguro de que la gente de CRUEL ya le había visto. La seguridad sería rigurosa y estricta.

Un ruido como de golpecitos metálicos contra una piedra le hizo detenerse y mirar a la derecha. Como si la hubiera llamado al pensar en la seguridad, una cuchilla escarabajo se posó sobre una roca con su ojo rojizo brillando en dirección a Thomas.

Recordó cómo se había sentido la primera vez que había visto una dentro del Claro, justo antes de que se escabullera hacia el bosquecillo que había allí. Parecía haber pasado una eternidad de eso.

La saludó y luego siguió caminando. En diez minutos estaría llamando a la puerta de CRUEL, pidiendo, por primera vez, que le dejaran entrar; no salir.

Bajó por la última parte de la pendiente y llegó a una acera helada que cercaba el recinto. Parecía que se habían esforzado por que los jardines fueran más bonitos que la tierra yerma que los rodeaba, pero los arbustos, las flores y los árboles hacía tiempo que habían sucumbido al invierno, y en los trozos de tierra gris que había en medio de la nieve sólo se veían hierbajos. Thomas avanzó por el camino pavimentado, preguntándose por qué nadie había salido aún a recibirle. A lo mejor el Hombre Rata estaba dentro, observando, deduciendo que por fin había optado por su bando.

Otras dos cuchillas escarabajo atrajeron su atención; ambas vagaban entre los hierbajos cubiertos de nieve de los arriates de flores, barriendo de izquierda a derecha con sus luces rojas a la vez que correteaban de un lado a otro. Thomas se fijó en las ventanas más próximas, pero el cristal estaba tan tintado que sólo vio oscuridad. Un estruendo procedente de atrás le hizo darse la vuelta. Se avecinaba tormenta, a juzgar por los nubarrones oscuros y densos, pero todavía estaba a kilómetros de distancia. Mientras observaba, varios relámpagos zigzaguearon por las zonas sombrías, lo que le hizo evocar la Quemadura, aquella horrible tormenta con la que se habían topado al acercarse a la ciudad. Tan sólo esperaba que el clima no fuera así de malo en el norte.

Reanudó su camino por la acera y aflojó el paso al aproximarse a la entrada principal. Unas enormes puertas de cristal le aguardaban, y un repentino, casi doloroso recuerdo le golpeó el interior del cráneo: la huida del Laberinto, la carrera por los pasillos de CRUEL y la salida por aquellas puertas hacia la lluvia torrencial. Miró a su derecha, hacia un pequeño aparcamiento, donde un viejo autobús se hallaba cerca de una fila de coches. Tenía que ser el mismo que había atropellado a aquella pobre mujer infectada con el Destello, que les había llevado a aquellos dormitorios, donde habían jugado con sus mentes y un Trans Plano les había enviado finalmente a la Quemadura.

Y ahora, después de todo por lo que había pasado, estaba en el umbral de CRUEL por su propia elección. Estiró el brazo y dio unos golpes en el frío y oscuro cristal. No veía nada al otro lado.

Casi inmediatamente, diversas cerraduras se desbloquearon, una detrás de otra, y una de las puertas se abrió hacia afuera. Janson, que siempre sería el Hombre Rata para Thomas, extendió una mano.

—Bienvenido, Thomas —dijo—. Nadie me creía, pero les he estado diciendo todo el rato que regresarías. Me alegro de que hayas tomado la decisión acertada.

—Acabemos con esto —replicó él. Iba a hacerlo, representaría su papel, pero no tenía por qué ser agradable.

—Me parece una idea excelente —Janson retrocedió y le hizo una pequeña reverencia—. Tú primero.

Con un escalofrío que igualaba el gélido clima exterior, Thomas pasó junto al Hombre Rata y entró en la sede de CRUEL.