Thomas cerró los ojos mientras lo hacía. Oyó el impacto de la bala en la carne y el hueso, sintió la sacudida del cuerpo de Newt y cómo caía en la calle. Thomas se colocó bocabajo, luego se puso en pie y no abrió los ojos hasta que empezó a correr. No podía permitirse ver lo que le había hecho a su amigo. El horror, la pena, la culpa y las náuseas que todo lo anterior provocaba amenazaban con consumirle, sus ojos se llenaban de lágrimas al correr hacia la furgoneta blanca.
—¡Sube! —le gritó Lawrence.
La puerta seguía abierta. Thomas entró de un salto y la cerró. Después, la furgoneta se puso en marcha.
Nadie habló. Thomas fijó la vista en la ventana, aturdido. Había disparado a uno de sus mejores amigos en la cabeza. No importaba que eso fuera lo que él le había pedido, lo que Newt había querido, lo que le había suplicado. Thomas era el que había apretado el gatillo. Bajó la vista, vio que le temblaban las manos y las piernas, y de pronto sintió muchísimo frío.
—¿Qué he hecho? —farfulló, pero los otros no pronunciaron palabra.
El resto del viaje le resultó borroso. Pasaron junto a más raros, incluso tuvieron que disparar algunas granadas por la ventanilla un par de veces. Luego atravesaron la muralla exterior de la ciudad, después la valla del pequeño aeropuerto y por último la enorme puerta del hangar, que estaba muy bien vigilada por más miembros del Brazo Derecho.
No se dijo gran cosa y Thomas hizo cuanto le ordenaron: fue a donde se suponía que tenía que ir. Subieron al iceberg y él los siguió mientras hacían una inspección. Pero no dijo ni una palabra. La piloto fue a poner en marcha la gran nave, Lawrence desapareció por algún sitio y Thomas encontró un sofá en la zona común. Se tumbó y observó la rejilla metálica del techo.
Desde que mató a Newt, no había vuelto a pensar en su objetivo. Ahora que por fin se había liberado de CRUEL, iba y se ofrecía voluntario para regresar.
Ya no le importaba. Lo que pasara, pasaría. Sabía que durante el resto de su vida le perseguiría lo que había visto: Chuck intentando coger aire mientras se desangraba hasta morir y ahora Newt gritándole con una locura aterradora. Y ese último momento de cordura, cuando sus ojos le habían suplicado clemencia…
Thomas cerró los suyos, y las imágenes seguían ahí. Tardó bastante rato en quedarse dormido.
Lawrence le despertó.
—¡Eh, arriba, chico! Llegaremos en pocos minutos. Te dejaremos ahí y nos largaremos enseguida. Sin ánimo de ofender.
—No pasa nada —gruñó Thomas, y bajó las piernas del sofá—. ¿Cuánto tendré que caminar hasta llegar allí?
—Unos cuantos kilómetros. No te preocupes, no creo que te topes con muchos raros. Hace más frío en esta zona. Aunque puede que veas algún alce enfadado. A lo mejor los lobos intentan arrancarte las piernas. Nada más.
Thomas miró al hombre, esperando ver una gran sonrisa, pero estaba ocupado en un rincón, poniendo las cosas en orden.
—En la puerta de carga te esperan un abrigo y tu mochila —dijo Lawrence mientras llevaba una pequeña pieza del equipo a una estantería—. También tienes agua y comida. Queremos asegurarnos de que disfrutas de la excursión y aprecias los placeres de la naturaleza y todo eso —seguía sin sonreír.
—Gracias —murmuró Thomas. Estaba haciendo un gran esfuerzo por no volver al oscuro pozo de tristeza en el que se había quedado dormido. Seguía sin poder quitarse de la cabeza a Chuck y Newt.
Lawrence dejó lo que estaba haciendo y se volvió hacia él.
—Sólo voy a preguntártelo una vez.
—¿Qué?
—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? Todo lo que sé de esta gente es malo. Secuestran, torturan, asesinan… Hacen cualquier cosa para conseguir lo que quieren. Me parece una locura dejarte entrar tan campante ahí solo.
Por algún motivo, Thomas ya no tenía miedo.
—No me pasará nada. Tú sólo asegúrate de volver.
Lawrence negó con la cabeza.
—O eres el chaval más valiente que he conocido o estás loco de remate. De todas maneras, ve a darte una ducha y a ponerte ropa limpia. Tiene que estar en esas taquillas.
Thomas no sabía qué aspecto tenía en aquel momento, pero se imaginaba como una especie de zombi pálido y exánime, con los ojos apagados.
—Vale —dijo, y fue a intentar quitarse el horror de encima.
El iceberg comenzó a descender y, mientras se aproximaba al suelo, Thomas se agarró a una barra en la pared. Cuando aún estaban a treinta metros de altura, la escotilla comenzó a abrirse con el chirrido de las bisagras y entró aire fresco. El rugido de los propulsores ardiendo aumentó. Thomas vio que se hallaban sobre un pequeño claro de bosque, uno enorme repleto de pinos salpicados de nieve. Había tantos que el iceberg no podía aterrizar. Tendría que saltar.
La nave descendió y él se preparó.
—Buena suerte, chico —dijo Lawrence, y señaló con la cabeza hacia el suelo cuando se acercaron más—. Te diría que tuvieras cuidado, pero sé que no eres idiota, así que no diré nada.
Thomas le sonrió, esperando que le devolviera el gesto. Sentía que lo necesitaba, pero no recibió nada.
—Bueno, colocaré el dispositivo en cuanto entre. Estoy seguro de que todo irá como la seda. ¿Verdad?
—Me saldrán lagartijas por la nariz si no hay problemas —contestó Lawrence, pero había amabilidad en su voz—. Ahora ve. Tan pronto como salgas, ve por ahí —señaló a la izquierda, hacia la linde del bosque.
Thomas se puso el abrigo y deslizó los brazos por las asas de la mochila; a continuación, bajó con cuidado por la gran placa metálica de la puerta de carga y se agachó en el borde. El suelo estaba cubierto de un metro y medio de nieve, pero aun así debía tener cuidado. Saltó y aterrizó en un lugar blando, un montón de nieve recién caída. En ningún momento reaccionó.
Había matado a Newt.
Había disparado en la cabeza a su amigo.