Una sorprendente calma inundó a Thomas.
—Podrías dejarme a unos kilómetros y que fuese caminando. Fingiré volver para terminar las Pruebas. Por lo que he visto y oído, me recibirán con los brazos abiertos. Tan sólo dime qué me hace falta para colocar el dispositivo.
Otra sonrisa genuina cruzó el rostro de Vince.
—Te lo explicará Charlotte.
—Tendrás información y ayuda de mis amigos: Teresa, Aris y los otros. Brenda también sabe mucho.
La decisión de Thomas fue rápida e incuestionable; había aceptado la peligrosa tarea. Era la mejor opción.
—Muy bien, Gally —dijo Vince—. Y ahora ¿qué? ¿Cómo vas a hacerlo?
El viejo enemigo de Thomas se levantó y le miró.
—Iré a buscar a Charlotte para que te enseñe el dispositivo. Luego te llevaremos a nuestro hangar de icebergs y te acercaremos a la sede de CRUEL mientras el resto nos preparamos con el equipo principal de asalto. Será mejor que estés listo para dar lo mejor de ti ahí fuera. Tendremos que esperar un par de horas antes de entrar con los inmunes o resultaría sospechoso.
—Está bien —Thomas hizo un esfuerzo para respirar hondo, para calmarse.
—Bien. Traeremos a Teresa y a los demás cuando te marches. Espero que no te importe otra pequeña excursión por la ciudad.
• • •
Charlotte era una mujer sosegada y menuda, y no se anduvo con rodeos. Le explicó sucinta y eficientemente cómo el dispositivo inutilizaba las armas. Era lo bastante pequeño para meterlo en la mochila que le habían dado con algo de comida y ropa para la fría caminata que debía emprender. En cuanto el dispositivo estuviera colocado y activado, buscaría y conectaría con las señales de cada arma; después interferiría en su sistema. Tardaría una hora en inutilizar todas las armas de CRUEL.
Bastante sencillo, pensó Thomas. La parte más difícil sería colocar el artefacto cuando entrara sin levantar sospechas.
Gally decidió que Lawrence llevaría a Thomas y al piloto al hangar abandonado donde guardaban los icebergs. Volarían hasta la sede de CRUEL desde allí, lo que significaba otro recorrido en furgoneta por las calles de Denver, infestadas de raros, pero tomarían la ruta más directa, por una carretera principal, y con luz, ahora que el alba había llegado. Por alguna razón, aquello hacía que Thomas se sintiera un poco mejor.
Thomas estaba ayudando a reunir las provisiones de última hora para el viaje cuando apareció Brenda. La saludó con un gesto de cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Vas a echarme de menos? —preguntó. Lo había dicho como una broma, pero la verdad era que deseaba que ella respondiera que sí.
La chica puso los ojos en blanco.
—Ni lo menciones. Parece que ya te hayas rendido. Todos regresaremos juntos y nos reiremos de los viejos tiempos antes de que te des cuenta.
—Te conozco desde hace sólo unas pocas semanas —volvió a sonreír.
—Da igual —ella le rodeó con los brazos y le habló al oído—: Sé que me enviaron a aquella ciudad de la Quemadura para encontrarte y fingir que era tu amiga, pero quiero que sepas que eres mi amigo. Eres…
Thomas se apartó para volver a mirarla a la cara, que estaba inexpresiva.
—¿Qué?
—Bueno…, tú no dejes que te maten.
Él tragó saliva y no supo qué decir.
—¿Bien? —dijo ella.
—Ten cuidado tú también —fue todo lo que le salió.
Brenda le besó en la mejilla.
—Eso es lo más dulce que te he oído decir —volvió a poner los ojos en blanco, pero sonrió. Y su sonrisa hizo que a Thomas le pareciera todo más halagüeño.
—Asegúrate de que no fastidian nada —dijo—. Asegúrate de que todos los planes tengan sentido.
—Lo haré. Nos veremos en un día o así.
—Vale.
—Y no permitiré que me maten si tú haces lo mismo. Lo prometo.
Thomas la abrazó por última vez.
—Trato hecho.