Capítulo 50

Cuando la furgoneta se detuvo y Lawrence apagó el motor, el silencio envolvió el mundo de Thomas. Lo único que oía era la sangre que bombeaba en el interior de su cabeza. Cerró los ojos y trató de reducir el ritmo de la respiración. Ninguno de los otros dos dijo nada durante un par de minutos, hasta que Lawrence rompió el silencio:

—Están ahí fuera, rodeándonos, esperando a que salgamos.

Thomas se obligó a enderezarse y a mirar de nuevo al frente. Al otro lado de las ventanas rotas estaba totalmente a oscuras.

—¿Quién? —preguntó Brenda.

—Los guardias del jefe. Saben que es una de sus furgonetas, pero no se acercarán a nosotros hasta que salgamos y nos dejemos ver. Necesitan confirmar quiénes somos. Supongo que tendremos unas veinte armas apuntándonos ahora mismo.

—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Thomas, que no estaba preparado para otra confrontación.

—Saldremos despacio. Me reconocerán en cuanto me vean.

Thomas pasó al asiento delantero.

—¿Salimos a la vez o debería ir antes uno de nosotros solo?

—Yo saldré primero y les diré que no pasa nada. Esperad hasta que os dé unos toques en la ventana para avisaros de que podéis salir —respondió Lawrence—. ¿Listos?

—Supongo —susurró.

—Sería una mierda que hubiéramos pasado por todo esto sólo para que nos dispararan. Estoy segura de que debo de parecer una rara ahora mismo.

Lawrence abrió su portezuela y Thomas esperó, ansioso, a que les hiciera la señal. El fuerte golpe del marco de la puerta le sobresaltó, pero estaba preparado.

Brenda abrió la suya con cuidado y salió. Él la siguió, esforzándose por ver en la oscuridad, pero estaba negro como boca de lobo.

Sonó un fuerte chasquido y al momento aquel sitio se inundó de una luz brillante. Thomas alzó las manos y cerró los ojos con fuerza; después, protegiéndolos, los entreabrió para ver qué sucedía. Un enorme foco montado sobre un trípode les apuntaba directamente. Tan sólo pudo distinguir las siluetas de dos figuras a cada lado. Al recorrer con la vista el resto de la habitación, vio que había al menos una docena de personas, todas con varios tipos de armas, justo como Lawrence había dicho.

—Lawrence, ¿eres tú? —preguntó un hombre cuya voz retumbó en las paredes de cemento. Era imposible saber quién había hablado.

—Sí, soy yo.

—¿Qué le ha pasado a nuestra camioneta y quién es esta gente? Dime que no nos has traído infectados.

—Nos asaltó un grupo enorme de raros en un callejón. Y estos son munes que me han obligado a traerlos aquí. Quieren ver al jefe.

—¿Por qué? —preguntó el hombre.

—Dicen…

El hombre interrumpió a Lawrence:

—No, quiero que respondan ellos. Decid vuestros nombres, por qué habéis obligado a uno de nuestros hombres a venir hasta aquí y habéis destrozado uno de los pocos vehículos que nos quedan. Y más vale que sea una buena razón.

Thomas y Brenda intercambiaron una mirada para ver quién debía hablar. Brenda le señaló a él con la cabeza.

Volvió su mirada al foco para centrarse en la persona que estaba a su derecha e intentó averiguar quién iba a ser su interlocutor.

—Me llamo Thomas; esta es Brenda. Conocemos a Gally. Estábamos con él en CRUEL y nos habló del Brazo Derecho y de lo que estabais haciendo hace unos días. Queríamos ayudaros, pero no así. Sólo queremos saber qué planes tenéis, por qué estáis secuestrando inmunes y los estáis encerrando. Creía que eso era más propio de CRUEL.

Thomas no sabía qué se esperaba, pero el tipo empezó a reírse.

—Creo que os dejaré ver al jefe para que os metáis en la cabeza que no tenemos nada que ver con CRUEL.

Él se encogió de hombros.

—Muy bien. Veamos a vuestro jefe.

El hombre parecía realmente indignado respecto a CRUEL. Pero seguía sin tener sentido que se llevaran a esa gente.

—Será mejor que no te estés tirando un farol, chaval —dijo el tipo—. Lawrence, tráelos. Otra persona comprobará las armas de la camioneta.

Thomas permaneció en silencio mientras Brenda y él subían por dos tramos de unas sombrías escaleras metálicas. A continuación atravesaron una puerta de madera desgastada, siguieron por un sucio pasillo con sólo una bombilla y un papel de pared que se caía a tiras y después, por fin, llegaron a un gran espacio que cincuenta años atrás podría haberse tratado de una bonita sala de conferencias. Ahora lo único que había era una mesa grande y llena de marcas con unas cuantas sillas de plástico, esparcidas al azar por la sala.

Dos personas estaban sentadas al otro extremo de la mesa. Thomas advirtió la presencia de Gally, a la derecha. Parecía cansado y despeinado, pero le saludó con un gesto de la cabeza y una breve sonrisa, nada sino una desafortunada arruga en la ruina que tenía por cara. A su lado se hallaba un hombre corpulento, más gordo que musculoso, cuyo contorno apenas cabía entre los brazos de la silla de plástico blanca.

—¿Este es el cuartel general del Brazo Derecho? —se asombró Brenda—. Perdona si estoy un poco desanimada.

—Nos trasladamos más veces de las que podemos contar —respondió Gally, que ya no sonreía—. Pero gracias por el cumplido.

—¿Y quién de vosotros es el jefe? —preguntó Thomas.

Gally señaló con la cabeza a su compañero.

—No seas gilipullo. Vince está al mando. Y muestra algo de respeto; ha arriesgado su vida sólo porque cree que las cosas deberían hacerse bien en el mundo.

Thomas levantó las manos en un gesto conciliatorio.

—No iba con ninguna intención. Por cómo actuabas en tu apartamento, creía que tal vez eras tú el que estaba al mando.

—Bueno, pues no. Es Vince.

—¡Basta! —gritó el hombre corpulento con una voz profunda y retumbante—. La ciudad entera está plagada de raros. No tengo tiempo para quedarme sentado a escuchar niñerías. ¿Qué queréis?

Thomas trató de ocultar la ira que se había encendido en su interior.

—Sólo una cosa: queremos saber por qué nos habéis capturado, por qué estáis capturando gente para CRUEL. Gally nos dio tanta esperanza que creímos estar en el mismo bando. Imagina nuestra sorpresa cuando descubrimos que el Brazo Derecho era tan malo como contra los que supuestamente estaba luchando. ¿Cuánto dinero vais a ganar vendiendo humanos?

—Gally —dijo el hombre, como si no hubiera oído ni una sola palabra de lo que acababa de soltar Thomas.

—¿Sí?

—¿Confías en estos dos?

Gally se negó a mirar a Thomas a los ojos.

—Sí —asintió—. Podemos confiar en ellos.

Vince se inclinó hacia delante y apoyó sus enormes brazos sobre la mesa.

—Entonces, no hay tiempo que perder. Chico, es una operación semejante, pero no pretendemos sacar ni un centavo con nadie. Estamos reuniendo inmunes para imitar a CRUEL.

Aquella respuesta sorprendió a Thomas.

—¿Por qué diantres ibais a hacer algo así?

—Vamos a utilizarlos para entrar en su sede.