Thomas se quedó atónito; la cabeza le daba vueltas. Fue a sentarse junto a Minho.
Después de esforzarse durante tanto tiempo por recordar su vida, su familia y su infancia —incluso lo que había hecho el día anterior a despertarse en el Laberinto—, la idea de recuperarlo todo era casi incomprensible. Pero mientras lo asimilaba, se dio cuenta de que algo había cambiado. Recordarlo todo ya no le parecía tan bueno. Y su instinto le confirmó lo que había estado sintiendo desde que el Hombre Rata le dijo que todo había terminado: era demasiado fácil.
El Hombre Rata se aclaró la garganta.
—Como se os ha informado uno a uno, las Pruebas, tal y como las conocéis, han terminado. En cuanto recuperéis la memoria, creo que me creeréis y podremos seguir adelante. Se os ha informado del Destello y de los motivos por los que hemos realizado las Pruebas. Estamos muy cerca de completar nuestro programa de la zona letal. Vuestra entera cooperación con las mentes inalteradas funcionará mejor para perfeccionar lo que ya tenemos. Así que felicidades.
—Debería subir ahí arriba y romperte la fuca nariz —dijo Minho. Su voz sonaba terriblemente calmada, teniendo en cuenta la amenaza de sus palabras—. Estoy harto de que actúes como si todo fuera de perlas, como si más de la mitad de nuestros amigos no hubiera muerto.
—¡Me encantaría ver esa nariz de rata aplastada! —soltó Newt.
La rabia en su voz sobresaltó a Thomas y tuvo que preguntarse por qué cosas horribles habría tenido que pasar Newt durante la Fase 3.
El Hombre Rata puso los ojos en blanco y suspiró.
—Antes que nada, se os ha advertido a todos de que habrá consecuencias si intentáis hacerme daño. Y estad seguros de que nos están vigilando. En segundo lugar, lo siento por aquellos que habéis perdido, pero al final habrá valido la pena. Aunque lo que me preocupa es que al parecer nada de lo que diga va a abriros los ojos. Estamos hablando de la supervivencia de la raza humana.
Minho cogió aire como si estuviera a punto de comenzar a despotricar, pero cerró la boca.
Thomas sabía que no importaba lo sincero que sonara el Hombre Rata, tenía que haber un truco. Todo era un engaño. Pero nada bueno podía resultar de luchar con él a aquellas alturas, con palabras o puños. Lo que más necesitaban en aquel momento era paciencia.
—Cortemos ya el rollo —intervino sin alterarse—. Escuchémosle.
Fritanga habló justo en el momento que el Hombre Rata iba a continuar:
—¿Por qué deberíamos confiar en que nos…? ¿Cómo lo ha llamado? ¿El Golpe? Después de todo lo que nos habéis hecho a nosotros y a nuestros amigos, ¿queréis quitar el Golpe? Creo que no. Prefiero ignorar mi pasado, muchas gracias.
—CRUEL es buena —dijo Teresa de pronto, como si hablara consigo misma.
—¿Qué? —preguntó Fritanga.
Todos se volvieron hacia ella.
—CRUEL es buena —repitió mucho más alto, y se dio la vuelta en su asiento para mirarlos a todos—. De todas las cosas que pude escribir en mi brazo cuando desperté del coma, elegí esas tres palabras. Sigo pensando en ello y tiene que haber un motivo. Yo digo que nos callemos y hagamos lo que dice. Tan sólo lo entenderemos cuando recuperemos la memoria.
—¡Estoy de acuerdo! —gritó Aris, mucho más alto de lo que parecía necesario.
Thomas guardó silencio cuando los demás empezaron a discutir. Sobre todo los clarianos, que apoyaban a Fritanga, y los miembros del Grupo B, que apoyaban a Teresa. No podían haber elegido peor momento para ponerse en desacuerdo.
—¡Silencio! —bramó el Hombre Rata, golpeando con el puño el atril. Esperó a que todos se callaran antes de continuar—. Mirad, nadie os va echar la culpa por la desconfianza que sentís. Os hemos puesto en vuestro límite físico, habéis visto gente morir, habéis vivido el terror en su forma más pura. Pero os prometo que, cuando se haya dicho y hecho todo, ninguno de vosotros mirará atrás…
—¿Y si no queremos? —preguntó Fritanga—. ¿Y si no queremos recuperar la memoria?
Thomas se volvió para mirar a su amigo, aliviado. Era exactamente lo que él estaba pensando.
El Hombre Rata suspiró.
—¿Es porque no tienes de verdad interés en recordar o porque no te fías de nosotros?
—Oh, vaya, no sé por qué no confiamos en vosotros —replicó Fritanga.
—¿No os habéis dado cuenta a estas alturas de que, si quisiéramos haceros daño, ya os lo habríamos hecho? —el hombre bajó la mirada al atril y volvió a alzar la vista—. Si no queréis quitar el Golpe, no lo hagáis. Podéis quedaros ahí observando al resto.
¿Era una elección o un farol? Thomas no podía discernirlo por el tono de voz, pero en cualquier caso la respuesta le sorprendió.
La habitación quedó otra vez en silencio y, antes de que nadie pudiera hablar, el Hombre Rata se alejó del estrado y comenzó a caminar hacia una puerta al final de la sala. Cuando llegó a ella, se giró.
—¿De verdad queréis pasar el resto de vuestras vidas sin recordar a vuestros padres? ¿A vuestra familia y amigos? ¿De verdad queréis perder la oportunidad de recuperar al menos los buenos recuerdos que podíais tener antes de que todo esto empezara? Pues muy bien. Pero puede que no volváis a tener esta oportunidad.
Thomas consideró su decisión. Era cierto que estaba deseando recordar a su familia; había pensado en eso muchas veces. Pero conocía a CRUEL y no iba a permitirse caer en otra de sus trampas. Lucharía hasta la muerte antes que permitir que aquella gente jugueteara otra vez con su cerebro. ¿Cómo iba a creer en los recuerdos que le implantaran?
Y había otra cosa que le inquietaba: el chispazo que había notado cuando el Hombre Rata había anunciado que CRUEL quitaría el Golpe. A pesar de saber que no podía aceptar los recuerdos que le diera CRUEL, estaba asustado. Si era verdad todo lo que afirmaban, no querría enfrentarse a su pasado ni aunque pudiera. No entendía a la persona que decía que era antes. Y lo que era más: no le gustaba.
Observó cómo el Hombre Rata abría la puerta y se marchaba de la habitación. En cuanto se fue, Thomas se acercó a Minho y Newt para que sólo sus amigos pudieran oírle.
—No vamos a hacerlo. De ninguna manera.
Minho le apretó el hombro a Thomas.
—Amén. Incluso si confiara en esos pingajos, ¿por qué iba querer recordar? Mira lo que les pasó a Ben y Alby.
Newt asintió.
—Pronto tendremos que hacer algo. Y cuando llegue ese momento, voy a golpear unas cuantas cabezas para sentirme mejor.
Thomas estaba de acuerdo, pero sabía que debían tener cuidado.
—Aunque no tan pronto —dijo—. Podemos fastidiarlo. Debemos buscar la mejor oportunidad.
Había pasado tanto tiempo desde que Thomas se sintió animado que la emoción le asombró. Estaba con sus amigos y las Pruebas por fin habían terminado. De un modo u otro, ya no tenían que hacer lo que les dijera CRUEL.
Se levantaron y en grupo fueron hacia la puerta. Pero cuando Thomas puso la mano en el pomo para abrirla, se detuvo. Lo que oyó hizo que le diera un vuelco el corazón. Los demás seguían hablando y muchos habían decidido que les devolvieran la memoria.
• • •
El Hombre Rata les aguardaba fuera del auditorio. Giraron varias veces por el pasillo sin ventanas hasta que por fin llegaron a una gran puerta de acero. Estaba muy bien cerrada y parecía sellada al vacío. Su líder vestido de blanco colocó una tarjeta junto a un recuadro en el acero; tras varios chasquidos, un gran bloque de metal se deslizó con un chirrido que hizo que Thomas evocara las puertas del Claro.
Después había otra puerta. En cuanto el grupo entró en un pequeño vestíbulo, el Hombre Rata cerró la primera puerta y, con la misma tarjeta, abrió la segunda. Al otro lado había una sala grande que no parecía tener nada en especial, con el mismo suelo enlosado y las paredes beige del pasillo. Había muchos armarios y encimeras.
Y varias camas alineadas contra la pared del fondo, sobre las que colgaba un extraño artilugio de aspecto amenazador, con forma de máscara, de metal brillante y tubos de plástico. Thomas no se imaginaba dejando que nadie le pusiera esa cosa en la cara.
El Hombre Rata señaló las camas.
—Así es como vamos a quitar el Golpe de vuestros cerebros —anunció el Hombre Rata—. No os preocupéis, sé que estos aparatos asustan, pero el procedimiento no duele tanto como quizá penséis.
—¿Que no duele tanto? —repitió Fritanga—. No me gusta cómo suena eso. Lo que estás diciendo es que sí duele.
—Sí, sentiréis alguna molestia. Es cirugía —respondió el Hombre Rata al acercarse a una enorme máquina a la izquierda de las camas. Tenía un montón de luces parpadeantes, botones y pantallas—. Extraeremos un pequeño dispositivo de la parte de vuestro cerebro dedicada a la memoria a largo plazo. Pero no es tan malo tomo suena, lo prometo.
Comenzó a pulsar botones y un zumbido inundó la sala.
—Espera un segundo —dijo Teresa—. ¿Se llevará también lo que haya por ahí que os permite controlarnos?
A Thomas le vino a la mente la imagen de Teresa dentro de aquella cabaña en la Quemadura. Y Alby retorciéndose en la cama de la Hacienda. Gally matando a Chuck. Todos estaban bajo el control de CRUEL. Por un segundo, dudó de su decisión. ¿Podía permitirse quedar a su merced? ¿Debería dejarles hacer la operación? Pero entonces las dudas desaparecieron. Se trataba de desconfianza. Se negaba a ceder.
Teresa prosiguió:
—¿Y qué hay de…? —titubeó y miró a Thomas.
Sabía lo que estaba pensando: su habilidad de hablar telepáticamente. Por no mencionar lo otro: aquella extraña sensación que tenían cuando todo iba bien, casi como si compartieran el cerebro. De pronto, a Thomas le encantó la idea de perderlo para siempre. Quizás el vacío de no tener a Teresa también desaparecería.
Teresa se recuperó y continuó:
—¿Saldrá todo de ahí? ¿Todo?
El Hombre Rata asintió.
—Todo salvo el diminuto dispositivo que nos permite seguir vuestros patrones de la zona letal. Y no hace falta que digáis lo que estáis pensando porque lo veo en vuestros ojos. No: ni tú ni Thomas ni Aris volveréis a poder hacer ese truquito. Lo apagamos temporalmente, pero ahora desaparecerá para siempre. Sin embargo, recuperaréis vuestra memoria a largo plazo y no podremos manipular vuestras mentes. Me temo que va todo en el mismo paquete. Lo tomas o lo dejas.
El resto de la sala se puso a caminar por la habitación, susurrando preguntas entre ellos. A todo el mundo se le debía de estar pasando por la cabeza un millón de cosas. Había mucho en lo que pensar, muchas consecuencias, muchas razones para estar enfadados con CRUEL. Pero parecía no haber más contrariedades en el grupo, sólo impaciencia por terminar con todo aquello.
—Esto es una tontería —dijo Fritanga—. ¿Lo pilláis? Para tontos.
La única respuesta que obtuvo fueron uno o dos gruñidos.
—Vale, creo que ya estamos preparados —anunció el Hombre Rata—. Pero una última cosa: hay algo que tengo que deciros antes de que recuperéis la memoria. Será mejor que lo oigáis de mí que no… recordar las pruebas.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Harriet.
El Hombre Rata juntó las manos a su espalda y adoptó una expresión seria.
—Algunos de vosotros sois inmunes al Destello. Pero… otros, no. Voy a leer la lista. Por favor, haced lo posible por tomároslo con calma.