Capítulo 48

La furgoneta salió disparada hacia delante al tiempo que las manos de Lawrence se aferraban con firmeza al volante. Thomas se dio la vuelta para mirar por las ventanas traseras, pero no había nada. De alguna manera, la persona que se hallaba encima aguantaba el tirón.

Justo cuando Thomas volvió a darse la vuelta, una cara comenzó a bajar por el parabrisas, observándoles, bocabajo. Era una mujer, cuyo pelo se agitaba al viento mientras Lawrence recorría el callejón a una velocidad vertiginosa. Miró a Thomas a los ojos y sonrió, mostrando unos dientes sorprendentemente perfectos.

—¿A qué se está agarrando? —gritó él.

—Quién sabe. Pero no puede durar mucho —respondió Lawrence con voz forzada.

La mujer seguía con los ojos clavados en Thomas, pero entonces soltó una de sus manos y la cerró en un puño, para a continuación comenzar a golpear la ventana. Pum, pum, pum. Su sonrisa se mantenía igual de amplia y sus dientes relucían a la luz de las farolas.

—Por favor, ¿puedes deshacerte de ella? —chilló Brenda.

—Muy bien.

Lawrence apretó los frenos.

La mujer voló por los aires como una granada, con los brazos y las piernas separados, hasta que se estrelló contra el suelo. Thomas se estremeció, cerró los ojos con fuerza y luego se obligó a mirarla. Era increíble: ya estaba moviéndose, se ponía en pie de forma temblorosa. Recuperó el equilibrio y se volvió hacia ellos despacio; los faros de la furgoneta iluminaban intensamente cada centímetro de su cuerpo.

Ya no sonreía lo más mínimo. En su lugar, había contraído los labios para emitir un fiero gruñido; un gran verdugón enrojecía una parte de su cara. Volvió a clavar la vista en Thomas y él se estremeció.

Lawrence aceleró y, por un momento, pareció que la rara fuera a lanzarse sobre el vehículo, como si de algún modo pudiera detenerlo, pero en el último segundo frunció el entrecejo y los ojos se le despejaron, como si se hubiera dado cuenta de lo que acababa de hacer. Como si quedara algo de la persona que era antes.

Ver aquello hizo que a Thomas le resultara más difícil asumir la situación.

—Es como una mezcla de locura y cordura.

—Alégrate de que haya sido la única —masculló Lawrence.

Brenda le apretó el brazo.

—Cuesta verlo. Sé cómo os sentisteis Minho y tú al presenciar lo que le ha ocurrido a Newt.

Thomas no respondió, pero puso su mano encima de la de ella.

Llegaron al final del callejón y Lawrence viró a la derecha, hacia una calle más grande. Pequeños grupos de gente salpicaban la zona que tenían delante. Unos cuantos aparentaban estar peleándose, pero la mayoría revolvía en la basura o comía cosas que Thomas no podía distinguir. Varios rostros angustiados y fantasmales les miraban fijamente con ojos muertos a su paso.

Nadie dijo nada en el interior de la furgoneta, como si tuvieran miedo de que al hablar alertasen a los raros de fuera.

—No puedo creer que haya ocurrido tan rápido —dijo Brenda finalmente—. ¿Creéis que planeaban quedarse con Denver? ¿Pueden de verdad organizar algo como eso?

—Es difícil de saber —respondió Lawrence—. Había señales. Desaparecían civiles y representantes del gobierno, y cada vez se descubrían más casos de infectados. Pero da la sensación de que muchos de esos mamones esperaban el momento adecuado para ponerse en marcha.

—Sí —convino Brenda—. Por lo visto, se trataba de que los raros superaran en número a las personas sanas. En cuanto se inclinó la balanza, se inclinó del todo.

—Qué más da cómo sucedió —respondió él—. Lo único que importa es cómo está ahora. Mirad a nuestro alrededor. Este lugar es una pesadilla —redujo la velocidad para girar hacia un callejón largo—. Ya casi hemos llegado. Ahora debemos tener más cuidado —apagó las luces y volvió a acelerar.

Mientras avanzaban, la oscuridad aumentaba, hasta que llegó un momento en que Thomas no veía más que unas grandes sombras amorfas que se imaginaba que en cualquier momento les saltarían encima.

—Quizá no deberías conducir tan rápido.

—No pasará nada —contestó el hombre—, he hecho este recorrido miles de veces. Lo conozco como la palma de…

Thomas salió disparado hacia delante, pero lo retuvo el cinturón de seguridad. Habían arrollado algo con la furgoneta; metálico, a juzgar por el sonido que había producido. La furgoneta botó un par de veces y luego se detuvo.

—¿Qué ha sido eso? —susurró Brenda.

—No lo sé —respondió Lawrence en una voz todavía más queda—. Probablemente un cubo de basura o algo por el estilo. Me ha dado un susto de muerte —avanzó un poco y un fuerte chirrido inundó el aire. Luego se oyó un golpazo y otro estruendo, tras lo que todo se sumió de nuevo en silencio—. Ya la he soltado —murmuró, sin molestarse en ocultar su alivio.

Continuó, pero redujo un poco la velocidad anterior.

—¿Y si vuelves a encender las luces? —sugirió Thomas, asombrado por lo rápido que le latía el corazón—. No veo nada ahí fuera.

—Sí —añadió Brenda—. Estoy segurísima de que alguien habrá oído ese jaleo.

—Supongo.

Lawrence las encendió. Los faros iluminaron todo el callejón con un haz de luz blanca azulada que, comparado con la oscuridad previa, parecía más brillante que el sol. Thomas entrecerró los ojos por el resplandor. Cuando los abrió del todo, el horror brotó en su interior. A unos seis metros delante de ellos, habían aparecido al menos treinta personas que ahora se agrupaban para bloquear completamente el camino.

Sus caras estaban pálidas, demacradas, arañadas y amoratadas. De sus cuerpos colgaban ropas rasgadas y sucias. Allí estaban todos, mirando las luces brillantes como si no les desconcertaran lo más mínimo. Eran como cadáveres andantes, muertos vivientes.

Thomas tembló por el escalofrío que le recorrió el cuerpo.

La multitud comenzó a separarse. Se movían sincronizados y un gran espacio se abrió en medio mientras retrocedían a los laterales del callejón. Entonces uno de ellos movió un brazo para indicar que la furgoneta debía seguir adelante y pasar de largo.

—Menudos raros tan educados —susurró Lawrence.