Thomas encontró a Minho sentado con Brenda y Jorge cuando regresó, y Minho no parecía contento de verle. Le lanzó una mirada desagradable.
—Bueno, ¿qué tiene que decir esa fuca traidora?
Se sentó a su lado. Varios desconocidos se reunieron a su alrededor y se quedaron escuchando.
—¿Y bien? —insistió Minho.
—Me ha dicho que escaparon porque descubrieron los planes de CRUEL para empezar todo otra vez si era necesario. Que estaban reuniendo inmunes, como Gally nos contó. Jura que les hicieron creer que nos habíamos escapado y nos estaban buscando —hizo una pausa. Sabía que a su amigo no le gustaría la siguiente parte—. Y nos ayudará si puede.
Minho negó con la cabeza.
—Eres un gilipullo. No deberías haber hablado con ella.
—Gracias —Thomas se frotó la cara. Minho tenía razón.
—No quisiera interrumpir, muchachos —dijo Jorge—. Podéis pasaros todo el día hablando sobre esa mierda, pero no tendrá ninguna importancia a menos que salgamos de aquí. No importa quién esté de parte de quién.
Justo entonces se abrió la puerta de la sala y entraron tres de sus captores con unos grandes sacos repletos de algo. Les seguía un cuarto, armado con un lanzagranadas y una pistola. Recorrió con la vista la sala en busca de problemas y los otros comenzaron a pasar lo que había dentro de las bolsas: pan y botellas de agua.
—¿Cómo es posible que siempre nos metamos en estos líos? —preguntó Minho—. Al menos antes podíamos echarle la culpa de todo a CRUEL.
—Sí, bueno, aún podemos hacerlo —murmuró Thomas.
Minho sonrió abiertamente.
—Sí, menudos cara fucos.
Un silencio incómodo se asentó en la habitación mientras los secuestradores deambulaban a su alrededor. La gente empezó a comer, y Thomas se dio cuenta de que tendrían que susurrar si querían seguir hablando. Minho le codeó suavemente.
—Sólo uno de ellos está armado —murmuró—. Y no parece tan malo. Me apuesto lo que sea a que podemos con él.
—Quizá —respondió él por lo bajo—, pero no hagas ninguna estupidez. Tiene una pistola y un lanzagranadas. Y créeme, no te gustaría que te dispararan con ninguno de los dos.
—Bueno, confía en mí esta vez.
Minho le guiñó el ojo y Thomas se limitó a suspirar. No había muchas probabilidades de que lo que estaba a punto de suceder pasara desapercibido.
Los secuestradores se acercaron a ambos y se detuvieron junto a su pequeño grupo. Thomas cogió un panecillo y una botella de agua, pero, cuando el hombre intentó pasarle el pan a Minho, este lo retiró.
—¿Por qué iba a aceptar nada de vosotros? Seguramente esté envenenado.
—¿Quieres pasar hambre? Muy bien —replicó el tipo y siguió caminando.
Ya casi había pasado de largo cuando Minho se puso en pie de un salto y se enfrentó al hombre que llevaba el lanzagranadas. Thomas se estremeció cuando el arma se deslizó por el brazo del tipo y descargó, enviando una granada al techo, donde se estrelló en un espectáculo de luz. El secuestrador estaba aún en el suelo cuando Minho comenzó a asestarle puñetazos, esforzándose por arrebatarle la pistola con la mano que tenía libre.
Por un momento, todos se quedaron quietos. Pero entonces el movimiento explotó antes de que Thomas pudiera reaccionar. Los tres guardias restantes dejaron sus sacos para ir a por Minho y, antes de que pudieran dar un paso, seis personas se les echaron encima y les tiraron al suelo. Jorge ayudó a Minho a arrastrar al guardia y le pisoteó el brazo hasta que por fin soltó la pistola que se había sacado del cinturón; Minho le dio una patada y otra mujer la recogió. Thomas vio que Brenda había cogido el lanzagranadas.
—¡Quietos! —gritó, apuntando con el arma a los secuestradores.
Minho se levantó y se apartó del hombre, cuya cara estaba llena de sangre. La gente arrastró a los otros tres guardias para colocarlos junto a su compañero con la intención de que los cuatro estuvieran bocarriba, en fila.
Había ocurrido todo tan rápido que Thomas no se había movido de su sitio en el suelo, pero enseguida se puso en marcha.
—Tenemos que hacerles hablar —dijo—. Tenemos que apresurarnos antes de que vengan los refuerzos.
—¡Deberíamos dispararles en la cabeza! —dijo un hombre—. Dispararles y largarnos de aquí.
Unos cuantos le hicieron eco, y Thomas se dio cuenta de que el grupo se había convertido en una turba. Si quería información, debía actuar rápido, antes de que la situación empeorara. Se levantó y se acercó a la mujer con la pistola para convencerla de que se la entregara; luego se dio la vuelta, se arrodilló junto al hombre que le había dado el pan y le puso la pistola en la sien.
—Voy a contar hasta tres. O empiezas a contarme qué planea hacer CRUEL con nosotros y dónde ibais a encontraros con ellos, o aprieto el gatillo. Uno.
El hombre no vaciló.
—¿CRUEL? No tenemos nada que ver con CRUEL.
—Estás mintiendo. Dos.
—¡No, lo juro! ¡Esto no tiene nada que ver con ellos! Al menos, que yo sepa.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué estáis secuestrando inmunes?
El hombre desvió la vista hacia sus compañeros, pero, cuando respondió, lo hizo mirando a Thomas directamente:
—Trabajamos para el Brazo Derecho.