Camiseta y vaqueros. Zapatillas de correr, justo como las que había llevado en el Laberinto. Calcetines limpios, suaves. Después de lavarse de arriba abajo un mínimo de cinco veces, se sintió como nuevo. No podía evitar pensar que a partir de aquel momento las cosas mejorarían. Que iba a tomar el control de su vida. Ojalá el espejo no le hubiera recordado su tatuaje, el que le habían hecho antes de entrar en la Quemadura. Era un símbolo permanente de lo sucedido y deseaba poder olvidarlo todo.
Se quedó fuera junto a la puerta del lavabo, apoyado en la pared, de brazos cruzados, esperando. Se preguntó si el Hombre Rata volvería. ¿O había dejado a Thomas allí para que paseara por aquel lugar y empezara otra prueba? Apenas había comenzado a seguir aquella línea de pensamiento, cuando oyó unos pasos y después vio doblar la esquina al hombre con aspecto de comadreja blancuzca.
—Bien, ¿no te sientes fenomenal? —comentó el Hombre Rata, y las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba en una sonrisa de aspecto desagradable.
A Thomas le vinieron a la mente cientos de preguntas sarcásticas, pero sabía que tenía que hacerlo bien. Lo único que importaba en aquel momento era reunir toda la información posible y hallar a sus amigos.
—Me encuentro muy bien, la verdad, así que… gracias —esbozó una sonrisa informal—. ¿Cuándo me llevarás con los otros clarianos?
—Ahora mismo —el Hombre Rata se puso serio de nuevo. Señaló con la cabeza en la dirección por la que había llegado y le hizo un gesto para que le siguiera—. Todos vosotros habéis pasado por diferentes tipos de exámenes para la Fase 3 de las Pruebas. Esperábamos tener los patrones de la zona letal preparados al final de la segunda fase, pero tuvimos que improvisar para avanzar más. Aunque, como ya he dicho, estamos muy cerca. En el estudio ahora estaréis llenos de patrones y nos ayudaréis a ajustar y profundizar hasta que resolvamos el puzle.
Thomas entrecerró los ojos. Suponía que su Fase 3 había sido la habitación blanca. Pero ¿y los demás? A pesar de lo mucho que odiaba su prueba, no podía imaginarse qué otras cosas peores podría haber hecho CRUEL. Casi esperaba no averiguar lo que habían ideado para sus amigos.
Al fin, el Hombre Rata llegó a una puerta. La abrió sin vacilar y avanzó.
Entraron a un pequeño auditorio y el alivio inundó a Thomas. Sentados, esparcidos por una docena de filas de asientos, estaban sus amigos, aparentemente sanos y salvos. Los clarianos y las chicas del Grupo B. Minho, Fritanga, Newt, Aris, Sonya, Harriet. Todos parecían contentos —hablaban, sonreían, reían—, aunque no debía descartar que estuvieran fingiendo, al menos en parte. Thomas suponía que también les habían dicho que las cosas estaban a punto de terminar, pero dudaba que alguien se lo creyera. Él, desde luego, no. Aún no.
Buscó en la habitación a Jorge y Brenda. Tenía muchas ganas de ver a Brenda; había estado preocupado por ella desde que desapareció nada más recogerlos el iceberg, preocupado porque CRUEL les hubiese enviado a ella y a Jorge de vuelta a la Quemadura, tal como amenazaron. Pero no había ni rastro de ninguno de los dos. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarle al Hombre Rata por ellos, una voz interrumpió el barullo y Thomas no pudo contener una enorme sonrisa.
—Bueno, me han fucado y he ido al cielo. ¡Es Thomas! —exclamó Minho.
Tras su anuncio, hubo gritos, vítores y silbidos. Una oleada de alivio mezclada con preocupación inundó a Thomas, que continuó buscando caras por la habitación. Estaba demasiado abrumado para hablar y se limitó a sonreír hasta que se topó con los ojos de Teresa.
La chica estaba en pie y, apartada de su silla, lo miraba desde la última fila. Su pelo negro, limpio y cepillado, brillante, le caía sobre los hombros y enmarcaba su pálida cara. Sus labios rojos se encontraban entreabiertos, formando una gran sonrisa que iluminaba sus rasgos y hacía que sus ojos azules resplandecieran. Thomas estuvo a punto de ir hacia ella, pero se detuvo al nublársele la mente con vívidos recuerdos de lo que le había hecho; había dicho que CRUEL era buena incluso después de lo que había pasado.
—¿Me oyes? —la llamó en su mente para comprobar si habían recuperado su habilidad.
Pero ella no respondió y él no sintió su presencia dentro de su cabeza. Se quedaron allí, mirándose el uno al otro, con la vista clavada durante lo que pareció un minuto, pero podrían haber sido sólo segundos. Y entonces Minho y Newt se pusieron a su lado, le dieron una palmada en la espalda, le estrecharon la mano y lo metieron en la habitación.
—Bueno, al menos no te rendiste y moriste, Tommy —dijo Newt, apretándole fuerte la mano. Su voz sonaba más gruñona que de costumbre, sobre todo considerando que no se habían visto en semanas, pero estaba de una pieza, algo de agradecer.
Minho tenía una sonrisita en el rostro, aunque el intenso brillo de sus ojos mostraba lo mal que lo había pasado. Revelaba que aún no era él del todo, tan sólo se esforzaba por parecerlo.
—Los poderosos clarianos vuelven a estar juntos. Me alegro de verte vivo, cara fuco. Te había imaginado muerto de cien formas diferentes. Seguro que has llorado todas las noches porque me echabas de menos.
—Sí —murmuró Thomas, entusiasmado al ver a sus compañeros, pero aún sin encontrar palabras. Se apartó del grupo y se dirigió a Teresa. Sentía unas ganas irresistibles de enfrentarse a ella y llegar a algún tipo de paz hasta decidir qué hacer—. Hola.
—Hola —contestó ella—. ¿Estás bien?
Thomas asintió.
—Supongo. Han sido unas semanas bastante duras. ¿Podías…?
Se calló. Había estado a punto de preguntarle si le oyó cuando intentaba llegar hasta ella con su mente, pero no quería darle la satisfacción de saber que lo había hecho.
—Lo intenté, Tom. Todos los días intentaba hablar contigo. Nos aislaron, aunque creo que ha merecido la pena.
Extendió el brazo para cogerle la mano y el gesto desencadenó un coro de burlas por parte de los clarianos.
Thomas apartó de golpe la mano y notó que se sonrojaba. Por alguna razón, sus palabras le habían molestado, pero los demás entendieron su rechazo como mera vergüenza.
—¡Aaaah! —exclamó Minho—. Eso es casi tan dulce como cuando te golpeó la fuca cara con el extremo de una lanza.
—Eso es amor de verdad —dijo Fritanga, y soltó su risa profunda—. No me gustaría ver a estos dos peleándose en serio.
A Thomas no le importaba lo que pensaran, pero estaba empeñado en demostrarle a Teresa que no podía irse sin más después de todo lo que le había hecho. La confianza que compartían antes de las pruebas, la relación que habían tenido, fuera la que fuera, ya no importaba nada. Puede que llegara a haber paz entre ellos, pero en aquel momento decidió que sólo se fiaría de Minho y Newt. De nadie más.
Estaba a punto de responder cuando el Hombre Rata se acercó por el pasillo, dando palmadas.
—Que todo el mundo se siente. Tenemos que encargarnos de un par de cosas antes de quitar el Golpe.
Lo dijo con tanta tranquilidad que Thomas casi no lo entendió. Retuvo las palabras «quitar el Golpe» y se quedó estupefacto.
La habitación se silenció; el Hombre Rata subió al estrado y se acercó al atril. Se aferró a los bordes, esbozó la misma sonrisa forzada de antes y luego habló:
—Muy bien, damas y caballeros. Estáis a punto de recuperar todos vuestros recuerdos. Hasta el último de ellos.