Capítulo 39

Thomas no podía pensar en una explicación posible para aquel comentario.

—¿De qué hablas? —preguntó.

Newt no respondió, sino que siguió mirándole duramente mientras le temblaban los brazos y le apuntaba con el lanzagranadas al pecho. Pero entonces se calmó y su expresión se suavizó. Bajó el arma y miró al suelo.

—Newt, no lo pillo —insistió Thomas en voz baja—. ¿Por qué dices todo esto?

Su amigo volvió a alzar la vista. Sus ojos ya no poseían la amargura de hacía tan sólo unos segundos.

—Lo siento, tíos. Lo siento, pero necesito que me escuchéis. Conforme pasan las horas, empeoro y ya no me queda mucha cordura. Por favor, marchaos.

Cuando Thomas abrió la boca para rebatirle, Newt levantó las manos.

—¡No! Tú no hables más. Es que… por favor. Por favor, marchaos. Os lo suplico. Os ruego que me hagáis este último favor. Os lo pido con toda sinceridad: hacedme este favor. He conocido a un grupo que es como yo y planea escaparse para ir a Denver hoy, más tarde. Voy a ir con ellos —hizo una pausa, y a Thomas le costó muchísimo permanecer callado. ¿Por qué querrían escaparse e ir a Denver?—. No espero que lo entendáis, pero ya no puedo seguir con vosotros. Ya es bastante duro para mí y empeoraré si sé que estáis presentes. Y lo peor de todo es que podría haceros daño. Así que despidámonos de una maldita vez y prometedme que me recordaréis como en los viejos tiempos.

—No puedo —musitó Minho.

—¡No me fuques! —gritó Newt—. ¿Tienes idea de lo que me cuesta estar calmado ahora mismo? Ya he dicho lo que tenía que decir, he terminado. ¡Largaos de aquí! ¿Lo entendéis? ¡Largaos de aquí!

Alguien le dio a Thomas en el hombro; al darse la vuelta, vio que varios raros se habían reunido detrás de ellos. Quien le había tocado era un hombre alto, de pecho ancho, con el pelo largo y grasiento. Volvió a alargar el brazo y le empujó con la punta del dedo.

—Creo que nuestro nuevo amigo os ha pedido que le dejéis en paz —dijo, y se lamió los labios al tiempo que hablaba.

—No es asunto tuyo —contestó Thomas. Percibía el peligro, pero por alguna razón no le importaba. En su interior sólo había espacio para la rabia que le provocaba Newt—. Era nuestro amigo mucho antes de llegar aquí.

El hombre se alisó su grasiento pelo con la mano.

—Ahora el chico es un raro, lo mismo que nosotros. Eso le convierte en asunto nuestro. Así que… dejadlo en paz.

Minho habló antes de que Thomas pudiera responder:

—Eh, psicópata, a lo mejor se te han taponado los oídos con el Destello: esto es entre Newt y nosotros. Vete tú.

El hombre frunció el ceño y levantó la mano para enseñar un largo fragmento de cristal que apretaba con el puño. La sangre goteaba por donde lo sujetaba.

—Esperaba que os resistierais —gruñó—. Estaba aburrido.

Movió el brazo con rapidez para cortar a Thomas en la cara con el cristal. Él se agachó y alzó las manos para desviar el golpe, pero, antes de que el arma le alcanzara, Brenda se interpuso y apartó la mano del tipo, lo que lanzó el trozo de cristal por los aires. Minho se abalanzó sobre el raro y lo tiró al suelo. Cayeron encima de la mujer por la que habían pasado antes para llegar a Newt y esta comenzó a soltar gritos desaforados, a sacudirse y a dar patadas. Pronto los tres se enzarzaron en una pelea.

—¡Basta! —gritó Newt—. ¡Parad ya!

Thomas se había quedado quieto como un clavo, agazapado y a la espera de una oportunidad para saltar en auxilio de Minho. Sin embargo, al darse la vuelta descubrió a Newt con el lanzagranadas dispuesto para disparar y los ojos coléricos.

—Parad o empezaré a disparar sin importarme una puñetera clonc quién salga herido.

El hombre con el pelo grasiento se apartó de la pelea y se levantó al tiempo que le daba una patada a la mujer, que soltó un quejido mientras Minho se levantaba con la cara llena de arañazos.

El sonido eléctrico de la carga del lanzagranadas resonó justo cuando a Thomas le vino un olorcillo a ozono quemado. Luego Newt apretó el gatillo. Una granada chocó contra el pecho del Pelo Grasiento y unos rayos de luz envolvieron su cuerpo mientras caía gritando al suelo, retorciéndose, con las piernas rígidas y babeando espuma por la boca.

Thomas no podía creer el repentino giro de los acontecimientos. Miró a Newt con los ojos como platos, contento porque hubiera hecho aquello y feliz porque no hubiera apuntado el lanzagranadas hacia él o Minho.

—Le dije que parara —medio susurró Newt. Después apuntó a Minho con el arma, pero se agitaba porque sus brazos estaban temblando—. Ahora marchaos. No hay discusión posible. Lo siento.

Minho levantó las manos.

—¿Vas a dispararme, viejo amigo?

—Vete —dijo Newt—. Te lo he pedido de buenas maneras. Te lo digo en serio, esto ya es difícil. Vete.

—Newt, vamos fuera…

—¡Marchaos! —Newt se acercó más y los apuntó con más fiereza—. ¡Largaos de aquí!

Thomas odiaba ser testigo de semejante escena, de la furia que tenía dominado a Newt. Todo su cuerpo temblaba, sus ojos habían perdido cualquier rastro de cordura. Estaba perdiendo la cabeza por completo.

—Vamos —dijo Thomas, y esa fue una de las palabras más tristes que había pronunciado—. Venga.

La mirada de Minho voló hacia él; parecía destrozado.

—No puedes hablar en serio.

Thomas se limitó a asentir. Minho hundió los hombros y clavó los ojos en el suelo.

—¿Cómo se ha fucado tanto el mundo? —murmuró en voz baja y con la voz rebosante de dolor.

—Lo siento —dijo Newt, y las lágrimas surcaron su rostro—. Voy… voy a disparar si no os vais. Ya.

Thomas no podía soportarlo ni un segundo más. Cogió a Brenda de la mano, a Minho del brazo, y tiró de ellos hacia la salida, pasando por encima de los cuerpos, abriéndose camino entre las mantas. Minho no se resistió y él no se atrevió a mirarle; sólo esperaba que Jorge les estuviera siguiendo. Continuó caminando por el vestíbulo, hasta las puertas y más allá, a la Zona Central, a la caótica multitud de raros.

Lejos de Newt. Lejos de su amigo y de su cerebro enfermo.